Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

jueves, 20 de febrero de 2014

1887.- IRENE NÁRDIZ ROCA


IRENE NÁRDIZ ROCA

Poeta. Sevilla. Diplomada en Trabajo Social

Ha publicado:
Síndrome de ausencia

"Irene Nárdiz, joven poeta sevillana que mira al mundo con ojos grandes, limpios y azules, pertenece a esa tradición en la que lo sensible se materializa para hacerse verbo y regresar, como está mandado, a la carne. Ya el propio título, Síndrome de ausencia, insinúa una respuesta física, una reacción del organismo ante la privación del ser amado. Los primeros poemas son una suerte de diagnosis y, de paso, la constatación “de que los sentimientos/ también se pueden tocar”. En contraste, los versos que hablan de la compañía consumada, del amor correspondido y compartido, no sólo hablan de sanación, sino también de renovados vigores. El poeta convaleciente, enfermo de eso que llaman mal de amores, nada tiene que ver con los amantes victoriosos que, como fenómenos de la Naturaleza, comprueban cómo sus cuerpos “truenan y relampaguean”." Alejandro Luque.




Oniria

"Anoche cuando dormía soñé, 
¡bendita ilusión!"
(Antonio Machado. Glosa LIX)


Acúname que quiero dormir.
Cerremos los ojos juntas y soñemos.

Ven hada
y te llevo a la grupa de mi caballo blanco
hasta la fuente fresca donde salta, baila y canta
el agua traviesa.

Camina conmigo hada
y te paseo por esa plaza,
azulejos verdes y grana,
donde desde mi niñez me hice muchacha,
contemplando pasar los soles, esperando el amor,
desde las rejas de mi ventana.

Acércate hada
y te aupo para que cojas
del limonero flores blancas
y así te conviertas en onírica belleza perfumada.

Te has marchado hada
y ya no quedan ángeles ni doncellas dulces que guarden mi cama
pero aún sonrío
porque en el duermevela de mi mañana
suena una cancioncilla que a mi recuerdo reclama:
pegasos, lindos pegasos, caballitos de madera...








Hacer de tripas corazón

Te odio porque sí, porque quiero
y porque me da la gana.

Te odio,
porque ocupas a diario ese espacio intermedio
que hay entre el dormir y el despertar,
momento que la mente no recuerda
pero que marca el ritmo de tu vida
para el resto del día.

Te odio,
porque eres la última imagen antes de cerrar los ojos
y después de abrirlos en cada parpadeo.

Te odio,
porque el acorde de tu voz
adorna todos los ruidos de la calle
que entran en mi habitación desde la ventana.

Te odio,
porque soy capaz de encogerme con un escalofrío
que me recorre desde la planta de los pies hasta la nuca
sabiendo de sobra que aun tus manos no se han atrevido a acariciarme.

Te odio,
porque no puedo sostenerte la mirada
hasta el punto en que no sabría decirte, si me preguntas,
de qué color son tus ojos.

Te odio,
porque que me hagas esperar tú
me indignas más que me haga esperar cualquiera.

Te odio,
porque aparentemente tengo razones para odiarte
pero con todos estos argumentos
yo prefiero amarte.





Condenada letanía

Prometí no echarte de menos,
prometí esta vez tomarme las cosas de una forma distinta,
pero las promesas no escritas, como las palabras, se las lleva el viento.

Releo, todo lo que me huele a tí.
Recuerdo, todo lo que tiene tu vida.
Reescribo, tu nombre constantemente. Antes fue madriguera de liebres. Ahora es un nido de golondrinas.

Falté a mi propia palabra
y por eso tengo convocada un asamblea de miradas lacónicas desde la ventana,
una huelga de cuerpo caído hasta que llegue el mediodía
y un manifiesto de viajes astrales entre tu casa y la mía.

Desde entonces sufro una inconsistente rebelión de sueños,
un puñado de neuronas crucificadas bocabajo
y mis sentidos lapidados a golpe de papel en blanco.

Ahora que de hombre has pasado a ser letanía,
me haré un rosario con este invierno de hojas secas
para que sea el propio viento quien te lleve consigo
o te haga fértil humus sobre el suelo que piso.






Inspiración de ida y vuelta

Hoy besé a la musa,
la quise asir a mi cuerpo
pero se me escapó sibilina de entre mis dedos
etérea, evanescente y vaporizada.
Anoche le hice el amor a la musa,
la quise hacer simiente de mi alma
pero floreció y se marchitó
con la premura de una flor de desierto.
Esta mañana grité tu nombre
- ¡Musa! -
y de las oquedades de mi corazón
no sobrevino respuesta
quedándome sola, árida e incompleta.



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