Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

jueves, 15 de agosto de 2013

1752.- VICENTE CARRASCO


Vicente Carrasco 
(Cádiz, 1907 - 1990), médico y poeta cercano a la revista "Isla", bajo cuyo sello publicó su primer libro, "Rectángulos" (Cádiz, 1933), con influencias del surrealismo y del romance lorquiano. En 1936 salió su segundo libro, "Poemas impresionistas" (Surcos, Cádiz, 1936). Estaba de viaje en Basilea cuando estalló la guerra. Pudo volver a Valencia, donde publica "Romances de la hora" (Ediciones de la Guerra, Valencia, 1938) y donde es detenido y encarcelado. Al salir, ejerce de médico hasta su muerte en 1990, cuando preparaba, para la Diputación de Cádiz, una reedición revisada de "Rectángulos". En la postguerra publicó algún libro más, aunque ya su poesía, como la de tantos otros, había pasado de la vanguardia al compromiso, haciéndose virulentamente antifranquista, y publicándose en 1970 en Caracas con el título "El muro levantado" y bajo el pseudónimo de Juan del Álamo. En esta antología de 1985 se incluyen poemas de libros inéditos como "Otro poeta en New York", "Desosiego y coplerío" o "Alguna estrella más, banda ninguna" 




Estudio semiológico de «El muro levantado», de Vicente Carrasco: su estructura simbólica

Por José Antonio Hernández Guerrero

Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Cádiz



Vicente Carrasco, un exiliado dentro de su patria

Vicente Carrasco ha sido durante treinta y ocho años un exiliado dentro de su patria. Había empezado a escribir en Cádiz cuando aún era muy pequeño. A los catorce años recibió una carta de Salvador Rueda en la que le elogiaba por unos sonetos alejandrinos de corte modernista. Publicó poemas en el Diario de Cádiz, en el semanario Atlante, en La Esfera y en Isla. En 1935 había aparecido en Cádiz su primer libro de poemas, Rectángulos2; en 1936, Poemas Impresionistas3 en Madrid, y en 1938, Romances de la Hora4 en Valencia. Sabemos que desde muy joven había manifestado ideas liberales y estaba integrado en la «Asociación de Estudiantes Libres», antagónica a la de los «Estudiantes Católicos», y perteneció también a Izquierda Republicana.
Tras la Guerra Civil desaparecen de la luz pública sus actividades políticas y sus creaciones poéticas5. Su imagen cambia radicalmente y sólo reconocen en él a un profesional entregado a los trabajos de la medicina interna.
Pero, sin embargo, en silencio total y en secreto absoluto, «construía -dice él- y accionaba un arma liberadora que lanzaba desde muy lejos». Tuvo que escindir su personalidad y, mientras en España quedaba el médico laborioso, a la otra orilla del Atlántico emigraba el «poeta guerrero».
Ni sus más íntimos amigos sabían que seguía creando poemas, ni los críticos que leían su obra en América, conocían el verdadero nombre de «Juan del Álamo», ni el lugar de su residencia6.
En el año 1970, la editorial Island lanza en Caracas una obra poética de contenido político y de singular fuerza expresiva. Titulada El Muro Levantado, pretende convertirse en el poema de la Resistencia Española. Consta de 318 páginas y está dividido en seis libros (El Muro Levantado, La Sombra Combatiente, El Verso del Pueblo, Las Esencias Perdidas, Voces en la Concordia, Mientras llega la Aurora), un Epílogo y un Ex Libris (El Pan de cada día).
Desde el punto de vista formal, El Muro Levantado es un muestrario antológico de formas estróficas: décimas, romances, sonetos, coplas, composiciones en verso libre, etc. Vicente Carrasco hace gala de su fácil dominio de la técnica poética. También nos muestra su habilidad para imitar sin plagio las calidades expresivas de voces que mostraron en sus versos la solidaridad con la causa del pueblo español (Antonio Machado, León Felipe, Federico García Lorca, Rafael Alberti, César Vallejo, Pablo Neruda, Maiakovski, etc.). A través de todo el libro, cuenta, con realismo y fuerte tensión dramática, la postguerra española, sobre todo, la amarga y lenta andadura de los vencidos (el exilio, la espera, la cárcel, el hambre, el mercado negro...), el laborioso organizarse de la resistencia (el ejército, en la sombra, la hoja clandestina, el cuartel general...). También nos da su propia visión de algunos principios ideológicos e instituciones sociales: la familia, la solidaridad, el capital, la palabra, la libertad, la patria, la muerte, el amor, etc...7
Nosotros vamos a intentar traspasar el nivel externo del texto para descubrir el código de símbolos que utiliza el autor y cuyo conocimiento resulta imprescindible para captar la fuerza expresiva de esta obra. Vamos a identificar el sistema de referencias internas que le da coherencia y unidad armónica. En definitiva, pretendemos encontrar las claves interpretativas que faciliten una lectura en profundidad.



Análisis descriptivo de los símbolos de El muro levantado

El muro es el símbolo central de la obra. Imagen constante en toda ella, sirve de título genérico y definidor de su contenido. Le da también nombre al libro primero y al poema final de éste.
Junto al «muro», a un lado y a otro, están situadas otras imágenes complementarias que, en parejas antagónicas, se superponen sucesivamente.

NOCHE        M     AURORA
                          U  
SOMBRA      R     LUZ
NEGRO         O     ROJO


Vamos a descifrarlas siguiendo tres caminos convergentes:

La explicación directa que da el poeta.
Los caracteres formales con que las describe.
Las funciones específicas que les asigna.

El Muro

Este símbolo -«muro»- posee un contenido referencial, significa una realidad extralingüística que el poeta nos traduce tal como a él le impresiona. «El Muro» representa, sobre todo, a los muertos en la guerra y en la postguerra. El autor lo dice de manera directa y clara:

¡No pasarán!, que los muertos
forman un muro...


(Pág. 518)                


Esta imagen simboliza también a otras realidades diferentes que, consecuencias de esas muertes, cumplen su misma función divisoria (pág. 224) y opresiva (pág. 249): los salvoconductos, «murallas de papel» (pág. 39), las fronteras (pág. 225), los hombres, «murallas de centinelas» (pág. 81), la injusticia (pág. 247), el aislamiento (pág. 218), la noche (págs. 124 y 265), el mar (pág. 66), las alambradas (págs. 5 y 67), el silencio (pág. 74), la sangre (pág. 139), etc.
Frente a ese «muro» -obra muerta y mortífera-, lugar donde medraron los dictadores, la unión del pueblo levanta otro que hará posible la libertad (págs. 58 y 73).
El «muro» está descrito con escasas notas caracterizadoras que el poeta repite insistentemente a lo largo de la obra. Se fija, sobre todo, en aspectos sensibles que descubren plásticamente su auténtica naturaleza. En primer lugar, el «muro» está definido por la adjetivación «levantado», que aparece ya en el título formando una unidad léxica repetida en varias ocasiones (páginas 17, 19, 28, etc.). Con este adjetivo, se pone de manifiesto el carácter artificial de una obra que no ha surgido naturalmente sino que la ha construido el hombre. Es efecto de su industria y de su voluntad. Además de sus amplias dimensiones (pág. 196), sobre todo de su anchura (págs. 52, 225, 283) y de su firmeza (pág. 28), el autor retiene algunas cualidades perceptibles por la vista que poseen la nota común de la oscuridad: «muralla renegrida» (pág. 28), «tenebroso muro» (pág. 243), «muro ensombrecido» (pág. 137), e, incluso, mediante un trueque sinestésico, nos refiere la sensación desagradable que produce, «agrios muros» (pág. 119). A veces, para intensificar la impresión luctuosa que quiere transmitir, se vale de la personificación: «obra muerta» (pág. 38), «muro silencioso» (pág. 21), «barrera impertubable» (página 28), «sus piedras son impasibles» (pág. 50). Todos los sememas empleados en las adjetivaciones tienen en común el sema de la privación.
El «muro» cumple una doble y opuesta función: Negativa la primera, positiva la segunda. Formado de muerte, sirve de baluarte defensivo y de señal estimulante de vida. El poeta explica su poder aniquilador por medio de otra imagen violentamente expresiva en la que asocia la religión con la destrucción.

altar consagrado al exterminio


(Pág. 50)                


Esta desoladora construcción -«muralla inexpugnable» (pág. 201)- se extiende a lo largo y ancho de toda la geografía española (pág. 28), y la divide y enfrenta irreconciliablemente. A los que encierra en su interior, los despoja de libertad; pero, al mismo tiempo, el «muro» desempeña un triple papel benéfico: Sirve de recuerdo que permanente acusa (pág. 28), de parapeto que defiende a los vivos (pág. 51) y de ejemplo de firmeza para un mundo en zozobra:

Eres sombra agrupada contra la luz impura,
ejemplo de firmeza para un mundo en zozobra,
paredes que custodian despojos humeantes,
recinto inexpugnable del hombre en rebeldía.


(Pág. 28).                





La noche

El símbolo «noche» también encierra significados connotativos y denotativos precisos. Mediante esta imagen, el poeta nos lleva a realidades extralingüísticas tal como fueron vividas, sentidas y sufridas por él. La «noche» significa la guerra y la postguerra.

Aquí tuvimos una noche de cuatro años.


(Pág. 169).                



A la primera noche siguió la noche misma.


(Pág. 22).                


La cárcel también está descrita simbólicamente mediante esta misma imagen ampliamente desarrollada.

¡Ahora es la noche... ¡La agrupada noche,
la alucinante noche de las cárceles,
la noche de los garfios que decoran
los paredones lúgubres, la noche
del silencio que corre por la sangre,
de la humedad que empapa hasta los huesos,
la noche de las gárgolas sin dientes,
noche de ratas muertas y postigos!...


(Pág. 47).                


La «noche» puede también representar la acción represiva del poder establecido que es simbolizado, a su vez, por «el cuchillo».

Hacia la noche del cuchillo
voló el ala cortante del cuchillo.


(Pág. 136).                


Por último, la noche significa paradójicamente al poeta y al tirano. El poeta, en medio de ruidos y gritos estridentes y vacíos, busca, en la oscuridad y silencio de su «noche», palabras llenas de esperanza.

Esta noche es el hombre que os habla, un aturdido
por las voces que escucha o recuerda, un vidente
que rescata del humo lo que fue consumido
por la llama o descubre la palabra naciente.


(Pág. 201).                


Y del tirano, a pesar de las vestiduras con que se cubre, y, en contra de las palabras que pronuncia, no se puede esperar más que la oscuridad mortal de la noche.

¡En vano intentas proclamar el día!
¡Eres la noche tenebrosa y larga!


(Pág. 56).                


La «noche» está caracterizada por cuatro notas fundamentales y constantes a lo largo de la obra. En primer lugar destaca, por la insistencia con que se repite, su dilatada extensión: la noche es larga (págs. 93, 138, 153, 169 y 56), ancha (pág. 140), interminable (págs. 22, 139, 193 y 275), eterna (páginas 70 y 93), infinita.

¡Hombre del pueblo, te espera
la noche eterna; caminos
no tiene el alba.


(Pág. 145).                


Otro carácter expresivo es su tenebrosa (pág. 56) oscuridad (págs. 90 y 214). En ocasiones, noche, sombra (págs. 22, 35 y 138) y tinieblas (página 275) son términos mutuamente intercambiables.

¡Oh, anfiteatro de carnicería
bajo el ébano puro de la noche!


(Pág. 31).                


La «noche» es también silenciosa. Está totalmente invadida por un silencio que cambia todas las realidades y hace posible la reunión de los camaradas y la serena reflexión. «Noche» y «silencio» se identifican.

[...], la noche
del silencio que corre por la sangre.


(Pág. 47).                



El tiempo de esta noche
es una interminable sucesión de silencios.


(Pág. 139).                


La «noche», finalmente, es combatiente. La fuerza de un grito la convierte en ámbito, tiempo, campo y arma de lucha.

[...] Un grito [...]
le restituye a la noche su condición de combatiente
su condición de combatiente.


(Pág. 283).                


La «noche» ejerce la función de escenario en el que el poeta sitúa la acción central9. Sus caracteres ambientan adecuadamente los sentimientos que embargan a los hombres de la «resistencia» y las actividades que preparan y desarrollan. La «noche» es tiempo y lugar; es actor y símbolo.
Es lugar de la «resistencia». Su silencio y su oscuridad hicieron posible convocar, reunir y disciplinar a un pueblo.

Como un ejército de sombra
acampado en la noche, como un río.


(Pág. 246).                


En ella, la voz del poeta alcanza calidad y eficacia supremas (pág. 274), y el amparo (pág. 112) y hasta la paz (pág. 242) encuentran cobijo, aunque precario y provisional. Pero, sobre todo, la noche es el lugar del odio (página 93), del espanto (págs. 138 y 203), del terror (pág. 275), de la agonía (página 138), de la muerte (pág. 248) y del crimen

cuando la noche fue la luz propicia
para la ejecución del vasto crimen.


(Pág. 45).                


Durante las horas nocturnas, desarrolla sus actividades laborales el estudiante, «obrero por la noche» (pág. 34). Los fugitivos aprovechan oportunamente este tiempo: «escaparon de noche; / caminaron de noche, se ocultaron de día» (pág. 114). La palabra del poeta, reprimida violentamente durante la jornada, se alía con las sombras nocturnas para salir de su prisión.

Hoy yaces maniatada
en la prisión del odio, la hosca fiera
del primer fraticidio
o escapas fugitiva
a través de la noche...


(Pág. 112).                





La aurora

La «aurora» significa los valores e instituciones que se perdieron con la «guerra», «la victoria» y «la paz», con la «noche».

Bien, hermano, yo me quedo
en esta banda. Enterrado
en plena vida. Con noche
eterna sobre los párpados.
Escapa y busca la aurora
que perdimos. En lo alto
tengo, segura, la estrella
que el tiempo me irá contando.


(Pág. 93).                


Esos valores -«esa aurora»- de los que otros países ya gozan (pág. 133), constituyen el fundamento y el contenido de la esperanza del poeta y un estímulo válido para la lucha del pueblo.

Y, en la otra orilla, el vencido
se hunde en la noche y aguarda
un nacimiento de puños
para conquistar el alba.


(Pág. 97).                


La «aurora» dará también nombre a la palabra luminosa del poeta (página 123) que será quien anuncie el nacimiento de la nueva libertad (página 147), resumen de todas las aspiraciones del pueblo (pág. 147).

[...] Entonces
serás un nombre luminoso,
te llamarás aurora, vida.


(Pág. 123).                


Finalmente, los momentos y situaciones de alivio y esperanza que emergen levemente durante la larga y dura postguerra, son descritos también simbólicamente con la luz y el color de «la aurora» (pág. 229).
El poeta opone dos «auroras» diferentes, con propiedades antagónicas. La presente y la futura, la de la realidad y la de la esperanza, la de los vencedores y la de los vencidos. La primera está deshojada (pág. 26), decapitada (pág. 40), maniatada (págs. 17 y 49), soterrada (pág. 41), malograda (página 136), turbia (pág. 170) y secuestrada (pág. 22). La segunda, la prometida (pág. 286) y venidera (pág. 228), será radiante (pág. 147), libertada (pág. 147), creciente (pág. 244), libre (págs. 147 y 248), nueva (pág. 254), redentora (pág. 233) y roja (págs. 24 y 92).
La «aurora» señala constantemente el objetivo a alcanzar, la meta que debe dar sentido a la lucha, a la sangre y a la muerte. Todas las actividades de la «noche» -de la guerra, postguerra, cárcel, exilio, etc.- se orientan convergentemente hacia la «aurora».

Después de algunos años, cuando apenas
la sangre hizo una pausa, cuando el tiempo
-recobrado de la noche -se incorpora
y echa a andar, cara al día...


(Pág. 17).                


Como consecuencia, la significación de los hechos depende de su relación con la «aurora». A ésta hay que referirse si se quiere medir el valor y la importancia -«la luminosidad» y «el color»- de los acontecimientos.

Arreciaron, ¡oh Patria!, tus dolores
cuando llegó «la paz» a tus orillas.
Relucía en tu sien martirizada
el plomo ensangrentado de una estrella
más roja que tu aurora amaneciendo
sobre la mar volcada de tu sangre.


(Pág. 19).                


Los fugitivos son los defensores del «alba» (pág. 22) y la «resistencia», un silencioso ejército que con su sangre anticipa la llegada de la «aurora» (pág. 36). Finalmente, los presos marchan hacia el «alba» (pág. 88) donde irremisiblemente serán fusilados.

Nosotros, los vencidos por las fuerzas impuras,
apresados de noche, fusilados al alba.


(Pág. 131).                





La sombra

El símbolo «sombra» es empleado, la mayoría de las veces, como sustituto de otros símbolos -«noche» (págs. 74 y 148) y «muro» (pág. 91)-. Condensa, en sinécdoque, sus valores denotativos y connotativos. Así define al «muro».

Eres sombra agrupada contra la luz impura.


(Pág. 28).                


En otras ocasiones, este símbolo posee un significado referencial directo, que el poeta explica. Los vencidos (pág. 189), los fugitivos (pág. 22), el camarada (págs. 35 y 170), los rojos, sólo son «sombras».

No podrán sonar sus pisadas de hombres.
Eran sombras de hombres.


(Pág. 25).                


Y el recuerdo de los muertos toma también la forma de «sombra» que permanentemente sigue y acusa al asesino.

[...] Cada muerto
será sombra virtual de su asesino.


(Pág. 274).                


Al igual que ocurre con los otros símbolos, el poeta selecciona con intención expresiva algunos caracteres descriptivos. Se fija en sus apariencias sensibles: dimensiones -estrecha (pág. 125), larga (pág. 69)-; forma -aguda (pág. 33), erguida (pág. 189)-; situación -lejana (pág. 109)-; comportamiento -errante (pág. 133)-. Las cualidades son diferentes, opuestas, según representen al lado dominante o al lado dominado. En el primer caso, la «sombra» es conjurada (págs. 154 y 244), encarnizada (pág. 242), infamante (pág. 248), punitiva (pág. 242) y hasta letal.

sombra letal del gigantesco crimen!


(Pág. 139).                


En el segundo, es fugitiva (pág. 98), perseguida (pág. 155), cautiva (página 98), golpeada (págs. 118 y 138), ahogada de silencio (pág. 128), agrupada contra la luz impura (pág. 28).
Este símbolo -«sombra»- se convierte, a veces, en imagen genérica con capacidad de significar a cualquiera de «los lados del muro» o de los mundos que separa. A veces, la «sombra» invade toda la geografía del país y es el único elemento visible de todo el paisaje.

Entonces [...]
si habitamos el reino del silencio,
si hoy la luz es extrañamente negra,
si nuestras graves sombras no destacan
en la sombra total.


(Pág. 124).                


La «sombra» le sirve al poeta de ámbito en el que sitúa la vida, escasa e intensa al mismo tiempo, de los vencidos (págs. 45 y 246): sus pensamientos incansables (pág. 98), sus sentimientos de solidaridad (pág. 118), la palabra liberadora (pág. 263), la precaria libertad (pág. 248), la espera y la esperanza (pág. 276). En ella se organiza sigilosamente el «ejército de la resistencia» (pág. 35).
Pero, también en la «sombra», germinan la corrupción (pág. 315) y la traición (págs. 51 y 53) y los «lobos» aprovechan su silencio para hacer oír sus aullidos.

Oigo las voces del silencio. Aúllan
los lobos de la sombra. El grito aislado.


(Pág. 273).                





La luz

El símbolo de la «luz» posee también significados antagónicos según se refiera a realidades situadas a un lado o a otro del «muro». Al lado de los que perdieron la guerra, significa genéricamente el pueblo, resumen de todos los elementos vitales que pugnan contra la muerte.

El pueblo es alma, esencia, aire,
luz poderosa, llama viva
acostumbrada a devorar la muerte.


(Pág. 55).                


Cuando ese pueblo se une y forma una verdadera comunidad, su «luz» llega a ser indestructible (pág. 239). Los fugitivos son luz en el monte (página 22) y el ejército popular, una luz durmiente tendida (pág. 34) que iluminará a los hombres que le rodean, por la fuerza de la palabra (pág. 33) y, sobre todo, del ejemplo (pág. 46).
Pero la «luz» puede brillar también al otro lado del «muro» (pág. 126) y, en la misma noche (pág. 91), entonces, simboliza al tirano.

Y otra luz poderosa se levanta:
la luz negra -creciente- del tirano.
la luz negra
que agolpa cuerpo y sombra,
la negra luz que inunda los ayes contenidos
y desborda un silencio de puñales
que aguardan apostados en la noche.


(Pág. 31).                


A este lado, el abandono (pág. 112), la catástrofe (pág. 40) y el exterminio (pág. 160) proyectan también «luces» irritantes que hacen reaccionar al poeta, mantienen alerta al pueblo y levantan a toda la tierra.
La «luz del pueblo», vencida (pág. 68), apagada (pág. 36), socavada (página 217), maniatada en el silencio de la noche (pág. 214), surge con nuevo poder (pág. 55), nace (pág. 244) con misteriosa (pág. 34) fuerza porque, en definitiva, nunca se podrá destruir (pág. 239).
La «luz» del tirano, por el contrario, aunque poderosa (pág. 31), es progresivamente menguada (pág. 222) y declinante (pág. 224). Es una «luz» paradójicamente negra (págs. 31, 124, 126 y 304), vacía (pág. 112) e impura (páginas 28 y 41). Contra ella, el pueblo -sombra agrupada- levanta su firmeza ejemplar.

Eres sombra agrupada contra la luz impura,
ejemplo de firmeza para un mundo en zozobra.


(Pág. 28).                


La «luz» sirve también de línea de referencia que ayuda a localizar y a definir las funciones específicas del tirano y del poeta. El primero oprime (págs. 58 y 269), niega (pág. 241) y entierra (pág. 269) la «luz». Incluso la usa como arma ofensiva para aniquilar al vencido.

La luz espada se vuelve
y al corazón del vencido
se dirige.


(Pág. 65).                


El segundo, por el contrario, nace (pág. 247) y está forjado (pág. 99) en la «luz» y su vida es un continuo caminar hacia ella (pág. 247).



El negro

El «negro» es el vencedor. Simboliza su postura interior y explica sensiblemente la naturaleza de su comportamiento y los frutos de sus acciones.

Eran los negros, eran los altos vencedores
que venían con ramas de laurel y de olivo.


(Pág. 26).                


Este simbolismo adquiere mayor fuerza expresiva con la figura del «tirano» plantado en medio de la sangre, enarbolando su bandera negra (página 56). El color «negro» sirve de nota identificadora del lado dominante del «muro»: su tiempo (págs. 24 y 52) y su paisaje (pág. 302), sus hombres (pág. 215) y sus acciones (pág. 215), el mercado (pág. 42), la pólvora (pág. 50).

¡Así cambió la luz del día!
Lo negro fue la ejecutoria
del mercader de bolsa y uñas
allá en su lonja clandestina.


(Pág. 42).                


Tras la guerra y la derrota, todo está «negro», enlutado, porque domina la muerte: «El pueblo -antes blanco- se mostraba negro»; (pág. 98), el verde de los campos se ha «renegrido»; (pág. 111) y la amapola se ha enlutado (pág. 121), la luz es extrañamente negra (pág. 124) siempre negra (pág. 126) y el fuego, alimentado de traición, arde negro (pág. 215).



El rojo

El «rojo», por el contrario, es el color que simboliza a los vencidos. La sangre que han derramado ha teñido sus cuerpos y sus espíritus, sus casas, pueblos y paisajes. La propaganda de los vencedores carga al término «rojo» de múltiples connotaciones negativas. El «rojo» perderá todos sus derechos y hasta su condición humana.

Ese es un rojo. ¡Perseguidlo!
Ese es un rojo. ¡Aniquiladlo!
Ese es un rojo. ¡No lo olviden!
[...]
¡Ese es un rojo! No es un hombre.
¡Ese es un rojo...


(Pág. 25).                


El poeta rehabilita su simbolismo y logra convertirlo, mediante una nueva y detallada descodificación, en título de orgullo y honor.

Te dicen rojo por algo
que a tus ojos sube ardiendo.
Te dicen rojo y te estalla
una granada en el pecho.
Te dicen rojo y calientas
el aire
alrededor de tu cuerpo.
Te dicen y te maldicen:
¡Rojo!
No tengas reposo muerto.
Te echan en tierra y te cubren
con mala hierba
y desprecio.
¡Soldado que llaman rojo,
no te arrepientas de serlo!
Roja es la sangre y la aurora,
rojo el nacimiento,
negros la noche y el luto
y negros
el reinado de la sombra
y el pabellón de los muertos.
Soldado que llaman rojo,
prisionero:
¡Alza tu frente y escupe
tu fuego!


(Pág. 91).                


El símbolo «rojo», por lo tanto, significa la sangre y las aspiraciones que animan a los que la derraman: la libertad, la solidaridad, etc., y posee, en consecuencia, los valores denotativos y connotativos de las otras imágenes -«aurora», «luz»- que, de manera constante, simbolizan el lado dominado del «muro levantado».


Conclusión

El libro tiene una estructura binaria y una organización dual. A partir de parejas de referentes antagónicos (opresión-libertad; vencedores-vencidos; tirano-poeta y, sobre todo, la muerte que llevan a cabo los primeros y la sangre que derraman los segundos), el poeta elabora un sistema dicotómico de símbolos («noche»-«aurora»; «sombra»-«luz»; «negro»-«rojo»).
El símbolo central, «el muro», también posee un doble valor expresivo, «dos caras» en las que se proyectan los mundos que separa y enfrenta. No es una construcción exenta, sino una línea divisoria en la que chocan violentamente y sin confundirse dos fuerzas vitales de signo contrario.
Los otros símbolos también son ambivalentes y todos ellos, además de su significado primario («noche», «sombra», «negro» = «muerte»; «aurora», «luz», «rojo» = vida), poseen otro secundario que es, precisamente, su antónimo.
El Muro Levantado es una obra que guarda entre todos sus elementos una singular armonía interna. Sus símbolos fundamentales se mantienen a lo largo de todo su desarrollo y se completan y explican mutuamente, integrados en una unidad equilibrada y cerrada. Instrumento de lucha política, posee las calidades expresivas para que podamos situarla a nivel de una obra poética autónoma, coherente y original.

1 comentario:

  1. Hola
    Me ha gustado la información sobre el poeta Vicente Carrasco.
    Por curiosidad, ¿cuál era su segundo apellido?
    Salud
    Rafel

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