Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

viernes, 2 de mayo de 2014

1.987.- FRANCISCO NÚÑEZ Y DÍAZ




Francisco Núñez y Díaz 

(Sevilla, 1766 - Granada, 1832), poeta y sacerdote, miembro de la Escuela poética sevillana del siglo XVIII.

De familia pobre e inclinado al sacerdocio, estudilo inmenso un día,ó Filosofía en la Universidad de Sevilla, y se graduó en 1783 de bachiller en esta materia. Luego siguió en esa misma alma mater estudios de Teología hasta obtener igual grado en 1789. En 1791 alcanzó por oposición la plaza de capellán de Porcionistas del Real Colegio de San Telmo en Sevilla, donde enseñó además gramática y retórica; enfermó en la epidemia que afligió a Sevilla en 1800, pero, repuesto apenas, se distinguió como enfermero y ganó el puesto de primer capellán. En 1814 estuvo un breve tiempo en Madrid. Pasó después a capellán en la de los Reyes de Granada, donde murió. Perteneció a la Academia de Letras Humanas de Sevilla. Publicó en el Correo Literario de Sevilla de su amigo Justino Matute y Gaviria en 1804 una Oda a las ruinas de Itálica de inspiración neoclásica entre otras obras. Dominaba el latín, el francés y el italiano y estudió las bellas letras y la historia civil y eclesiástica.




Oda a las ruinas de Itálica


Campos desiertos, pueblo inmenso un día,
Decid a Tirsi en estos restos vagos
De todo lo mortal la suerte impía.
¡Ay ilustres estragos!
¡Como desmoronadas
Yacen columnas, Lares, templo augusto,
Dioses y aras sagradas
Al corvo arado del gañan robusto!
¡Ay, cual vacila y tiembla al paso rudo
Del buey, cual se desploma al leve viento
La muralla, que el choque hender no pudo
Del ariete violento!
Eco, tú en las arenas
De ese circo aplaudiste sus victorias,
Ora, triste, resuenas:
Yace Itálica, aquí yacen sus glorias,
¡Padre Betis! De fieras es guarida.
La patria de los dioses soberana
Por todo el orbe inmenso esclarecida,
Cuando tú a la romana
Púrpura en alta quilla,
Siguiéndole el gran pueblo, al César viste
Partir desde tu orilla,
¡Cuán vano el ancho seno entumeciste!
¡Tristes memorias, pálidas señales
Que el tiempo adrede nos dejó zeloso
De su poder! ¿A dó tus penetrales,
Trajano glorioso,
Fueron? ¿Dó el capitolio?
¿Dó las carrozas y el clamor lozano,
Que lleva al sacro solio
Por luenga calle al Cónsul soberano?
Ya todo se rindió, todo al destino
Mortal: En vano sombras mil, cuidosas
Aun de renombre eterno al peregrino, 
Las huellas cautelosas
Tuercen, que la vil suerte
Este postrer honor les niega avara
Y escura niebla vierte
En los rostros, que un tiempo en luz bañara.
No ya retumban por el vago muro
De inmenso pueblo gritos fervorosos,
Al mirar estrecharse al pecho duro
Los atletas briosos:
Tan solo el eco suave
De la flauta, que llora en las vecinas
Selvas, el caso grave
De Itálica, resuena en las ruinas,
O si Diana cubre la llanura
De verdes lumbres, ya el luciente giro
Terminando del bosque en la espesura,
El profundo suspiro
Del Pastor, que la Aurora,
El pecho de mil sombras asaltado,
En su recinto implora
Do aprisco incauto de la noche instado.
Sombras que en medio las ruinas crecen
De Itálica y tristísimos lamentos,
Cual de egércitos, se oyen, que parecen,
Y relinchar violentos,
Y correr los caballos,
Y del fuego que abrasa un eminente
Alcázar, los estallos.
Tal es la fama en la vecina gente.
¡O ley en lo mortal, nunca violada!
Tirsi, tú que al vivir eternalmente
Aspiras, en virtud de alto alcanzada,
Orlar debes tu frente;
Que Alma Virtud tan sola
De lo caduco y grave y corrompido
Al varon acrisola.
Y lo hace claro y libre del olvido.
Así del gran Fernando la memoria
Del tiempo superó la inmensa cumbre,
Del Hispalense muro la victória
Le baña en clara lumbre;
Y ensalza á Hermenegildo
El mismo alcázar que le vió postrado,
Y el lauro a Leovigildo
De eterna infamia es y sombra orlado.




No hay comentarios:

Publicar un comentario