ANTONIO GONZÁLEZ MONTES. Nací un veintidós de marzo, allá por 1980 en Montejaque (Málaga). Soy licenciado en economía y máster en comunicación y cultura (gestión cultural) por la universidad de málaga. en la actualidad vivo en san pedro de alcántara, donde trabajo como gestor de empresas en una asesoría, aunque mi casa sigue estando en mi pueblo de origen, montejaque, muy cerca de ronda. he sido finalista del premio de relatos del centro cultural blas de otero de san sebastián de los reyes (madrid), del certamen de poesía de la universidad de málaga y del premio málaga crea de literatura. colaboro como articulista y asesor lingüística con la revista mibiblioteca, editada por la fundación alonso quijano. aún no me explico cómo un economista puede dedicarse a escribir poesía.
antgm23@hotmail.com
uno
Calla, abril noche en que te miro,
deja de contar segundos-amantes-
puñaladas cortando sangre y su lento
fluir desvanecerse: inúndame, dame
la vida, crea en mí, con mi cuerpo,
con mi mente, con mis rotos labios
que te adoran; crea en mí algo nuevo
que te sea útil y sepa de cerca el
secreto fiel de tu existencia y su no
buscar palabras que me hieran (no,
no versos suficientes, no ojos
arrancándose para buscar refugio en
tus zapatos, no garganta inmunda
arañándose por dentro), calla, abril
noche en que te sigo y dulces
migajas y tu sonrisa esquinada con
su sombra y tu mirarme desde lejos
casi como sin querer verme aunque
te basta ser para saberme tuyo, y tu
cuello sin puntales que me apoya, y
tus blancas manos blancas
rehaciéndose (vedla, es la oscuridad
y su melancolía, su falta de memoria
y su siempre sucesión de rostros
viejos), calla, abril noche que me
mata, y déjame tan sólo seguir aquí,
desgajándome.
dos
Porque me sé capaz de apretar el
cuello hasta el fin del aire (dulce el
palpitar ajeno-acelerado de la sangre
rozando con mis manos, el lento
sentir la muerte aproximándose) sin
dejar de mirar fijamente esos ojos
que se salen, que buscan
desesperados una huida tan
improbable como definitiva (un
beso) mientras las rodillas van
derrumbándose gota a gota y la uñas
cansadas ya no buscan mi piel (se
rinden, bravos surcos palpitan en mi
cara demostrando que no todo es tan
fácil como se imagina) y ya tu
cuerpo es sólo mío y de lo negro,
triste cae como desmadejado y suena
un cráneo chocando con el estúpido
mármol rosa, crujir de huesos inútil,
recuerdo de dientes mordiendo la
oscuridad de un nombre abandonada.
Te miro casi arrepentido –la duda,
siempre con su inoportuno correr
escaso–, me doy la vuelta, te dejo –
esta vez para siempre– y arrastro
como puedo unos pies que de repente
parecen querer quedarse para
siempre atados a los tuyos.
tres
Un casi siglo, su lento caer
melancolías sobre rostros serenos, su
musitar entre labios que van poco a
poco gastándose y que ya no
recuerdan nombres ni besos ni
esclavos mordiscos bajo una escalera
cómplice (el amor pide lugar y la
guerra de dos cuerpos que se saben,
ven, sigue la huella que desgrana mi
camino, cuela para iluminar mi
noche con la tuya). Es de manos
temblando incapaces de hallar un
surco, es su impreciso dibujo
constante sobre esa mesa cansada de
ver pasar las vidas (la música, por
dios, la música, el estremecimiento
de un sudor ajeno cayendo de la
frente, su fresca invitación al
suicidio, su eterno esperar sentado).
La espera... la ventana manchada de
una bilis espesa para dibujar tu
huella, su absurdo esforzarse para
tanto, su voz no existente se eleva y
resuena trueno vacío en las nubes, es
un grito que apenas veo y me
atraviesa, su táctil consistencia en la
lengua, su ácido sabor regalándome,
su nombre, su sombra, su muerte.
El poeta
Habíamos pensado, por ejemplo,
en un poeta nadando
en el barro de sus propias palabras,
–¿quieres ser el poeta o su recuerdo?–
claro disfraz esta sola noche
en que las monedas son los besos,
el sótano es refugio de semen
y abrazos forzados (los gritos
nos llegan de perfil, encadenados)
escaleras remarcando su presencia
con una música imposible, el telón
que se abre entre la casi nunca espera
o su cansancio:
debería tal vez ser abril noche
o su reflejo, debería buscar otra mano
para no sentirse solo, quizá buscar
la excusa para un rincón deshabitado,
para la nuca abierta (el corazón quedó
en casa, entre libros y un polvo
enquistado en la garganta)
el espejo no sirve para mirar
la única soledad
siempre viene de tu nombre.
Si no es amor, se le parece
Cualquier boca es buena para el beso.
La tarde cabe en un nombre musitado.
Ni siquiera la música se deshace.
Déjame seguir así, buscándote.
Pero antes un recuerdo: la chica vestida
de negro, sola en mitad de la nada.
La voz siempre llega a través de la
ventana primera. Las risas se
disfrazan para ser toleradas.
La llama busca tu cuerpo igual que yo.
La camiseta arde en complot con mis vecinas.
El recuento acaba demostrando esas palabras
que jamás admitiré haber pronunciado:
Te quiero.
Una noche cualquiera (regalo)
He salido de copas con Ana Ajmátova
y Marina Tsvetáieva y de repente llegas
con un libro de Wislawa Zsymborska
pidiendo una ginebra en vaso azul,
dos chicas se miran con ganas de devorarse,
yo también tengo los ojos ocupados
pero me tengo que conformar
con un baile en brazos de una profesora
que, no sé por qué,
me inspira una infinita ternura.
La noche se va entre poesía,
música y alcohol, las chicas terminarán
juntas en la cama, la profesora se irá
con su cara de tristeza,
Ana y Marina sonreirán,
como si pensaran
Ya lo decía yo,
y yo... yo me conformo con buscar,
al día siguiente,
un libro de Wislawa
por todos los rincones.
Juego de cartas
Recibo poemas por e-mail. Los imprimo.
Los leo. Los quemo.
El aire acondicionado me empuja
por la ventana. Mis dientes arañan
la acera. Pasa alguien. Me mira
distraído mientras agonizo. No
ha leído a Faulkner.
El teléfono me regala un par
de tardes de libertad. Los números
no son más que un breve acaso retrato.
Déjame. Volveré tarde, lo sabes.
La nevera quizá. El microondas.
La bolsa de la basura. La tabla
de planchar. Cualquier sitio es
bueno para esconderse de ti.
No quiero escribir más. Cada tecla
un mordisco para mis dedos. Duele
el tiempo, duele la sangre nunca
derramada. Duele.
La fiesta
Dámela, dijo: dámela, y el gito resonó rompiendo tímpanos y espejos y los picos rasgaban la pared para hacerle asco o flores o retratos de personajes tan famosos como moribundos, Es mía, siempre lo ha sido, no duda, no lugar para la huida, la calle cerrada, el coche huido, tus zapatos sonríen en el rincón y la sombra se vuelca en el agua antes de hacerse humana, Ves el agujero en mi bolsillo, grande, todo por aquí, sin darme cuenta cuando rozo mi pierna y cayó rebotando, clin-clin, o algo parecido, vamos, gira, es la hora y nadie viene, puedes guardar la comida antes de que se estropee, la fiesta no existe y nadie la echará de menos, Yo sí, porque es mía, dijo de nuevo gritando, venas restallando en su cuello no demasiado limpio, pero tras su demostración de imperfecta rebeldía cae sumiso y se pone a recoger los platos, las ollas y esas casi bandejas donde dormitan delicias que rechazas sin dudarlo, Dámela o, amago de amenaza no culminada, no palabras quizá suficientes para escupir su entera rabia, no labios rezables que sepan dar forma a esas ganas de golpear la cara y sentir el hueso, la sangre, la piel enlodándose bajo tu puño, en silencio disfrutas esa imagen y la guardas junto a esta comida acaso reseca que irás gastando como puedas pero no toda, no siempre, otro fracaso en tus espaldas, has perdido la cuenta y no quieres pensar en motivos, repetirás de nuevo y caerás otra vez, y casi llorosa gritarás Dámela, dijo: dámela, y el grito resonó rompiendo tímpanos y espejos y los picos rasgaban la pared para hacerle asco o flores o retratos de personajes tan famosos como moribundos, Es mía, siempre lo ha sido, no duda, no lugar para la huida, la calle cerrada, el coche huido, tus zapatos sonríen en el rincón y la sombra se vuelca en el agua antes de hacerse humana, Ves el agujero en mi bolsillo, grande, todo, por aquí, sin darme cuenta cuando rozó mi pierna y cayó rebotando, clin-clin, o algo parecido, vamos, gira,
Dámela, dijo: dámela.
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