Pedro Téllez-Girón y Velasco
Pedro Téllez-Girón y Velasco Guzmán y Tovar (Osuna, Sevilla 17 de diciembre de 1574 - Barajas, 24 de septiembre de 1624) fue un noble, político y militar español, Grande de España, III duque de Osuna, II marqués de Peñafiel y VII conde de Ureña entre otros títulos, caballero del Toisón de Oro. Sirvió a Felipe III en los empleos de virrey y capitán general de los reinos de Sicilia (1610-1616) y de Nápoles (1616-1620), reorganizando su marina y combatiendo con éxito a turcos y venecianos. Se le atribuye la organización de la Conjuración de Venecia, uno de los episodios más oscuros del siglo XVII.
Conocido como El Gran Duque de Osuna, Osuna el Grande o Pedro el Grande para sus contemporáneos, a pesar de disfrutar de unas enormes rentas, este Grande de España prefirió los campos de batalla y la aventura. Luchó en Flandes como soldado e intentó modernizar la Armada española, luchando contra turcos y berberiscos en el Mediterráneo. Pero no pudo vencer la corrupción de la Corte. Olivares, al considerarle hombre de Uceda, lo mandó a prisión, donde murió.
Francisco de Quevedo fue amigo, consejero y secretario del Gran Duque, y le dedicó varias obras. Asimismo, escribió una extensa biografía suya que nunca llegó a imprimirse: los Dichos y hechos del duque de Osuna en Flandes, España, Nápoles y Sicilia. Al parecer, según el quevedista norteamericano James O. Crosby y Pablo Jauralde Pou, catedrático de Literatura Española en la UAM, este manuscrito inédito se conserva hoy -al parecer- en una colección de complicado acceso, la de José María Iduarre, Marqués de Valdeterrazo.
Fue bautizado en Osuna el 18 de enero de 1575. Sus padres fueron don Juan Téllez-Girón de Guzmán, II duque de Osuna, y doña Ana María de Velasco y Tovar, hija de Íñigo Fernández de Velasco, IV duque de Frías y Condestable de Castilla y señora de grandes dotes; tantas que en la corte se comentaba "Si doña Ana se trocara en don Juan y don Juan en doña Ana, se vería en la casa de Girón un caballero de gran valor y una dama de mucha piedad". Ambas cualidades fueron heredadas por el hijo.
Los datos acerca de la juventud del Gran Duque de Osuna están cuestionados, ya que no hay pruebas documentales que demuestren la certeza de todo lo dicho por Gregorio Leti en su biografía, publicada en Ámsterdam en 1699. En todo caso, y de acuerdo a Leti, cuando su abuelo, Pedro Téllez-Girón y de la Cueva, primer duque de Osuna, fue nombrado virrey de Nápoles (1582-1586) se llevó allí a toda su familia, incluido a su nieto el futuro Gran Duque. Huérfano de madre, pasó sus primeros años bajo el cariño y cuidado de la segunda mujer de su abuelo y tocayo, doña Isabel de la Cueva y Castilla, que demostró ser para el joven Pedro una verdadera y amantísima madre.
Se le impuso un ayo, Andrea Savone, literato y humanista, que le enseñó latín a través de los «Diálogos» de Erasmo, así como historia y la geografía; al mismo tiempo que se ejercitaba con las armas, la equitación y otros ejercicios físicos, ya que su abuelo quería que Pedro fuese un perfecto caballero renacentista, tan ágil con la pluma como con la espada. A este respecto, el I duque de Osuna encargó a Luis Barabona de Soto una obra, los «Diálogos de la Montería», dedicada a su nieto, que no había de criarse solamente en letras, porque no se hiciera flojo y descuidado en su particular provecto... y a quien convenía emplearse en la caza, así, para ejercitar el cuerpo como para revelar el ánimo de los cuidados y tristezas. Incluso llegó a realizar un viaje por la Calabria en compañía de Fabritio Codisponti por recomendación de su abuelo.5 Esta instrucción laica se completaba con la religiosa, a veces gracias a los nuevos conventos de jesuitas y dominicos.
Al volver a España el joven, hablaba y leía a la perfección el italiano y el latín. Por deseo expreso de su abuelo fue enviado a la Universidad de Salamanca, por tener mayor prestigio que la de Osuna, a casa de Francisco Minga, para completar y sistematizar los conocimientos adquiridos, estudiando además Retórica, Filosofía y Leyes.
Decantado por el oficio de las armas, con 14 años de edad, en 1588, participó al decir de Leti en la expedición real contra los rebeldes aragoneses a las órdenes de don Iñigo de Mendoza. Nuevamente, no hay pruebas documentales de ello. Según Leti, como el conflicto duró poco, pasó entonces al cuidado de Alfonso Magara, con el que el futuro III duque aprendió Historia, Geografía y Matemáticas, así como elementos de mecánica y arquitectura aplicados a las fortificaciones, ejercitándose además con las armas.
Gregorio Leti afirma que acompañó al II duque de Feria, que había sido nombrado embajador extraordinario de España en Francia para que los Estados Generales aceptaran a la infanta Isabel Clara Eugenia como su soberana, instalándose en París.9 Como la capital le resultó poco edificante, se dedicó a la lectura, formando allí el fondo de lo que llegaría a ser una gran biblioteca. La educación política se obtenía con la práctica, y Pedro Téllez-Girón pudo instruirse en las sutilezas y tortuosidades de la diplomacia presenciando una audiencia con el rey Enrique IV y los jefes de la Liga Católica así como el ir y venir de unos y otros en sus desavenencias. Tampoco hay constancia documental de ello.
En todo caso, el 7 de febrero de 1594 estaba en Sevilla, en las ceremonias de su boda con Catalina Enríquez de Ribera, hija de Fernando Enríquez de Ribera, II duque de Alcalá, uno de los más ricos y destacados nobles andaluces, y nieta por vía materna de Hernán Cortés.
Servicio en Flandes
El ya marqués de Peñafiel, con los derechos y obligaciones que el disfrute de sus rentas comportaba, quiso conocer Portugal, viajando a su costa, pero con recomendación del Rey; desde allí escribió a don Fernando de Velasco una larga carta de impresiones y juicios, primer documento del Duque que se conoce. De vuelta a la Corte, donde se hizo estimar del secretario don Juan de Idiáquez, tal vez artífice de la designación para volver a Francia con la embajada que iba a concluir la Paz de Vervins. Murieron casi al mismo tiempo el rey Felipe II y don Juan Téllez Girón, heredando don Pedro la Grandeza de España y todos los títulos y estados patrimoniales de la Casa de Osuna, la segunda casa nobiliaria más rica de Castilla, tras los Medina-Sidonia.
Fue tachado de libertino, por su fama de amoríos, cuchilladas, incidentes con la Justicia y escándalos que le llevaron al destierro de la Corte; alejado a Sevilla por nuevos escándalos, domiciliado en Osuna y preso en Arévalo en 1600. Nuevamente preso, se evadió con ayuda de su tío Juan Fernández de Velasco, Condestable de Castilla, y marchó a combatir a los Países Bajos, abandonando en Isabel de la Cueva el cuidado de sus bienes.
Sin que le detuviesen en París el recibimiento y agasajo que le hizo Enrique IV, pasó a Flandes y fue recibido a mediados de octubre de 1602 con singular aprecio por el archiduque Alberto, y no menos de la infanta Isabel Clara Eugenia, causó no obstante confusión en la corte de Bruselas y en el Consejo de la guerra, por no saber qué destino ni cargo otorgarle a un joven inexperto, pero con categoría de Grande de España. Sentó plaza de soldado con cuatro escudos de paga al mes, en la compañía del capitán Diego Rodríguez, del tercio del maestre de campo Simón Antúnez, hasta que se le encomendaron dos compañías de caballería.
Sirvió en los Estados Bajos seis años, siendo el primero en todas las ocasiones que se ofrecieron, derramando mucha sangre en todas ellas, y poniendo su persona en los mayores peligros como si fuese un soldado más. Como se afirmaba en la causa que le juzgó por su fuga, al retornar a España:
Sirvió sin diferencia de los demás soldados; gastó mucho dinero de su hacienda y fue tenido por padre, amparo y ejemplo de soldados y excelente capitán.
Embarcó en La Esclusa, en una división de ocho galeras y tres buques cargados de batimentos, para intentar llegar a Ostende, pero los holandeses estaban esperándolos y les causaron muchas pérdidas, la más dolorosa la de don Federico de Spínola, cuya vida fue segada por una bala de cañón. Osuna admiró a todos con su arrojo y serenidad, encareciéndolo tanto los testigos al general en jefe, don Ambrosio de Spínola que éste, aunque afligido por la pérdida de su hermano, transmitió la noticia al Archiduque y un gentilhombre de su casa vino expresamente a felicitar a don Pedro por primera actuación en la mar. Se interesó por la guerra naval desde aquel mismo momento.
Marchó al poco tiempo al sitio de Grave, donde dio a la infantería de Mauricio de Nassau una carga con un arrojo calificado de temerario, en la que perdió treinta hombres y el caballo que montaba, recibiendo un tiro de mosquete en la pierna, que sin ser grave, lo tuvo en la cama un mes y después le hizo sufrir toda la vida.
Era tanto el aprecio conseguido entre la tropa, que en 1602 y 1603 los Archiduques le encomendaron en varias ocasiones que se encargara de apaciguar los numerosos motines del ejército por el impago de las soldadas; lográndolo, en muchas ocasiones, poniendo su propio peculio. De nuevo en el asedio de Ostende, a las órdenes de Spínola, realizó un ataque a las trincheras enemigas, con tanta energía que llegado al punto cogió de su propia mano a dos flamencos. El propio archiduque Alberto le distinguió con la honra de trocar su espada real por la del voluntario español.
De descanso tras la campaña de 1604, se fue el duque de Osuna de viaje particular a Londres, para conocer la capital inglesa y sus sistemas navales. En su estancia allí coincidió con las grandes fiestas que se celebraban por la paz conseguida entre Felipe III de España y Jacobo I. Su tío el Condestable de Castilla fue el emisario español en esta paz. Osuna fue recibido por el monarca inglés con muchas honras, y se vio muy satisfecho al poder hablar con el monarca en latín. Aprovechando la visita, examinó los sistemas de organización marítima inglesa.
Cuando el Archiduque Alberto escribió La memoria de la campaña de 1605, comentando las operaciones llevadas a cabo por Spínola, decía del de Osuna:
Ya estoy en disposición de juzgar al Duque, aprovechando en sus lecciones, hasta cierto punto, pues tratándose de acometer, bien que su persona no fuera obligada a evitar por la responsabilidad del mando el peligro, excedía ordinariamente los límites de la prudencia y más que nunca lo hizo en la batalla de Broeck, entrando tan al centro del ejército enemigo, que estuvo un momento prisionero, habiéndole sujetado las riendas del caballo, y con todo se libró, pareciendo milagro que saliera ileso entre la lluvia de balas que le dispararon.
En el año 1606, en el asalto a la plaza de Groenlo, una bala de mosquete le arrancó el dedo pulgar de la mano derecha, quedando de momento imposibilitado. Aunque se recuperó muy pronto, se vio en la necesidad de aprender a manejar la mano izquierda con la soltura con que lo hacia con la derecha, y con su acostumbrado fervor, aprendió a manejar la pluma, la espada, la pistola y el tenedor, de modo que no echará en falta la mano mutilada.
Tratando de recuperar la misma plaza Mauricio de Nassau, le sorprendió de noche el de Osuna e introdujo un refuerzo de 800 hombres, con lo que los esfuerzos del conde se vineron abajo, viéndose obligado a levantar el sitio.
Osuna se opuso por completo a la negociación con los rebeldes, en la que tenía el Archiduque tanto empeño, por lo que éste solicitó al Rey que le sacasen al Duque de sus estados, a lo que la Corona accedió de inmediato. Por sus méritos en combate y noble linaje le fue concedido e impuesto con gran ceremonia el Toisón de Oro. No sin pesar salió Osuna de Bruselas, y tan pronto como llegó a Madrid, después de una audiencia privada con el Rey, éste llamó al Consejo, que en su presencia se reunió, siendo oído el duque durante dos horas, sin olvidar materia alguna, dada su proverbial memoria. Impresionado el Consejo con las explicaciones del duque sobre la situación en que había quedado Flandes, Su Majestad Católica vino a nombrarle gentilhombre de cámara con plaza en el Consejo de Portugal, además de convertirse en su consejero personal sobre los negocios de Flandes y la tregua con las Provincias Unidas.
Con suma habilidad acordó el matrimonio de su hijo y heredero, don Juan Téllez-Girón, marqués de Peñafiel, con doña Isabel de Sandoval, hija del duque de Uceda y nieta del de Lerma, con lo cual se abría camino á los puestos más importantes del Estado. Por entonces reparó en la prepotencia intelectual del que sería su amigo y ayudante, Francisco Gómez de Quevedo.
Virrey de Sicilia
En 1610, reunido el Consejo para designar virrey de Sicilia, se levantó el Duque, que había nacido para mandar y no para obedecer, y dirigió al Soberano las siguientes palabras, que merecen ser reproducidas:
Si la previsión de un gobierno cualquiera, requiere grave consideración, creo, señor, que el virreinato de Sicilia la merece como ninguno. Sicilia es llave del reino de Nápoles, joya de la corona de V. M., y salvaguarda de la libertad en toda la península itálica. El imperio otomano la codicia y acecha de continuo con la esperanza de hacerla un día o el otro tributaria suya; bien lo sabía Carlos I, de feliz memoria, abuelo de V. M., cuando en previsión de lo futuro dio la isla de Malta a los caballeros desalojados de Rodas, a condición de hacer continua guerra al Turco desde aquel baluarte; pero ya la medida es ineficaz contra enfermedad tan aguda. Aquella isla noble y feracísima, que forma un triángulo de 700 millas de superficie, tan próxima a Italia que sólo la separa un estrecho de tres millas, es de naturaleza que fácilmente se hace inexpugnable por aquella parte, como puede serlo por la que confina con Malta. No obstante, la mar es grande, las fuerzas de V. M. remotas, y las del Turco potentes y vecinas, de modo que pueden pasar, como pasan, de uno a otro lado, atendiendo a que los venecianos no cuentan con armada propia, ni la emplearan en otra cosa, complaciéndoles más bien ver perpetuamente acosada la isla de corsarios, por los celos que la monarquía de V. M. les da.
Con tantos reinos, con tan considerables recursos, no ha podido vencer la augusta Casa de Austria a un puñado de rebeldes en los Países Bajos, porque su gran piedad la debilita, y el Turco, porque hace depender del interés la religión, y de la autoridad la vida y la sustancia de sus vasallos, triunfa y se extiende de manera que, si no se remedia, será pronto monarca y castigo de Italia.
¿En que consiste la fuerza de un Estado?. Si en el valor de la nobleza, en la fidelidad de los súbditos, en a reputación de las armas, en el número de los soldados, ninguno debe igualar al de V. M., porque no hay soberano que de tantas prerrogativas pueda loarse, y sin embargo, con menos recursos y fuerza, por sistema distinto el Turco se ha hecho terror del mundo por las armas.
Será injusto y tirano en el interior, mas no descuida medio de ser más y más poderoso fuera, y odiando a la casa de V. M. por el odio que ella tiene a los infieles, no piensa en otra cosa que en molestarla, siendo blanco principal de su saña los pobres sicilianos, como si fueran venidos al mundo para presa suya. Bien puede decirse que V. M. no tiene de aquel reino más que el título, y que disfrutan de usufructo los corsarios turcos.
Quisiera Dios que las rebeliones que allí se han sucedido reconocieran otras causas ¿Cómo han de amar los sicilianos a un príncipe que no los defiende? ¿cómo ha de serle adictos, viéndose abandonados a la crueldad de los bárbaros?. Sepa V. M., que de treinta años a esta parte han verificado los turcos más de ochenta desembarcos en Sicilia, ya en un punto, ya en otro, habiendo año en que se han contado cuatro, y en todos, tras el saqueo, ha iluminado el incendio el acopio de esclavos cristianos, que despuebla la isla, priva a la Corona de tantos súbditos y agobia el Erario, con el rescate que se ha discurrido por remedio del mal, con gran escándalo de la Cristiandad, sorprendida de un Rey católico que posee medio mundo no alcance a corregir ese mal crónico.
Ahora que V. M. va a designar virrey para Sicilia. ¿Irá a ser testigo de la miseria y de las ruinas que cada día causan los piratas en aquel reino infeliz y de la grita con que encadenan y embarcan en las galeras los esclavos? ¿Irá a servir de gacetero de la corte para avisar desembarcos, incendios de ciudades y asaltos de castillos, y que los partes pueden archivarlos en la secretaría, fatalidad ordinaria?.
Bien sabe Dios la aflicción que me causa esta exposición, que debo a la responsabilidad del Consejo, y muy particularmente a un Rey que funda su grandeza, como católico de título y de verdad, en la justicia. Dos determinaciones pueden adoptarse, en mi opinión, acudiendo al remedio de esos daños intolerables: negociar con el Turco la seguridad de Sicilia mediante tributo, o espumar la mar de corsarios constriñéndolos a envejecer en sus puertos. Pensar en el primero sería abrir una brecha mortal en la gloria de V. M., y echar el ignominioso borrón de otras naciones en la nuestra; de modo que habrá de pesarse en el segundo, pues harto ha durado la situación lastimosa e indigna de los piadosos sentimientos de V. M., en que se ven los sicilianos, y de no acabar, pudiera llevarlos a la desesperación. Vaya el virrey que se designe ahora con la firme resolución de levantar el espíritu de los insulares, y que halle en V. M., el apoyo de la autoridad y los recursos indispensables a una obra tan laudable.
El nombramiento fue acordado por el Consejo y el rey Felipe III en febrero de 1610, y Osuna recibió con fecha 18 de septiembre el título de virrey de Sicilia. Cuando tomó posesión del nuevo cargo en Milazzo, el 9 de marzo de 1611, el reino de Sicilia se hallaba en la última miseria. Por falta de crédito la Caja de Palermo (el erario público) había tenido que declararse en bancarrota y cerrar sus puertas. La moneda se adulteraba sin recato y la inflación arruinaba al sufrido pueblo siciliano. En Mesina los ladrones asaltaban las tiendas y los comercios a plena luz del día, en medio de la indiferencia general, y era imposible viajar sin una escolta armada. La justicia era un juguete de los poderosos y las cárceles estaban repletas. La escuadra estaba desarmada, convertida en ludribio de golfos, y sin más reputación que la de su cobardía.
Pero pronto el enérgico Osuna puso remedio a tamaños males, con general aplauso: restituyó el crédito de la hacienda pública, restableció el peso y la ley de las monedas, ajustó los impuestos a las verdaderas rentas de los contribuyentes, equilibró los presupuestos e hizo aumentar los ingresos. Los caminos fueron limpiados de salteadores y facinerosos, la autoridad y la libertad de los ministros de la justicia, restaurada, y las cárceles repletas quedaron yermas y vacías.
Una de sus principales preocupaciones fue reorganizar la marina, como mejor medio de defender la isla contra las incursiones de turcos y berberiscos. La situación era desesperada, ya que el virrey solo contaba con 9 galeras para la defensa de la isla, desprovistas de remeros y bastimentos. Había tanta escasez de tripulantes para las galeras como exceso de pícaros, pordioseros con taras simuladas, que infestaban las calles y las puertas de las iglesias. Pero el nuevo virrey de Sicilia ideó un sistema de reinserción que resolvió simultáneamente ambos problemas:
Convocó un concurso de saltos de altura, con premio de un doblón para los que superasen un listón y un escudo de oro para los que lograsen salvar otro más alto: fue un éxito de asistencia; cojos, ciegos, mancos, tullidos de toda especie se curaron instantáneamente para aspirar al premio: los que lo lograron, obtuvieron su doblón o su escudo... más diez años de condena a galeras por tramposos.
Bajo su mandato las galeras sicilianas alcanzaron un alto grado de eficacia y disciplina, siendo lustre de las armas españolas y envidia de todas las naciones. Con ellas se impuso al poderío naval de turcos y berberiscos. Su primera medida fue dar audiencia a un tal Osarto Justiniano, un griego con cierto poder en el Peloponeso, que obtuvo de inmediato suministros y soldados españoles para apoyar una revuelta contra el poder turco. Suministros y soldados que el duque pagó de su propio bolsillo. La campaña fue un éxito total: los turcos fueron expulsados, sus fortificaciones conquistadas y el duque personalmente enriquecido con el botín, galeras para reforzar su flota, y esclavos turcos para sus remos. Los soldados, partícipes del saqueo, cantaron las maravillas del nuevo virrey.
También logró autorización para armar en corso buques de su propiedad, que realizaron muchas presas; de sus botines el rey recibía una quinta parte y otra la Hacienda Real, sus hombres otro quinto y el resto era para él, que lo solía utilizar en construir más buques y mantener incluso de su pecunio particular los buques de la Corona. Fue el primero en demostrar que, con tácticas y esfuerzo, se podía ganar con las galeras a los buques redondos, cosa que realizó en dos ocasiones.
El reforzamiento de la flota siciliana llegó en el momento preciso, ya que berberiscos preparaban una gran armada para capturar la Flota de Indias. Osuna envió a sus galeras al puerto de Túnez. Lograron infiltrarse al amparo de la noche, y varios soldados en lanchas acribillaron a la flota berberisca con bombas incendiarias, llevándose un buque abarrotado de mercancías preciosas. Enfervorecidos por el éxito, repitieron su hazaña con el mismo éxito en La Goleta.
Virrey de Nápoles
"Los defectos de esa gran figura cuente el que se ocupe de su vida, y brille aquí, adornada de la corona naval que ninguna otra le disputa en nuestra historia. La de don Álvaro de Bazán, en la ejecución; la de don García de Toledo, en la energía; la de don Diego Brochero en la organización; las de Patiño y Ensenada, en el pensamiento, no la exceden; pues el Duque a reunir las condiciones de estos ilustres próceres, sin que ellos ni otro alguno, antes o después, alcanzara a discernir mejor, que cosa es marina militar, como se forma, para que sirve, y para que aprovecha."
(Extracto de El Gran duque de Osuna y su marina, de Cesáreo Fernández Duro).
En recompensa de tantos servicios, Osuna fue nombrado virrey de Nápoles, al cual se trasladó en junio de 1616, convirtiéndose en uno de los personajes más destacados de la Italia de la época.
Por aquel entonces, el gobierno interior del reino, y especialmente de la ciudad de Nápoles, era un completo desbarajuste. Sólo había justicia existía si era comprada, el comercio no podía vivir, y peligraba la seguridad personal entre los continuos crímenes que tanto de día como de noche se efectuaban en las mismas calles y aun dentro de las casas, asaltadas por los bandoleros. A la voz de "¡Cierra! ¡Cierra!" la gente huía, los vecinos pacíficos y los mercaderes atrancaban las puertas de sus casas y sus almacenes, y los rufianes y la gente de mal vivir quedaban por únicos dueños de las calles de Napóles.
Por otra parte, estaba el problema del cúmulo de soldados que atestaban la ciudad: 18.000, de tantas naciones diferentes, y por lo general violentos y mal pagados. A ello había que sumar la envidia y el afán de lucro de una parte de la nobleza, siempre dispuesta a ir contra los virreyes españoles, y finalmente la desmoralización y corrupción de una parte del clero napolitano. A todo ello se unía la guerra secreta que Francia hacía a los Habsburgo españoles y austriacos.
Osuna se aplicó con firmeza al fortalecimiento del ejército y de la marina, construyendo galeones y galeras y reclutando dotaciones, que por cierto escaseaban, ocurriendo una anécdota:
Paseando un día por la ciudad se dio cuenta de que habían muchos tullidos, le parecieron demasiados con respecto al total de la población, le recordó Sicilia pero como ya estaban advertidos los de la ciudad, tuvo que inventarse otro modo: llegó al palacio y dio orden de que en una carreta con seis hombre, dos a las riendas y cuatro, uno para cada saco de monedas de oro de su hacienda, recorrieran la ciudad arrojándolas; ante la lluvia de oro, de pronto los tullidos dejaban de cojear, a los mancos les crecían los brazos y los que llevaban muletas las arrojaban para recoger las monedas, detrás del carro iba una compañía de infantería de los tercios y a todos ellos los detenía por tramposos y mentir, ya que al hacer visible un defecto físico inexistente incurrían en ello para evitar el ser reclutados, para la marina o el ejército, además de retirárseles las monedas que habían recogido.
Así consiguió las dotaciones precisas y con la práctica, y algún latigazo, se convirtieron en unas dotaciones instruidas y disciplinadas.
De sus experiencias pensó como mejor táctica el hacer flotas conjuntas de galeones y galeras, pues las galeras podían servir de elementos de ayuda a los galeones, ya que podían sacarlos de un combate o, cuando faltara el viento, ayudarles a formar la línea, convirtiéndose en auxiliares muy importantes, además de su velocidad y potencia de fuego, y como transportes de infantería. El nuevo virrey creó una importante escuadra, que resultó modélica, dado que, por la cédula real, podía escoger en todo el reino a sus capitanes y alféreces, predominando los vizcaínos y castellanos, entre los que destacó Francisco Rivera, futuro almirante y vencedor de turcos y venecianos en batallas como la del cabo Celidonia o la de Ragusa. Se consiguió el dominio del Adriático y se llevó el hostigamiento hasta apoyar los levantamientos en tierras griegas. Le llamaban los turcos Deli-Bajá, el "Virrey temerario", tanto era el daño que les causaba en las diversas correrías contra ellos dirigidas.
Francisco de Quevedo condensó sus triunfos en este soneto:
Diez galeras tomó, treinta bajeles,
ochenta bergantines, dos mahonas;
aprisionóle al turco dos coronas
y a los corsarios suyos más cueles.
Sacó del remo más de dos mil fieles,
y turcos puso al remo mil personas;
y tú, bella Parténope, aprisionas
la frente que agotaba los laureles.
Sus llamas vio en su puerto la Goleta;
Chicheri y la Calivia saqueados,
lloraron su bastón y su jineta.
Pálido vio el Danubio sus soldados,
y a la Mosa y al Rhin dio su trompeta
ley, y murió temido de los hados.
Sus continuas acciones corsarias y enfrentamientos con Venecia le distanciaron de la Corte, al desobedecer las órdenes del Consejo de Estado, que él consideraba que destruían el prestigio de la Monarquía Hispánica. Además, el duque de Osuna fue uno de los implicados en la famosa Conjuración de Venecia, junto con el embajador español en Venecia, marqués de Bedmar y el Gobernador del Milanesado, Don Pedro de Toledo, trazada por la República de Venecia para desestabilizar el poder español en el norte de Italia.
Impresionan los regalos que en sus dos gobiernos hizo el Virrey: solamente al duque de Uceda envió en dinero contante y sonante 200.000 ducados, además de un par de tiestos de plata esmaltados con ramos de naranjas y cidras, que pesaban ciento veinticinco libras, trescientos abanicos de ébano y marfil, caballos, jaeces, mazas, alfanjes y cuchillos damasquinados, así como piezas de joyería más ricas por el trabajo del orfebre que por el peso del oro, los rubíes, diamantes y esmeraldas. Tales eran las riquezas que el Gran Duque de Osuna obtenía del corso.
Fue famoso, además, por su procedimiento shakespeariano de administrar justicia. Halló el duque en la visita de cárceles un preso encerrado hacia veinticuatro años; le otorgó al punto la libertad, diciendo que tan largo padecer era bastante para purgar el mayor delito; a un sodomita lo mandó quemar; a un letrado que el sábado había dormido con una cortesana, dándola muerte aquella misma noche, le hizo cortar la cabeza el domingo por la mañana. Un fraile asesinó a cierto caballero en la iglesia, y un clérigo al gobernador de Isquia; hechas las ceremonias de costumbre, ambos fueron ajusticiados, no interponiéndose tiempo del delito al castigo. Fue perseguidor implacable de malhechores, y mortal enemigo de mentirosos; pero atropellaba las leyes cuando creía que entorpecían la acción de la justicia. Cuéntase que, en perjuicio de un hijo que había ocasionado algunos sinsabores á su padre, lograron los jesuitas que este los nombrase herederos a condición de dar al hijo lo que quisiesen. Ofreciéronle ocho mil escudos. El hijo acudió al Virrey, que, enterado del caso, llamó á los herederos. Demandante y demandados expusieron su derecho, y entonces el Duque decidió la querella dirigiendo a los jesuitas estas palabras:
No habeis entendido el testamento. Dice que deis al hijo lo que queráis vosotros. ¿Qué queréis? La herencia; pues eso os manda que deis el testador.
El pueblo adoraba a su Virrey, aclamándole por donde pasaba, vitoreándole y proclamando que "no queremos otro señor que al Duque de Osuna". Llegó a tanto su entusiasmo, que poco tiempo después de su llegada cantaban los ciegos: "Ora que habemos este Duque de Osuna, no se vende la Justicia por dinero".
Caída y muerte
Faltar pudo su patria al grande Osuna,
pero no a su defensa sus hazañas;
diéronle muerte y cárcel las Españas,
de quien él hizo esclava Fortuna.
Lloraron sus envidias una a una,
con las propias naciones las extrañas;
su tumba son de Flandes las campañas,
y su epitafio la sangrienta Luna.
En sus exequias encendió el Vesubio,
Parténope; y Trinacria al Mongibelo;
el llanto militar creció en diluvio:
dióle el mejor lugar Marte en su cielo;
La Mosa, el Rhin, el Tajo y el Danubio
murmuran con dolor su desconsuelo.
(Francisco de Quevedo, como epitafio para el Gran duque de Osuna.).
No fueron los venecianos, sino los napolitanos, quienes precipitaron el final de Osuna. Algunos nobles enemigos del Duque le acusaron de pretender independizarse de España, cosa que nunca pasó por su cabeza, aunque el beneficio acumulado por las acciones de la flota corsaria le diera para ello. Fueron capaces de convencer al futuro San Lorenzo de Brindisi, para que defendiera su caso ante Felipe III. El viejo fraile alcanzó al Rey en Lisboa en mayo de 1619, donde su hijo estaba siendo coronado como Rey de Portugal. El Rey prestó atención a los argumentos de San Lorenzo, a pesar de los inmensos servicios prestados por Osuna. La caída de Lerma en 1618 y su sustitución por su hijo el Duque de Uceda, había iniciado el proceso contra los miembros destacados de la administración de su padre. Al año siguiente, 1620, Osuna fue llamado a España para responder a los cargos presentados contra él, y se nombró su substituto como Virrey de Nápoles. Don Pedro transfirió su flota a España y abandonó el cargo el 28 de marzo de 1620, y llega a España donde habla ante el Consejo Real. Pero mientras espera a ser recibido por Felipe III, el Rey muere, y Osuna es detenido y encarcelado en silencio por su oposición al nuevo régimen, es decir, a la camarilla liderada por Baltasar de Zúñiga y su sobrino el conde de Olivares; nunca declaró ante la Justicia.
Enfermo de achaques y tristeza, para aplauso y regocijo de los enemigos de España, falleció en una mazmorra como un vulgar delincuente el 24 de septiembre de 1624, siendo sus últimas palabras: «Si cual serví a mi rey sirviera a Dios, fuera buen cristiano». No obstante, antes de morir tuvo la satisfacción de saber que ya la opinión general del reino se puso de su parte, reconociendo sus relevantes servicios prestados a su rey y a España. Fue enterrado en el convento de religiosos observantes de San Francisco de su villa de Osuna.
La flota que el duque creara a sus expensas y que tantos éxitos dio a España, conducidas por valerosos jefes, llegó a sumar veinte galeones, veintidós galeras y treinta embarcaciones de menor porte. Pero a su salida del virreinato, la flota fue decayendo en buques y hombres por la falta de un jefe ecuánime y ejemplar y por la falta de dinero para su mantenimiento, lo que hizo desaparecer por completo su obra.
Con su muerte se perdió la oportunidad de haber creado de manera institucional una “segunda flota” fomentando la implicación de los nobles en el mantenimiento de flotas corsarias bien entrenadas que, como demostró la iniciativa del duque, podrían haber colaborado eficazmente en fortalecer la posición española en los distintos teatros de operaciones, socavando la posición de los enemigos de España sin generar costes a las arcas reales.
Semblanza del Gran Duque de Osuna
De la Asia fue terror, de Europa espanto,
y de la África rayo fulminante;
los golfos y los puertos de Levante
con sangre calentó, creció con llanto.
Su nombre solo fue victoria en cuanto
reina la luna en el mayor turbante;
pacificó motines en Brabante:
que su grandeza sola pudo tanto.
Divorcio fue del mar y de Venecia,
su desposorio dirimiendo el peso
de naves, que temblaron Chipre y Grecia.
¡Y a tanto vencedor venció un proceso!
De su desdicha su valor se precia:
¡murió en prisión, y muerto estuvo preso!
(Francisco de Quevedo.)
Uno de los más destacados personajes del siglo XVII, don Pedro Téllez-Girón fue descrito como un señor muy pequeño que era muy grande, por su baja estatura, gran presencia e inmensas cualidades. Esbelto y elegante, tenía las piernas arqueadas de jinete, barba gris, rostro lleno de arrugas, la piel morena por el sol de las batallas, los ojos grises acerados y la voz quebrada. Era de ánimo esforzado, hábil diplomático, caballero, y generoso sin igual; amable y afectuoso, pasaba de la dulzura melancólica a la cólera leonina. Amante del pueblo, odiaba por instinto a la nobleza advenediza y tumultuaria, tanto como despreciaba la hipocresía y la falsedad.
Sabemos por Gregorio Leti de su afición a la lectura, a la que dedicaba al menos una hora al día, sintiendo predilección por Cardano, Tácito y Maquiavelo.
Matrimonio e hijos
Don Pedro Téllez-Girón se casó con Doña Catalina Enríquez de Ribera y Cortés Zúñiga, hija de los Duques de Alcalá, una de las más grandes y ricas casas nobiliarias de Andalucía y además nieta de Hernán Cortés, el conquistador de México, con quien tuvo 2 hijos:
Juan (1598-1656), VIII Conde de Ureña y IV Duque de Osuna.
Antonia (1610-1648), casada con el IX Conde de Lemos.
Don Pedro además tuvo varios hijos ilegítimos de sus relaciones extramatrimoniales, de los que destacan los tenidos con su amante flamenca Elena de la Gambe:
Pedro, que sirvió durante años en el ejército español en Flandes y al que el duque siempre tuvo un especial cariño.
Ana María, casada con un caballero llamado Alfonso de Revenga, Alférez Mayor de Aranda de Duero, y que en 1642 pidió permiso para vivir como seglar en el convento de monjas de Calatrava, en Madrid.
Otros hijos ilegítimos fueron:
Rodrigo, hijo de una siciliana, en 1626 ingresó como colegial en la Universidad de Osuna y que en 1632 fue desterrado a Orán por ciertos sucesos ocurridos en Osuna. Su hermanastro, el duque Juan, fue obligado por Felipe IV a pagarle una pensión.
"Pietrina", hija nacida en Nápoles de un escarceo con la marquesa de Campo Lataro.
Patrocinio artístico y literario
Cuando don Pedro Téllez-Girón llegó a Sicilia encargó a su capellán Jayme Saporiti una obra sobre las hazañas de sus antepasados y las suyas propias, sirviéndose de tales ejemplos para motivar a la virtud.17 Se dirige a su hijo y heredero del duque, el marqués de Peñafiel, que contaría unos catorce años, con fines pedagógicos. De él se esperaban grandes hechos y apartarle de la turbulenta juventud de su padre:
Espero que Vuestra Excelencia leyendo la sombra de las heroycas hazañas, antigua nobleza y famosísimo govierno del Ilustrísimo y Excelentisimo Señor su padre, se inflamará como Aguila a imitarle, y hazer cosas muy grandes, y señaladas en servicio de Su Magestad, sobrepujando las valentías de Alexandro, César, Cipión, Theseo, Themístocles, y del Gran Sultán Solimán.
SONETO
¡Oh si las horas de placer durasen
como duran las horas del tormento!
¡Oh si, como se van las del contento,
las de pesar tan presto se pasasen!
¡Oh si en algo los tiempos se mudasen,
de mal en bien, siquiera algún momento,
o, ya que no se muden en su intento,
en aumentarnos el dolor cesasen!
¡Oh si el mal se midiese con la fuerza
del que padece su trabajo fiero,
o fuese el sufrimiento cual la pena!
O, ya que no hay quien la desgracia tuerza,
un daño no nos fuese mensajero
de mil, a quien, viniendo, nos condena.
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