Salvador Díaz Gómez
Nacido en la ciudad de Guadix [GRANADA, España] siempre mostró un interés hacia la literatura gracias, en parte, a la labor de su padre. Pasó sus años como un estudiante más en un instituto de provincias. Actualmente realiza sus estudios de Filología Hispánica en la Universidad de Granada, ciudad en la que vive.
Una vez todos fuimos mosqueteros.
Pretendíamos el aire juvenil
de un dormitorio de estudiantes,
éramos memoria en la batalla
de los nombres desconocidos
en la voluntad metálica de la memoria.
No parecías inmediata a primera vista.
Y pronunciar tu nombre
mientras te ibas inventando desnuda
me reducía a íntimos paisajes
llenos de Historia y desayunos familiares.
Suelo verte todas las semanas
y en cada comentario plastificado
la ciudad me interpreta de una forma distinta,
vigilando todas las conciencias
de los que solían repetir tu nombre,
tachando tus formas como inoportunas,
dejándote sola
en la inmensidad de la experiencia.
Aunque nunca lo diga
escondernos fue la confirmación de unas vidas
cansadas de parecer cosas diferentes.
Recurrir al disfraz para olvidar este asunto
y que se agoten las preguntas inmediatas
cuando la intimidad
no es más que un cuerpo desnudo
y pronunciado en idiomas que no conoces.
Como esos días impertinentes
en los que me imaginabas a tu medida,
me cortabas con tus propias manos
dándome la forma inútil y precisa
de la curiosidad que hoy mantengo
y que te pertenece.
Cuando no había necesidad de sexo
y fundirnos era conspirar con la mentira,
la vida sabía cómo tratarnos,
confesándose víctima de la memoria
de otras ciudades
que hoy sólo vuelven en alguna confesión,
en la amistad de alguna noche.
Humillado por los recuerdos,
la habitación,
convertida en protesta,
comienza a desgastarnos
ocultando la tranquilidad acostumbrada,
apartando las últimas respuestas.
Siguiendo con el itinerario.
Las huellas como intermedias anécdotas
van dejando su rastro
en todos los comercios,
en todas nuestras fotografías,
preguntando direcciones,
esperando la tranquilidad inmediata
que les da tu presencia,
imaginándonos inseguros y encerrados
en el vértigo de alguna pregunta,
intentando recordar nuestros nombres
cuando nuestros nombres están desnudos,
intentando conocerse,
conservando el calor de una derrota
en la guerra de la curiosidad.
A veces, cuando sólo queda verguenza,
las conversaciones se vuelven huellas
y ocultan para siempre
el nombre de las cosas.
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