Al-Mutadid
Abbad ibn Muhammad al-Mu'tadid
Nacimiento 1016- Muerte 1069
Rey taifa de Sevilla (reinó en 1042-1069), de la familia de los abadíes.
Nacimiento 1016- Muerte 1069
Rey taifa de Sevilla (reinó en 1042-1069), de la familia de los abadíes.
Rey de la taifa de Sevilla nacido en 1016 y muerto el 7 de febrero de 1069. Bajo su gobierno el reino sevillano alcanzó su etapa de mayor expansión y un puesto de preeminencia sobre las demás taifas del mediodía peninsular. Su verdadero nombre era Abu Amr Abbad ibn Muhammad.
Más conocido por el nombre de al-Mu'tadid, fue hijo de Abul Qasim Muhammad I, que había sido el instaurador de la dinastía abbadí en el reino de Sevilla. Durante su niñez Abbad fue entregado como rehén por su padre al destronado califa cordobés Yahya ibn Alí, que en 1027 logró someter a una mal defendida Sevilla a su autoridad, pero pidió rehenes para asegurarse la fidelidad de la ciudad; el hecho de que Muhammad I entregase a Abbad le proporcionó una enorme popularidad entre los sevillanos, que le valió para tomar en solitario las riendas del poder. Abbad volvió a Sevilla, donde recibió una cuidadosa educación y por muchos años vivió a la sombra del heredero, su hermano Ismail, verdadero ejecutor de la política paterna. Abbad se convirtió en heredero del reino de Sevilla a la muerte de Ismail en 1039 y sucedió a su padre el 26 de enero de 1042, con el cargo de hayib y tomando el título honorífico de al-Mu'tadid. Con el reino heredó además el papel de aglutinante del partido andalusí o árabe, opuesto al beréber o africano, cuya representación eran los hammudíes de Málaga, que se proclamaban califas. al-Mu'tadid continuó con la ficción urdida por su padre y se declaró fiel al falso Hisham II que Abul Qasim Muhammad había elevado en 1035 para legitimar la dinastía.
Al-Mu'tadid continuó las guerras iniciadas por su padre y el primer año de su reinado, logró la muerte de su enemigo Muhammad de Carmona, aunque la taifa beréber siguió en guerra con Sevilla con Ishaq I. Esto no impidió que el sevillano prosiguiese asimismo la labor expansiva iniciada por Abul Qasim y en 1044 atacó y anexionó la débil taifa de Mértola, gobernada por Ibn Tayfur, que en el pasado se había unido a expediciones de Beja contra Sevilla. Tras Mértola, al-Mu'tadid intentó la conquista de Niebla, pero sólo consiguió que se formase una coalición beréber contra Sevilla en la que entraron los reinos de Granada, Badajoz, Málaga y Algeciras. El ejército sevillano que intentaba la conquista de Niebla fue derrotado por los aftasíes de Badajoz (1050) y obligado a la retirada. Inmediatamente después al-Muzaffar de Badajoz y el ejército granadino llevaron a cabo una campaña de devastación en las tierras sevillanas. Pero al-Mu'tadid no permaneció inactivo y contraatacó con la conquista de fortalezas cuyo nombre no mencionan las crónicas y con terribles razzias sobre los territorios enemigos. Ibn Yahya de Niebla, no pudiendo soportar más el acoso de Sevilla, firmó la paz con al-Mu'tadid. La connivencia de Sevilla y Niebla desató la ira de al-Muzaffar de Badajoz, que invadió Niebla por el oeste; esta vez fue al-Mu'tadid el que acudió en defensa de la plaza y aunque en principio su caballería fue rechazada por los escuadrones aftasíes, logró infligir una rotunda derrota al ejército de Badajoz tras la cual desató una campaña de castigo contra el reino de al-Muzaffar. Al-Mu'tadid emprendió la conquista de Évora y para evitarlo el pacense pidió ayuda a Ishaq I de Carmona; el ejército sevillano derrotó a los coligados en las cercanías de la ciudad. Finalmente, al-Muzaffar, sin aliados, pidió la paz en marzo de 1051, aunque ésta no se firmó hasta agosto del mismo año, con intervención en las negociaciones de al-Rasid de Córdoba.
Con las fronteras de Badajoz en paz, al-Mu'tadid pudo ocuparse de la conquista de los pequeños reinos de al-Andalus. 1052 fue el año de mayor expansión y en él infeudó a Fath ibn Jalaf la taifa de Niebla, que fue definitivamente anexionada a Sevilla en 1053; también entre 1052 y 1053 cayeron bajo la órbita sevillana los reinos de Santa María del Algarve y Huelva; Algeciras cayó entre 1054 y 1055; en 1063 al-Mu'tadid anexionó a Sevilla el reino de Silves, completando así la absorción de las taifas del occidente de al-Andalus.
En enero o febrero de 1060 al-Mu'tadid, después de haber eliminado al incómodo califa hammudí de Algeciras, creyó oportuno terminar con la ficción inventada por su padre del falso Hisham II y proclamó que éste había muerto en 1044 y que no lo había anunciado antes por motivo de las guerras. Los años siguientes los dedicó al-Mu'tadid a conquistar los reinos del cinturón beréber que rodeaba Sevilla por el este y por el sur, a pesar de que, por sus escasas fuerzas, estos reinos no planteaban en absoluto peligro para Sevilla. En 1065 se apoderó de los reinos de Morón y Ronda tras a sacrificar a sus reyes -que murieron asfixiados junto con sus séquitos en el palacio de Sevilla- y enviar tropas a cada una de aquellas plazas; por último, Carmona entró en la órbita sevillana en 1067.
En el orden interno, desde aproximadamente 1060 al-Mu'tadid debió hacer frente a una rebelión protagonizada por su propio hijo, Ismail. Éste tenía un secretario, al-Bizilyaní, que le aconsejaba rebelarse contra su padre y declararse independiente y construir una taifa en cualquier parte. Ismail se declaró señor de Algeciras, pero al-Mu'tadid logró poner sus tropas alerta antes de que fraguase la rebelión y de nuevo Ismail se mostró sumiso a su padre, que mandó decapitar al mal consejero de su hijo. Pero Ismail intentó una nueva rebelión contra su padre, tan infructuosa como la primera; cuando Ismail fue capturado al-Mu'tadid lo mató con sus propias manos y tras ello hizo ejecutar a todos sus cómplices e incluso a las mujeres de su harén. Al-Mu'tadid nombró entonces heredero a su hijo Muhammad, que le sucedería a su muerte.
El monarca abbadí sufrió su último descalabro militar contra sus correligionarios cuando el ejército que había enviado para socorrer a los árabes de Málaga, que se quejaban de la tiranía de su gobernante granadino, Badis ibn Habbus, fue prácticamente aniquilado por las tropas ziríes, que reconquistaron el territorio. Al-Mu'tadid se enfadó enormemente con su hijo Muhammad, a quien había colocado a la cabeza de la expedición y, según las crónicas, sólo las bellas palabras de Muhammad consiguieron apaciguar a su padre, que le permitió volver a Sevilla, donde tuvo lugar la reconciliación entre ambos.
Pero además de las amenazas internas al-Mu'tadid debió hacer frente al peligro que suponía el expansionismo castellano. En 1063 el reino de Sevilla fue atacado por Fernando I de Castilla, que durante la década anterior había avanzado por el territorio de al-Andalus, sobre el reino de Badajoz y adentrándose enormemente por el de Toledo. Consciente de la debilidad del reino sevillano frente a castellano, al-Mu'tadid se entrevistó con Fernando I y le ofreció regalos, pero al final se vio obligado a sufrir la humillación de comprar la paz por un tributo anual.
Al-Mu'tadid murió de un angina de pecho fulminante seis años después de haber hipotecado su reino al castellano. Le sucedió su hijo Abul Qasim Muhammad, con el que empezó el declive de la dinastía.
La crónica de Ibn Hayyan describe a Abú Amr Abbad ibn Muhammad al-Mu'tadid como un hombre inteligente y de buena apariencia, con una gran afición a las mujeres. Tuvo el acierto político de elegir como favorita a una hija de Muyahid de Denia con la que casó antes de 1040; pero tuvo además un harén con más de 70 esclavas -y por el que llegaron a pasar más de 800 mujeres- que le dieron veinte hijos e igual número de hijas. Tuvo fama de hombre extremadamente cruel, de lo cual da testimonio el jardín que tenía frente a su palacio adornado por picas con las cabezas de sus enemigos, que incluso hacía embalsamar para que conservasen sus rasgos. Sin embargo fue un amante de las artes y la poesía y generoso al pagar soldadas. Bajo su reinado Sevilla se embelleció con nuevos palacios y conoció un gran desarrollo económico y comercial que posibilitaron la emisión de monedas de oro de una alta ley.
Más conocido por el nombre de al-Mu'tadid, fue hijo de Abul Qasim Muhammad I, que había sido el instaurador de la dinastía abbadí en el reino de Sevilla. Durante su niñez Abbad fue entregado como rehén por su padre al destronado califa cordobés Yahya ibn Alí, que en 1027 logró someter a una mal defendida Sevilla a su autoridad, pero pidió rehenes para asegurarse la fidelidad de la ciudad; el hecho de que Muhammad I entregase a Abbad le proporcionó una enorme popularidad entre los sevillanos, que le valió para tomar en solitario las riendas del poder. Abbad volvió a Sevilla, donde recibió una cuidadosa educación y por muchos años vivió a la sombra del heredero, su hermano Ismail, verdadero ejecutor de la política paterna. Abbad se convirtió en heredero del reino de Sevilla a la muerte de Ismail en 1039 y sucedió a su padre el 26 de enero de 1042, con el cargo de hayib y tomando el título honorífico de al-Mu'tadid. Con el reino heredó además el papel de aglutinante del partido andalusí o árabe, opuesto al beréber o africano, cuya representación eran los hammudíes de Málaga, que se proclamaban califas. al-Mu'tadid continuó con la ficción urdida por su padre y se declaró fiel al falso Hisham II que Abul Qasim Muhammad había elevado en 1035 para legitimar la dinastía.
Al-Mu'tadid continuó las guerras iniciadas por su padre y el primer año de su reinado, logró la muerte de su enemigo Muhammad de Carmona, aunque la taifa beréber siguió en guerra con Sevilla con Ishaq I. Esto no impidió que el sevillano prosiguiese asimismo la labor expansiva iniciada por Abul Qasim y en 1044 atacó y anexionó la débil taifa de Mértola, gobernada por Ibn Tayfur, que en el pasado se había unido a expediciones de Beja contra Sevilla. Tras Mértola, al-Mu'tadid intentó la conquista de Niebla, pero sólo consiguió que se formase una coalición beréber contra Sevilla en la que entraron los reinos de Granada, Badajoz, Málaga y Algeciras. El ejército sevillano que intentaba la conquista de Niebla fue derrotado por los aftasíes de Badajoz (1050) y obligado a la retirada. Inmediatamente después al-Muzaffar de Badajoz y el ejército granadino llevaron a cabo una campaña de devastación en las tierras sevillanas. Pero al-Mu'tadid no permaneció inactivo y contraatacó con la conquista de fortalezas cuyo nombre no mencionan las crónicas y con terribles razzias sobre los territorios enemigos. Ibn Yahya de Niebla, no pudiendo soportar más el acoso de Sevilla, firmó la paz con al-Mu'tadid. La connivencia de Sevilla y Niebla desató la ira de al-Muzaffar de Badajoz, que invadió Niebla por el oeste; esta vez fue al-Mu'tadid el que acudió en defensa de la plaza y aunque en principio su caballería fue rechazada por los escuadrones aftasíes, logró infligir una rotunda derrota al ejército de Badajoz tras la cual desató una campaña de castigo contra el reino de al-Muzaffar. Al-Mu'tadid emprendió la conquista de Évora y para evitarlo el pacense pidió ayuda a Ishaq I de Carmona; el ejército sevillano derrotó a los coligados en las cercanías de la ciudad. Finalmente, al-Muzaffar, sin aliados, pidió la paz en marzo de 1051, aunque ésta no se firmó hasta agosto del mismo año, con intervención en las negociaciones de al-Rasid de Córdoba.
Con las fronteras de Badajoz en paz, al-Mu'tadid pudo ocuparse de la conquista de los pequeños reinos de al-Andalus. 1052 fue el año de mayor expansión y en él infeudó a Fath ibn Jalaf la taifa de Niebla, que fue definitivamente anexionada a Sevilla en 1053; también entre 1052 y 1053 cayeron bajo la órbita sevillana los reinos de Santa María del Algarve y Huelva; Algeciras cayó entre 1054 y 1055; en 1063 al-Mu'tadid anexionó a Sevilla el reino de Silves, completando así la absorción de las taifas del occidente de al-Andalus.
En enero o febrero de 1060 al-Mu'tadid, después de haber eliminado al incómodo califa hammudí de Algeciras, creyó oportuno terminar con la ficción inventada por su padre del falso Hisham II y proclamó que éste había muerto en 1044 y que no lo había anunciado antes por motivo de las guerras. Los años siguientes los dedicó al-Mu'tadid a conquistar los reinos del cinturón beréber que rodeaba Sevilla por el este y por el sur, a pesar de que, por sus escasas fuerzas, estos reinos no planteaban en absoluto peligro para Sevilla. En 1065 se apoderó de los reinos de Morón y Ronda tras a sacrificar a sus reyes -que murieron asfixiados junto con sus séquitos en el palacio de Sevilla- y enviar tropas a cada una de aquellas plazas; por último, Carmona entró en la órbita sevillana en 1067.
En el orden interno, desde aproximadamente 1060 al-Mu'tadid debió hacer frente a una rebelión protagonizada por su propio hijo, Ismail. Éste tenía un secretario, al-Bizilyaní, que le aconsejaba rebelarse contra su padre y declararse independiente y construir una taifa en cualquier parte. Ismail se declaró señor de Algeciras, pero al-Mu'tadid logró poner sus tropas alerta antes de que fraguase la rebelión y de nuevo Ismail se mostró sumiso a su padre, que mandó decapitar al mal consejero de su hijo. Pero Ismail intentó una nueva rebelión contra su padre, tan infructuosa como la primera; cuando Ismail fue capturado al-Mu'tadid lo mató con sus propias manos y tras ello hizo ejecutar a todos sus cómplices e incluso a las mujeres de su harén. Al-Mu'tadid nombró entonces heredero a su hijo Muhammad, que le sucedería a su muerte.
El monarca abbadí sufrió su último descalabro militar contra sus correligionarios cuando el ejército que había enviado para socorrer a los árabes de Málaga, que se quejaban de la tiranía de su gobernante granadino, Badis ibn Habbus, fue prácticamente aniquilado por las tropas ziríes, que reconquistaron el territorio. Al-Mu'tadid se enfadó enormemente con su hijo Muhammad, a quien había colocado a la cabeza de la expedición y, según las crónicas, sólo las bellas palabras de Muhammad consiguieron apaciguar a su padre, que le permitió volver a Sevilla, donde tuvo lugar la reconciliación entre ambos.
Pero además de las amenazas internas al-Mu'tadid debió hacer frente al peligro que suponía el expansionismo castellano. En 1063 el reino de Sevilla fue atacado por Fernando I de Castilla, que durante la década anterior había avanzado por el territorio de al-Andalus, sobre el reino de Badajoz y adentrándose enormemente por el de Toledo. Consciente de la debilidad del reino sevillano frente a castellano, al-Mu'tadid se entrevistó con Fernando I y le ofreció regalos, pero al final se vio obligado a sufrir la humillación de comprar la paz por un tributo anual.
Al-Mu'tadid murió de un angina de pecho fulminante seis años después de haber hipotecado su reino al castellano. Le sucedió su hijo Abul Qasim Muhammad, con el que empezó el declive de la dinastía.
La crónica de Ibn Hayyan describe a Abú Amr Abbad ibn Muhammad al-Mu'tadid como un hombre inteligente y de buena apariencia, con una gran afición a las mujeres. Tuvo el acierto político de elegir como favorita a una hija de Muyahid de Denia con la que casó antes de 1040; pero tuvo además un harén con más de 70 esclavas -y por el que llegaron a pasar más de 800 mujeres- que le dieron veinte hijos e igual número de hijas. Tuvo fama de hombre extremadamente cruel, de lo cual da testimonio el jardín que tenía frente a su palacio adornado por picas con las cabezas de sus enemigos, que incluso hacía embalsamar para que conservasen sus rasgos. Sin embargo fue un amante de las artes y la poesía y generoso al pagar soldadas. Bajo su reinado Sevilla se embelleció con nuevos palacios y conoció un gran desarrollo económico y comercial que posibilitaron la emisión de monedas de oro de una alta ley.
CUÁNTAS NOCHES PASÉ ALLÍ…
¡Cuántas noches pasé allí
al lado de una muchacha
ae esbelto y airoso talle
y de firmes caderas anchas!
¡Y cuántas noches también
pasé a la orilla del agua
con la linda cantaora
en la vega solitaria!
DEJADME, DONDE DICHOSO….
Dejadme, donde dichoso
y respetado he vivido,
discurrir sobre las ondas
del Guadalquivir tranquilo
A la luz de las estrellas
en clara noche de estío.
A la sombra reposarme
de los frondosos olivos,
y oír el susurro libre
del aura mansa de los mirtos.
CASIDA AMOROSA
1
Bebimos,
cuando los párpados de la noche
se lavaban el negro antimonio
con el rocío de la aurora
y era suave la brisa,
un vino añejo como el oro,
de color puro y delicado el cuerpo.
2
Llega a ti el ruiseñor
cantando con voz dulce;
su canto alarga con sus melodías
como las cantoras de la Medina,
y me mueve como si me llevase de la brida.
Cuando canta en las ramas,
las hojas son sus cuerdas.
[Poesía andalusí
Edición de Manuel Francisco Reina]
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