Emilio Barón
Nació en Almería en 1954, donde reside actualmente. Ha vivido a caballo entre su ciudad natal y Canadá. Se doctoró en Literatura por la Universidad de Montreal y ha sido, durante diez años, profesor de Lengua y Literatura Española e Hispanoamericana en las universidades de Waterloo y Queen´s University (Kingston, Canadá). Becario del Programa de Reincorporación a España de Doctores y Tecnólogos en el Extranjero, desde 1990 hasta 1993, en la Universidad de Granada. Actualmente es Profesor Titular en la Universidad de Almería, en el área de Lengua y Literatura Inglesa.
Colabora en numerosas revistas literarias: Batarro,Andarax, Litoral, Fin de Siglo, etc. Sus poemas figuran en diversas antologías españolas y americanas. Ha publicado también ensayos y artículos de crítica literaria en Cuadernos Hispanoamericanos, Ínsula, Cuadernos Americanos (México), Latin American Series (University of California), Revista Hispánica Moderna (Columbia University, New York), Revista de Literatura (C.S.I.C., Madrid), etc.
POESÍA
Cuenco de la soledad, Montreal, 1974.
La soledad, la lluvia, los caminos, Col. “Concha Lagos”, Madrid, 1977.
De este lado, Col. “Calle del Aire”, Sevilla, 1983.
Poemas (1974-1986), Alcaén, Col. “Riomardesierto”, Almería, 1987.
Llegan los años, Col. “Virazón”, Málaga, 1993. (Traducción al inglés: Here come the Years, New York, The Barking Dog Press, 1997).
Los días (Poesía 1978-1999), Universidad de Almería, 2000.
Poemas al margen, Col. “Alandar”, Tarrasa, 2002.
Los días, los dones (poesía 1978-2009), e.d.a. libros, Benalmádena (Málaga), 2010.
Islas (1976-78), accésit en el Premio Jorge Guillén de 1979. (Inédito).
Su poesía figura en varias antologías:
Panorama poético hispanoamericano, F.E.B., Buenos Aires, 1978.
Antología de la joven poesía andaluza, Litoral, Málaga, 1982.
Poesía española 1982-83, Hiperión, Madrid, 1983.
Literatura hispano-canadiense, ed. Diego Marín, Toronto, 1983.
Poesía andaluza de hoy (1950-1990), E.A.U., Sevilla, 1990.
Poetas en el Aula. Proyecto Juan de Mairena (curso 1989-90),
Junta de Andalucía, Sevilla, 1990.
Poetas en el Aula. Proyecto Juan de Mairena (curso 1990-91),
Junta de Andalucía, Sevilla, 1991.
Poesía almeriense contemporánea, edición de Pedro M. Domene y José Antonio Sáez, Batarro, Albox, 1992.
Poesía actual almeriense, edición de Francisco Domene, Col. “Ríomardesierto”, Alcaén y Ayuntamiento de Almería, Almería, 1992.
Almería dorada, Cajasur, Córdoba, 2000.
Los ojos dibujados, Litoral, Málaga, 2002.
Poesía a la carta, Litoral, Málaga, 2006.
Poesía viva de Andalucía, Universidad de Guadalajara (México), 2007.
Humo en el cuerpo, Litoral, Málaga, 2008.
Al fin y al cabo, libro de fotografías de Carlos Pérez Siquier y antología poética, edición de A. Lafarque, IEA y Centro Andaluz de la fotografía, Madrid, 2008.
Nuestros escritores. Antología de lecturas almerienses, recopilación de Concha Castro, IEA y Fundación Cajamar, Almería, 2008.
Escribir la luz. Fotografía & literatura, Litoral, Málaga, 2010.
NOVELA
Librería Macondo (El caso Vladimir), Qüasyeditorial, Sevilla, 1991.
INVESTIGACIÓN Y ENSAYO
Introducción a Perfil del Aire de Luis Cernuda, Edición facsímil, Litoral, Málaga, 1983.
Estudio y selección de El Mal Poema y otros versos de Manuel
Machado, E.A.U. (Biblioteca de la Cultura Andaluza, nº 6), Sevilla, 1984.
Agua oculta que llora (El Diván del Tamarit de F. García Lorca), Ed. D. Quijote, Granada, 1990.
Luis Cernuda: vida y obra, E.A.U., Sevilla, 1990.
Después de Cernuda y otros ensayos, Zéjel Editores, Serie “Investigación y Ensayo”, nº 6, Almería, 1992.
Lirismo y humor (Manuel Machado y la poesía irónica moderna), Ed. Alfar, Sevilla, 1992.
T.S. Eliot en España, Universidad de Almería, 1996.
Imagen de la mujer en la literatura inglesa (Editor), Universidad de Almería, 1997.
Traducir poesía. Luis Cernuda traductor (Editor), Universidad de Almería, 1998.
Literatura comparada. Relaciones literarias hispano-inglesas (siglo XX) (Editor), Universidad de Almería, 1999.
Odi et amo: Luis Cernuda y la literatura francesa, Ed. Alfar, Sevilla, 2000.
Luis Cernuda, poeta, Ed. Alfar, Sevilla, 2002.
Introducción a Fernando Ortiz, Versos y años (1975-2003), Fundación Lara, Sevilla, 2003.
La poesía de Fernando Ortiz (Editor), Ed. Alfar, Sevilla, 2007.
Nada mejor para comenzar la visión que Emilio Barón tiene del paisaje almeriense que la certera y lúcida descripción de esta tierra que, con el título “Ciudad de viento y sol”, recoge en la solapa del libro Los días (Servicio de Publicaciones de la Universidad de Almería, 2000). He aquí las medidas palabras del poeta:
“Mírala. Es la tierra que te vio crecer. Recatada y aparte. Al norte, campos verdes y montes de los Vélez, con el castillo aquel empinado entre riscos, fantasmal y soberbio. Las playas arenosas de Levante, Rodalquilar, El Plomo, Aguamarga, Las Negras… En su mitad más honda, el río Almanzora, canteras
de mármol, agua y frutales. La herida blanca luego, abierta al sol, de Sierra Nevada. Y las Alpujarras altas, que bajan para morir entre parrales y plásticos.
Mírala. En su centro, bien arriba, la Sierra, los Filabres, el valle rumoroso de la infancia, adelfas y retamas, almendros y olivos. Olula, Castro, Senés, Velefique… nombres árabes y romanos de sus pueblos. Bajando luego, campos y desiertos de Tabernas, naranjales del río —Andarax exhausto— con frutos dorados como en sueños. Y la ciudad por fin (ciudad de viento y sol, sustancia de tus días), entre el azul del mar y el ocre restallante y desnudo de las peñas.
Mírala. Como entonces, de niño; como luego, por dentro, viviendo en tierra ajena, más viva en el recuerdo. Y piénsala ahora, aquí junto al mar, en este rincón del Cabo, donde Torregarcía eleva su figura de piedra, antigua y solitaria, entre las dunas. Mientras contemplas esa ciudad desvanecerse”.
Aclara el poeta, en la nota previa, que reúne en este volumen los tres libros escritos desde 1978 a 1999: “En ellos está la parte de mi poesía que más me interesa y en la que hoy me reconozco”. Estos ochenta poemas, dice el poeta, “me parece dibujan, una serie de momentos privilegiados, suerte de biografía fragmentaria y esencial del autor”.
Citamos por la edición de Los días, los dones (1978-2009), en la que el autor ha introducido nuevos cambios con relación a Los días (1978-1999). El primero, De este lado (Sevilla, 1983, colección “Calle del Aire”), reproduce, con algún mínimo cambio, los 36 poemas —escritos entre 1978 y 1981— de la primera edición en “Calle del Aire”. En “Adolescencia” (página 24) el poeta evoca su adolescencia en las playas solitarias de la ciudad:
Entonces era
muchacho solitario en playas grises,
bajo un cielo de nubes, con gavïotas tristes.
En el libro Poemas (1974-1986), editado en Almería, 1987, Colección Riomardesierto, titula Emilio Barón a la primera parte “Poemas anteriores” (1973-1978). En muchos de estos poemas, anteriores al inicio (1978) de los recogidos en De este lado, el mar está presente. Algunos ejemplos:
Por el balcón
—roja ya la terraza larga—
entra el mar con el sol
incendiando estancias
(Página 28)
El mar aguarda en vano tus miradas,
en vano ensaya espumas en la arena.
No partiremos juntos. Alguien
-que no eres tú- lo sabe,
lo está diciendo el viento gris,
el agua en calma de la tarde.
(Página 36)
…
Imaginar la espuma de la playa,
caracolas que el viento sopla,
y ese brazo que viene del mañana
para ser negado en la sombra
tibia del cuarto y los amantes.
(Página 41)
Cuando el verano deja la ciudad
y se muestran las playas solas,
abandonadas al ensueño adolescente.
Una mujer entonces, una mirada apenas,
eran anuncio de otro mundo,
de otro cielo, de otras playas.
Así crecieron los días, pasaron
las estaciones, huyó el tiempo
—acumulando tardes y esperanza.
En el poema titulado “Epístola”, de las páginas 30-31, dedicado a Hugo Rodríguez-Alcalá, invita a su amigo a conocer el mar, la bahía, el desierto, en definitiva, Almería, el sitio en que él se encuentra:
Querido amigo, quiero describirte
en esos versos que tú tanto elogias
—y con razón— el sitio en que me encuentro.
Tal vez movido por su encanto, quieras
venir a conocer este rincón
de mar y soledad en donde habito.
Y si a pesar de ello no te animas,
tus consejos y mi ocio habrán logrado
esta otra laboriosa nadería.
A mi izquierda y enfrente el mar azul
embistiendo con mucha mansedumbre
la suave redondez de la bahía.
Traza el lugar delgada franja verde:
un diminuto oasis de frescor
en un desierto donde sólo crecen
retamas, agrias pitas y tomillos,
junto a una playa de gastadas conchas
y tibia arena limpia de pisadas.
Calienta el sol en la terraza. Escribo
mientras escucho el oleaje oscuro
junto a la clara música de Mozart.
Torregarcía eleva su figura
de piedra, antigua y solitaria,
sobre las dunas, próxima a la playa.
Apenas nadie. Tan sólo un avión
o un pájaro que cruza el aire. Todo
invita al ocio, al sueño de una vida
redonda y muda bajo el sol, perfecta
tal perfecto poema guilleniano,
mundo en silencio y soledad sumido.
Ya caro amigo, acabo mi pintura.
Ven y verás el sosegado sitio
en donde habito. Ven y aquí hablaremos
mientras el tiempo muere en nuestros brazos.
Habla, aunque sin nombrarlo, del Cabo de Gata en “Un hombre no acepta su suerte”, de la página 38, prosa poética de una elevada perfección, aunque el poeta se avergüence del deseo expuesto en ella:
Vivo en el cabo, cerca del faro, allí donde las aguas de dos
mares en remolinos blancos se funden. Los barcos pasan a
lo lejos, ignorantes de esta cópula feroz y sin descanso que
ejecutan las aguas, ajenos a tanta espuma blanquísima y salada.
Vivo en el cabo y mi existir es tranquilo, solitario y
tranquilo. Pero esta noche pide una mujer, y me entristece,
y me empuja a escribir estas líneas, torpes líneas de las que
me avergüenzo.
En el título “Retamar”, de las páginas 49-51, referido a la Urbanización de Retamar, junto al mar y a pocos kilómetros de la ciudad, reflexiona sobre el paisaje físico y humano de esta tierra, introduciendo, a modo de contraste, en la Sección III una estampa del bosque canadiense en otoño:
I
—¿Qué es lo que quiero?
Nada.
Ciudad de viento y sol,
sustancia de mis días,
(Y llega, como música de fiesta
entre la noche).
Qué es lo que quiero…
Tiembla
la playa azul de tu persona
en mi memoria.
II
La amistad, aire azul que tamiza la tarde.
El ocio aviva brasas
entre el sopor y la cal del verano.
Todavía es posible, posible y necesario,
sonreír a las risas, bebedizos de Circe.
Pasan cerca muchachas. Y saludan.
Posible
cultivar las palabras, licor para otras horas.
III
¿De cuántos queda y quedará perdida
la casa, la mujer y la memoria?
Con mirada burlona, un ángel
nos prohíbe la entrada.
Perdida está la casa, aquí frente a la casa.
Y la mujer, aquí frente a su imagen.
Y la memoria.
(Junto al azul del lago la cabaña
y el amarillo encaje del Otoño:
migajas del recuerdo).
Quedan los rostros vírgenes,
espejos y pasillos donde confluyen bocas,
esperma y frío. Quedan
incitaciones, reticencias —pozo
de aguas turbias y muerte al fondo.
IV
Y ahora sé que debo habituarme
a un deseo final, cierto descanso
hecho de olvido y desencanto.
Probable así que un día cualquiera
luzca el último. El más inesperado.
Si su llamada en el placer,
si su mirar más atractivo en él,
¿por qué no ahora, al lado?
—Mira el azul del mar,
la amarilla ribera, los caballos…
El poemita “Del paraíso” (página 56) fusiona el cuerpo de la amada y la ciudad, que resultan indistinguibles para el poeta, su paraíso:
La luz sobre las calles y jardines —naranja
abierta de la tarde—. La franja, oro y miel,
del centro, la adorable curva, el azul relámpago.
Paseo entre las lindes del paraíso mío.
¿Dónde empieza la amada? ¿En dónde la ciudad?
Me basta este vivir sus plazas y su pelo.
El Sur, el sol, el mar… del poema “Alone in the south”, de la página 59, también aluden a Almería:
El Sur es un espejo
solitario, distante.
El sol brilla en el agua
donde se baña nadie.
(Deja que tu recuerdo
acompañe este instante).
La noche, tibia. Y tierno
—como un abrazo— el aire.
El segundo, Llegan los años (Málaga, 1993, colección “Virazón”) es una selección de 17 poemas escritos entre 1981 y 1993. Se le suman ya en la edición de 2000 los seis breves poemas, entonces excluidos por razones puramente tipográficas. En él aparece “Imagen adelantada”, de la página 72, con claras alusiones a nuestra tierra:
La casa junto al mar a solas.
La sombra y las cigarras.
El brillo de las aguas despiadado.
Bate el viento maderas y ventanas
y arroja sol a oscuros aletazos.
Sin duda, yo conozco ese lugar,
y puedo sonreír: me está esperando.
Vuelve a su infancia, a su Olula de Castro, con los recuerdos del valle, de los montes, de las palomas, del arroyo… en “Oda a un rincón de la infancia”, de la página 77:
La vida para mí ha sido siempre
la falda soleada de un monte del valle
con cinco álamos
de hojas verdes o blancas, según diga el aire.
Cruzan, altas, palomas
camino de la sierra o de la casa vieja
que da sombra al arroyo.
Y yo mirando allí. Mirando como ahora.
El añorado paisaje del puerto de Almería de otros tiempos en la época de la campaña de la uva que desde allí salía para medio mundo aparece en “Aroma”, de la página 84:
Llenando con su aroma los tinglados del muelle
barriles pardos de uvas otoñales.
Aroma más que estampa,
aroma de otros días
orlados por el brillo de las aguas.
No podía faltar el Paseo de Almería. Así en “Anotación y homenaje”, de la página 85 leemos:
Sopla el viento barriendo
las hojas del Paseo,
frío de octubre entre las piernas,
los pantalones cortos, el cine cerca.
El tiempo, que ni vuelve ni tropieza.
El tercero, Los días, que el autor podría haber llamado La vida es el título dado a una colección inédita de 21 poemas, escritos entre 1993 y 1999, menos “Coplas de Montreal”, de 1985, que sirve también de título general al volumen publicado en 2000. En él asoma la reflexión del poeta junto a nuestro mar en “Los días incesantes”, de la página 103:
En mi pequeño estudio de la playa
—breve terraza frente al mar—
yo disfruto las horas
sin oírlas sonar.
Que nada me perturbe en ese encuentro
al que los días incesantes van
conmigo de la mano
con discreto rodar.
De nuevo, la playa y el mar de nuestro litoral en “Extraño lugar”, de la página 104:
De vuelta ya en tu tierra
—la deleitosa playa
y el son del mar que hiere en ella—,
considera los años que pasaron,
los que quizá se acercan,
la imagen amarilla del hermano
y el lugar, aún extraño, donde espera.
La ciudad muerta, sin gente, triste… Así está Almería los fines de semana, especialmente en verano. Esta estampa es captada por el poeta y le sirve de reflexión, aunque sin nombrarla, en “Domingos”, de las páginas 108-109:
Solitaria ciudad de los domingos,
ciudad tan irreal como tus calles.
La gente está en la playa o en sus casas,
y los coches que cruzan van deprisa
temerosos de hallarse, aquí, ahora
que la luz de la tarde abre otras puertas.
Primavera tardía, ya a las puertas
de un verano feliz y sin domingos
donde todo momento es como ahora
mas sin miedo.
Ciudad, entre tus calles
siento pasar la vida más deprisa
y encogerse los muros de las casas.
Ciudad tan irreal como tus casas,
aquí la primavera alumbra puertas,
la luz se transfigura a toda prisa.
Solitaria ciudad de los domingos,
al pasar me golpea por tus calles
la certeza de ser sólo este ahora.
Las casas y las calles son ahora
sólo por un fugaz instante casas,
sólo por un segundo breve calles,
mientras la luz resbala por las puertas,
la luz inusual de los domingos
borrando el espectáculo deprisa.
Todo pasa deprisa, muy deprisa
en esta hora de la tarde, ahora
que la ciudad se va como el domingo.
Y uno quiere aferrarse a estas casas
y no verse empujado hacia otras puertas
que dan a no sabemos bien qué calles.
Ciudad tan irreal como tus calles,
siento escapar la vida, sí, deprisa,
como escapa la luz hacia otras puertas.
Siento también la primavera ahora
arropándome triste entre tus casas
con la tristeza gris de los domingos.
Domingos ya sin luz frente a las puertas
de calles que se angostan más ahora
y casas que se esfuman con la prisa.
Esta soledad y silencio de las calles de nuestra ciudad se acentúan en verano cuando la gente marcha a la playa. Entonces el poeta medita sobre la vida en el título “Junio”, de las páginas 122-123:
Caliente el aire ya a media mañana.
Duermen todos: desierta está la calle
y hasta parece descansar la vida.
Sólo el sol no se toma el día libre.
— Dos jóvenes… Irán hacia la playa…
Comienza la aventura del verano.
Comienza, desde luego, otro verano.
Hoy como ayer, ayer como mañana,
alguien espera siempre en una playa.
Siempre hay alguien que pasa por la calle
y nos tienta con ir, pájaro libre,
adonde late de verdad la vida.
¿Y dónde está la verdadera vida?
¿Por qué se viste siempre de verano?
- Se nota, sí, que tienes tiempo libre…
Deja eso ahora y vive la mañana:
sal de tu casa. Échate a la calle
y llégate despacio hasta la playa.
¿O acaso no te tienta ya la playa?
Enamorado siempre de la vida,
enamorado siempre de la calle,
enamorado siempre del verano,
¿por qué desperdiciar esta mañana?
¿Por qué enturbiar el día claro y libre?
Mejor emplea bien tu tiempo libre:
contempla jovencitas en la playa …
Mira que avanza aprisa la mañana
y con ella, una parte de tu vida.
¿Y quién te garantiza otro verano
a ti, que estás al cabo de la calle?
Mejor será que salgas a la calle
para vivir el sueño de ser libre.
Goza el color, la luz, goza el verano.
Entra en el mar. Pasea por la playa.
No dejes escapar así tu vida:
Quizá el mañana está en esta mañana.
Y si mañana acaba este verano
—lo mismo que esta calle allá en la playa—
se irá contigo al fin libre la vida.
En la segunda parte de Los días, los dones, titulada “Los dones”, el autor traslada su residencia habitual de la zona de Retamar-El Cabo (Levante) a El Palmer (bahía en el Poniente). Y dibuja el primer día del año 2000 en “A.D. 2000” (página 151):
El mar. Riza levante
los azules bruñidos.
Brinca todo al instante:
Gavïotas, chillidos.
Y una barca afilada
rasga el agua callada.
Aquí, desde El Palmer,
y en calma la bahía,
siempre del mismo día
mira el amanecer.
“En mi retiro” (página 152) dibuja su residencia allí como un refugio:
Al margen de la humana tontería
y libre de sus graves profesores,
vivir quiero apartado en mi bahía
sin tener que sufrir más sinsabores.
Lejos de esta ciudad que ya me hastía
y la Universidad de mis dolores,
apurar cuanto reste de mi día
al abrigo de ajenos malhumores.
Un modo de vivir más precavido,
amigo mío, acorde con los años,
que siempre traen consigo contratiempos;
a salvo de la lucha sin sentido.
Pasa la vida, llegan desengaños
y para el arte corren malos tiempos.
Se refiere a los bares, las terrazas y al parque de la ciudad, en “Ciudad” (página 175):
Esta ciudad del sur no es Alejandría
ni tampoco Lisboa. (Su nombre es lo de menos).
Mas ciñe el mar su parque, sus bares y terrazas,
y a quien busca le ofrece el amor pasajero.
Esta ciudad del sur, perdida en la distancia,
tiene plazas umbrías y lugares discretos
que ayudan a vivir —pasar de un día a otro—
y alimentan a veces la llama de los sueños.
Esa débil llamita que los años maltratan,
que lucha contra el viento y los instantes feos,
y al azar de un encuentro renace ilusionada
con un golpe de luz, para apagarse luego.
Evoca su despertar a la poesía/soledad en un marco rural (Olula de Castro) en “Compañera” (página 179):
De nuevo tú y yo juntos,
unidos en las horas y los días.
Contigo las mañanas y las noches,
la tarde inmensa que agoniza
como la tarde aquella
(a las cigarras oigo todavía)
en que me revelaste tu presencia
y supe que eras dueña de mi vida.
Contigo, compañera,
las horas que nos quedan
hasta llegar a la salida.
Y termina, en el segundo libro de esta parte, Una dádiva impura, comparando la fuerza del recuerdo al batir de las olas en la escollera de El Palmer, en “Un recuerdo” (página 211):
Terco latir de la memoria
alzando en olas, sordo y ciego,
como la mar en la escollera,
al alba fría su recuerdo.
[POESÍA DEL PAISAJE ALMERIENSE: ESTUDIO Y TEXTOS
María Isabel Galera Fuentes]
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