Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

lunes, 31 de enero de 2011

234.- SALVADOR RUEDA



SALVADOR RUEDA SANTOS 



Nació en Macharaviaya (caserío de Benaque), en Málaga, el 3 de diciembre 1857, fue periodista y poeta precursor del Modernismo Ibérico.

Junto con Manuel Reina, Manuel Machado, Francisco Villaespesa o el joven Juan Ramón Jiménez, será uno de los pocos representantes de este movimiento en España. Dominando el metro clásico del soneto, también tiene pequeñas composiciones líricas, las coplas, que enlazan con las que más tarde producirá un noventayochesco Antonio Machado.

Hijo de jornaleros, tuvo una formación autodidacta, así él mismo nos cuenta:

"Aunque de niño en mi casa pobre yo no servía más que para vagar a todas horas por los campos, pretendiendo descifrar los profundos misterios y las grandes maravillas, mi padre siempre me amparó por desgraciado y me tuvo un sitio en su corazón. Aprendí administración de las hormigas; música, oyendo los aguaceros; escultura buscando parecido a los seres en las líneas de las rocas; color, en la luz; poesía, en toda la naturaleza".

Fue estudiante de latín, monaguillo, jornalero, guantero, carpintero, droguero, corredor de guías del puerto de Málaga, pirotécnico y oficial primero del Cuerpo facultativo de Archiveros Bibliotecarios y Arqueólogos. Y en Madrid trabajó en la “Gaceta de Madrid”.

Escritor muy fecundo, es autor de novelas y relatos costumbristas de ambiente andaluz como “El patio andaluz” (1886), “El cielo alegre” (1887), “El gusano de luz” (1889), “La reja” (1900), idilios poéticos y obras teatrales. Su obra poética se inició en 1880 con “Renglones cortos” (1883) y siguió con “Noventa estrofas”.

Sus libros poéticos de madurez son “Piedras preciosas” (1900), “Fuentes de salud” (1906), “Trompetas de órgano” (1903) y “Lenguas de fuego” (1908). En 1928 aparece “Antología poética” y en 1957 su obra póstuma “Claves y símbolos”.

En sus composiciones buscó la armonía, basada en la melodía y el ritmo. Así, su obra se convirtió en un repertorio variado de formas y combinaciones estróficas renovadoras; introdujo novedades métricas que luego utilizarían casi todos los vates modernistas.

Son las principales características de su poesía la intensidad pictórica de su colorido y la nota de musicalidad, conseguida por medio de nuevos ritmos y originales combinaciones de inusitadas estrofas. Los temas son muy variados, pero entre ellos destacan los que se refieren al mundo de la naturaleza y la meridional geografía andaluza, que el poeta describe con brillantez.

Su poesía fue muy bien acogida en Hispanoamérica y allí marchó el poeta, que agradeció la hospitalidad en su poema "El milagro de América" (1929). Rueda fue solemnemente coronado en La Habana en 1910. Regresó sin embargo a Málaga, donde vivió modestamente en una casa cerca del Alcazaba; cayó enfermo en marzo de 1933 y murió el 1 de abril de ese mismo año.




ACERCAD LAS ALMAS, QUE ÉSTA ES LA CANDELA

Acercad las almas, que ésta es la candela;
acercad las almas, que ésta es la alegría;
son versos que cantan llenos de energía,
y alzan una lumbre que, ondulando, vuela.

Es un bosque que ardiendo que el helor deshiela,
es Dios hecho lenguas, Dios hecho poesía,
este libro es alto temblor de armonía,
fuego melodioso, que abriga y consuela.

El crujiente ritmo dice: «¡Allá van ramas!»,
y la fantasía las convierte en llamas,
como promontorio de dorado velo.

Mientras que, candente, la inexhausta lira
lanza en rubios hace versos a la pira,
y las lenguas de oro suben hasta el cielo.








AFRODITA

Venus, la de los senos adorados
que nutren de vigor savias y rosas;
la que al mirar derrama mariposas
y al sonreír florecen los collados;

la que en almas y cuerpos congelados
fecunda vierte llamas generosas,
de Eros a las caricias amorosas
ostenta sus ropajes cincelados.

Ella es la fuerza viva, el soplo ardiente
de cuanto sueña y goza, piensa y siente;
de cuanto canta y ríe, vibra y ama.

En el niño es candor, eco en la risa;
en el agua canción, beso en la brisa,
ascua en corazón, flor en la rama.






BAILADORA

Con un chambergo puesto como corona
y el chal bajando en hebras a sus rodillas,
baila una sevillana las seguidillas
a los ecos gitanos que un mozo entona.

Coro de recias voces canta y pregona
de su rostro y sus gracias las maravillas,
y ella mueve, inflamadas ambas mejillas,
el regio tren de curvas de su persona.

Cuando enarca su cuerpo como culebra
y en ondas fugitivas gira y se quiebra
al brillante reflejo de las arañas,

estalla atronadora vocinglería,
y en un compás amarra la melodía
palmas, risas, requiebros, cuerdas y cañas.







CLAVELLINERO

Quiero cuando yo muera, Patria mía,
que formes con mi cráneo una maceta,
y de sus ojos por la doble grieta
eches la tierra que tus flores cría.

En su interior de luz y de armonía
deja una mata de clavel sujeta,
y ese clavellinero de poeta
te brindará corolas como el día.

Por mi boca, mis ojos, mis oídos,
entreabriré capullos encendidos
con que de galas quedaré cubierto.

Y, cuando en mayo florecer me veas,
aún lanzaré claveles como ideas
para besarte hasta después de muerto.






EL AVE DEL PARAÍSO

Ved el ave inmortal, es su figura;
la antigüedad un silfo la creía,
y la vio su extasiada fantasía
cual hada, genio, flor o llama pura.

Su plumaje es la luz hecha locura,
un brillante hervidero de alegría
donde tiembla 1a ardiente sinfonía
de cuantos tonos casa la hermosura.

Su cola real, colgando en catarata;
y dirigida al sol, haz que desata
vivo penacho de arcos cimbradores.

Curvas suelta la cola sorprende,
y al aire lanza cual tazón de fuente
un surtidor de palmas de colores.






ESTAMBRES Y PISTILOS

Bajo el velo del agua transparente
impregnada de rayos luminosos,
estambres y pistilos pudorosos
se citan, para amarse, en el ambiente.

Atravesando el líquido luciente
asómanse los tallos amorosos,
y a los himnos del viento rumorosos
los desposa la luz resplandeciente.

A la vez en las frondas escondidos,
cuántas dulces escenas misteriosas
entre los bosques formarán los nidos.

El lento desplegarse de las rosas,
el crujir de los granos, los latidos...
¡Oh concierto invisible de las cosas










COPLAS



1

Como el almendro florido
has de ser con los rigores,
si un rudo golpe recibes
suelta una lluvia de flores.

2

Antes que el sepulturero
haya cerrado mi caja,
echa sobre el cuerpo mío
tu mantilla sevillana.

3

Tiro un cristal contra el suelo
y se rompe en mil cristales,
quiero borrarte del pecho
y te miro en todas partes.

4

Sobre su negro ataúd
daban las gotas del agua,
¡qué lejos el cementerio
y qué noche tan amarga!

5

A las puertas de la muerte
sentado habré de aguardarte;
no faltarás a la cita,
allí te espero, ya sabes.

6

Allá en el fondo del río
cuando nada turba el agua,
palpita de las estrellas
el hormiguero de plata.

7

Aprovecha tus abriles
y ama al hombre que te quiera,
mira que el invierno es largo
y corta la primavera.

8

Para alcanzar las estrellas
sonda el cisne la laguna;
en el mar de los amores
yo soy cisne y tú eres luna.

9

A la luz de tu mirada
despido mis penas todas,
como a la luz de los astros
la hoja despide la sombra.

10

No soy dueño de mí mismo
ni voy donde a mí me agrada,
atado llevo el deseo
al hilo de tu mirada.

11

Parecía la amapola
que ayer vi en el cementerio,
sus rojos labios que ansiaban
darme los últimos besos.

12

Cuando eche mi cuerpo flores
sólo una cosa te pido,
que las pongas en el pecho
donde no pude estar vivo.

13

Mira qué triste está el cielo,
mira qué sendas tan solas,
mira con cuánta amargura
se van quejando las hojas.

14

Para mirar qué es la vida,
cuando estoy en mi aposento
con un fósforo señalo
la forma de un esqueleto.

15
La campiña cuando sales
se inunda de luz alegre,
y las hojas de las ramas
baten las palmas al verte.

16

De dos montañas distintas
corren al mar dos arroyos,
y en el camino se juntan
para no caminar solos.

17

Tengo los ojos rendidos
de tanto mirar tu cara,
si los cierro, no es que duermen,
es tan sólo que descansan.

18

Tus ojos son un delito
negro como las tinieblas,
y tienes para ocultarlo
bosque de pestañas negras.

19

De aquella peña más dura
sale el manantial alegre,
de un pecho con ser humano
no sale el cariño siempre.

20

Dentro de una calavera
dejó la lluvia un espejo,
¡y en él a la media noche
se contemplaba un lucero!

21

Para formarle un collar
a tu pecho, dueño mío,
voy buscando por las ramas
los diamantes del rocío.

22

Fuera entre todas las cosas
por abrazarte temblando,
enredadera florida
de tu cuerpo de alabastro.

23

Rayito fuera de luna
para entrar por tu ventana,
subir después por tu lecho
y platearte la cara.

24

Cuando me esté retratando
en tus pupilas de fuego,
cierra de pronto los ojos
por ver si me coges dentro.

25

Dos velas tengo encendidas
en el altar de mi alma,
y en él adoro a una virgen
que tiene tu misma cara.

26

Cuando me envuelvo en el rayo
de tus pupilas siniestras,
como terrible martillo
toda mi sangre golpea.

27

Creyendo darlo en tu boca
he dado en el aire un beso,
y el beso ha culebreado
como una chispa de fuego.

28

Divididas en manojos
están tus negras pestañas,
y cuando la luz las besa
no he visto sombras más largas.

29

Si quieres darme la muerte
tira donde más te agrade,
pero no en el corazón
porque allí llevo tu imagen.

30

Viviendo como tú vives
enfrente del cementerio,
qué te importa ver pasar
un cadáver más o menos.

31

Una lápida en su pecho
pone al amar la mujer,
que en letras de luto dice:
«muerta, menos para él».

32

A saludar a su amada
voló un dulce ruiseñor,
vio otro pájaro en su nido
y de repente murió.

33

El día de conocerte,
mira qué casualidad,
tu nombre estuve escribiendo
en la escarcha de un cristal.

34

En el altar de tu reja
digo una misa de amor,
tú eres la virgen divina
y el sacerdote soy yo.

35

Yo no sé qué me sucede
desde que te di mi alma,
que cualquier senda que tomo
me ha de llevar a tu casa.

36

Sobre la almohada
donde duermo a solas,
¡cuántas cosas te he dicho al oído
sin que tú las oigas!

37

Cuando el claro día
llama a mis cristales,
desvelado me encuentra en la sombra
trazando tu imagen.

38

Hay en tu mirada
yo no sé qué cosa,
que en mis fibras penetra y penetra
como espada sorda.

39

Creyendo en mis sueños
poder abrazarte,
¡qué de veces, mi bien, he oprimido
las ondas del aire!

40

Jugara la vida
gozando en perderla,
si a las cartas les dieran su sombra
tus pestañas negras.

41

El acento dulce
de tu voz amada,
me parece una ola de llanto
que besa las playas.

42

Cada vez que a verte voy
en tu puerta me detengo,
pues temo que la alegría
me trastorne el pensamiento.

43

Sólo le pido al Eterno
que al despuntar cada día,
las sombras de nuestros cuerpos
sorprenda la luz unidas.

44

Si fuera rayo de luna
por tus ojos penetrara,
y en silencio alumbraría
el sagrario de tu alma.

45

Quisiera tener un rizo
de tu oscura cabellera,
para gastarme los ojos
en sólo mirar sus hebras.

46

Ya viene la primavera,
ya los pájaros se hermanan,
¡cuánto espacio entre nosotros
y cuán cerca nuestras almas!

47

Tu desaire más ligero
pone mi pecho vibrando
como un granillo de arena
hace temblar todo un lago.

48

Antes de yo conocerte
soñaba que me amarías;
¡quién presta oído a los sueños,
quién de los sueños se fía!

49

Cuando muerto esté en la tumba
toca en ella la guitarra,
y verás a mi esqueleto
alzarse para escucharla.

50

Cuando a media noche
los ramajes tiemblan,
el silencio interrumpen y pasan
las almas en pena.









Salvador Rueda y la poesía de la naturaleza andaluza

Francisco José Ramos Molina
Universidad de Málaga


Miren ustedes, Salvador Rueda no tiene nada de andalucista en su poesía, a pesar de que Andalucía está presente en sus poemas.
Esta afirmación tan categórica ha sido objeto de discusión entre la crítica. Así, don Rafael Bejarano Pérez1, otrora Archivero Bibliotecario Municipal de Málaga, nos pone en conocimiento lo que opinaba Juan Ramón Jiménez:
«Cuando Juan Ramón escribe a su amigo José Sánchez Rodríguez, poeta, malagueño autor de Alma andaluza, y le comenta los poemas de este mismo libro aún inédito y próximo a salir -escribe de octubre de 1900- le dice que "Rueda tampoco siente a Andalucía; su Andalucía es una chula sobre un tablado, entre cañas de manzanilla y cantaores; su lira es una guitarra alegre sobre un pañolón de Manila».

Por el contrario, Bienvenido de la Fuente2 afirma:
«Es la preferencia por temas y motivos andalucistas, descripción de tipos, objetos y costumbres de su región natal, Andalucía, camino por el que transcurriría una parte no pequeña de su creación poética».

Según José María de Cossío Rueda es «[...] el poeta andalucista, sin contar todo lo demás que es en la poesía de su tiempo, más abundante y copioso»3:
«"La clueca" es uno de los poemas que mejor representa esa tendencia: los elementos específicamente locales están ahí -Málaga, campesina y marinera, el pasero y el copo- pero al servicio de la recreación de un ambiente que difícilmente cabría imaginar fuera de la región andaluza y levantina»4.

Nuestra opinión ante el estado de la cuestión es que Rueda es un poeta vitalista, que canta lo que experimentó y vivió; poeta de lo vivido que sabe trascender a lo universal. Es por ello que compartimos las afirmaciones de María Isabel Jiménez Morales en su edición de El gusano de luz:
«El autor de Benaque fue un enamorado de la naturaleza, por ello ésta era su fuente de inspiración principal de donde sacaba ese color y esa música de la que todos los críticos hablaron al enjuiciar sus obras. Pero la naturaleza a la que él siempre acudía no era la de la gran ciudad, la de la corte -en la que se asentó desde sus inicios literarios-, sino la que conoció y en la que convivió con su familia desde su niñez, que no fue otra que la de su Benaque natal»5

Don Manuel Prados, en este sentido afirma:
«Amante de la belleza clásica y entrañablemente encariñado de por vida con lo andaluz, fue siempre poeta de Málaga, aun después de ser considerado poeta del mundo»6.

Y para terminar con este preámbulo sobre el sentimiento malagueño de nuestro poeta, el 24 de abril de 1919, en una carta dirigida a Manuel Callejón Navas, Salvador Rueda afirma:
«Puedo decir con el corazón puro, no manchado por nada, y con el alma de la que no se ha caído un solo pétalo: Noble Málaga, tierra mía, madre mía; aquí me tienes, tuyo soy, en ti estaré hasta que caiga abrazado a tu tierra para morir...»7.

Con ello no está haciendo otra cosa que manifestar su profundo amor a la tierra que le vio nacer. Confirmar su condición de poeta vitalista, cantor de la experiencia vivida, como ya hemos anotado anteriormente. Su amor a Málaga se refleja en su poesía con la cantidad de poemas que dedica, de una manera u otra a su ciudad.
Cristóbal Cuevas, en su magnífica Gran antología recopila los siguientes poemas donde aparece alguna referencia directa a Andalucía8. (Me parece un abuso hacer relación completa del listado; no obstante, les voy a anotar alguna referencia a Málaga, Granada y Sevilla)9:
En «El pavero» había de un tipo popular desaparecido ya, el vendedor de pavos, y menciona «la manzana de Ronda...» y «la pasa olorosa de Andalucía» (pág. 206, I).
En Felipe Trigo» menciona a «Tu Alhambra de mujeres, pintada de desnudos» (pág. 282, II). «La música de Granada» (págs. 286-287, II), también está dedicado a la ciudad de la Alhambra. «Adiós a Granada, siete veces divina» (pág. 594, II), dedicado a la ciudad con la que asocia el fruto del granado. El poemario Sierra Nevada (págs. 617-629, II) lo sitúa en Granada y es fundamental para entender el sentimiento católico de la poesía de Salvador Rueda.
En el soneto «La copla» podemos leer en el último terceto:

«en el pueblo andaluz, copla, has nacido,
y tienes -¡ave musical!- tu nido,
de la guitarra en el sonoro hueco».


(Pág. 382, II)                


En «Mi patria» (págs. 397-398, II) delimita lo que posteriormente se conocerá como Costa del Sol y afirma que es su patria. En «Sobre el pentagrama» alude a:

«de Aragón hay una copa, de jerez un sorbo añejo,
hay un plátano de Málaga, de Granada un azulejo,
de Sevilla un tango, un palio, una peina y una cruz».


(Pág. 441, II)                


«Sevilla en abril» (págs. 749-759, III) está dedicado a la Semana Santa y la feria de Sevilla. En «A ver la novia» (págs. 763-769, III) aparece la ciudad de Sevilla. En «Mascarada», menciona a «una monja de Sevilla» (pág. 803, III). «Al ver los jazmines en América» (pág. 874, III), le recuerda los sevillanos. El andalucismo de Rueda va más allá del enfrentamiento Málaga-Sevilla. Es una Andalucía vivida la que canta el poeta de Benaque.
«La Giralda» (Guajiras para la guitarra) (pág. 909, III) dedicado al monumento sevillano. «Los fuegos artificiales» (Sevilla) (págs. 918-920, I)
En «Mujer popular» (pág. 48, I) alude a un barrio malagueño: «esta copia trinitaria / cantó llorando la Nena [...]» ((pág. 48, I). Y en el mismo poema:

«Y tornó la cantadora
a preludiar malagueñas,
Colmó el vino sanluqueño
la copa larga y estrecha»


(Pág. 49, I)                


En «A Málaga» (pág. 245, I), una loa a Málaga con todas sus virtudes, recuerda:

«Al lado de tu puerto de línea oblonga
iban los rubios trigos que da Periana,
y los ricos productos de Sayalonga,
de Cómpeta, de Vélez y Frigiliana».


(Pág. 246, I)                


Y en «Málaga» (Canto popular) (pág. 690, III), otro canto en forma de loa, dice:

«Esa es Málaga la bella,
paraíso en que nací;
entre sus luces viví;
y mi ser formose en ella».


(Pág. 691, III)                


O en «Paisaje lírico...» (pág. 536, II), poema profundamente malagueño, nueva alabanza a su tierra natal:

«Sobre el paisaje alegre, lleno de luz dorada,
la atmósfera se extiende, como un inmenso tul,
y Málaga parece una ciudad bordada,
con torres y alminares, sobre la mar azul».


(Pág. 537, II)                


«La romería» (págs. 785-791, III) hace un recorrido por los barrios malagueños:

«Cuadro, Málaga, en desorden;
dosel del festín, la higuera;
por contorno, las montañas;
y por tapiz, la floresta»


(Pág. 785, III)                


En «La mecedora» (págs. 745-747, III) sitúa el poema en Málaga: «En la ciudad donde cantan / con arte los pregoneros». «La juerga» (págs. 759-763, III), poema con una estructura paralela al ya citado «La romería», canta:

«Asunto, una fiesta alegre;
lugar de la escena, Málaga;
tapiz del suelo, la arena;
y dosel, verde enramada».


(Pág. 759, III)                


En «La fiesta» (pág. 669, III) aparecen campesinos malagueños.
No voy a continuar citando puesto que sería tedioso. Solo decir al róncelo que las ciudades de Andalucía que más aparecen en su obra, además de Málaga, ya citada, son Granada y Sevilla.
A continuación, es obvio: por un lado hemos afirmado la ausencia de andalucismo en el poemario de Salvador Rueda. Por otro, ponemos ejemplos de la presencia de lo andaluz. Se preguntarán ustedes: ¿qué hace este señor aquí con un título como «Salvador Rueda y la poesía de la naturaleza andaluza» si no se aclara?
Veamos: he afirmado que Salvador Rueda no era un poeta andalucista a tenor de lo que se puede leer en su poesía. Su idea de nación es la raza hispana, la unidad cultural de España y América, así lo afirma la «Las naciones de América» (pág. 22, I):

«Tan vasta como Roma, la de las grandes plazas,
fue España al ir soltando grandiosos eslabones,
fue el libro talonario de pueblos y de razas,
del que cortó la historia naciones y naciones»10.


(Pág. 23, I)                


Esto que observamos en su poesía se ve corroborado en las propias palabras del poeta de Benaque:
«Repasad las civilizaciones y veréis que todo se queda pequeño ante el panorama calenturiento y terrible, epiléptico y arrollador de las cosas que hizo España al echar los cimientos del mundo moderno.
[...]
Ante la grandeza de nuestra raza, si me dijeran: ¿quieres ser alemán?, diría no; ¿quieres ser inglés?, diría no; ¿quieres ser francés?, diría no; ¿italiano, ruso, griego?; no, no, no. Todo eso junto no tiene el abolengo ni la fuerza milagrosa de España; todo eso es medible, tiene su metro, su diapasón, su norma, su compás. España ni tuvo ni tiene medidas, ni principio, ni fin, ni alfa ni omega. Y por eso yo tengo la inmarcesible gloria, la gloria más grande de la tierra: la de ser español»11.

Las naciones americanas son la manifestación de la raza española allende los mares. De la Madre Patria tomaron el idioma y la religión, baluartes universales12.
No está de moda, pero a Salvador Rueda se le conoció como el «poeta de la raza». En palabras del maestro Cristóbal Cuevas: «Rueda es [...] más que un tópico versificador de asuntos patrios, un artista del sentimiento patriótico»13, con una visión de la españolidad, más allá de la Península Ibérica, añadimos nosotros:

«Y bien, pueblos de la América Latina:
oíd todos, oíd todos raí palabra:
en el árbol portentoso de los siglos
maduró la profecía milenaria
de formar vuestras repúblicas gloriosas,
los Estados avenidos de una raza,
la nación de las naciones,
la gran fuente americana,
el caudal de hombres modernos
que, con son de amenazante catarata,
se destrence por el arco de la tierra,
arrollando con su empuje todo el cúmulo del mapa»14.


(Pág. 328, II)                


Por encima de esta identidad supranacional se impone el concepto de la Naturaleza. Para Salvador Rueda la Naturaleza es la suprema manifestación divina; el poeta se funde con ella para cantarla, que es un modo de cantar a Dios.
El vate es un ave lira que «En su plumaje, que hacia Dios levanta, / la inspiración divina se refleja» (pág. 258, II):

«Es un ara pura cada flor o estrofa
donde Dios se eleva trocado en poesía,
y quien hace, innoble, del acento mofa,
a Dios no comulga, que es pan y armonía».


(Pág. 437, II)                


Volvemos, entonces, al principio. Si la naturaleza es una manifestación de la existencia de Dios, es decir, es creación divina que el vate tiene el privilegio de cantar, ¿qué naturaleza es la cantada por Salvador Rueda? ¿Qué elementos de la naturaleza predominan en sus poemas?15
Los elementos de la naturaleza que Rueda canta son aquellos que ha vivido, y para conocerlos tenemos varias fuentes del propio poeta.
En la desaparecida revista El turismo en Málaga publica Salvador Rueda «La diosa de los cuatro velos»16, un artículo en el que hace un canto de la Naturaleza malagueña y, por ende, andaluza. Allí realiza un recorrido temporal de un día por Málaga, destacando los elementos de la naturaleza presentes en cada momento. Este artículo lo traemos a colación porque en él se nos descubren parte de los elementos concretos de la naturaleza que podemos asociar a lo andaluz, pues vienen explicitados por el propio Rueda.
Es por la mañana, «[...] después de ese baño de resurrección en que todo comulga -pájaros y hombres, piedras y cuadrúpedos- [...]»17, y ahí están las naranjas, claveles, marimoñas, que el sol besa. En la siesta aparecen los insectos del calor: libélulas, abejorros, mariposas, moscas, avispas, abejas, cínifes; y plátanos, chumbos, melocotón fresa, chirimoyas, biznagas, jazmines. También menciona las rosas, los lirios, los clavelones, las luciérnagas, mariposas, cínifes (otra vez) y los pájaros como los canarios. La llegada de la noche se invade de luces artificiales, pero:
«De tantas luces de artificios, de tantos simulacros de la Química, nada queda; porque todo es tinieblas, todo sombras y todo trágicas negruras, menos la Luz que alumbra las almas y los siglos, la Luz divina. ¡El Amor!»18.

Se nos iluminan dos aspectos de la poesía de Salvador Rueda. Por un lado, los elementos de la naturaleza que pertenecen a su experiencia andaluza sin ningún tipo de dudas pues son explicitados por el poeta. Por otro lado, su deuda con el catolicismo y la importancia del amor en su poesía concebido desde un punto de vista católico. Este último aspecto lo dejamos de lado, no porque carezca de interés, sino porque se sale del tema que tratamos. Continuemos con la naturaleza.
Debido a una afección bronquial crónica, el poeta solía ir a Tolox. Manuel Prados reproduce parte de una carta que recibe del poeta desde Tolox. De ella destacamos las referencias a la naturaleza que vive Salvador Rueda en primera persona:
«El valle donde está el pueblo es, en cambio, un bellísimo oasis meridional. Albaricoques, nísperos, perales, laureles, manzanos, nopales, almendros, higueras, duraznos, plátanos de sombra y plátanos de fruto, limoneros, naranjales, cañas dulces, vides, madroños, almecinos, algarrobos, avellanos, ficus, membrillos, ñames, chopos, variedad de palmeras, araucarias, pinos, eucaliptos, olivos y acacias forman una riente decoración con los claveles de distintos matices y con las diversas familias de rosas, desde las grandilocuentes, como enormes tazones de pétalos, hasta las minúsculas y casi microscópicas de pitiminí, pasando por las de té, por las de Alejandría, por las de mil hojas, por las moradas como túnica de Cristo, por las desgreñadas como rosas de tragedia.
Y, barajadas con todo ese aluvión de bellezas, se abren como bocas que piden besos al sol cuantas flores pueda soñar la fantasía en el más gayo jardín andaluz»19.

Consideramos muy interesantes estas citas porque Rueda explícita la procedencia de sus objetos poéticos. Podría haber alguna duda, pues el poeta también vivió y se enamoró de la maravillosa Isla de Tabarca, amén de muchos de los lugares por los que viajó. Aquí deja claro los elementos de la naturaleza que aparecen en sus poemas y provienen de su observación de la tierra andaluza.
Con los ejemplos que siguen demostramos que esto es así (sean tomados como calas orientativas, pues sería tedioso exponerlos todos):
«En la siesta. (Escala de vidas)»20 es un poema descriptivo que empieza:

«Esperando el descenso de la marea,
paso en vela las horas del mediodía,
viendo el mundo de seres que burbujea
en el campo esplendente de Andalucía».


(Pág. 234, I)                


Y a continuación, una serie interminable de plantas y animales (tórtola, chumberas, platanales), pero preferentemente insectos: moscas, avispa, tábano, abejorro, moscarda, libélula, cínifes, grillos, abeja, mariposas, chicharra, escarabajo, cigarrón, hormigas, «caballo del diablo», «cochinito-rosa», mosca, tarántula, gusano, cigarra.
Salvador Rueda ha citado a Andalucía y ha ensalzado a animales que viven en ella. Sucede que a lo largo de su obra poética recurre a estos animales a modo de recreación del tema de los insectos.
Véase «Los insectos» (pág. 261, II), donde cita a escara abejorros, saltamontes, mosquitos, tábanos, avispas, libélulas, moscas y mariposas. O «Los reptiles» (pág. 273, II). O en el poema «La culebra», de los primeros que escribió el autor, según aclaración propia, aparece la culebra que asusta a las crías de las águilas escondidas entre tojos, jarales y carrascas; además de lagartos, perdices, víboras, la zorra, el mochuelo, las grullas y la vaca. O en «A dormir» (pág. 815, III), «Tarde de verano» (págs. 925-927, III), «El árbol de la música» (pág. 906, III), y «Enjambre» (pág. 910-911, III) donde asemeja la colmena21 a la caja de una guitarra:

«El alma entera de España
está en la caja metida,
y habla con notas de llanto,
o habla con notas de risa.
Esa colmena, en su forma,
un pecho sonoro imita,
y en ese pecho se esconde
la musa de Andalucía».


(Pág. 910, III)                


Y es que el poeta de Benaque considera a la naturaleza creación divina, reflejo de Dios en la tierra, y Andalucía es la musa inspiradora de su canto.
A este respecto, ya Guillermo Díaz-Plaja relacionaba la poesía de Lorca con la de Salvador Rueda en cuanto que no son poetas de lo que él llama evasión, como Bécquer o Rubén Darío, y afirmaba:
«García Lorca no enlaza con esa tradición, sino con la que va de Pedro Soto de Rojas a Salvador Rueda. [...] Poesía de las cosas pequeñas o de las que, pareciendo mayores, carecen de perfiles épicos»22.

Cualquier ser que exista debe ser cantado: es necesario, pues es criatura del Señor. De ahí que Salvador Rueda también cante a los pájaros, o porque su canto es pésimo, en «Los pájaros que cantan mal» (Escala de vidas) (pág. 708-712, III), donde aparecen mencionados los pájaros con una terminología popular malagueña, tal es el caso de «arcaudón», por «alcaudón»23. O la costumbre de comer pájaros fritos, hoy absolutamente prohibida, en «Los pájaros fritos» (pág. 544-546, II), o en «Los pájaros» (págs. 546-548, II), contemplados como creación divina.
La belleza de lo pequeño en cuanto que creación divina se observa en «Su excelencia el escarabajo» (págs. 223-226, I). En los insectos pequeños deposita Salvador Rueda la manifestación de la Creación Divina y los asemeja a pequeños dioses terrenales. Todo lo creado por Dios tiene igual importancia. De ahí la serie de poemas bajo el epígrafe de «Vidas con alas» (págs. 219-237, II): abeja, el abejorro, el escarabajo, la libélula, la cigarra o la litídula, que es capaz de abrir la palabra divina (pág. 233, I). En todos ellos hay un ensalzamiento del insecto, una descripción y una relación con lo divino.
La boa es Bíblica en «El puente colgante» (págs. 437-440, II), ejemplo de la referencia a la Biblia cuando aparece la serpiente, culebra.
Cristóbal Cuevas demuestra el valor religioso que Lorca entendía posee la Naturaleza. De ahí las concomitancias que algunos han señalado entre Rueda y el granadino. Las siguientes palabras que Cuevas afirma en referencia a Lorca son igualmente válidas para Rueda:
«Todas estas ideas culminan en lo que es, quizá, la parte más íntima y valiosa del sentimiento religioso de Lorca. La naturaleza es un camino para llegar a Dios. Es más: se trata de un camino inexcusable, un camino único. A pesar de la lejanía de expresión y concepto, nos parece ver aquí un reflejo del pensamiento paulino contenido en la Epístola a los Romanos, de que las cosas invisibles de Dios han de conocerse a través de las visibles que salieron de sus manos. Lorca lo dice categóricamente: "¿Qué motivos tenéis para despreciar lo ínfimo de la naturaleza? Mientras que no améis profundamente a la piedra y al gusano no entraréis en el Reino de Dios. [...] Muy pronto llegará el reino de los animales y de las plantas; el hombre se olvida de su Creador, y el animal y la planta están muy cerca de su luz»24.

Igualmente, Salvador Rueda se preocupa por la flora, verbi gratia, en «La carrera de árboles» (págs. 270-275, II), «Lección de música» (págs. 613-616, II), «Frutas de España» (págs. 389-414, II) donde aparecen frutas propias de Andalucía, como las uvas o el chumbo; o en «Al ver los jazmines en América» (pág. 874, III), ya citado, en el que recuerda los jazmines de Sevilla.
Otro aspecto de la naturaleza de Andalucía recurrente en Salvador Rueda es el de la uva y el vino. Es increíble los tipos de uva que cita el poeta en «Corona a Baco» (pág. 296, II): mollares, tempranas, rondeñas, moscateles, largas, de rey, lairenes, sultanas, perrunas, cabrieles, casín, romen, tintas, negras, lojas, montúas, jaqueles, Don Bueno, Santa Paula, baladíes, perojiménez, albará, jaenes, tetaburra, marbellíes.
El tema de las uvas y el vino es tratado en muchas ocasiones: «En nochebuena» (pág. 291, II), «La Bacanal» (pág. 404, II), «El canto a los toneles» (pág. 549, II), «Collar» (págs. 665-666, III), «La caja de pasas» (págs. 681-682, III) donde identifica la caja de pasas como el recipiente donde se ordenan las pasas-palabras de la poesía, «El vino de Málaga» (págs. 773-774, III), «El Solera» (pág. 826, III) [...] variaciones sobre la uva y el vino-, «Al partir un vaso de vino» (pág. 864, III) -dedicado al vino de Málaga, del que hace loa-, o en «La cena aristocrática» (pág. 243, I) no podía faltar el vino de Málaga y de Montilla: «En los cristales leves los vinos burbujean; / jerez, montilla, málaga, derraman sus aromas» (pág. 243, I).
También trata el tema de la uva-vino, con un tono más costumbrista, en varios poemas donde se refiere a las tareas agrícolas que suponen el paso de uva a vino: «La pisa» (págs. 484-487, II), «La vendimia» (págs. 487-490, II) -donde menciona las «parras de uva andaluzas» (pág. 489, II)-, «La danza del mosto» (págs. 490-493, II), «El vino de Málaga» (págs. 773-774, III), «Escrito sobre un tonel» (pág. 824, III) o «La caja de pasas», donde relaciona las pasas de su infancia en su casa paterna con la poesía:

«Rimando los racimos de almibaradas pasas,
están los llenadores junto a las verdes cañas;
el lecho es una estrofa que la tijera labra
como una sabia lira de la armonía plástica».


(Pág. 681, III)                


«El sofisma de un borracho» (Metafísica cómica) (págs. 923-925, III), trata el tema del vino con humor y, como curiosidad, Salvador Rueda no opone el vino a la cerveza, pues en «La mujer de rubíes (Capricho sobre la cerveza)» (págs. 903-906, III) canta una loa de ella.
Otro aspecto de la naturaleza relacionado con Andalucía es lo marítimo. En concreto vamos a destacar la interminable lista de peces que pregona un cenachero malagueño en «El pregón del pescado (Escala de vidas)», (págs. 208-216, I). Escrito en Torre de Moya, Benajarafe, 1903, según firma en página 216 esta serie, podríamos decir casi ilimitada, de especies del litoral andaluz es mencionada por Rueda: boquerones «vitorianos», sardinas, besugos, brecas, herrera, pescada, pulpo, jurel, salmonete, tintorera, jaquetón, araña, japuta, sangrador, cazón, pintarroja, lenguado, pepe raspado, lisa, mero, zafío, mocosa, aguja, rubio, dentón, chuela, caballa, volador, marrajo, golfín, jibia, rape, raya, chucho, camarón, langosta, cabezón, galera, rapagallo, pez-emperador, atún, negro, culebra, rascarsio, pámpano, róbalo, sargo, lorito, gramante, chopa, gallo, caballo, armado, lacha, paloma, mula, cachucho, voraz, espetón, pez de limón, lagarto, brótola, baqueta, gallineta, pollo, rodaballo, esparragallo, torillo, vieja, obispo, soldado, bonito, sama, estornino, sábalo, pargo, roncador, boga, torbellino, rata, ángel, calamar, mujarra, morena, vaquilla, cabrilla, dorada, corvina, aguja palar, labaila, judío, lobo de mar, tordo, abarcora, pijota, melvas, romeruelo, esparte, tiburón Pachano, cornuda, pez espada, zalema, zorro, marrano, chema, loco, pez de rey, ochavillo, cinta, pitisalbo, sapo, chanquete, tembladera, ballena.
En «Los boquerones» (págs. 158-162, I) imita el habla popular malagueña, y en «El copo» (pág. 864, III) explica dicha faena pesquera.
Después de lo dicho, volvamos al principio por segunda vez, Salvador Rueda no es un poeta andalucista, pero sí canta a la naturaleza que él conoció directamente, y ello abarca desde América hasta el norte y centro de España, junto con Murcia y la isla de Tabarca. Dentro de este espacio de la naturaleza de Salvador Rueda ocupa un lugar preponderante Andalucía, y en concreto lo mediterráneo, como hemos visto hasta ahora: uvas, insectos, pájaros, peces, árboles...
No hay en Salvador Rueda una conciencia de Andalucía corno nacionalidad. Sí de España como patria madre, nación de naciones. Si consideramos la acepción de «andalucista» como sustantivo, aquel que profesa el andalucismo, hemos de afirmar que Salvador Rueda no fue andalucista, pues nunca alardeó de serlo. Rueda fue españolista. Claro que esto es una verdad a medias y, ahora perdonen el juego inicial que se desvela aquí. Hay que situar al poeta en su momento histórico y cuando vivió Rueda asistimos al auge de los nacionalismos de las naciones (por llamarlo de algún modo), de ahí que Rueda se adscriba a la corriente nacional española. La propagación de un sentimiento de nacionalidad más local dentro de un Estado, lo que hoy se podría entender como regionalismos, vino posteriormente, y en el caso de a España a partir del 78 es cuando eclosiona. Por lo tanto, es lógico que Rueda no reclame directamente lo andaluz, pero es seguro que su nace desde su más profundo sentimiento andaluz, pues parte de lo concreto vivido, poesía de la experiencia, de los sentidos, vitalista, son adjetivos que acompañan al quehacer literario del de Benaque. Digámoslo sin ambages, Rueda propala lo andaluz usando su encía vital y transformándola en poesía. Para ello la naturaleza es el vehículo, el objeto, fundamental que expresa en ella.
La mayoría de los poemas sobre otros lugares fuera de Andalucía llevan una dedicatoria o se refieren a algún aspecto localista concreto del lugar, lo que indica su gratitud como invitado. Además son poemas en los que se observa una naturaleza diferente a la andaluza, propia del lugar del que habla, como se puede ver en «Mujer de heno» (pág. 39, I) con la manzana (sidra) o el heno, o en «Huertos de Murcia» (págs. 849-853, III), con las palmeras, bordones, nísperos y nardos, peras o nueces.
Galicia aparece también en «La gaita» (págs. 124-127, I); Tabarca, en «La isla de Tabarca» (pág. 101, I); Murcia, en «Huertos de Murcia» (págs. 849-853, III), Valencia, el cantábrico, Barcelona, Asturias, Madrid... y también Cuba o Argentina, están presentes en sus poemas.

En el caso de los poemas sobre América, valga lo expuesto como ejemplo, pues hay muchos más, como lo son los agrupados bajo los epígrafes «De mi paso por América (págs. 323-339, II), «De mi segundo viaje a América» (págs. 867-895, III), y algunos otros poemas sueltos, como «El ingenio de azúcar» (págs. 290-294, II).
Es por ello que podemos hablar de la existencia de una naturaleza universal en la poesía de Salvador Rueda, como es la rosa, presente en Andalucía pero que el vate de Benaque trasciende a universal como símbolo de belleza inusitada. Es un tema que aparece a lo largo de toda su obra y que desarrolla con profusión en los dieciocho sonetos que forman «El poema de las rosas» (págs. 829-839, III); rosas que aparecen en «andaluz jardín», en «La estatua» (pág. 57, I). La rosa sería el ejemplo más claro de cómo Rueda parte de un elemento vivido, visto, olido, sentido y lo convierte en sujeto literario no basado en tradiciones literarias, sino en su propia experiencia vital.
Y también conocemos elementos de la naturaleza que Salvador Rueda no cita expresamente como propios de Andalucía, pero que nosotros identificamos como andaluces, o cuanto menos como propios de la cultura mediterránea. Es el caso de la granada, la yedra, los cereales... Estos últimos, los cereales, en forma de trigo, espigas, junto con el vino, son elementos esenciales de la simbología católica de la poesía de Salvador Rueda. Quede aquí como apunte, que su importancia es mucha.
En definitiva, Salvador Rueda es el poeta de la Naturaleza vivida, su cántico tiene como fuentes concretas a aquellos seres que vio, olió, sintió, convivió y a ellos le da una trascendencia más allá de lo local al considerarlos manifestaciones divinas. Dicho de otro modo, su concepción de España como nación y su cristianismo están por encima de una visión localista de su poesía, que contiene abundantes elementos de la naturaleza andaluza. Como afirma Guillermo Díaz-Plaja:
«De Salvador Rueda a Juan Ramón Jiménez, pasando por Manuel Machado, asistimos a una curva que va de lo comarcal a lo universal, sin que se pierda nunca la esencia andaluza»25.

El tiempo, ese devorador de seres, no nos permite abordar con profundidad dos poemarios de Salvador Rueda en los que aparece con meridiana claridad la naturaleza andaluza. En Sinfonía del año26, hay un tiempo climatológico mediterráneo, cuanto menos; y Cantos de la vendimia es el poemario sobre lo rural de sus vivencias y, por lo tanto, fundamentalmente andaluz. Pero vendrán más días para hacernos menos ignorantes.
No quisiera terminar sin citar el poema que dio origen a este trabajo. Para mí, su único poema andalucista y que, por tanto, pondría en evidencia lo expuesto hasta ahora. No en vano fue germen de este trabajo. El lector siempre tiene la última palabra, la del sentido. Se trata de «Madre Creadora», en el que no menciona a Andalucía, pero se define como malagueño, producto de la naturaleza que lo ha creado. Es toda una exaltación de su tierra. Un himno malagueño:


Sin la glucosa que la caña cría,
yo de ti no me hubiese enamorado;
sin tanino en el zumo purpurado,
mi cabeza ante ti no inclinaría.

Sin oler estas rosas, no podría
ese cuerpo de diosa haber besado,
y culpa tiene de que te haya amado
la chirimoya plena de ambrosía.

Fósforo de estas olas fue el quererte;
su yodo pasional me hizo encenderte;
me descubrió tu rostro esta luz clara.

Mis ojos son dos gotas de estos mares;
el sol me ha escrito el alma de lunares.
¡Si fuera hijo del Norte, no te amara!».





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