Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

domingo, 23 de marzo de 2014

LUCÍA CÁNOBRA POMPEI [1.918]



Lucía Cánobra Pompei

Escritora española (Algeciras, CÁDIZ   9  Septiembre  1979). Tras un breve paso por Argentina y Uruguay, actualmente vive en La Serena (Chile). Es intérprete superior en piano y dirige el taller de poesía “Al Sur del Sur”. Sus poemas han sido finalistas en concursos en España y Chile. Ha publicado el poemario Desembarcos (Prometeo, 2008).





Ahogo

Al filo de una sombra, rezo;
en pos,
desnuda y maldiciente,
tal como esa noche en que dormimos sobre piedras.

Era otra vez la misma,
que volvía al cruel confesionario,
que enrabiada
perseguía al aire,
como un lobo a una rata enferma.






Ángelus

Siento el frío en la oración,
siento el fresco y tibio soplo de los santos sobre mí,
siento el agua que se enreda,
siento el árido cemento en mis rodillas
y aquel salmo exhausto
que declama en mis cansadas peticiones.

La emoción sonroja el pensamiento,
pide más mientras me envuelve,
me sacude,
me penetra,
me estimula,
me acaricia,
nubla mi razón,
mis mejillas lo confirman,
mis manos buscan sin saber;
a tientas bimezclada en el confesionario;
me espera el sublime canto de la devoción.

Otro día más, otro atardecer,
otra mañana.

El camino es misterioso,
siempre lo he sabido.
La experiencia es clara y la duda permanece,
sin embargo se aniquila,

a sí misma, a la misma hora,
en el lugar de siempre.




Lejos del Edén

Divaga el resplandor,
aprieto, enciendo,
flagelizo entre paréntesis mi ánimo de ardid.
Canto sin saber la melodía;
ensalzo y me entremezclo con los fieles
rumbo a la montaña.
Mi vestido blanquecina,
una luz demente cubre mi cabello,
aún más amarillo.

Siento el alma muerta,
o tal vez me angustia el giro de su voz.
Siento que me muero a cada paso,
oigo el rezo sobre el horizonte
y la emoción termina de ocuparme,
usarme, acariciarme;
mis rodillas sienten un breve hilo de unión mística
y completa soy.

Ante la evidencia me someto una vez más,
sin apenas escuchar la petición,
mi ruego;
llagas, cuerdas y coronas de universos que me hieren,
las estrellas bailan frente a mí,
la luna mancha en sangre;
soy mujer y santa,
una rata en la cloaca,
se diría,
y el final de mi camino ante esa cruz en ruinas.




Fiebre

...se detiene, y se cierne eterna, la lívida luz de un relámpago.
María Luisa Bombal.

Cubierta en lienzos y mortajas,
cambio al norte, mi desmejorada unción;
canto entre paréntesis,
mi hiel, mis manos,
mi frente bajo los carbones,
mi azulejo chañaral que se entre observa
por el tierno trino de las olas.

No hay más sol que el imposible,
que este cuerpo que envilece encadenado a la memoria.
Abro las cadenas,
hacia el frío oscuro, arrinconado
y
me rebelo en contra de mi casta juventud.

Puedo correr, recién ahora,
luego de años habitados entre imágenes y piedras;
vuelvo al blanco
asimilado por la enfermedad que me consume.

Cavo zanjas en la arena
y examino doce llagas que me sangran.
Las aves de rapiña sobrevuelan, cándidas,
cansadas,
producto cierto del delirio amargo.

Desvanezco entre millares de cadáveres,
podridos casi todos.
Fantaseo con holgura hacia las nubes
al encuentro del origen, de la luz.

Mientras duermo,
vencida por el aire atribulado,
mi piel se extiende y se confunde entre las rocas.

Las bestias huyen,
inconstantes,
al evidenciar mi desaparición
o mi caída.





Nada vuela hacia el Oriente

...suelta la rienda
en su acostumbrado error.

Sor Juana Inés de la Cruz





No regreso al aire,
más que al tímido avatar de una tormenta.

No regreso al fuego,
frío,
más que envuelta en sedas negras llenas de pecado:

Una voz me agita el alma,
en total entrega y reflexión;
busco el cielo entre los vidrios,
busco el mar revuelto,
la espuma gris de un día gris,
mi fe que a ratos huye sin pavor.

No regreso ya —está decidido—;
mi ahogo es inminente,
la conciencia seca,
el recuerdo blanco,
una orden que entre sueños cumplo a medias:

Quita ese vestido de tu cuerpo,
y lo demás;
tócame en el punto más cercano a los infiernos.
Ven conmigo hacia las llamas,

le respondo con la voz enmohecida.

Ven, bendita, al espacio de la luz.
Cuenta el viento entre el cabello,
mi veneno corre por tus venas.

Yo me quedo lisa y permanente,
adosada, ineficaz.

Como un océano indeciso,
como el tibio rastro de una sombra que se aleja...







Piedad

A lo lejos creo oír canciones, sacras melodías,
brillos de madera negra
y la mirada en muslo y ademán.

Ordeno en rito mi púbico vello,
aliciente, lacerado.

No sonrío.
Mi ebriedad, apenas, se esconde tras la borra del café,
y mis piernas leves, separadas,
dejan ver la oscura brecha,
renovada tras el sexo de mañana.

Busco entre mis nalgas la señal,
el exacto fin de nuestras llagas.

Sin embargo viene y va,
la fiel cadencia que emociona,
mi lamento,
mi final,
mi estigma único.





Asfixia

Flotó mi cuerpo entre la espuma;
me cubrió mi propio llanto
sin poder siquiera entregarme en la plegaria.

Mis brazos se movieron sin asirse de los hombros;
mis piernas restringieron el saludo
y una tibia despedida.

Fabriqué lazos, cintas, cuerdas,
y otros tres demonios
a los que exalté en un rezó
que inventé en aquel instante:

Donde quiera que haya ido,
el perverso hielo me seduce todavía.
Donde quiera que me encuentre,
no deseo regresar.
Ya la nieve he derretido,
o el espanto de la arena incoherente.
Me veo envuelta en llamas,
en fuego, en saliva.
Me revuelco sobre mí,
provocándome un pálido estertor,
y me entrego al sueño, a vuestro espíritu;
me entrego al aire,
que otra vez me desertó.







Camino en solitaria
escuela forma sobre el clima frío
de montaña

Suaves voces me separan de la ruta
fácil cálida feliz en el descenso

Duermo sobre flores
canto el código de imágenes azules
Quiebro ramas ordenadas

Bajo el simple efecto de la luz
La ciudad permanece en el silencio
de los días

Miro el agua
y las pequeñas olas
se rebaten cristalinas sobre mí
sobre los inicios
sobre nosotros





Metamorfosis

Sobre mi brazo
             entibia el vuelo
La espera amarga
De las mariposas

Frente al aire
             espeso mi visión
El tranquilo regreso
Del larvario amante sin color





La primera vez

Tenía siete años, lo recuerdo como si fuera hoy. Toqué su ropa, tan sólo fue su ropa. Un abrigo verde y largo que le llegaba casi a los talones. Su rostro descubierto, casi a la par que su cabello rubio alborotado al viento. Su ropa limpia y ordenada. Sus manos suaves, blancas, imprecisas bajo el guante. Su caminar alegre y rápido...

Esa tarde se sonrió y no me dijo nada. Su voz suave no dijo nada. Su voz de trino, de aves en formación de triángulo. Su voz de especie desaparecida, mítica o incalculable... no dijo nada. Pero bastó, bastó para saber. Quizás, entonces, yo también le sonreí, no recuerdo. Es más, creo que el rubor -costumbre infame que aún me persigue- cubrió mi rostro y pude huir esbozando alguna excusa con un gesto.

Siempre, cuando me preguntan, digo que ese fue mi primer amor, a sabiendas que el amor no se construye de ilusiones, de rubor fácil o del roce viejo de un abrigo verde. Puede ser, pero aquel será siempre mi primer amor, más que nada porque me indicó el camino, que es distinto a decir que me hizo ser la que soy ahora, cuestión que no sé si agradecer; pero sí me señaló el camino... y lo seguí, y de eso, al menos de eso, no me arrepentiré jamás.

buenos aires, junio, 2010






La segunda vez

La bruma escapa a la ciudad
El desorden del cabello
Y las enormes manos bendecidas de una joya
Inexistente

Vuelvo al aire, al mar, al barro
Soplo que la vida quita
Y me descanso entre sombras y el recuerdo

De un aspecto maldiciente.

Repetido el gesto en la cornisa
No despido antes de saltar
Nadie observa, nadie está

Hacia el vuelo, hacia la sangre
hacia el final.




Ciudad futura

Es una ciudad extraña, tan normal, tan aparente,
que se envuelve en ella misma.
La posible reacción
regresa al tiempo del origen. El estudio, planificación,
caminata y concreción.

No me veo en los espejos.
Las vidrieras son vacías.
Una extraña me saluda con un beso.
Miro el suelo gris.
Me desnudo el cuello,
aunque hace frío.

Barrio puerto en el vacío.
Enumero imagen, verso o mi ficción,
que no es ficción.
Grabo al borde del gran río,
mi voz débil, agrietada.

Una y otra vez la cinta
vuelve al punto del inicio,
dando suaves alaridos
y
palabras en desorden.

La ciudad futura se abandona.
En torno al aire negro
o las aves que respiran y se quedan.
Sólo un ave negra emprende el vuelo,
enfila hacia el poniente
sin mirar atrás.

Y en esa soledad de varios cientos,
una anciana mira el horizonte
como si en el fondo,
en el último respiro,
venga el aire nuevo,
que la empuje a continuar.
Un pequeño ruido me despierta.

Me levanto
y me encamino hacia el oriente;
entre callejones, vagabundos
y adictos al dolor.

Más que un beso en la mejilla,
beso oculto y previo.
Su caricia queda acá,
su llanto infante,
su desprecio.





Carta abierta a los que aún resisten

Lentamente
se levanta el agua quieta
de esos charcos
Una fascinante herida
que rebalsa en el oscuro filo de esa noche

Cientos de personas
claman gritan se enfurecen
La afiebrada letanía
en cierta cumbre
de mis sueños

No hay ya culpa no hay remordimiento
Es el plazo que se cumple
en este año
Es la fecha del designio
del comienzo o del final

Los amigos
la familia lejos
y una embarcación vacía
que se arrastra mar adentro
en el vaivén artero de un oscuro amanecer

Desde esta sombra que soy yo
que no resiste
y que se aleja
Vivo el paso de los días
y acompaño en el dolor

Desta tierra bifurcada
miro entrego canto asombro
No soy nada no soy nadie
mas el grito que me eleva
es la sangre que yo envío

Duermo en la intranquila
afable denostada capital de la certeza
No recuerdo llamas o la oscuridad
de un callejón de madrugada
de aquel norte fijo en la montaña

Ya los sueños no me vencen
y la imagen
de aquel barco vuela o me revela
en un naufragio nuevo
más real que nunca

En ese río congelado
En el frío abrazo del desastre.




Puerto del olvido

Adviene el canto místico,
la reflexión oculta de los paraísos y arenales.
Adjunta el bosque en su melodía,
el tintineo expuesto,
la procacidad de los veleros que se van y no regresan.

Esta ciudad nueva
y su puerto evaporado;
los estibadores ruegan a sus dioses por la lluvia
que no llega, que se escapa
y, sin embargo, moja.

La expansión del pueblo,
la ensoñación dorada y la caída en los peldaños.

Sin ribetes de un dominio inexistente,
vuelvo al aire dominada
en cierto y pobre ángulo extendido.

Ya las manos,
brazos,
piernas,
rezos y oraciones.

Ya las velas inflan
el recuerdo de ese viaje en que creí morir
a manos de tormentas,
vuelos
y naufragios.

En la arena quedo expuesta
a la violencia de las bestias.
No me tocan,
no se acercan.
miran desde lejos
cómo yo me pongo en pie
y me encamino hacia la carretera.







En mi flor me he escondido...
Emily Dickinson


En mi flor me he escondido
para que, si en el pecho me llevases,
sin sospecharlo tú también allí estuviera...
Y sabrán lo demás sólo los ángeles.

En mi flor me he escondido
para que, al deslizarme de tu vaso,
tú, sin saberlo, sientas
casi la soledad que te he dejado.






Melodía en clave sostenida

Frágiles, temibles cuerdas
en un golpe, tensa o actitud

Que resiste al viento, luz y espacio
La mirada entreverada
El sonido de esos años
La palabra extraña
El roce
Sempiterno adagio entumecido
Ya los dedos se congelan
Ya la vida se me escapa, se me va

La dedicación absurda al vuelo
Una infancia desterrada
En la enrabiada forma de tu piel

Una diosa que retorna
Y un oscuro verbo
Nos repele, nos revuelca
En lodo inexistente

Un sendero entre las nubes
Ese canto que repites en mi oído
En el postrero amanecer

Una habitación vacía
Tu vestido hecho pedazos
Una huella que se pierde al infinito
Entre las flores
La temible arena
Bajo el agua
El arquetipo de final o rueda
Y una dirección que apunta al fondo
Y nos separa
Una vez más...




Adormidera

Desde un ángulo imposible,
el verde espino de la sombra...
te recoge.

Considera el borde imaginado,
el tiempo entre las redes,
el cansancio.

Viste ansiosa
el desacorde trino de unos árboles
quemados,

y sin embargo ríe, sin motivo,
enrevesada
por la pena o por el fin de los caminos.

Se despliega enteramente
ante el asombro
congelado.

Se repite.
Se anestesia.
Se despide.




sánscrito

el extraño fin de un accidente
en el puerto enjambre otra estación
que reaparece al fuego

sombras o fantasmas devenido asceta
por el río de oraciones
que fecunda el hábito de soles en silencio

la porción de luz innecesaria
en posición de loto ahogado
enfantasiada en el ocaso de este día que no existe
que no es más

en el sonido la violencia el parque
y esos niños que regresan
y tu voz que no remece cada noche

en el recuerdo
en aquella brisa que me expulsa
en la sinuosa entonación de la mañana





Procesión

Viérteme, sangrienta
a contraluz.

Viérteme en tu falda,
como en el transcurso de tus voces
que se ríen
o
que lloran
aduciendo a los enigmas,

desentrañas.

Viérteme la vida,
sacrifícame en tu ansia,
el anhelo de seguir.

Veo la ventana abierta,
sin poder cerrar,
sin poder huir hacia los bosques

en cenizas
de la noche interminable
o
más terrible.

Adivinas mi futuro entre las manos
enlazadas,
por gemidos y caricias
que recelan
a la furia del océano.

Me visitas cada noche,
me reviertes
en tu sombra que me cubre hasta el lamento
de las risas,
de tu espeso llanto
que consuelo a besos apagados
o
sombríos.

Vuelvo a ensimismar la melodía,
el piano extraña tu dolor
inexpresado.

Y en el susurro
vuelve cada vez,
soñando
una procesión hacia el collado
en que aducimos,
reencontramos
y la virgen de los ríos
nos recibe,

y nos da su bendición.





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