Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

martes, 11 de marzo de 2014

1909.- JULIO CÉSAR VIOR



JULIO CÉSAR VIOR  

Valladolid, 8-IV-1954; Granada, 14-X-2009. Poeta 

Julio César Vior era licenciado en Historia y diplomado en Biblioteconomía y Documentación por la Universidad de Granada. Su quehacer profesional lo llevó a cabo como funcionario civil del Estado, con destino en Granada, ciudad donde residió desde la juventud y en la que desarrolló también su más relevante actividad creativa y literaria. 
Aunque su obra más conocida es la poética, ha cultivado otros géneros de la literatura, como el teatro. En este campo, es autor de la obra Ponte a pensar, publicada y estrenada por la Universidad de Valladolid, en 1975. 
Fue finalista del premio Leonor de poesía de la Diputación de Soria, en 1982 y en 1984, y ganador del premio de poesía Alonso de Ercilla convocado por el Gobierno Vasco (1986), con su poemario Anatomía de los sentidos. Con Tiempo de ausencias fue finalista del Primer Premio de Poesía Genil de la Diputación de Granada. Con Dibujos en el aire obtuvo el premio Ciudad de Alhama de poesía, en 1999. 
Fue colaborador habitual en diversas revistas literarias, como Antiguos Cuadernos Leoneses de Poesía, Turia, Litoral, Hélice, Ficciones y Tierra de nadie. 
La obra poética de Julio César Vior se caracteriza por la permanente fluencia entre la percepción del mundo como un cúmulo de realidades encadenadas a la conciencia y el sentir de esa misma conciencia que intenta explicar el sentido de cuantas impresiones, inquietud y desasosiego se transmiten al poeta. Vior reivindica la pasión, el amor desbordado hacia cuanto existe y la compleja fijación de dicho sentimiento en personas concretas, como única salida posible y digna del ser humano a la caótica manifestación de la realidad que lo absorbe como un ente más de entre todos cuantos componen lo perceptible. 
En tal sentido, destaca su poemario La piel de los meses, obra de plena madurez expresiva en la que se proclama esta convicción, que alcanza el rango de actitud vital, de fusión entre el sentimiento y la razón, generando una visión “humana”, es decir, articulada en torno a contradicciones, anhelos y frustraciones, logros y sentimiento de pérdida, del mundo y su manera de expresarse y, al mismo tiempo, ser interpretado por el poeta. 

OBRAS: 

Poesía. Tiempo de ausencias, Colección Genil de Literatura, Diputación Provincial de Granada, Granada, 1996; Dibujos en el aire, Ayuntamiento de Alhama de Granada, Granada, 1999; Aproximación a la lluvia, Editorial P.O.E.M.A.S., Valladolid, 1999; Tardes de abril, Editorial Cuadernos del Vigía, Granada, 2002; La piel de los meses, Colección Granada Literaria, Ayuntamiento de Granada, Granada, 2008








LA PIEL DE LOS MESES

                                         Objeto de coartadas es el tiempo                                             
        Todo habría cambiado                                   
        Si aquella vez, si nunca, si hace    
         poco....

                J. Manuel Caballero Bonald

ENERO

Llegadas las primeras nieblas,
la ciudad se disfraza con misterios,
lo igual será distinto
y las formas tendrán otra medida.                                                            

Las voces correrán por las paredes
y el eco será un miedo negro y frío, 
la irónica sonrisa de la noche 
sentada en los portales. 
Es el tiempo de parques despoblados, 
tiempo de aguas rasgadas por los hielos, 
el momento del ocio y del paseo,
de visitar las horas que esperan. 
Podrán ser escondidas 
las luces de los días, suspendidos 
los juegos de los niños en las calles, 
deportados los pájaros al silencio. 

Silencios de derrota
se escuchan en las mesas. 
La ciudad se rinde. 
Se oyen pasos. La niebla avanza.






                                                                                    

¿Quién recordará mi casa, dónde vivirán
los hijos de mis hijos
cuando llegue el tiempo de la aflicción
                                 T. S. Eliot

FEBRERO
                                 A Miguel Suárez, a nuestra noche de palabras.

Todo retornará al museo.
Los anticuarios,
los traperos furtivos del momento, 
asaltarán la noche y nuestros cuartos, 
robarán la pasión de nuestros sexos, 
la piel que nos juramos para siempre.

Nuestras fotografías
- ocres como el sol de esta tarde-, 
las aguamarinas que pendieron en tu cuello,
también nuestras palabras sin sentido,
ocuparán su sitio en el museo. 
¿Qué podremos salvar de este muestrario?

Los paseos en bicicleta,
las frívolas sonrisas, 
las luces que nos alumbraron, 
sólo serán pretextos 
para agitar las brasas de los sueños. 

Permaneceremos indefinidamente amantes
velando nuestras lágrimas 
entre muñecas chinas y bolsitos 
de raso y lentejuelas. 

Horas baldías, 
sequedad en el tiempo,
claroscuros ardiendo
en esta tarde de estepas. 







MARZO 
                                                               A Carmen E. por invitarme a ella 
Este poema 
es un avión en vuelo 
que trafica con risas y palabras, 
cómplice contrabando para ti solamente.
Desde el atardecer de mi escritorio, 
piloto tus latidos y hago tirabuzones por tu pecho,                                              
muy cerca de la piel de tus sueños

Mi voz descansa 
en estas líneas blancas,
mi amor va en los acentos,
y se ocultan los besos en los verbos.
Por tus manos abiertas,
planearán caricias de tinta y de papel
esperando tu contacto fugaz
sin peso y sin medida.

Cuando duerman mis versos en tus ojos
y habiten en ti estas palabras, 
habré llegado para siempre.






ABRIL

Lluvia en tus ojos.
Lluvia espontánea y suelta 
que se ríe y estalla 
en los bancos del parque,
y brinca por las gárgolas de las catedrales. 

Agua limpia que nada en los charcos, 
se filtra en los rincones
y tantea los cambios en la casa, 
nuestras suaves arrugas en las manos. 
Pero la lluvia olvida, 
no guarda la memoria de los años 
y no recuerda como fuimos 
ni como fue la piel que ya no es nuestra.
Agua fresca en tus ojos,
pájaros verdes que atraviesan 
la calma de esta tarde. 






MAYO

De todo ser viviente
-muerto también- 
brota el amor.

El amor se abre paso 
entre humores y arterias
y viajan las caricias 
por la dulce avenida de los cuerpos. 

Sólo el amor
invade nuestras horas sin rasguños.
No le paran fronteras,
desiertos o legales exigencias
con los que el miedo encubre sus misterios.
Y a pesar de su asalto,
nunca somos capaces

de entender lo sencillo, lo evidente,
la frágil libertad de los sentidos.






JUNIO

La primera mañana de verano,
se estira entre mis dedos, 
prepara el desayuno en la terraza, 
y ojea su futuro en los periódicos. 
Tiempo para leer en el color de las nubes.

Las mañanas de junio 
desconocen la prisa, 
ignoran el valor de los relojes 
y no escuchan rascar con las uñas a la tarde. 
Tiempo de agua y de sol y de pereza y pájaros.
Las horas del estío 
se ríen de los ciclos temporales, 
y su cuerpo sin fin 
ocupa el territorio de los sueños.

Tiempo de sutilezas, de risas y escapadas. 

Arriba, en las alas de los meses,
agosto duerme y julio se azula 
y amontona en su saco 
las prendas de verano. 
Es tiempo de paisajes y serpientes marinas. 

El verano se hizo permeable a mis caricias






JULIO

Esta tarde es la hormiga 
que almacena mi ayer, 
las migas de mis años. 
Con paciencia calcula mis proyectos de invierno. 

Trae papeles perdidos 
donde escribí lo que hoy
no pienso por descuido o por recelo: 
insensatas inercias impuestas al pasado. 

Me encuentro entre las fotos. 
Ahora soy un fantasma en un cliché, 
a sombra imaginaria 
que trabaja estos versos. 
Cuando olvido mi historia, 
desobedece y llega tarde a casa 
beoda y enojada,
y esparce al viento un vuelo de cenizas 
que envenena las calles. 

La noche me susurra al oído: 
“Es cauto no olvidar 
el fulgor de un instante, aunque luego se apague; 
prudente recordar
el dolor en la derrota, aunque luego se alivie”.

La tarde y mi memoria avanzan 
como un delfín brincando en el verano







AGOSTO

El mar cuenta las olas
con sus dedos de espuma,
contable escrupuloso 

Si acierta en la medida calculada, 
se viste de marea 
y sosiega la sed de las arenas. 
Por las rocas reparte anónimos mensajes, 
ensueños y preguntas sin respuesta 
dormidos en botellas,
A veces, los océanos abren 
sus líquidas fronteras 
donde el caos y la muerte 
construyen las tormentas, 
y sus gritos se pierden 
como ciegos navíos 
por la lengua incansable de los vientos. 

Hoy el mar se hace dueño de la noche
y me ofrece el control 
de la luz y de los astros. 

Enciendo luminarias y todo se hace mar,
mar se hacen las isletas de tus pechos, 
la humedad de tus labios, 
agua azul son tus besos impensad
El universo es un mar de plata
que corre por mis manos.






SEPTIEMBRE 

Atardece

Contraluces de sol y de tiempo 
anuncian el cortejo de la noche.
Resuenan los timbales
y comienzan los juegos atrevidos,
el silencioso baile
de planetas y de estrellas,
la fiesta de finales de septiembre.

Desde el puerto despido al verano,
digo adiós al temblor de sus fragancias, 
al viejo malecón,
al Café que acogió en silencio 
el timbre de mi voz y mis miradas. 

Cuidadoso, escribo un corto apéndice
de lo que olvidaré entre las olas para siempre.
Esconderé el mar entre mi ropa, 
su voz limpia, amable 
espía sin descanso. 

A su lado la sombra de mis pasos, 
las últimas palabras de los náufragos, 
el ilusorio espejo de estos días.

Qué será de las horas
de abrazos y palabras,
de los amaneceres salpicando las rocas,
mi piel desnuda sin pudor.

Sé que todo permanece el tiempo necesario
para dar sentido a su existencia.
Mis huellas dormirán en las barcas,
en las luces del faro. 
Se abrigarán en lechos que me amaron 
y dejarán de ser después de haber vivido. 

El último paseante en bicicleta
sonríe y abandona el espigón.
Las espadas del viento
cortan las amarras del otoño.

Cierro el cuaderno y miro al cielo
insondable, sin fin, sin principio.

Me arropo junto al mar
y esparzo las cenizas del verano.






OCTUBRE 

Octubre, jardinero diligente 
ue abriga las aceras, 
remodela los árboles, 
y envuelve la ciudad con música de invierno. 

Viejo alquimista 
que comercia su escarcha 
como líquido diamante
y presagia los días de cellisca 
a cambio de cuidados y de fuego. 

Con el viento de octubre 
se amotinan los niños en las aulas, 
hacen suyos los patios

y brincan por las tapias en busca del verano.

Los ciclos temporales 
alteran nuestras vidas,
el diario color de las costumbres, 

Los verbos conjugados para amar,
las rutas del deseo y las caricias 
están a su merced y nos confunden.

El invierno simula nuestros cuerpos,
los viste con neblinas y con sombras. 
La inquieta primavera 
despierta las dormidas pasiones.
Como un tiempo de andanzas 
y proyectos se anuncia el verano.
El otoño construye un orden diferente:
es tiempo de otear el futuro.

Pero tú, al final del pasillo de los meses, 
me esperas tranquila y poderosa, 
segura de llevarme cautivo y sin regreso
por esta última tarde de octubre.






NOVIEMBRE

Astutos enemigos los días de noviembre 

Sin dudas precisé su estrategia 
Hice sumas y cálculos astrales, 
traté de conocer su ruta y sus costumbres, 
las armas que empleaban, 
su rencor en el campo de batalla 

Unos días cargaban con pólvora mojada, 
y nunca los viví como adversarios.
Carne de cañón, me pensaron otros,
y reí al hurgar en su derrota.     
                                                                                                     
Por ti, cambié el color
ceniza de este frío mes de muertos.
En tu nombre, ahogué
sus horas de aguaceros y de vientos.

Sé que gané
y que de la victoria se hizo eco entre los meses,
y gane su respeto,
pero un aliento obscuro me abrazaba,
ocupaba mi noche y tu espacio.

-¿Acaso dudé sobre cómo amarte 
sin dar pie a las intrigas,
a las dudas del miedo? 

¿Me asustó encontrarme 
conmigo mismo amado y amando?

Y nadie respondió.
Ni tú ni nuestra historia me oísteis,
y la memoria se hizo un eco sin respuesta.

Noviembre desabriga la espalda 
de la niebla y envidia nuestros trajes de invierno, 
los cálidos recuerdos del verano. 

Hoy el día es difícil, 
crece y se ensancha hora tras hora 
como un pulso absorbente, desbocado. 

Ficticio recobrarte. 







DICIEMBRE

                                                                                  A Luis Carlos M.

Sabes que caminé
por calles de ceniza 
sin advertir el riesgo de la búsqueda 
sabes también que cruel infringí el reposo 
de lo que amé en su tiempo. 

Fui paseante por periplos inciertos, 
caí en lagos fríos y sin fondo, 
sin piedad me alejaba de mis cosas
y mis días rodaron como bolas 
empujadas por nadie. 

No puedo hablarte de fechas, ni hay datos, 
ni sé situar el comienzo del ciclo
que hoy habito y aún no tiene nombre.
Pero sé quien me trajo a este limpio 
paseo sin fronteras, 
a estos lances diarios y con luces, 
a este vivir tranquilamente reposado. 

- Entre nosotros dos, tú bien lo sabes, 
llegar hasta aquí fue abandonar
lo que me hería a diario
de mil tonos y formas disfrazado,
aquello que mentía
con descaro ostensible
y me ofrecía mundos simulados
para hacer más tolerable el desaliento,
el miedo a veces.

Tampoco sé por qué me encuentro pluma en mano,
un cigarrillo muerto entre los dedos
y tu última imagen difusa en mi cerebro.
Ya ves, te escribo ahora
cuando los días son cientos y cientos
de hectáreas de tiempo 
que nunca nos vivió, 
tiempo muerto que no pudo abarcarnos.

Te digo que ahora me resulta 
más fácil descubrirlo casi todo 
en el fondo de una taza de café
y reírme de la mala intención de las palabras
o del amargo momento que ha cruzado 
escupiendo veneno. 

Llueve.

Paraguas de colores
deambulan por las calles
y cruzan los semáforos,
corren por el cristal de las aceras.
Cada uno sabe la persistencia,
y la fuerza de la lluvia, conocen
la urgencia de la mano que los lleva,
el lugar del encuentro con alguien
o el reposo en la esquina de un café.








PASIONES

                                                                                                                                                                                          TERAPIA DE ALCOBA

Adiós, mi vida, le dije aún dormida.
Adiós, y no me llames luego al móvil,
por favor, me sofocas,
eso le hubiera dicho de buen grado. 

Eduardo, mi marido 
y sus cincuenta años 
bañados en Loewe para hombre
y envueltos en Armani, 
después de unos besitos en mis labios,
bajaría los peldaños uno a uno, 
arrogante en su duelo con la vida. 

Atractivo, seguro de sí mismo,
siempre tan educado, tan correcto, 
tan intachable, tan perfecto 
tan metódico que su corazón, 
sin amagos de infarto, 
hacía tan-tan con ritmo oxigenado. 
No perdía su tiempo 
con insignificantes aprensiones 

¿De mí?
Licenciada en Derecho, 
estudios ideales hace tiempo 
para encontrar un novio con futuro 
y poder dedicarme sin rubor, 
al filantrópico arte personal 
de ser cordial conmigo casi siempre, 
y digo casi, pues pensarlo 
de otro modo, nos lleva hacia el engaño. 

Y en medio de estos mundos tan distantes, 
estaba Nicolás.

Nicolás y sus treinta y nada de años
se pierden por mi cuerpo,. 
us dedos en continuo movimiento
me averiguan sin prisa, 
yo, tampoco la tengo.
La muerte tatuada en su antebrazo, 
el sabor agridulce de su cuerpo, 
mezclado con mi aroma de Dior 
es un descubrimiento sensorial
que me convierte en presa y me conquista.

Nicolás, personaje multioficios, 
fontanería y puertas, 
arreglo de persianas, cerraduras,
porteros automáticos, 
pero con él nunca supe distinguir 
entre reparaciones del hogar 
y las reparaciones personales.

Nicolás, medicina aconsejable
contra los desengaños de la edad.







MÁS DURA SERÁ LA CAÍDA

No dudé.

Fui a su camerino 
oculta tras la gasa del sombrero
para evitar miradas sospechosas:
el vendedor de apuestas y el fotógrafo 
jamás tienen un único patrón: 
el boxeo es un mundo 
poblado por huraños cazadores, 
donde tiene más cuerpo 
el aire que el escrúpulo. 

        Los golpes repetidos, 
sus brazos y sus puños alentados 
por mí desde el asiento, 
le iban deshaciendo. 
Reí con disimulo, 
cuando sangró su ceja, 
- esa por tus desprecios, le increpé 
sin miedo a que me oyera.

Las apuestas subieron 
como la adrenalina ante el dinero. 
Flases, aplausos,
melodías de móviles
y el tic tac de mi pecho
corrían por el túnel de vestuarios.

El huracán del éxito 
me enredaba entre todos 
y mi estómago era un cóctel 
de placer y venganza. 

        Su izquierda, 
cómplice de mi odio, 
buscaba su objetivo como ave de rapiña, 
sordo y constante. 

El aspirante abrió la mágica chistera 
escondida en sus guantes
y salió la inconsciencia:
mi marido caía sin piedad 
por el carrusel loco del ensueño. 

Para él fue un combate entre la niebla,
para mi un deleite en la distancia. 

En cambio, el sudor del campeón
me excitaba, y sus brazos y sus piernas
anudaron mi cuerpo encendido 
y cada beso suyo era un golpe a mi marido
que a rastras caminaba 
hacia el exilio del olvido.







GARCIA’S DETECTIVE AGENCY

Aquella noche de insomnio y vacío 
me permitió tomar decisiones 
que otras veces el sueño 
oculta entre la almohada. 
Me volví intuitiva, 
el oído se abrió a mis consejos 
y expulsé a la esposa diligente 
que en mí vivía confiada. 

Me dijeron que era eficiente.
Parecía arriesgado y seguro,
sus ojos lo afirmaban,
y un sutil aire de secreto
arropaba su voz y mis palabras. 
La manera calmada 
de llevar el cigarrillo a sus labios
me dio seguridad,
y sus dedos astutos y alargados 
calmaron mis reservas.

Decidí contratarle.
Ciento cincuenta euros al día, 
gastos de aburrimiento a parte, 
por poner en mis manos 
los lances amorosos 
del personaje estúpido 
que tengo por esposo y pesadumbre.

No tardé en comprobar lo que era público 
y mis temores disfrazaban,
pues el miedo nos ciega, 
y cautivos los ojos, 
la ansiedad conquista después. 

Le vi cruzar la calle,
pisar las frías aceras de otoño 
con un sosiego que me confortaba. 
En sus brazos viajaba mi pasado, 
y la falsa verdad de mi marido
dormía custodiada en un cliché. 

Veinticinco de octubre con Teresa,
mi amiga y su sonrisa
de dama de burdel.
Diez fotos más, diez besos distintos 
a cambio de un descanso a mi lado 
con el desamor por testigo. 

Las mujeres tomamos decisiones 
rápidas si podemos y nos gustan. 
Por eso me atreví, 
una vez abonada su minuta, 
a reunir sus labios con mi boca 
y dejar que sus dedos 
alargados y astutos, 
corrieran por mis piernas y mi nuca, 
hábiles detectives de mi noche.






VISITAS PARROQUIALES

Solucionar mi tedio, tan solo 
costó engatusar a Federico: 
diez lentos mordisquitos en su cuello;
masajes y fricciones, seis minutos; 
susurros al oído,
y cuatro gestos a su gusto,
lascivas perversiones de hombre. 

Costeada mi aventura, 
comencé a hilvanar mi próximo negocio: 
La boutique de la Flor artificial. 
Cultivé flores secas y de engaño, 
más feas que baratas, 
útiles y de larga duración 
sin pedir riego a cambio: 
a moda, a veces, siembra el mal gusto. 

Hablé con funerarias, 
discotecas y tiendas,
restaurantes y clubs de carretera. 
Visité los lugares donde a la flor de artificio 
se le perdona su mentira, 
entre ellos, el centro parroquial,
lugar idóneo para la clemencia. 

Allí, entre cera y altares 
el tiempo antiguo abrió sus puertas, 
y acudió lo olvidado con su álbum
de miedos y de máscaras.

Él fue una de ellas.

Nuestro pasado pendiente 
se acercó sin palabras 
y el pecado tomó cuerpo en mi cuerpo 
cuando mi piel se erizó por sus labios
y mi hastío sanaba con su voz. 

Rota la ausencia,
deshecha la distancia, 
entre aromas de incienso y rezos, 
la pasión se apropió de la tarde. 

Consumado el pecado 
me hice feligresa de sus manos,
él, confesor de mis deseos, 
¬y para ahogar pérfidas lenguas, 
disfracé mi lujuria de altruismo 
vistiendo la parroquia con mis flores. 

En otro tiempo, 
Juan, abducido por la fe, 
renunció a la risa de mis ojos 
y se hizo pastor de almas, 
ahora, paradojas del destino,
cuida el alma y el cuerpo de los dos.







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