Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

sábado, 1 de enero de 2011

203.- JUAN JOSÉ CASTRO MARTÍN


JUAN JOSÉ CASTRO MARTÍN (Motril, Granada, 1977) es licenciado en Filología Hispánica y licenciado en Teoría de la Literatura por la Universidad de Granada. Actualmente ejerce la docencia en Enseñanza Secundaria. Como autor ha publicado No cesa el tiempo, VII Premio Genil de Literatura, 2002, Deriva de las islas, XXII Premio andaluz de poesía “Villa de Peligros”, 2007, y Margen de lo invisible, premio Florentino Pérez-Embid del año 2010.



Poemas

Todos los textos han sido extraídos del libro
“Margen de lo invisible”.



Irremediablemente,
sucede que se torna cruel el peso
del pájaro en la rama cuando
la luz prende en las hojas su canción de exterminio.
Desnudos o encendidos en los árboles
los días se desangran.
De qué manera tan callada extiende
su soledad la lluvia,
irremediablemente.
Acostumbra a estrecharse en la sequía
mi voz con cicatrices.
Memoria de los ríos esta savia
que en lo cerrado fluye y nunca cesa.
Hoy no sé mudo cauce si la nube
ha de ser sed o llanto.






TESTIMONIO DE HERMANN HESSE, LIBRERO
EN “J. J. HECKENHAUER”, TÜBINGEN

No los dormidos árboles,
mi alma fue la que cambió sus hojas
en el invierno de mi voz perdida
entre los muros y el suicidio,
entre el claustro y la furia.
Leí en la lentitud de su primera nieve
la vagabunda luz de las estepas
huyendo por las páginas del mundo.
Aguardando su aullido, se sucedieron enfermizas
estaciones y turbios signos arrancados a los tabiques
del cuarto mientras esperaba que aparecieran grietas.
Nada hubo para mí en los inmóviles recintos
de los dogmas y el orden salvo
la sospecha de tener que descubrir las rosas bajo el hielo.

Aquí, entre los estantes y los libros
a comprender comienzo
que otros eran mis dioses,
menos antiguos, más desesperados.
Con más ímpetu puede oírse ahora
desconsolado el grito de la estepa llamándome
con su timbre de lobo solitario
por el gélido margen de la vida tratando
de separar de mí a éste que ya no soy,
arrojado cadáver sobre un cuerpo.

Tras las estanterías merodea,
sigue mi rastro, husmea mis dudas
como carroña abandonada en lo profundo de los bosques.
Me va cercando pero aún no ataca; me fatiga
por mi desasosiego.
Nuevamente
nieva. Todo detiene su congoja y se calma.
No existe más retorno que el silencio, el arduo
viaje de las palabras al vacío,
persecución que sólo ensancha mi desierto.
Mi senda no termina sino donde mi aullido llega.










DAS ULMER MÜNSTER

I
Bajo la niebla los tranvías trazan
la sombría estrategia de lo ausente,
la demora de los nombres y lugares,
los árboles que son tan sólo sueño.
Diciembre encierra la ciudad al fondo
de los escasos transeúntes
que por las calles húmedas resbalan
hacia el breve artificio de la aurora
interna y no visible (rubios campos del trigo).

Sobre la plaza el agua es una fuerza
capaz de destruirnos.
Deformes centinelas gimiendo por la lluvia,
las gárgolas del Münster siempre supieron del dolor.
Después de siglos siguen arrojando
en un perpetuo espasmo la materia
incesante del tiempo.

El campanario es un temblor que el alma
se empeña en resonar por encima de los tejados
de casas doblemente antiguas
al verse en el Danubio, ser y pasar dos veces.
La catedral embosca su tiniebla,
se hace la piedra signo, mientras vamos
dejando atrás el Rathaus y una incierta fatiga
nos vulnera al mirar las altas torres.

En el pórtico un Hombre se hurga el dorso
de las manos y sonríe. Adentro del recinto
otro cuenta las flechas indolentes clavadas en su carne.
Pareciera que sólo los ángeles sufrieran
el vértigo terrible con sus alas
abiertas expulsando a la serpiente.
¿Serán también infatigables
viajeros del invierno sin otro paraíso
que el de lo azul desesperado?
Será por ellos que escalamos piedra,
y cielo para hacer nacer la luz.



II

Sube hasta ti. Difícil ha de ser la ascensión
ahora que preguntas hasta dónde
la materia persiste.


Llega arriba,
eleva por encima del latido
la arquitectura de las vértebras,
su resonante murmurar de escala.
Cada peldaño asciende a ti, se estrechan
nervios, ojivas, muros hasta hacerse
aventura del aire, dura transparencia.
La torre como un grito en su vuelo incontenible
dilatará en la piedra los espacios, la carne sobre el fémur.
Te faltará el resuello.

Tu agonía
será el término para el salto. Acaba.
Deja la gravidez del alma.

Afila
el terrible metal de su sonido,
has cruzado el umbral del cuerpo.
Clama, clama.

Sólo la luz ya te sostiene.









Te voy buscando,
con la furiosa música arrancada
de las cosas te busco,
salvaje melodía, por su sonido estrecho.
Detrás de ti, descalzo y fugitivo,
irá mi huella errante mas despierta
donde la sombra inicia su fisura.
En este grito inerte,
en la desesperada persecución de tu frontera,
en la herida que ha ido abriéndose
en las palabras,
ajeno te seguí al doler del mundo.
He aprendido a dormir en su letargo
la hojarasca del alma, su rüido
de lluvia que dejó mi cuerpo sordo,
implacable su deuda, cuanto calla.









Inscritos en la niebla del lenguaje
como en esa cesura de las horas
respiramos. Perdura la implacable certeza
de ser si las palabras, roto soplo
entre los huesos, se consumen.
Sin nada más que un vaho azul
alzado en los pulmones contra el mundo,
no he dejado de ser el sonido y el llanto.

Publicado por las afinidades electivas - España

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