VÍCTOR CABALLERO Y VALERO
(Cádiz, 1838-1874)
Poeta, autor dramático y periodista. Fue director y editor de La revista gaditana a partir de 1867 y de Sancho Panza, revista satírico-burlesca de literatura, costumbres, artes y teatros a partir de 1864.
Muchas de sus composiciones poéticas aparecieron publicadas en la prensa local; varias fueron recopiladas en un volumen, Poesías Líricas, (Prólogo de D. T. Guerrero, 1862, La Habana).
Intervino con numerosos poemas originales en el homenaje que dedicó Cádiz a los marineros de la Fragata "Villa de Madrid" tras su regreso del combate de El Callao: Homenaje al heroísmo, (1866, Cádiz, Tip. La Marina).
Escribió "Última Ofrenda" (Elegía, 1871, Cádiz, Imprenta de la Revista Médica))
LA SOLEDAD
A mi estimada amiga La dulce y célebre poetisa
Doña Luisa Pérez de Zambrana.
Es la tarde y encapotan
Densas tinieblas el cielo,
Y se estremece la tierra
Arde el rayo, zumba el trueno
Y en la cumbre del Calvario
De una cruz, pende Dios muerto.
Una mujer afligida
Al pié del santo madero
Las blancas manos cruzadas
Sobre el dolorido pecho,
Flotante sobre los hombros
El empolvado cabello,
Al hijo amado contempla
Y en sus dolores acerbos
No tienen llanto sus ojos
Que de llorar están secos
La misma naturaleza
En los brazos del silencio
De espanto sobrecogida
Calla ante el lúgubre aspecto
Del Gólgota, contemplando
Cuadro de tan triste duelo;
El sonido solamente
Se apercibe, breve y lento,
De la sangre que destila
De la honda herida del pecho
Del Salvador, salpicando
Gota á gota el duro suelo.
HABANA, 1862
EN EL ÁLBUM
De la Sra. Doña Concepción Domínguez Coba.
El genio de los amores
Me dice que eres muy bella.
Y ya me tiene encantado
Con las cosas que me cuenta,
Cuando por tí le pregunto
Me dice que eres discreta
Que son muy negros tus ojos.
Que es negra tu cabellera
Y que eres el orgullo
De la hermosura modesta.
Yo entonces suspiro triste
Y cuando voy á la selva,
A la juguetona brisa
Que con tus cabellos juega
Por tí, Concha, le pregunto,
Y aguardando su respuesta.
La miro que bulliciosa
Dice que eres linda y vuela;
Eres pues sin conocerte
El ensueño de un poeta.
HABANA, 1861
EPITALAMIO
A mi querido amigo el célebre literato D. Teodoro Guerrero.
Dormid, que el Dios alado,
De vuestras almas dueño,
Con el dedo en la boca os guarda el sueño.
GÓNGORA.
I.
Duerme intranquilo el hombre
A la sombra dé un álamo frondoso
En el plácido edén; sobre una nube
Que sostienen alados querubines
Contemplábalo Dios, y su mirada
Penetrando en el pecho vigoroso
Del felice mortal, encendió el fuego
Del bendecido amor; huyó la calma.
El joven corazón perdió su brío.
Que el amor generoso
Es flor que nace en el vergel del alma.
Siendo las ilusiones su rocío.
II.
Con inefable acento
Al hombre dijo Dios:—vive y espera,
Y en tanto que benigna la esperanza
Aumente de tu amor el sentimiento
Cese tu soledad, y en el instante
Dio vida á la mujer, dulce, hechicera.
De blanca frente y seductores ojos,
Pura como la rosa en primavera.
Reflejaba en su cándido semblante
La luz de la piedad; sus labios rojos
Pronunciaron un nombre
Con casta timidez, pero al sonido
De su angélica voz, despertó el hombre,
Sintió su corazón de fuego henchido.
Admiró á la mujer y delirante
Bendijo á Dios que desde el alto cielo
Dejábale de amor las almas llenas;
Por las hinchadas venas
Sintió correr la savia de la vida.
Lloró gozando y con- ferviente anhelo
Cayó á los pies de la mujer querida.
III
¡Ah! ¿qué fuera del triste
A quien la pena el corazón devora
Sin la amada mujer? Benigna ella.
Enjuga el llanto cuando el hombre llora
Y el tormento resiste
De amarga ingratitud; piadosa y bella,
Vela en la cuna al candoroso infante,
Vuelve la paz al corazón herido
Y le otorga consuelos al amante.
Los ágenos pesares adivina
Antes que los comprenda quien los siente,
Que en su pecho inocente
La virtud adorable y peregrina
Se oculta con placer, su amor profundo
Conduce al hombre al templo de la gloria;
Por ella el hombre descubriera un mundo:
Por ella el hombre vivirá en la historia;
Ella le inspira al bardo sus ideas:
¡Ángel de salvación, bendita seas!
IV
Cuando el árido hastío
Iba á tender sus inflecsibles alas
Sobre tu noble sien, cuando la duda
Con su horrible poder tu mente inquieta
Intentó destrozar, ángel alado,
Mensajero de Dios, cruzó las salas
Del alto cielo para darle ayuda
A tu indecisa fé; tú contemplaste
En tus últimos sueños de poeta
A la hermosa visión y la adoraste
Con firme voluntad; ¡oh! ¡cuan gozoso
Latió tu corazón, cuando ella oia
El suspiro de un alma enamorada.
Que en el azul del cielo se perdía!
V.
Radiante de ventura
Contemplas á la virgen candorosa
Que el fuego santo del amor te inspira;
Abandonando el nido en la espesura
El ruiseñor suspira
Lamentando la ausencia de la hermosa;
Calla por verla el armonioso rio.
La persigue la alegre mariposa,
Las matutinas flores
Reciben los perfumes de su aliento.
Y tras ella caminan los amores;
Ciñen feliz su ruborosa frente
Purpureas rosas y amorosos mirtos,
Y el tímido pudor sus ojos bellos
Cubre gracioso y se contempla en ellos.
La adorada esperanza
Preside bondadosa el grato sueño
De vuestro puro amor; la bienandanza
Penetra en vuestro hogar, mas ¡ay! que en tanto
Rápidas corren las risueñas horas
Que presta á los amantes el encanto;
Exento de pesares
Templa de vuestras almas el deseo,
Al pié de los altares,
El dulcísimo lazo de himeneo.
HABANA, 1860.
Libros
La azucena del valle: narración popular
Caballero y Valero, Victor,
Copia digital (color, 83.6 MB) (application/pdf)
Cádiz : [s.n.], 1865 : Imp. y Lit. de Arjona)
A MI QUERIDO Y RESPETABLE AMIGO EL EXCMO. É ILMO. SEÑOR D. ANTONIO CÁNOVAS DEL CASTILLO,
Ex-ministro de la Gobernación del Reino.
En mi espinosa carrera, pocos han sido, querido amigo, los que como V. me han ofrecido á la vez con la bondad, la franqueza y la lealtad que tanto le caracteriza la protección de un padre y el cariño de un hermano.
Pobre, solo, huérfano, abandonado, sin mas caudal que mi afán por aprender y luchando con las dificultades que ofrece el mundo á los que por él vagan inciertos, sin timón ni rumbo en el proceloso mar de la vida, V. me ha servido de benéfico faro marcándome la ruta de un puerto de salvación.
Deseo que se me presente una ocasión para dar á conocer el cariño y la gratitud que por V. guardo en lo mas íntimo de mi corazón.
Mientras tanto, tengo que contentarme con recordar sus favores y abrigo la esperanza de que V. que sabe animar el buen deseo del laborioso y olvida mi incapacidad para estimular mi aplicación, V. que ama á las letras y es al mismo tiempo el apoyo de los hombres que algo quieren valer, aceptará mi pobre Azucena del Valle como un humilde tributo de mi admiración y de mi respeto.
Feliz yo si consigo que la primera edición que hago en España de mi Azucena del Valle lleve al frente el nombre de una persona como V., con cuya amistad y protección me honro.
Si V. la admite, será eterna mi gratitud.
Víctor Caballero y Valero.
Sr, D. Víctor Caballero y Valero.
Madrid 30 de Noviembre de 1864.
MUY SEÑOR MÍO Y ESTIMADO AMIGO: Acepto con sumo gusto el ofrecimiento que V. me hace de honrar mi nombre poniéndolo al frente de su libro: deseo conocerle por la idea ventajosa que tengo de V. y la que me hacen formar de su obra el Prólogo del Sr. Flores Arenas y el juicio del Sr. Ariza; ambos son antiguos y buenos amigos mios y personas de las mas competentes en la materia. Con este motivo tengo mucho gusto en ofrecerme á V. de nuevo, que es suyo afectísimo amigo y S. S.
Q. s. M. B.
Antonio Cánovas del Castillo.
INTRODUCCIÓN.
Es la tarde: ya el sol rojo
Hacia Occidente declina,
Dorando el azul del cielo
Con mil caprichosas tintas.
Es la hora en que el arroyo
Mansamente se desliza,
Y sus azuladas ondas,
Besan la arenosa orilla.
En que la naturaleza
Muestra sus galas magníficas,
Y al anhelado reposo,
A los pastores convida.
En el trasparente cielo
Dudosas estrellas brillan,
Y una rutilante nube
Al ocaso se retira.
¡Qué calma! no gime el viento,
Y las bulliciosas brisas
Los cálices de las flores
Con sus alas acarician.
LA AZUCENA
Vierte sus perlas la fuente
Y los pajarillos trinan,
Y en la enramada frondosa
Arrulla la tortolilla.
Con dulces trinos las aves
Dan al sol la despedida,
Y tra s la cumbre del monte
Se oculta el astro del dia,
Y las hojas de los árboles
Por Favonio sacudidas,
Mueven sus ramage s frescos
Con deliciosa armonía.
El zagal con su ganado
Al aprisco se retira,
Cantando de su zagala
El amor que lo cautiva.
El labrador con sus bueyes
Hacia su choza camina,
Y en sus amorosos brazos
Lleva durmiendo á su hija.
Con un cestillo en la mano
Lo sigue su esposa linda,
Y á un perro que alegre salta,
Con la derecha, acaricia.
Con ronca voz la campana
De Iglesia pobre y antigua,
Anuncia á los labradores
Que la oración se aproxima.
La errante luna amedrenta
A la nube fugitiva,
Y con sus blancos reflejos
Al valle hojoso ilumina.
A los halagos del aura
Matizadas florecillas,
De sus delicados cálices
Gratos perfumes destilan.
En el estrellado cielo
La argentada luna brilla:
Todo es silencio, la noche
Al grato sueño convida.
I.
Amor de padre.
No ama mucho quien lo dice
Sino quien mucho padece,
Que amor sin penas ni obras
De amor solo el nombre tiene.
Como del cielo el rocío
Caiga en tí mi bendición,
Y nacerán las virtudes
Como en el campo la flor.
Coplas populares.
EN un delicioso valle,
Sito entre Málaga y Mijas,
Grata soledad de amores
Por sus benéficas brisas
Por su hermosísimo cielo
Y sus fértiles campiñas,
Que adornan frondosos árboles,
Y embellecen las colinas
Cuando la naturaleza
Con sus galas se atavia,
Y cuando el risueño Mayo,
A la llanura matiza,
Y engalana la pradera
Con diversas florecillas,
Allí, al costado de un cerro,
Aun existe una casita,
Que adornan frondosos álamos
Y á quien la parra benigna
Le presta sombra: su aspecto
No es el de lujosa quinta,
Ni en sus modestos contornos
El arte de Herrera brilla:
Por el honrado Lorenzo,
Conocen al que la habita,
Y es dechado de virtudes
Su fiel esposa María.
Celebran los campesinos
La hermosura de una niña
Que tiene por nombre Blanca
Y es como la rosa linda.
Por La Azucena del Valle,
Es de todos conocida,
Y en verdad que la azucena
Su rara hermosura envidia.
El buen Lorenzo la llama
Su consuelo y su delicia,
Virgen, inocente y bella,
Por ella el padre suspira,
Que es la hermosura una rosa
Que el desengaño marchita.
Blanca sentada á la puerta
De su modesta casita,
Apoya la nivea frente
Sobre su mano blanquísima,
Y dos silenciosas lágrimas
Por su rostro se deslizan.
Está el buen padre á su lado
En aptitud pensativa,
Y á la sombra de la parra
Cuyo ramage se inclina
Como si enjugar quisiera
Las lágrimas de la niña.
La oración reza en voz baja
La noble y buena María;
Interrumpen el silencio
Los rumores de las brisas;
Y el dulce y lejano cante,
De la errante golondrina
Que cruza la azul esfera
Buscando oculta guarida,
Después de breves instantes
El buen padre se aproxima
A Blanca, y un beso imprime
Sobre su frente purísima .
Con inefable mirada
Le dá las gracias la niña,
Y Lorenzo con voz grave
De aqueste modo se esplica:
—Estás muy triste?
—No padre,
Mi pecho no siente pena.
—No olvides que una hija buena
No miente!
—Diga usted, madre,
si sufro?
—Líbreme Dios
Que tú sufras, hija mia,
Si sufrieras la alegría
Nos faltaría á los dos.
—Tú nos hace padecer,
Tú estás siempre silenciosa,
Tú sientes alguna cosa
Que no puedes comprender.
—Tú estás triste y es preciso
Que algo te tenga afligida.
—No lo estoy, madre querida.
El Valle es un paraíso.
En mi enredadera hermosa
Y en usted mi dicha ciño,
Yo padre con su cariño
Me conceptuó dichosa.
Que ustedes me afligen veo
Y es mucha tenacidad...
Les diré al fin la verdad...
Tengo en el alma un deseo...
Yo quiero tender mis alas,
Padre, por otras regiones,
Quiero ver esos salones
Y esos trage s y esas galas.
Y esa tierra bulliciosa
De encantos y de placeres,
Quiero que entre las mugeres
Me llamen la mas hermosa.
Quiero en fin, dejar el prado
Me aburre esta soledad;
Quiero ver á la ciudad
Cuya belleza he soñado.
En ella quiero gozar
Y en ella quiero vivir...
—Me estás haciendo sufrir...
—Me estás haciendo llorar...
Oh! no! no puedo escucharte..
¿Quién ha sido el hombre impio
—No llore usted, padre mió,
Que no iré á ninguna parte.
—¡Hija, ¿dónde quieres ir?
¿Por qué buscas falsa gloria?
Conserva en tu fiel memoria
Lo que te voy á decir.
Ya tengo sesenta años
Y temo por t u inocencia,
Me defiende la esperiencia
De pérfidos desengaños.
Tú jamá s lias advertido
Al gavilán tra s la loma,
Tú eres, Blanca, una paloma
Que nunca ha dejado el nido.
Tu alma, cual la flor cerrada,
Duerme del aura al arrullo,
Presto vá abrir su capullo
Ay! esa flor delicada.
Cuidar mucho es mi deber
Aquesa flor esquisita/..
Cuando esa flor se marchita
No vuelve nunca á nacer.
Yo vigilo por mi nombre
Y por tí Blanca hechizera;
Te amo mucho y yo quisiera
Que no te engañar a un hombre.
Llega el alma á entusiasmarse
Cuando en ser feliz se empeña,
Hija lo que un padre enseña
No debe nunc a olvidarse.
Hoy le cumple á mi experiencia
Librarte de un precipicio,
Pues siempre camina el vicio
Tras la candida inocencia.
Ya mi pecho no desecha
Esta incertidumbre impia,
Ah! ¿será cierto, hija mia,
Que ya el milano te acecha?
Tal vez será un hombre ingrato
Y lo tendré por amigo,
Pongo al cielo por testigo
Que sea quien fuere lo mato.
Blanca, paloma inocente,
La lisonja te envenena,
Créeme, sí, pura Azucena,
Mira que un padre no miente.
Te amo con amor profundo.
—No quiero que usted se aflija...
—No-quiero que luches, hija,
Con las miserias del mundo.
Sí, Blanca, breve es la vida.
¡Cuan poco en ella se alcanza
Cuando huy e la esperanza
Que á no sufrir nos convida.
Van las soberbias pasiones
Aniquilando los años,
Porque entre los desengaños
Se ocultan las ilusiones.
Hija, el hombre seductor
Llama martirio al placer,
Y presunción al saber,
Y una mentira al amor.
A la virtud con desden
Airado luego condena;
Hija, la vida es mu y buena
Si somos buenos también.
¿Dónde hallarás, hija mia,
Mas felicidad que aquí?
¿Dónde mas cariño, di,
Ni mas placer y alegría?
¿Dónde hallarás otra madre?
¿Dónde un amor mas profundo?
¿Y quién t e querrá en el mundo
Como te quiere tu padre?
Mi ansiedad no se destierra,
Porque de un padre el amor
Es el cariño mayor
Que Dios ha puesto en la tierra.
Te adoro con frenesí,
En mi amor no habrá mudanza,
Mis glorias y mi esperanza
Fundadas las tengo en tí.
Haria mil veces pedazos
Al hombre que te engañara;
Cien mil veces lo matara ,
Ven, Blanca, ven, á mis brazos.
Abrió los suyos Lorenzo,
Se arrojó en ellos la niña,
Y dos lágrimas ardientes
Brillaron en sus pupilas.
Levantóse de su asiento
La silenciosa María,
Y con el llanto en los ojos
Y en los labios la sonrisa,
Besó repetidas veces
A su encantadora hija.
Lorenzo contempla á Blanca
Con orgullo y faz tranquila,
Y sentándola á su lado
Amoroso la acaricia
Y vuelve á empezar de nuevo
La plática interrumpida.
—Sí, Blanca, se van los años
Y se van las ilusiones,
Se gastan nuestras pasiones
Y quedan los desengaños.
Luego el mortal llega á ver
Tristemente en su amargura,
Tras un dia de ventur a
Un siglo de padecer.
No olvides, Blanca querida,
Que en el mundo adulador,
Son el placer y el dolor
Satélites de la vida.
Se ahuyent a la dulce calma:
Hija, no llegues á amar,
Haz siempre por conservar
Las puras flores del alma.
Yo te adoro, pobre viejo,
Veo on tí el sostén de mi vida,
No olvides, Blanca querida,
Que por tu bien te aconsejo.
Blanca escuchaba á su padre
Con ansiedad infinita;
Tornó el rostro hacia otro lado,
Elevó al cielo la vista,
Después la fijó en el valle,
Rápidamente suspira,
Y tra s una breve pausa
Respondió con voz purísima:
—En vano es que usted se aflija,
No sé, padre, por qué llora,
Cuando mi pecho lo adora
Cual nunca adoró una hija,
Madre y usted son los dos,
Que quieren á la Azucena;
Padre del alma soy buena,
No se aflija usted por Dios.
Dige que queria salir
Sin saber en qué me fundo,
A ver las cosas del mundo,
Ya no lo vuelvo á decir.
—Me causa curiosidad,
Tu intempestivo deseo...
—¿No me llevó usted á paseo
Hace un año á la ciudad?
¿Cuando fuimos á una fiesta...
No me digeron hermosa...
Linda, adorable, graciosa?...
—Yo quiero que seas modesta.
Nunca prestes atención
A esos caducos cumplidos,
Que pasan por los oidos
Y llegan al corazón.
¿Ves esa flor primorosa
Que se oculta entre las flores
Y que esparce sus olores
Entre la yerba?...
—¡Qué hermosa!
—Hija, violeta se llama.
Se oculta porque es modesta,
Y nunca se manifiesta,
Y siempre ha odiado la fama.
Con su gratísimo olor
Embalsama á las campiñas,
Y Dios quiere que las niñas
Imiten siempre á esa flor.
Rióse Blanca, y el buen padre
Volvió á abrazar á su hija,
Reinó un profundo silencio,
Ambos contentos se miran,
Y con magestad y gracia
Dijo la buena Maria:
—Tiene tu padre razón
Porque es mucha su experiencia,
Dios conserve la inocencia
De tu virgen corazón.
¡Ay! t ú empiezas á vivir
Y no te es dado pensar,
Que ha y muy poco que gozar
Y que ha y mucho que sufrir.
Sí, Blanca, goza t u calma,
Conserva tus ilusiones,
Que no venga n las pasiones
A martirizar t u alma.
Ignoras que ha y padecer,
Que existe un dolor que hiere...
Lo que tu padre te quiere
No lo puedes comprender...
Las pisadas de un caballo
Interrumpen á María,
Levantóse el buen Lorenzo,
Inquieta tembló la niña,
Porque un nuevo personage
Hacia la casa camina.
II.
El desconocido.
Si fueres á buscar novia
Que no sea en romería,
Si no en casa de sus padres
Con ropita de aquel dia.
Un rosal cria una rosa,
Y una maceta un clavel,
Y un padre cria una hija
Sin saber para quie'n es.
Coplas populares.
ADELANTÓSE Lorenzo,
Y volvió á oir las pisadas
De un caballo, y no vio á nadie
Dirigirse hacia su casa.
Oyó una voz seductora,
Limpia, flexible, y mu y clara
Que cantó de esta manera:
Vente á mi lado, serrana,
Dame la manita, iremos
Al sitio donde lloraste,
Y entre los dos cogeremos
Las perlas que derramaste.
Siguió adelante Lorenzo
Y dijo alegre:
—El que marcha
De fijo tiene un canario
Encerrado en la garganta .
Quiso seguirlo Azucena
Y el padre volvió la cara
Diciendo:
—No vengas, niña,
Queda con tu madre, Blanca.
La joven que al oir el canto
Se puso de pronto pálida,
Al ver que Lorenzo astuto
Que se detenga le manda,
Sentóse junto á su madre
Confusa y avergonzada.
Volvió á cantar el viajero
Y exhaló un suspiro Blanca.
Ya se me murió mi madre,
Y una camisa que tengo
No tengo quien me la lave.
Examinemos lectores,
Ya que la noche está clara,
Al cantador de los Valles
Que es mozo de mucha gracia.
Sobre un potro jerezano
Brioso, de buena estampa,
De altiva y noble cabeza,
Ancho de pecho y de ancas,
De orejas cortas, é iguales,
Ojos vivos, cola larga,
Animoso y engreido,
Casco negro y nariz ancha,
El recien llegado mozo
Con aire andaluz cabalga,
Unos veinte y cuatro años
A lo mas representaba.
Rasgados y negros ojos,
Tez morena y sonrosada,
Dulce y graciosa sonrisa
Por sus rojos labios vaga.
Tiene el cabello rizado,
Un lunar en la garganta ,
Y prestan sombra á su rostro
Patillas negras y anchas.
Adorna su airoso cuerpo
Una vistosa zamarra,
Con graciosos alamares
Y con gra n primor bordada.
Lleva envuelta á la cintura
Moruna y lujosa faja,
Y dos seguras pistolas
Pendientes de la canana.
Calzón ajustado y corto
Con dos primorosas franjas
Y un magnífico chaleco
Con cien botones de plata.
Bordados son los botines,
Y además lleva una mant a
De caprichosos colores,
Sobre los hombros terciada,
En el arzón de la silla,
Casi tocando en el anca,
Cuelga un lujoso trabuco
Naranjero, de seis balas.
Corto calañés terciado
Sobre la ceja con gracia,
Dá á conocer que el mancebo
Es hombre de rompe y rasga.
Adelantóse Lorenzo
Y sorprendido se para
Ante un mozo ta n bizarro,
Mirando cuál manejaba
Las riendas del noble bruto,
Cuya hermosísima estampa
Contempla el buen campesino
Con atónitas miradas.
Agita la suelta cola
La altiva frente levanta
Y á la voz de su ginete
Suspende el trote y piafa.
—¿Qué busca? Preguntó el padre
De la candorosa Blanca.
A lo cual contestó el otro
Con voz melodiosa y clara:
—Señor, yo vengo cansado
De correr seis leguas largas,
Y le ruego me permita
Por Cristo y su madre santa
Que descanse un rato y luego,
Si molestia no le causa,
Le eche un pienso á mi caballo,
Que en verdad que le hace falta.
—Pase adelante el buen hombre,
Yo á nadie niego mi casa.
— ¡Ole! viva el rumbo! ¡bravo!
No hay tierra como la España
Para estas cosas... ¡Canelo!
Sóóó... y con arrogancia
Apeóse incontinenti,
Echó al caballo la mant a
Y acariciándole el cuello
Con afectuosas palmadas,
Lo despojó de las bridas
Y lo dejó que pastara
La yerba que sembró el padre
Alrededor de la casa;
Siguió á Lorenzo, y sentóse
A la derecha de Blanca.
Y Lorenzo con voz grav e
Le dijo:
—Buen hombre, vaya
Y siéntese en otra silla,
Ese es mi sitio.
—Mil gracias,
Contestó el mozo cortado
Pues le gustó la muchacha.
Fijó los ojos Maña
En la persona bizarra
Del joven desconocido,
Cuya visita extrañaba;
Bajó los suyos la niña,
Y en extremo preocupada
En meditación profunda
Sumergida observa y calla.
Contempla el mozo extasiado
El lindo rostro de Blanca,
Y una sorda y lenta lucha
Dentro su pecho se traba .
Hay un misterioso encanto
Que se apodera del alma,
Que muchos no lo comprenden
Y que simpatías se llama.
Lorenzo, como hombre ducho,
En observar se ocupaba
Al huésped desconocido;
Después tomó la palabra,
Exclamando:
—Diga el mozo,
¿Era usted el que cantaba?
Vuelve el joven la cabeza,
Sin saber lo que le pasa,
Y así responde á Lorenzo
Con la voz entre cortada.
—Sí, señor, como ando solo
La paciencia se me gast a
Y cantando, alguna s veces
Viene el fastidio y se larga .
—Canta usted bien.
—Hombre! hombre!
Le gusta á usted; mucha s gracias.
—Esos cantares del pueblo
Le juro á usted que me encantan.
—Así, así, yo sé coplas
Tan tristes y bien sacadas,
Que harian llorar, si pudiera,
Hasta la misma giralda
De Sevilla...
— ¡Qué chistoso!
—Diga usted, ¿cómo se llama?
—Yo, Juan Antonio.
—¿De veras?
—¿Y el nombre de usted, mi alma?
—Me llaman aquí Azucena,
Pero yo me llamo Blanca.
—Pues aquí, niña, le ha n puesto
El nombre que á usted le cuadra.
Al punto comprendió el padre
Que la hermosura de Blanca
Habia afectado al mancebo
Impresionando su alma.
Hizo un gesto de impaciencia
Y dijo:
—Buen camarada,
¿Vive usted lejos?
—Dos leguas
Habrá desde aquí á mi casa,
Contestó el mozo sacando
Un puro de la petaca.
¿Usted quiere un puro bueno?
—Hombre, no fumo, mil gracias.
—Mire usted que se la pierde;
Mi tabaco es una ganga ,
Porque mejor no lo fuma
Ni el general de la Habana.
—Nunca me gustó el tabaco.
—Pues hombre, es una desgracia:
A mí sí, porque hecho humo
Que hasta los cielos se larga ,
Como se van los amores,
Las dichas y la esperanza.
El hombre que se enamora
Cuenta al cigarro sus ansias,
Con el humo se entretiene;
Y como el querer se acaba
Como el cigarro, paz Christi,
Se fuma otro nuevo y basta.
—Estará usted enamorado
De alguna linda muchacha.
—Señora, no tiene amores
Quien de dia y noche trabaja.
Al oir esta respuesta
Miró fijamente Blanca
Al bizarro forastero,
Y en sus audaces miradas
Parecia que la niña
Le daba al joven las gracias.
Comprendió el padre el efecto
Que hizo la respuesta en Blanca,
Y enfadado dijo al mozo
Que conmovido se hallaba:
—¿Es usted hijo de Utrera?
—No señor, nací en Granada.
—¿Qué es usted?
—Contrabandista
Y ando como todos andan
Huyendo de los lebreles,
Que si alguna vez me agarran...
—Lo persigue á usted el resguar
—¿Que si me persigue? aguarda..
No crea usted que se persigue
El contrabando en España.
En llevando usted levita
Se guarda usted veinte cajas,
Las pasa usted por las puertas
Aunque sean de la aduana,
Y ni el mismo Sunsumcorda
Le dice á usté una palabra.
Pero como sea usté un pobre
De calañés y de faja,
Aunque tenga usted mas gente
Que mantener que Juan Lanas,
Lo persigue á usted el resguardo
Y lo ahorcan si lo agarran.
Yo no me meto con nadie,
Pero al meterme en jarana
Pienso en la madre que tengo.
En mi madre y en mi hermami,
Que son, créalo usted señora,
Son las dueñas de mi alma.
Pero cuando me persiguen,
Ni cien tiros me acobardan,
A este quiero, á este no quiero
Pin! pun, pan, ¡qué zaragata!
Y siempre quedo triunfante
Como Espartero en Luchana.
—¡Jesús! ¡Qué vida, Lorenzo!
¡Hija, que vida ta n mala.
—No se apure usted, señora,
Peor está Muley-el-Abbas,
Que no le queda ni un cuarto
Para pagarle á la España.
Tiene el gobierno unas cosas...
¿Hay una poca de agua?
Dispense usted la franqueza,
Tengo seca la garganta .
Iba el padre á levantarse
Pero anticipóse Blanca,
Y trajo á Juan con presteza
Un búcaro:
—Juyü sentrañas!
Dijo el mozo.—No quisiera,
Que por mí se molestara.
Con seductora sonrisa
Le dio la joven las gracias
Por el andaluz piropo.
Y rióse á carcajadas
La madre; pero Lorenzo,
Que puca paciencia gasta,
Cruzó severo los brazos
Y una intranquila mirada
Dirigió á la alegre niña
Como diciéndole—Blanca,
Hija, lo que estás haciendo
De castaño oscuro pasa.
—Buenas noches, dijo un mozo
De ojos negros y tez pálida,
Que se presentó mu y triste
En la puerta de la casa.
No es airosa su presencia,
Ni sus modales encantan,
Pero cualquiera que atento
Un instante lo mirara,
Veria en su rostro las huellas
Que van dejando las lágrimas.
Unos veinte y cuatro años
A lo mas representaba,
Y ya revelan sus ojos
Las penas que sufre el alma.
Besó la mano á Lorenzo,
Miró con desconfianza
A Juan Antonio, y con ira
Le volvió brusco ia espalda.
Saludó á la buena madre
Y se sentó junto á Blanca.
—Siempre así! dijo Lorenzo
Mirando al joven con lástima,
Narciso, díme, ¿qué tienes?
—Señor Lorenzo... ¿yo?... nada!
¿Quién será este mozo cruof
San Caralampio y qué facha.
Está oliendo á Campo Santo;
Replicó Juan en voz baja
Fijando siempre los ojos
En la joven.
—¿Por qué callas?
Vamos, hombre, si padeces
Narciso, ¿por qué no hablas?
¿No sabes t ú que se alivian
Las penas comunicadas?
—Hay una pena, Lorenzo,
Que poco á poco nos mata ,
Y esta pena con los años
Se disipa ó nos acaba.
—¿Qué pena es esa?
—La ignoro...
(Corazón revienta y calla.)
Quedó Lorenzo admirado
Al escuchar las palabras
De Narciso, miró atento
El contrabandista á Blanca
Y se dijo:
—Ese es el novio,
Sin duda, de esta muchacha ,
Ea, señores, me retiro.
Buenas noches y mil gracias
Por su...
—Calle usted la boca,
No tiene usted por qué darlas.
—Señor, es usted mu y bueno;
Si algú n dia le hago á usted falta,
Hasta la pared de en frente
Soy suyo; voy que me aguardan.
Dirigióse hacia María
Y la saludó con gracia,
Pero al quitarse el sombrero
Y al despedirse de Blanca,
Brillaron sus negros ojos,
Sintió oprimírsele el alma
Y no pudieron sus labios
Pronunciar una palabra.
Observando que Narciso
Con fijeza lo miraba,
Sacó fuerza de flaqueza
Y dijo:
—Me pongo en marcha,
No olvide usté, hermosa niña,
Que soy su esclavo:
—Mil gracias,
Contestó alegre la joven.
—Vale usté un millón de plata.
He visto muchas mugeres,
Entre ellas muchas mu y guapas,
Pero todas en un saco
Por usté las cambiaba.
Dijo, y alzóse Lorenzo,
Y Narciso se levanta
En aptitud ofensiva
Lívido el rostro de rabia.
En pié se puso la madre,
Abrazó á Lorenzo Blanca
Y Juan sosegadamente
Dijo:
—Señores, no es falta
Decirle á una niña hermosa
Que es linda y que tiene gracia,
En fin, ustedes perdonen
Y se acabó:
— Que lo aguardan,
Dijo impaciente Lorenzo.
—Ya me largo, llevo el alma...
Con que salud, buenas noches,
Volvió á saludar á Blanca
Y lanzó sobre Narciso
Despreciativa mirada.
—Queman mas que el hierro ardiendo
Los ojos de esa zagala.
Dijo saliendo con garbo,
Corre al caballo, lo agarra ,
Y montándose de un salto
En la silla jerezana
Exhaló un hondo suspiro,
Después se embozó en la manta
Echó el caballo al galope
Y partió como una bala,
Dejando á Maria suspensa,
Triste y pensativa á Blanca,
Inquieto al anciano padre,
Y de Narciso en el alma
La inquietud y la zozobra
Y de los celos la rabia.
Cruzó los brazos Lorenzo
Diciendo:
—Tengo desgracia,
Todo el que la vé la quiere,
Y el que la oye se encanta.
Volvió el buen padre los ojos
Al sitio dó su hija estaba,
Observó al joven Narciso
Inmóvil como una estatua,
Y vio que por sus mejillas
Se deslizaron dos lágrimas;
También ignora Lorenzo
De su padecer la causa,
Y sufre porque á Narciso
Como á un buen hijo idolatra.
En extremo pensativa
Su inquietud demuestra Blanca;
Aplica atent a el oido,
Triste escucha lo que hablan,
Duda, teme, se extremece,
Velozmente se levanta,
Fija la vista en el valle
Con la ansiedad del que aguarda
Y de su agitado pecho
Hondo suspiro se exhala.
Otro nuevo personage
Embozado en negra capa
Rápidamente atraviesa
Por la puerta de la casa.
Tembló un momento la joven,
Volvió á otro lado la cara
Y reflejó su semblante
La honda angustia de su alma.
Fijó los ojos Narciso
En la linda faz de Blanca,
Y sin dar las buenas noches,
Que horribles celos lo abrasan,
En pos del desconocido
A toda prisa se lanza.
No comprendió el buen Lorenzo
Por qué el joven se marchara .
Tomó la mano á su madre
La niña trémul a y pálida,
Que al fin habia comprendido
Lo que su padre ignoraba .
Anunció lenta las once
Con ronca voz la campana,
Entró la niña en su cuarto
Que así el padre lo mandara.
Y después entró la madre
Que en vano á su esposo aguard
Y este quedó pensativo
En la puerta de la casa.
III.
Ayes del alma.
Son tan grandes mis fatigas
Que casi me van ahogar,
Pe siguen unas á otras
Como las olas del mar.
¿A quién le contare' yo
Lo que á mí me está pasando?
Se lo contaré á la tierra
Cuando me estén enterrando.
Coplas populares.
EN el lejano azul del horizonte
Gallarda brilla la argentina luna,
Y al verde prado y la llanur a amena
Con sus rayos blanquísimos alumbra.
Las azuladas bóvedas del cielo
Tímida estrella solitaria cruza;
De su esplendor la nube avergonzada
Hacia el ocaso se retira augusta .
Noche grata , magnífica y serena,
De esas que el triste con anhelo busca
Y en las que cuenta á las errantes brisas
Su grave pena y su mortal tristura.
Lorenzo inclina la cabeza cana
Sobre su pecho, por su frente cruzan
Tristísimos y negros pensamientos
Que su alma llenan de mortal angustia .
Dolor intenso, incomprensible, agudo,
Que allá en su fondo el corazón oculta,
Y que revela el pálido semblante
En el silencio de la noche augusta .
¿Quién causa su dolor? ¿Por qué suspir
Y un lenitivo á su aflicción no busca?
¿Por qué derraman sus dolientes ojos
Lágrimas abundantes de amargura ?
Su pobre corazón es un arcano
Y cada fibra un sentimiento oculta,
Y airado invade su abrasada frente
El negro pensamiento de la duda.
Diez lustros ha cumplido el buen Lore
Y es esbelta y gallarda su apostura;
Sus huellas el pesar dejó en su rostro
Y en su espaciosa frente las arrugas.
Blancos cabellos y mirada altiva,
Su grav e rostro la tristeza anuncia;
Por su honradez el vulgo lo respeta
Y con bienes brindóle la fortuna.
Si á las fiestas del valle lo convidan
Con corteses palabras se disculpa,
Y jamás se separa de su esposa,
Ni á su adorada hija deja nunca.
Si alguna vez un pensamiento aleve
El mar revuelto de su frente surca,
Brillan siniestros sus azules ojos
Y entre sus manos la cabeza oculta.
No puede el hombre ni las ciencias pueden,
Endulzar del dolor las amarguras:
Cuando la pena el corazón desgarra,
¿Quién dá el consuelo que el que sufre busca?
A la voz de Narciso que llegaba
Lorenzo levantó la faz adusta,
Y un suspiro exhaló, triste, doliente,
Grave presagio de la pena suya.
Por el moreno rostro del mancebo
Lágrima lenta y silenciosa cruza,
Y el anciano y el joven se comprenden
Que en ambos pechos el dolor se oculta.
El alma que á sufrir es condenada
Por la mano cruel de la fortuna,
En la escabrosa senda de la vida
Otra alma noble con anhelo busca.
Y otra alma encuentra que su mal consuela,
Ambas placeres y dolor disfrutan,
Ambas sufren, se hablan, se comprenden;
¡Almas que el cielo convirtiera en una!
Sentóse el triste joven y el anciano
Sobre el pecho inclinó la frente mustia;
Poco después al abatido joven
Con voz entrecortada le pregunta :
—Narciso, ¿por qué al salir
No distes algún consuelo
A mi aflicción?
—Vive el cielo
Que iba á matar ó á morir!
¿Consuelo me pide? á fé
Que mi ciencia es infinita:
Hoy Narciso necesita
De los consuelos de usté .
—Hablas y no te comprendo...
Mis angustia s son mayores...
— ¡Dios mió! ¿son sus dolores
Como los que estoy sufriendo?
¿Usted no vio á un hombre...
—Sí.
—Pues bien, á Blanca miró
Y Blanca palideció.
—¿Y qué hicistes?
—Lo seguí.
Le juro á usted por mi nombre
Que atrás el rostro volvía
Cuando vio que lo seguía...
—¿Y amará Blanca á ese hombre?
—Lo ama, sí, ya lo he observado
Y ese hombre me provoca...
— ¡Mientes!
—¿Cuándo se equivoca
Un celoso enamorado?
—Tú la amas?
—Yo la adoro,
Y con ciega idolatría:
Por ella el alma daria;
Yo no tengo otro tesoro.
La triste idea de perderla
Destroza mi corazón,
La amo, Lorenzo, perdón,
Pero déjeme usted verla.
Me debe usté perdonar
Si este amor le causa enojos,
¿Tengo culpa en tener ojos?
¿Es un delito el amar?
Ya no puede mi alma herida
Soportar mi amor profundo.
¿No hay médico en este mundo
Que cure de amor la herida?
Perdón, Lorenzo, perdón,
Si adorarla me he atrevido,
No es mi culpa haber nacido
Con tan grande corazón.
—Narciso, á mis brazos ven,
Sé lo que quema esa llama;
Sé como vive el que ama.
¡Ay yo he querido también!
Nuestro destino es fatal,
Y al cabo ha querido Dios
Que en este mundo á los dos
Nos hiera el mismo puñal.
—Sus penas cuénteme usted,
También desgraciado soy,
Diga usted sus penas hoy
Y yo lo consolaré.
He visto que usté ha llorado,
Mucho debe usted sufrir,
No me quiere usted decir
Sus penas, y me he callado.
Jamás la ventura hallé,
No sé si alguno la halló:
Una vida tengo yo
Y aquesta vida es de usté.
Al huir las alegrias
Se van las horas serenas:
Vamos, cuente usted sus penas
Que yo le diré las mias.
Dijo el joven, y Lorenzo
Los ojos al cielo alza,
Y por su agraciado rostro
Corren abundantes lágrimas.
Vá á revelar al mancebo
Los secretos de su alma.
Y trascurrido un instant e
Así se expresó en voz baja:
—Tengo un pensamiento eterno
Que atosiga mi memoria,
Fué lo pasado mi gloria,
Y lo presente mi infierno.
El amor brinda ventur a
Y todo en él es placer,
Y luego nos dá á beber
La copa de la amargura .
Joven, llorar y sufrir,
Y ver su dicha perdida,
Y aborrecer á esta vida.
Es el todo del vivir.
—¿Usted no cree en la esperanza
¿En qué funda usté ese empeño?
—En que la esperanza es sueño
Y de ella poco se alcanza.
Es una loca ilusión
Que mucho al hombre promete,
Nada cumple, es un juguete
Que entretiene al corazón.
—Tal vez en su triste duelo
Loco la maldice el hombre,
¡La esperanza! dulce nombre,
La esperanza es don del cielo.
—Cuando es adversa la suerte
Y cuando el ma l nos persigue
El bien que el hombre consigue
Es el placer de la muerte.
—Lorenzo, ¿hay mayor dolor
En esta efímera vida
Que ver su dicha perdida,
Vivir muriendo de amor?
—Son horribles desventuras
Las que en el mundo has sufrido,
Pero á mí me han afligido
Otras mayores torturas.
Tanibien en mi juventud
Edad de dichas y flores,
Tuve plácidos amores
Que disfrutara en quietud.
¡Tiempo que no ha de volver!
Breve y llorada alegría!...
Impresionó el alma mia
El amor de una muger.
Cual la ilusión era bella
Y envidiable su fortuna,
Mas era humilde mi cuna
Y de hidalga cuna ella.
Nuestro amor descubrió el pad
Y en mi amargo desconsuelo
Amparo le pedí al cielo:
¡Mi bella llegó á ser madre!
Y después cuando imploraba
Perdón á su amor violento,
En un lejano convento
El padre la sepultaba.
Tomó el honor por escusa,
Dando mi pena al olvido,
Y al hijo tierno y querido
Depositó en un a inclusa.
Mis ilusiones divinas
Marchitas las encontré,
Y desde entonces marché
Por un sendero de espinas.
Mucho tiempo trascurrió,
Y encerrada en el convento
Víctima de su tormento
Mi adorada sucumbió.
Murió la que amaba tanto;
Mi único bien y mi gloria;
Hoy me queda su memoria,
Sí, su memoria y mi llanto.
De los ojos de Lorenzo
Brotaron copiosas lágrimas,
Y reveló su semblant e
Las angustia s de su alma.
Narciso pálido y trist e
Conmovido lo escuchaba.
Y el desventurado padre
Después de una breve pausa
Con acento dolorido
Volvió á tomar la palabra.
—Tal vez me maldecirá
Ese hijo desgraciado,
Creyendo que me he olvidado
De su existencia.
—Hallará...
—Tal vez en su triste suerte
Y cansado de sufrir,
Trueque el dolor de vivir
Por el goce de la muerte .
Si comprendieras mi duelo,
Mi amargura , y mi ansiedad...
Tal vez en triste orfandad
Gima en extrangero suelo.
La pena me parte el alma
Y por su suerte me aflijo:
Cuando el Señor nos dá un hijo
Se lleva en cambio la calma.
Mi reposo sacrifico
Y tras de la pena voy.
¿Se creerán que feliz soy
Siendo honrado y siendo rico?
No enjuga el oro en verdad
Estas lágrimas que lloro;
Miente quien diga que el oro
Nos dá la felicidad.
Solo ha logrado vencer
En tan reñida batalla,
María, que ha puesto una valla
Entre el amor y el deber.
María, ángel de candor,
Destello puro y divino
Que colocó en mi camino
Para salvarme el Señor.
Ella es mas afortunada,
No sabe que siempre lucho
Con el dolor, la amo mucho
Para hacerla desgraciada.
Y si alguna vez se inquieta
Al comprender mi dolor,
Como es inmenso su amor,
Sufre mucho y lo respeta.
Y triste la veo llorar,
Y triste me vé sufrir;
No me es posible vivir,
Porque no puedo olvidar.
Ni mi esperanza se trunca ,
Ni cesa mi padecer,
Si se ama á una muger
No puede olvidarse nunca.
Y cuando en eterna gloria
Busca el alma su consuelo,
El que ama en este suelo
Nunca olvida su memoria.
El primer amor enciende
El santuario del alma,
Nos dá la ilusión su palma
Y el hombre no lo comprende.
Después se suele encontrar
Otra muger que admiramos,
Nos creemos que la amamos
Porque nos suele halagar.
Pero ese amor no es el mismo
Que nos robó nuestra calma
Y engaña el hombre á su alma
Engañándose á sí mismo.
No he olvidado en mi vejez
El amor que mi alma encierra,
Una vez se ama en la tierra...
—Yo estoy amando esa vez.
Dijo Narciso ocultando
Entre sus manos la cara,
Porque en su emoción sublime
Sintió oprimírsele el alma.
Pura, inefable, elocuente
Bañó su faz una lágrima
Que elabora el sentimiento
Y por los ojos se escapa,
Presagiando los pesares
Que en nuestro pecho batallan.
Cruzó el buen padre los brazos
Y el triste joven aguarda
Poder hablar, que en su pecho
Arde del amor la llama:
Ambos guardaron silencio:
Satisfecho de su causa,
El buen Narciso se atreve
A entrar con Lorenzo en plática.
—Cuando á impulsos del dolor
Iba á dar fin á mi vida,
Me quitó el arma homicida
La mano de usted, señor.
Yo le dige, buen anciano,
Amparo por caridad,
No me niegue su amistad;
Y usted me tendió su mano.
Usted me enseñó á vivir
Y mi destino á llorar,
Mi suerte me enseñó amar,
Blanca me enseñó á sentir.
Yo sé que es una locura
Abrigar esta pasión,
¡No puede mi corazón
Poseer tanta hermosura!
Señor, con lenguaje extraño
Dice mi madre afligida,
Que las flores de la vida
Las marchita el desengaño.
Que la muge r brinda amor,
Que prodiga sus favores
Y que después dá entre flores
La copa del sinsabor.
Que es un delirio el placer
Y el amor que el alma encierra,
Que solo existe en la tierra
La muerte y el padecer.
lilla dice con empeño,
Rebosando el pecho ira,
Que la amistad es mentira
Y que el amor es un sueño.
Dice que amar con delirio
Es horrible padecer,
Que el hombre dice placer
En vez de decir: martirio.
Yo nunca quiero escuchar
Ese lenguaje iracundo,
Porque creo que en el mundo
Hay necesidad de amar.
Y es tan bendito el amor
Que se apodera del'alma ,
Que á mí me quitan la calma
Un pájaro y una flor.
—De este valle á la maleza
No llega el torpe sarcasmo,
Y el hombre con entusiasmo
Ama á la naturaleza.
Aquí de la dicha en pos,
Siempre para el bien propicio,
El hombre aborrece al vicio
Y adora rendido á Dios.
Las fugaces ilusiones
Enjendran al pactecer.
¡Si el hombre pudiera ser
Superior á sus pasiones!
—Lo quiero á usted como á un padre,
Y sus consejos escucho,
Y Lorenzo, extraño mucho
Que no conozca á mi madre.
Niño á mi padre perdí
Y me quedó sin consuelo,
Lorenzo, bien sabe el cielo
Cuanto en mi infancia sufrí.
Le cuento lo que me pasa,
Mis penas, mis desengaños,
Y van pasando los años
Y usted sin ir á mi casa.
—Escucharte me dá pena
Y tu razón considero,
Mas no puede el jardinero
Descuidar á su Azucena.
Existen hombres traidores
Por estas verdes campiñas,
Y no olvides que las niñas
Son lo mismo que las flores.
Cual las flores son hermosas,
Cuidarlas mucho es preciso;
Si no se cuidan, Narciso,
Se ajan como las rosas.
—Es verdad, yo considero
La razón que á usted le asiste;
Yo soy una adelfa triste
Y como la adelfa muero.
A usted entrega un desdichado
Su bien, su vida, su suerte,
Usted me dará la muerte,
Ó usted me har á afortunado.
Lorenzo escucha á Narciso
Que con tanto fuego habla,
Y conmovido lo mira;
La adusta frente levanta,
Lleva la mano á su pecho,
Y creyendo en las palabras
Del infortunado joven
Que en amor puro se abrasa,
Le- dice solemnemente
Con grave acento, voz clara:
—Blanca es de mi "bien la flor,
Y en sus albores tempranos
La cultivaron mis manos
Con el esmero mayor.
Tu inocente amor respeto,
Porque sincero ha de ser:
Blanca será tu muger.
— ¡¡De veras!!l
—Te lo prometo.
La faz del triste Narciso
Púsose de pronto pálida,
La estrecha cárcel del pecho
Intentó romper su alma,
Latió el corazón con fuerza,
Bendijo el nombre de Blanca,
Besó las manos al padre
De la muge r que adoraba,
Alzó los ojos al cielo,
Derramó copiosas lágrimas,
Intentó hablar y no pudo
Pronunciar una palabra.
Hay en la vida emociones
Incomprensibles y santas,
Que bruscamente conmueven
Y que algunas veces matan.
Despidióse el buen Narciso,
Entró Lorenzo en su casa
Y se retiró la luna
Ante el resplandor del alba.
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