Encarna Lara
Nació en Cuevas de San Marcos (Málaga). Se diplomó en la Escuela de Magisterio. Ha publicado poemas en revistas especializadas y colaborado en varios libros antológicos. La edición del poemario Perfil del silencio en 1996 es su primera aportación al mundo de la poesía, en la que procura aunar fondo y forma, belleza y tiempo.Sobre este libro escribió el reconocido poeta y crítico literario José Lupiáñez:
" En estos tiempos de zozobra alivia el consuelo de la poesía sentida. De tarde en tarde nos llegan versos emotivos y hermosos, escritos por hombres o mujeres de nuestro entorno. No resuenan sus nombres en las páginas de los grandes rotativos, ni vemos sus rostros en las pantallas, ni sabemos de sus intimidades por ninguna portada de revista, pero ahí sigue, por otras sendas, esa corriente de verdad y de esplendor creativo, esa voz amplia y oculta, latiendo en el hondón de la ingente provincia. Vivimos el espejismo de las grandes urbes y olvidamos el tiempo de los pueblos, de las aldeas perdidas; vivimos el efímero engaño de las capitales, que se inmolan permanentemente en el ritual del consumo y perdemos de vista la inquietante realidad de las tierras de adentro, la rotunda lección de cuantos permanecen más atentos a los ciclos de la naturaleza, más en contacto con la tierra y la lluvia, junto al mar o en las cumbres".
En 1999 edita su segundo libro Caudal de voces. Páramos perdidos es su tercera publicación, editado en 2001, formando parte de la colección " Agua de mar". Ganó en 2008 el Premio de Poesía "Encuentros por la Paz" de San Pablo de Buceite. En 2009 publica Raíz flamenca con prólogo de Alfredo Arrebola.
Abril
Un corazón de lluvia late en mi pecho,
abril lo trajo aquella tarde
en la flor sideral de los huertos cercanos.
Llegó hasta el claro alféizar de la ventana
y en su cuerpo de nardo se meció indiferente.
Abril, en la paz serena del azul violeta
sobre el dorso desnudo de los jóvenes cerros.
Abril, en los floridos barandales
húmeda palabra nacida del asombro.
Abril, sobre el viento que atraviesa
la desnudez redonda del ocaso.
Sorpresa derramada de pájaros errantes.
Trino, pluma, himno, resplandor,
flauta, onda, lira, aurora.
Adusta perfección, retiro y embeleso.
Pupila amada, suavidad, milagro.
Hoja desprendida, pálpito del alma.
Minúsculo universo, aura, canto, sonata.
Delicioso tacto, madrigal, colmena,
halo, éxtasis, plegaria, flor de loto…
Dichoso abril de rosas y azucenas,
mar sin orillas, arcano e infinito.
Perfil sencillo, caudal de venas
de un río o manantial que se desmaya
ante el delirio voraz de la amapola.
Ya vas abriendo, templo grandioso,
en los altares tu ardiente llama
y por la sombra, en mil colores,
de tu alta luna llueven las flores
en el rocío de la mañana.
SUSURROS A VOCES DE ENCARNA LARA
Por María Dolores Ginés Raya
Dice el poeta Julio Alfredo Egea: «Puede que el ser poeta sea ni más ni menos que el haber recibido un guiño de Dios entre la niebla». Y puede ser cierto, porque, asistida por ese guiño de complicidad, Encarna Lara vive una infancia plena, en medio de una apabullante y sublime naturaleza: un río siempre cerca, la acequia, el molino, los árboles, pájaros, el olor de la tierra, el cambio de las estaciones, el paso de las nubes, el estadillo de la primavera o las azules noches del estío, irán configurando su propio mundo interior.
En medio de ese paraíso, despertará a la vida y a la poesía. De los primeros poemas inéditos, cito el llamado:
MI CUNA
Al valle del Genil
a poco de nacer me llevaron.
En una blanca casa
plantada junto al río me dejaron.
Verde mi cuna de álamos y sauces,
y el río me cantaba desde su cauce.
O este otro:
CARICIA
Cuando era niña de veranos azules
en el vado del río me bañaba.
Bajo la atenta mirada de mi padre,
que en sus jóvenes brazos me llevaba.
Hacia los dulces brazos de mi madre
para envolverme en una manta blanca.
Antes de conocer la palabra escrita, Encarna, la niña, ya posee un amplio vocabulario… un vocabulario lleno de ricas imágenes, de aromas, colores y voces ancestrales. Todo un mundo intimista y profundo donde la magia y la realidad se conjugan dándose la mano. Circunstancia en la que se ven envueltos otros poetas, como es el caso del Moguer juanramoniano o el Valle de Elqui de Gabriela Mistral.
Encarna y sus primeras lecturas poéticas
Con el aprendizaje en la escuela primaria de las primeras letras, desarrollará un constante interés por la poesía y la literatura. Y en aquella enciclopedia de Álvarez, al tiempo que aprende dónde está el Miño y quién fue Carlos V, lee con avidez las fábulas de Iriarte, Samaniego y la Fontaine. No le es ajeno el contacto con los clásicos: fray Luis de León, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Quevedo o Lope de Vega llenan sus horas infantiles en la escuela… y en casa.
La lectura no cesa: lee toda la poesía que cae en sus manos. Es por entonces cuando escribe sus primeros poemas. Y uno de ellos brota en la hoja de su cuaderno como un verde tallo de albahaca, que ella le dedica a su maestra, su tía Ana Collados, a quien, desgraciadamente, por timidez nunca leerá. Sirva el poema como homenaje a aquella gran mujer y su sabia pedagogía:
LA MAESTRA
De la escuela recuerdo
las baldosas de barro.
Las dos pizarras negras.
Los grandes ventanales
y las claras vidrieras.
Las tizas de colores.
Los rígidos pupitres.
Los lápices de cedro.
Los libros de poemas.
La palmera del patio.
Las figuras geométricas.
Los números, muy poco.
Las tardes de merienda.
Y al fondo de la clase,
en la luz entreabierta,
la figura entrañable
de mi vieja maestra.
Transcurridos los cinco primeros años de su vida, se va a producir un cambio, una pérdida que durante mucho tiempo considera irreparable. Habrá de trasladarse con su familia a su pueblo natal, dejando atrás su paraíso perdido.
Pero es en este maravilloso pueblo malagueño llamado Cuevas de San Marcos donde comenzará con otra etapa tan rica como la anterior. Conoce calles, plazas y alegres rincones. Así como el lazo de la amistad primera, juegos y canciones infantiles.
Cada verano regresará al edén perdido, e irá conociendo cada vez más a fondo un idílico mundo. En las largas siestas estivales, escribe en su cuaderno:
Volví a mi valle
buscando el camino
de polvo y arena
que lleva al molino,
donde el ruiseñor
esconde su nido.
Muele que te muele,
rueda que te rueda,
sueña que te sueña,
mi molino “aceña”.
El privilegio o la suerte de conocer dos lugares distintos, dos infancias diferentes, marcará el rumbo de su poesía, y su propia personalidad. De un lado, social y extrovertida; de otro, distante y solitaria.
El amor por la literatura y el arte la llevará a cursar estudios humanísticos, que le van a servir para acrisolar los ya propios, al tiempo que le van a mostrar el camino de la educación de jóvenes y la transmisión de saberes: Encarna se diplomará en la Escuela Universitaria de Magisterio de Málaga, en la especialidad de Ciencias Humanas.
Aunque comienza a escribir a edad temprana, sus primeras publicaciones conocidas (en realidad, una ínfima parte de lo que compone su creación lírica hasta la fecha) son de edición reciente; la parte de su obra pergeñada en su ambiente de la intimidad de su madurez, quizá los versos más granados y maduros hasta ahora, permanece inédita.
Aparecen sus primeros poemas
En 1994, aparece impreso su primer poema en un libro homenaje a León Felipe, publicado por iniciativa de la Academia Iberoamericana de poesía de Málaga, en la que participan con obras propias más de cincuenta poetas internacionales e iberoamericanos. El poema fue mencionado por su musicalidad, y la autora tuvo el privilegio de leerlo en el viejo edificio del Ateneo de Málaga.
Un año más tarde, en 1995, aparece un segundo poema homenajeando, en esta ocasión, al cubano José Martí. Edita un tercer poema en un texto colectivo que prologa la célebre poeta malagueña Concepción Palacín Palacios, y que Encarna dedica a la poeta Alfonsina Estorni. Será en 1996 cuando publique su primer libro, que se titulará Perfil de Silencio.
La maestra, su tía Ana Collados Compaña, doña Anita, como la conocíamos todos los del pueblo.
El poemario es acogido por la crítica muy positivamente y en numerosos suplementos y revistas literarios aparecen reseñan reconociendo su calidad poética y su profundidad lírica. Todos coinciden en que hay en él una madurez y firmeza desacostumbrada para una primera entrega, características de una escritora con mucho oficio. Son numerosas las cartas de poetas, periodistas, críticos, pintores que la escritora recibe, alentándola en el difícil camino de la poesía.
La primera reseña, aparecida en el suplemento literario del ya desaparecido diario Málaga-Costa del Sol, la traza desde Sevilla el periodista Ramón Reig. Una segunda, salida de la pluma Paloma Fernández Gomá, aparece en La Isla, suplemento literario del diario Europa Sur. Una tercera reseña, escrita por el poeta y miembro de la sociedad de Críticos Andaluces José Lupiáñez, ocupa una página de Cuadernos del Sur; aparece una cuarta, escrita por Manuel Quiroga Clérigo.
Ese mismo año, la revista Ánfora Nova edita el poema “La mañana”, que la poeta dedica, con entrañable afecto, al poeta ruteño Mariano Roldán.
Publicar, para evitar el maleficio inédito
En parte, será Mariano Roldán el que la incite, en una amistosa carta, a publicar. Con anterioridad, Encarna Lara había escrito a Mariano Roldán, enviándole unos textos inéditos con una bellísima cita del poeta portugués Fernando Pessoa: «Si muero y mis versos quedan inéditos, allá tendrán la belleza si fueron bellos». El maestro responde: «A los que escribimos no nos queda más remedio que publicar. Recuerde lo que decía Machado —muy en contra de Pessoa—: “Hay que publicar, aunque no sea más que para librarnos del maleficio inédito”».
Paradójicamente, Encarna calla. En efecto, tras el deber cumplido en Perfil de Silencio, Encarna se sumerge en una larga pausa de silencio en la que lee con fervor a otros poetas, medita y reflexiona.
En 1997, participa en el libro Poesía y Democracia con el poema «Presencia» y, en 1998, en el libro Ora Marítima, con el poema «Gota de Mar». En la revista Calas publica «Crepúsculo» y en Extramuros, «Innovación» (extracto del libro inédito Musas de Otoño). También aparecen poemas suyos en las revistas Arena y Cal y Arboleda.
Caudal de Voces, su segundo libro
Pasan tres largos años para volver a publicar. En 1999, ve la luz su segundo libro, Caudal de Voces, editado por Rafael Alcalá en su selecta colección «Puente de Aurora».
Esta segunda entrega goza también del beneplácito de la crítica, que lo acoge muy positivamente y propicia elogiosas reseñas, como la realizada por Olivia Jaén en La Isla. Tendrá aquí una segunda reseña y en Cuadernos del Sur, entrado ya el 2000 y haciendo balance cultural de los mejores libros del 99, aparece como poemario excelente.
En 2001, aparece su tercer poemario, Páramos Prohibidos, en la colección «Agua de Mar» que dirige el poeta José García Pérez, que también es reseñado muy positivamente por la crítica.
En 2008, se alza con el primer premio de poesía “Encuentros por la Paz”, de San Pablo de Buceite.
En 2009, ve la luz su cuarto libro, editado por el CEDMA, con el título de Desde la Orilla. Y será el 12 de febrero de 2010 cuando presente su último libro, Raíz Flamenca, impregnado de versos para ser recitados con las notas flamencas de la guitarra española.
Encarna y la «generación de paso». Evocaciones
Considerada a sí misma como parte de una «generación de paso» desde los tiempos de la Dictadura hasta la democracia actual, Encarna Lara señala que la poesía le ha permitido conocer la condición humana, que son las palabras las que valen y que la poesía es un trocito del alma que se regala.
Pero serán las propias palabras de la autora las que nos presenten lo que verdaderamente es la poesía para Encarna Lara:
«Siempre que me preguntan cuándo llegó a mí la poesía, tengo que desandar el camino y volver a la infancia, porque fue en esta etapa donde surgió el milagro. Ese estigma con el que alguien me hirió o ese rapto que transmutó mi vida para siempre.
»Mi poesía parte de la naturaleza, porque es ahí donde abro los ojos para quedar iluminada por los limpios colores del arco iris o la tenue pincelada de una acuarela. Era difícil escapar de tanta magia. La misma casa donde pasé mis primeros años está impregnada de poesía por los cuatro costados. La recuerdo como un frondoso árbol plantada en el camino, cuya sombra nos cobijaba a todos, o como un barco varado en medio de un valle, donde la diosa Ceres prodigaba sus generosos dones.
»Observé minuciosamente cada rincón de esta casa, donde las voces de mis mayores llegaban a mis párvulos oídos llenas de misterio y musicalidad; allí aprendí a amar todo cuanto me rodeaba y escuché complacida palabras que me cautivaron entonces y que todavía hoy me estremecen. No solo por la belleza que en sí encierran, sino porque fueron cercanos símbolos de aquella tierna edad. A veces, las pronuncio en voz baja o las evoco en algún lugar, y, aunque me cuesta elegir, me quedo con una especialmente bella y entrañable. Vivía en la cocina y se llamó ‘alacena’.
Encarna Lara: «Concibo la poesía como un arrojo, una pasión, una valentía del alma, una búsqueda constante, un pájaro herido que planea leve buscando el último crepúsculo».
Mis poemas iniciales serán, pues, un exaltado canto a la naturaleza y a mi entorno cotidiano.
Salir de aquella casa era encontrarse con el abierto esplendor de las estaciones y con todas las costumbres ancestrales que ellas traían consigo. Era darse de bruces con un río cercano, amado y temido, junto al que crecí e hizo mis delicias estivales. Son bellísimos los recuerdos que mantengo de ese amigo, llamado Genil, al que había que guardarle mucho respeto.
En los calurosos días del verano bajábamos, en tropel, toda la chiquillería de la casa hasta sus refrescantes aguas, vigilados y protegidos por mi padre, experto nadador. Compartí con él silencio y paciencia, cualidades de todo pescador que se precie, sentada en los guijarros de sus dulces orillas. El cauce de este bellísimo río me arrancó vividos y sinceros poemas, que muchísimos años más tarde dieron lugar al poemario “Desde la orilla.
Toda aquella chiquillería conoció muy de cerca el azul resplandor de las estrellas y quedó fascinada por la vía láctea. Hubo algunos que, alimentados por mi desbordada imaginación, vieron conmigo a Santiago en su caballo blanco.
ESTRELLAS
Por la vía láctea vimos a Santiago
en su blanco caballo.
Niños embelezados mirando
al apóstol ecuestre cruzar por las estrellas.
Y, de repente, al galope
de aquel corcel ligero,
descendió hasta el valle.
Y cruzó por el río con su manto celeste,
dejando una ráfaga de estrellas en el agua.
Todos tuvimos en nuestras manos el verde fosforescente de las luciérnagas y nos despertó, al alba, el canto del ruiseñor en la alameda. Todos nos subimos al trillo y quisimos dormir alguna vez al raso en el círculo amado de las eras.
Privilegio, este último, que no pude alcanzar. Todos fuimos niños sorprendidos por el eco celeste de aquel valle, por la rueda, la acequia y el molino, y por el sonoro roncar de la atarjea.
Serían, pues, interminables los recuerdos y anécdotas que alimentaron esta edad y que irían configurando un mundo propio e intimista en una imaginación precoz predispuesta a la fantasía. Mis primeros sueños estuvieron habitados por ninfas, hadas y duendes, que a veces se confundían en las copas de los árboles o en la limpia altivez de los maizales.
En toda mi obra inicial estarán presentes los húmedos surcos de la tierra como mensaje repetido, que ha ido generando otros ámbitos verdaderos y necesarios nacidos de un acto supremo de amor y entrega y de una temprana veneración al derecho de la libertad.
A través de la poesía, amo con vehemencia a los seres y las cosas
Concibo, pues, la poesía como un arrojo, una pasión, una valentía del alma, una búsqueda constante, un pájaro herido que planea leve buscando el último crepúsculo.
A través de la poesía, amo con vehemencia a los seres y las cosas, y me solidarizo con todo lo creado. La poesía es reflexión profunda sobre la vida y sus criaturas, es toda una filosofía, una forma de estar o de ser. Por eso, me ciño a la utopía, no como solar quimérico, sino como un lugar posible. Cada libro mío está impregnado de la dualidad que rodea al alma humana, así como la angustia existencial que la hiere. En cada libro alzo mi voz en total transparencia.
Decía Gabriela Mistral que «el poeta hace casi siempre autobiografía»; certera frase con la que estoy plenamente de acuerdo. Lucho en mi obra constantemente para hallar el lenguaje más acorde con mi tiempo y mi estado personal. Por toda ella camina la impotencia por cambiar el curso del mundo, de la vida y de las cosas, proponiendo un retorno a los orígenes para salvarnos del profundo vacío y de esa tremenda soledad que nos angustia hasta la asfixia, así como del desaliento ante el futuro que se perfila. Es lo que el poeta José Antonio Sáez ha llamado «estética del desconsuelo».
Detrás de mi poesía no late un corazón sedentario, sino un latido nómada en continua búsqueda del amor y la verdad, de la tolerancia y la libertad, y un alma andariega y mística, rebelde e inconformista, que se niega a seguir el camino trazado.
Y al final del camino, la esperanza
Quiero cerrar este difuminado perfil, dejando constancia de esas dos orillas por las que transcurre la vida. Ambas nos habitan y nos hieren, y en ambas vive esa inalcanzable dama ataviada de verde Veronés que se hace llamar «esperanza». Finalizo, pues, con los versos del poeta Juan Félix Bellido en los que la espera y la esperanza se abrazan y confunden, y donde las dos orillas de todos los ríos se tocarán un día.
Espérame a la puerta de la espera,
porque en el quicio mismo de esa puerta,
tus manos y mis manos construirán un puente
y todas las orillas se volverán cercanas.
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María Dolores Ginés Raya (Cuevas de San Marcos, 1982). Licenciada en Filología Inglesa y Diplomada en Maestro en Lengua Extranjera (Sección: Inglés) por la Universidad de Málaga.
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