PATRICIA ÚBEDA SÁNCHEZ
Nació en Enero 1993 en Almería, España. Está estudiando en el grado de Filología hispánica en la Universidad de Almería. Escribe desde 2010 en los blogs “Sangre Maldita” y “Tragedias pornográficas en la cocina”.
Ha participado con varios poemas en la antología Anónimos 2.1 (Cosmopoética, 2013) y en la revista digital Escrituras Indie.
Entre los cachorros del silencio
Entre el sol y el verbo
hay cuerpos vestidos de grasa
que me dejan dormir
sin garganta.
Entre mi cuerpo y el homicidio
existe el mar,
la leche mezclándose con el mar.
Entre el verso y el insomnio,
existe la uña arrancada
por la palabra,
comida por los peces del estómago.
Entre el hambre y los poetas sádicos
me hago espejo del viento,
el ojo por la mitad,
mi pecho en la punta del diamante,
a punto de ser clavado.
Entre los cachorros del silencio
me encuentro con un cordón umbilical
desgastado
por ser la pestaña que llevarán
en sus mejillas
mis padres de fuego.
Demasiada infancia para el dolor
Me sirven el amor microscópico
en una mesa de dos patas,
tengo una tercera pierna
y huelo a miedo cuando el agua
lava la máscara que me hice
cuando me estaban operando de las vegetaciones.
Oigo nanas desde la otra habitación
nadie me ha dicho
que puedo fragmentarme en un animal.
Es tarde para recoger la verdad.
Siento la invisibilidad de cerca,
orgías en una pantalla gris,
mi cuerpo se dobla.
Me duele cruzar la calle.
Oigo peces hablando
de moscas en vez de emociones.
Mi pierna se pierde.
En la casa,
las paredes se intercambiaban por silencios,
cuando la mirada se volvía estéril.
Ahora soy una radiografía
con los labios pintados de violeta
llorando por el cuello.
Porque creía que crecer con mis pies
mis manos se llenaban de cenizas
de otros.
Caen palomas,
y el horror lo bebo como el agua.
Es demasiada infancia para el dolor.
demasiada humedad en los calcetines.
Ruido en las bolsas de plástico
Siento cemento y tubos de oxígeno
en mi nariz.
Cuello cosido.
Sueños sin mis pies.
Sin electrocardiogramas
Me sacan la sangre del brazo izquierdo.
Es una aguja hipodérmica en una piel que desconoce
el nombre que utilicé para creer en mis piernas
saliendo de la bañera.
He olvidado mis retinas.
Me he equivocado de color de mis arterias,
tengo los codos morados
y el corazón a punto de ser un cirujano
que intentará que ame más los domingos.
No hace falta un electrocardiograma,
teniendo tus oídos como antenas parabólicas
que pillan la señal de un canal pornográfico.
Creí que después de marearme
me señalarías con el dedo índice
alguna catástrofe emocional.
Algunas vísceras de por medio
con comas, espacios y puntos agarrándose a tu cuello.
El miedo me llegará cuando no sienta la nieve.
Pero en ese momento mi páncreas no llorará.
Compraré una corona de flores
el día en que los pájaros se lleven
mis intestinos, donde me dijiste una vez que te escondías
cuando no había nada para encerrarse uno mismo.
Y cuando me lo dices de nuevo, pienso en naranjas
en machacarlas antes de tiempo,
antes de que el olvido sea más pequeño.
Alguien cambiará mi almohada,
lo sé, cuando me equivoque
y no de orgasmos precisamente.
Has llamado al médico,
así no me sujetas,
la espalda es libre cuando llega la muerte,
pero he conseguido que el agujero
se parezca a un corazón que nunca podrás tener,
al menos roer una costilla de mis pulmones,
qué pequeños son cuando quiero dormir contigo.
Compraré una corona de flores
el día en que olvide el nombre con el cual crecieron mis piernas.
Tus oídos dejaron de captar señales
cuando mis pulmones se pusieron en medio de tu cara.
Ha llegado la hora de cambiar almohadas
por naranjas estrujadas
Pocos tanatorios y mucha piel para rezar mal a la luz
Tanatorios cuyos cadáveres
son las carreras de mis medias color fucsia.
Son las once
y no he aprendido a estudiar
las enfermedades como flores en mi cerebro.
Me han manchado de tinta azul el papel
donde escribí “Creo en la inocencia de los ciervos”.
Solo quieren sentarse para ver sus sombras
en sillas desportilladas, viejas y cojas,
mientras estoy conociendo el sabor de un compás
que está arañando mi clavícula.
Hicieron de mí una transfusión
para aclararme
para que el sol
se olvide de que tengo nariz.
Algunos vinieron con lobos,
otros con fantasmas con los intestinos mal puestos.
Es un intento de redención.
Un intento de que mis órganos recen
y se acerquen a la luz,
duplicando homicidios en la calle.
Hicieron de mí costuras de un párpado cerrado
de una golondrina,
saben a leche,
pronto a polvo y a paz entre mis piernas,
entre algunas ramas del hambre.
Enfermedad de una habitación
¿Dime quién me ha hecho salir de estas costillas
rociadas de ácido?
De mi boca solo encuentro la pared
de mi habitación incomunicada con el baño.
Son heridas en mis muslos,
en la madera de la puerta
sobresale el contorno de los ojos del apocalipsis.
Rayas de rímmel. La tierra hecha de amanecer.
¿Dónde me quedo si mis pies solo reconocen
el mundo por la niebla de la que estoy vestida?
He bajado de un pulmón invadido
por cíclopes quemados
y estoy respirando la pureza de la química.
Está calcinada la esquina,
el zapato izquierdo con el que pisé
la estampa de una virgen que había caído de mi cama.
El sol ya no mancha.
El polvo es la unidad de este espacio
que he llamado habitación-enfermedad o enfermedad
de una habitación conocida
por la sincronía de un cuerpo fatigado
por dormir después de una violación lumínica.
Quiero entrar en la ventana que desapareció
por una quemadura en la vena.
Los microbios no vuelven
para el entierro.
Y los insectos tienen miedo
de que todo sea una lluvia de cenizas
y solo quede el cuerpo
y no la quemadura del génesis.
Hablo de la llama antes de caer todos en el mismo pulmón.
Contagio de incendio
Contagio de insomnio
contagio de incendio
contagio de ser ciudad.
Dos chicos que entre ellos se beben
se imaginan que son tigres de fuego
escupen libélulas
para quemarlas con silencio.
Contagio de lluvia
contagio de cenizas
contagio de ser eclipse.
Y es que estoy con pañuelos
taponando la hemorragia de mi nariz
y rodillas que quieren descansar en un falso sueño.
Contagio de oscuridad
contagio de costura
contagio de sentir un nacimiento eterno.
Dibujo un horizonte en mi pecho,
y las sombras se hacen pequeñas
o pierden su estómago,
mientras ellos me buscan.
Es demasiado
van de laberinto en laberinto
se acercan al sol
y no saben lo que es la fiebre.
Contagio de nieve
contagio de piel
contagio de odisea.
Nos hemos mirado
y nos vemos invisibles
hablamos de orgías
y nuestras piernas no nos responden.
Contagio de asco
contagio de poesía
contagio de encontrar luz en el pulmón.
Me dicen que tantas respuestas para nada
los sueños siguen sin cambiar de habitación.
Sin embargo estoy aquí
ellos están aquí
y hablan de sus dientes,
de la humedad
y del romanticismo acústico.
Contagio de regreso
contagio de destrucción
contagio de metamorfosis.
Se van
se duermen
se extinguen
sin sentir lo que es la fiebre
entre tanta palabra expulsada por mi nariz.
Y volverán eyaculando
sin saber que nacieron del fuego
siendo fuego
y me dirán
que mi habitación no ha cambiado
y yo les contestaré que no es así
que es que estoy hecha de cemento.
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