Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

viernes, 7 de marzo de 2014

1906.- SALVADORA DRÔME


Salvadora Drôme

Salvadora Francisca Jiménez López, "Salvadora Drôme", nació en Montélimar (Drôme), Francia, el 16 de julio de 1963, por casualidad, su vida transcurre entre Málaga y Córdoba.
Licenciada en Filología Francesa por la Universidad de Granada en 1988. Realiza estudios de Traducción e interpretación Francesa durante los cursos 1988-89 y 1989-90 en la Facultad de Traducción e Interpretación de Granada. Curso de Francés en Paris del 18 al 31 de Julio de 1982, obteniendo la mención de Très Bien en el nivel de Perfeccionamiento de la Alianza Francesa.
Posteriormente durante el curso 1990-91 es becaria del Programa Erasmus realizando estudios en el Institut Libre Mari Haps, Bruselas (Bélgica).
Realiza el programa del Doctorado de Teoría de la Literatura y de las Artes y Literatura Comparada, impartido por el departamento de Lingüística General y Teoría de la Literatura de la Universidad de Granada durante los años 1989-1991.
En el aspecto literario cuenta con las siguientes publicaciones:

Colaboraciones

Articulo “La actriz” en la revista Boletín de Loterías y Toros en Córdoba, 1997.
Poema “La sonrisa de Manolete” en la antología Memoria y Duelo y también en la antología Manolete, la imagen de un mito. Córdoba, 1997.
Varios poemas en la revista Luces y Sombras Nº 15, editada por la Fundación María del Villar. Navarra, 1998.
Artículo “Salvadora Drôme critica a Salvadora Drôme”,publicado en la revista Neurótica, Córdoba 2002.
Publicación de varios poemas en la revista El coloquio de los Perros. Internet. Nº5, 2002.
Poema “Reconocimiento” en la antología El cisne andaluz,(dedicado a Góngora). Cajasur, Córdoba, 2003.
Publicación de varios poemas en la antología Escribiendo entre generaciones. Ayuntamiento de Córdoba 2003.
Poema “Cerezas relucientes” en la revista Nayagua. Revista literaria Centro Poesía José Hierro. Año III. Madrid, 2006.
Libro de Poesía Zyriab, Imprenta Montes, Málaga, 1980.
Segundo premio del I Certamen Relato Histórico Puntoreklamo, Córdoba, 2007.
Tercer premio XII Certamen Literario Villa San Esteban de Gormaz, Soria, 2007.
Segundo Premio de Narración de la XI edición del Trinidad Arroyo, Palencia, 2007.

Publicaciones en solitario

"Poesía Sociable", libro de poesía, ganador del II certamen de Poesía María del Villar en Tafalla, Navarra, 1997.
"El rumor", novela, Editorial Germanía, Valencia, 2001.
"Marcel", novela, Editorial Puntoreklamo, Córdoba 2008.
"Por fin Antígona", obra de teatro, Editorial de la Diputación de Córdoba, 2008,(ganadora del Premio de Creación de la Diputación de Córdoba en 1997).

Participación en Recitales

Diversos recitales en Málaga coordinados y dirigidos por Laurentino Heras en 1979.
Recital en Tafalla. Navarra. 1997.
Presentación de la Obra pictórica de Ginés Liébana en el Circulo de la Amistad en Córdoba 1998.
Recital en Córdoba junto al profesor Carlos Clementson y el poeta Pepe de Miguel en la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba. 1998.
Presentación de la novela El rumor en la librería Crisol de Madrid, 2001.
Coordinación del Recital “Escribiendo entre generaciones: amar, vivir, crear” organizado por el Ayuntamiento de Córdoba el 14 de febrero de 2003 en la Casa de la Juventud.
Monitora del curso “Aplícate el cuento” organizado por el Ayuntamiento de Córdoba del 11 al 26 de Abril de 2003 en la Casa de la Juventud.
Recital en Cosmopoética el 17 de abril de 2008, Córdoba. España
Presentación de la novela "Marcel" en la Real Academia de Córdoba, 16 de diciembre de 2008.
En 2009 participará en el ciclo "Poesía en la Ermita" organizado por el Ateneo de Córdoba, con la colaboración de la "Fundación Bodegas Campos"




Otro balcón II

Mi balcón está lleno de redes,
mi balcón es un balcón enredado
pero cuando bajo al agua,
los ojos de una mujer sin futuro
se alegra de mi agilidad de escamas.
El cielo está tan alto,
las hojas tan erguidas
y el verde y el azul por fin mixturados
como un juego de paletas.

este poema pertenece al libro poesía sociable






Vacaciones

                                              
                        A mano derecha un lugar sin preguntas,
                        a mano izquierda el sitio de los colores
                        sin banderas.
                        Los hombres hace tanto tiempo
                        que olvidaron nombrar etiquetas y
                        medallones que no sé si será
                        prudente recordar que lo olvidaron.
                        En fin, la historia.
                        Las farolas acaban de encenderse,
                        el cielo tiene un manto rosa.
                        No quiere decir nada este exceso,
                        merecía azúcar.
                        Créanme, tampoco me la han regalado.





La nueva armonia social

En la Sala Galatea de la Casa Góngora hay una exposición homenaje dedicada a la pintora Rita Rutkowski, a la ceramista Hisae Yanase y a la escritora Juana Castro. Yo, desde aquí, quiero nombrarlas y dedicarles este poema.

Me baso en el concepto japonés de WA, de armonia social, concepto rígido donde los haya, e intento describir cómo gracias a la proyección pública del trabajo de las tres creadora este concepto ha sido ampliado consiguiendo que las nuevas artistas tengamos unos referentes que nos ayudan como ciudadanas creativas de pleno derecho.



Wa
Wa
Wa
Las extranjeras han venido
del monte encolerizado y rojo,
de la superficie lisa del tatami,
de la gran urbe donde Will Eisner dibuja las alcantarillas múltiples, innumerables, sin descanso.

Sobrevuelan, en sus escobas de hechiceras,
el viejo hospital convertido en centro de saberes donde se mantiene el orden,
los puestos de tenderos que te cobran según el acento que tú traigas en la lengua
y el viejo barrio oscuro para poblarlo de cerámicas y crisálidas.

Y si no tenemos dónde mirar las buscaremos a ellas:
A Rita Rutkowski
Al reto de Rita Rutkowski
Al rito del reto de Rita Rutkowski
Al roto rito del reto de Rita Rutkowski
Que se sienta entre el público del teatro como si estuviera en la Central Station creando el amor que reclama.

Wa
Wa
Wa
El silencio de la noche y las callejas en el fuego rasgado de los ojos de allá.
Y se sabe, una parte para estar siempre regresando,
para saltar a la comba con un pie a cada lado, rajada Hisae como Rita.

Y la extranjera de las extranjeras,
la más extranjera de todas,
la agachada sobre el orificio de la tierra,
la tierra para tocar lo concreto y femenino,
la que viene del campo y el silencio
para instalarse en la aritmética de la urbe.
Ha venido, ella también, a Córdoba, para dejar muestra y universo,
palabra que define lo cóncavo, palabra que siempre estará en mí
para crecer como sólo las Juanas nos enseñan: de Asbaje, de Ibarbourou...
Juana Castro

Wa
Wa
Wa
Ellas han venido a crear la nueva armonía,
en la que caben los derechos creativos de las mujeres.
Y, ya está:
Wa
Wa
Wa
Rita,Hisae, Juana
Juana,Rita,Hisae
Hisae, Juana, Rita.
Wa
Wa
Wa
Ya está la obra cumplida:
Nos han hecho ciudadanas.








La comédie humaine o largo es el camino

Yo quise un día leer La comédie humaine,
subir al Himalaya, bañarme en ríos nuevos,
beber con Marco Polo.

Yo no sabía que existían todas esas cosas:
La comédie humaine, el Himalaya, los ríos y sus aguas,
Marco Polo y sus aventuras.

Pero sin saberlo sabía que quería ser explorador.
¿Había alguna posibilidad de ser una bailarina con plumas y boa?

Yo quise ser todas esas cosas
cuando sentía el viento en mi torso
y contemplaba el campo que mi trabajo
había ordenado.

No sabía ponerle palabras a mis deseos,
así que el silencio se hizo cobre
y vi venir el mundo como una riada
y tuve que dejarle paso a la vida que me hicieron.

Todas las imágenes posibles
se encerraron en mi cabeza,
se entristecieron en mis pupilas.

Hoy soy un hombre evidente y viejo,
y me pregunto:
“¿Para qué quería que me quisieran los mediocres?”.
¡Ay, Dios! Ya no tengo tiempo de leer La comédie humaine.








La cólera vigilada

                        De los tejados,
                        de los picos de los pájaros,
                        de la luz
                        y las ventanas.
                        De aquellas cortinas cobardes
                        y de aquel otro silencio
                        sale una violencia atolondrada.
                        Y el desprecio del torpe molinero,
                        el mismo que cansado de amasar
                        se echó junto a la fuente,
                        cerca de la jara y los palmitos
                        que sombrean su última pesadilla.

                        “Maldito hombre
                        que te levantas entre azules
                        y sin respetar el sol
                        ni el ritmo inventas tu
                        fracaso en otros ojos.
                        Maldito hombre
                        que no conoce el valor
                        de la levadura”.

                        Así habló el pastor y
                        bajó la cañada fresca
                        de los cerezos:
                        “Maldito hombre
                        que no conoce el color
                        de la amistad,
                        que no aprecia el recto
                        laberinto del horizonte,
                        invitación sencilla”.

                        El pastor buscó el arroyo
                        con la sed de su boca
                        y sobre el pecho
                        una incesante cautela
                        le hacía aún llorar.
                        “Maldito hombre
                        que no comprende el pulso
                        de las aves,
                        las tiras azules de la tinta,
                        el valor del pan.
                        Maldito hombre que
                        nos hace a todos tan desgraciados”.
                        Y el pastor deshizo su honda,
                        buscó el tirachinas
                        y el aire gimió
                        como un animal.
                        “Maldito hombre”,
                        mientras sollozaba
                        con la dignidad
                        de los esclavos.

                        Sobre las amapolas y las lilas,
                        entre las hierbas y
                        las flores blancas dejó su cuerpo.
                        Y las cabras, libres,
                        perdieron su orden.
                        El molinero sin pan,
                        el pastor sin leche.

                        El pastor se quedó dormido
                        y cada pérdida
                        abunda en el invierno
                        y se allana todo de desdichas.
                        María fuerza entonces los cereales
                        para que no se enturbie
                        la claridad del hambre
                        y el río despacha el agua
                        entre los álamos,
                        y la sombra apacigua
                        el dolor y también
                        el sueño de los egoístas.
                        Dormido está el molinero
                        junto a la fuente.
                        Duerme el pastor
                        cerca del arroyo.

                        Cansada también María
                        de llevar ese nombre
                        abandonó el trigo y la cebada,
                        el cuidar laborioso
                        de los riegos que en la tarde silban
                        al hallarse sin sol.
                        Y la antigua María
                        acechó la corriente de las aguas,
                        el ruido de las barcazas,
                        humedad y madera,
                        y como un nido
                        allí estaban los brazos
                        de un remero que
                        olvidó en el invierno
                        volver al reino de
                        donde salió joven.
                        Y río abajo se
                        fueron los dos
                        y dejaron aquella
                        tierra perezosa,
                        y si se quieren despertar
                        que se despierten.

                        “Y entonces ¿qué quieres que te diga?
                        ¡Que mi voz se preste a
                        tu voluntad pequeña
                        de ebrio
                        y agitado como una interrogación suave
                        pero con la temperancia de una llaga?
                        ¡Que ensucies mi camiseta blanca
                        con tu ardid de reyecillo
                        y que me proclames
                        pan
                        señalado con tu artera?
                        Ya basta, contradictor,
                        engañante.
                        Ya basta, remero”, dijo ella,
                        y se lanzó al agua:
                        la antigua María fue sirena fluvial.

                        El remero
                        lloró silencio de sus ojos tibios.
                        “¿Cómo he podido ser tan bocazas?,
                        ¿cómo he podido exigirle
                        que me teja un jersey?,
                        ¿cómo se me ocurrió
                        pedirle que contestara
                        con mis respuestas sabias?”.
                        Y desde allí navegó
                        con angustias en el pecho.
                        Se preguntó también
                        si debía volver,
                        si comprar algún regalo,
                        si su mujer estaría sentada
                        en el umbral de la puerta,
                        si su cama de olivo
                        habría sido ultrajada por deseos
                        medios,
                        si su hijo reconocería su hazaña
                        o tal vez desdeñaría su aventura.
                        Si al fin y al cabo
                        no le llamarían farsante.

                        Estaba la tarde echada
                        como siempre bajo las cortinas,
                        avariciosos los secretos
                        y el sol que amaneció tan grande,
                        hinchado:
                        un seno naranja,
                        una boya en el rostro de ese mar
                        sin límites.
                        Estaba el sol allí,
                        sin pobreza,
                        cuando el molinero abrió los ojos
                        legañosos:
                        “¿Dónde están?”.
                        Nadie quedaba en el valle,
                        sólo el sueño del pastor escondido
                        tras una mata de marihuana.
                        “¿Dónde están?”, berreó, y
                        el miedo en sus manos blancas
                        y el sudor,
                        y la soledad al fin con la fiereza
                        del que nada cuida
                        se representó en su mente, soberbio.
                        Y entonces... Sí, fue entonces
                        cuando la tarde se echó
                        como una costumbre
                        olvidada de su astro
                        y sonrió vacía,
                        pero ella.

                        En la noche de la sierra
                        donde la sierra es nada y se pierde
                        y tan solo
                        y tan pequeño
                        y sin pan...
                        Las estrellas con su sed de preguntas,
                        las estrellas con su curiosidad brillosa.
                        En la noche de la sierra
                        anda al sur el molinero,
                        duda y vuelve al este,
                        desengañado quiere norte
                        o violento o con llanto
                        o sin voz grita,
                        solloza, y contesta la rana
                        en su vigilia verde.

                        Fue por la mañana
                        cuando crujió una hoja de periódico,
                        olas agudas rompían
                        en una playa de metal y asfalto:
                        el molinero encontró la salida.
                        Al cruzar la autopista
                        le llovieron cláxones,
                        fuego por sus oídos fríos
                        y muertos y sin amigos susurros
                        y sin nada y sin ropa
                        se metió en la ciudad.
                        “Busco un ángel”,
                        dijo el molinero
                        con los pies hinchados,
                        igual que cualquier joven
                        que arrastra la noche hasta su cama
                        y duerme ya de amanecida
                        con el áspero sabor del alcohol que
                        no se brinda.
                        “Busco un ángel”
                        y rieron los compradores
                        del centro comercial,
                        las anchas bocas de los cajeros
                        y los guardias de tráfico.

                        La sirena vencida y extrañada
                        ensaya temblor.
                        ¡Qué mentira más grande!
                        El dolor de sus manos, el vértigo
                        principal
                        que se ciñe en su vientre, en sus
                        muslos, en su corazón trabajado
                        y en sus dedos y en aquellos brazos
                        que tanto nadan,
                        el dolor no finge
                        sino que corre,
                        ensaya serenos aires y es mentira,
                        mentira todo,
                        engaño sobre engaño,
                        cabalgada,
                        y aún cuando la vean muerta
                        dirán que es mentira
                        y que nadie jamás
                        le faltó el respeto.
                        Hunde la cabeza,
                        y el peso de las aguas dulces
                        le prueba
                        que le hicieron la mentira
                        para armar su detención.

                        Y llega lo diáfano,
                        un cultivo con sus ciclos,
                        una página elaborada,
                        muy elaborada,
                        que regresa a su cita,
                        ¿Y que le queda?
                        Otra brazada,
                        venga,
                        otra brazada.
                        Y el reloj pequeño
                        no está en su muñeca,
                        ni late
                        ni quiere.
                        ¿Alcanzará el delta,
                        aquella desembocadura azul
                        o quizás
                        se ahogue
                        como una de esas sirenas,
                        una más,
                        rechazada con terror?
                        En ese instante era
                        cuando le mordían las pirañas.

                        Y sobre las mejillas,
                        roja la pintura de la guerra.
                        “¡Ah, ah, ah!”, gritos de tribu,
                        siglos y siglos de sincronía
                        en los barrios marginales,
                        siglos y siglos
                        de carmín
                        ahora sobre los pómulos.
                        “¡Ah, yes, oh!” ¿Merece
                        la claridad de su inocencia
                        una irritación tan temprana?,
                        “¡Fuck!”, dijeron las ninfas-larvas
                        y salieron de su envoltura.
                        Salvada la sirena dejó su voz:
                        “Mami, Papi, ¿qué habéis hecho de mí?,
                        ¿os acordáis aún cuando iba en bicicleta
                        y buscaba vuestro calor de níquel?
                        ¡Oh Mami, Papi, hermanos,
                        qué sola en esta redecilla!
                        ¡Qué sola con sabandijas,
                        con cualquiera!
                        ¡Oh, Mami, Papi, hermanos,
                        sentíais mi túnica pesada,
                        mi varita mágica...
                        Pues veis, ya está
                        varada en este fango.
                        A deshora llegáis,
                        encallada en el necio olor
                        de la primera vida.
                        ¡Oh, Mami, Papi, hermanos, cómplices
                        que pedíais palabras
                        para rellenar vuestro fugitivo honor!
                        ¡Oh, Mami, Papi, cómplices, hermanos,
                        oíd
                        lo que sé hacer con una fuga!”


                        La sirena se zambulló en el océano.
                        El mar estaba abierto y frío
                        como una brusca verdad.
                        “¡Humm!”, ¡qué deseo, por fin!,
                        ¡qué deseo!
                        El mar tenía el gris general
                        y el brío de un viaje.
                        Gris es un color de velo,
                        de viento y mecida,
                        albero de ceniza y espigueo
                        de peces llamativos.
                        El mar,
                        por fin, estaba frío.

                        El pastor observó el tordo y su vuelo,
                        y los perros acariciaron con sus hocicos
                        aquellas manos niñas.
                        Bebió del río,
                        descubrió que ella no estaba.
                        Sacó el papel fino y lió las hojas
                        del arbusto.
                        Fue medio adormecido,
                        con aquella tranquilidad de lluvia
                        que supo lo que era el amor:
                        un grano de arroz, pura caligrafía,
                        almuerzos y cenas,
                        cierto placentero rumor distinto,
                        alguna brisa
                        que le acarició la cara
                        y se arropó en la harpillera.
                        Ya estaba preparado para mirar al mundo:
                        las infinitas teleseries,
                        el hampa,
                        la valentía de las lágrimas,
                        el impuesto del pudor.
                        Nueva calada,
                        harina sobre la hierba:
                        él también se había ido.
                        Y celados sus párpados suaves
                        conocieron descuidada la memoria.
                        “¡Bah!, ¿qué más da?”
                        Fue medio adormecido
                        con aquella tranquilidad tan nueva
                        que miró los castillos en la umbría,
                        los setos acompañados de pájaros,
                        las crías que la naturaleza regala,
                        los brotes que los árboles sirven,
                        la paz de la lechuza.

                        En cambio el molinero olvidó
                        la calma de las tormentas,
                        el padecer del débil,
                        los ecos que a veces lo callaban.
                        Había zarpado de su corazón de hombre
                        y llevaba el ancla de los esqueletos
                        como un soldado
                        que entona la última canción bélica.
                        Un montón de huesos y
                        de jaleos torvos.
                        Era la sombra de alguien
                        que dio frutos aunque fuesen obligados.
                        Y se miró las manos viejas,
                        el paladar viejo de derrotas que
                        se anunciaban victorias.
                        Y acarició la llamada,
                        aquella llamada de los antiguos
                        clientes que golpeaban su puerta
                        con la fruición del pan,
                        de aquel pan que él había perdido.
                        Y entre el ruido de los autobuses
                        y los camiones, los insolentes deportivos
                        y las motocicletas,
                        consideró el grosor de su mudanza.

                        “¿Cuál es la historia de este mar?
                        Un mar sin corrientes”.
                        Nadaba la sirena.

                        “¡Se filtra honda esta yerba!”.
                        La música más allá de su ambición,
                        y bajó la cañada con su rebaño el pastor.

                        “Raro este vacío entre las manos.
                        ¿Qué puede suceder?...”, dijo el molinero.
                        Y el mundo era un arco
                        hacia la nada.

                        El remero llegó a su casa,
                        se hizo un bastón
                        de caña y cuando su mujer
                        le preguntó cómo estaba
                        el mundo
                        dijo que ya no era el mismo,
                        que había mucha confusión,
                        que nadie quería ser
                        lo que había nacido.
                        “Afortunadamente”, dijo ella,
                        y se fue con la correcta lucidez
                        de quien ha esperado siglos.


  

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