Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

miércoles, 12 de octubre de 2011

871.- JOAQUÍN MORENO PEDROSA




JOAQUÍN MORENO PEDROSA

La poesía de Joaquín Moreno Pedrosa (Sevilla, 1979), parte de una aguda -afilada- consciencia de este doble abismo. Con distintas imágenes, como la del exilio, comienza su andadura poética en su primer y único libro hasta la fecha, Desde otro tiempo (Cuadernos de Poesía Númenor, 2002): “Yo vengo de un palacio de otro tiempo”, dice; y después: “Aquí soy solamente un exiliado”. El mundo de Tolkien tiene una gran influencia en Joaquín Moreno, desde el mismo punto de partida. No porque le proporcione “motivos” poéticos particulares (Frodo, Haldir), sino porque cuando Tolkien escribió sobre los Dunedáin, los montaraces, estaba encarnando una realidad universal. Gentes que viven con los pies en la tierra (una tierra salvaje, incómoda, pero que hacen suya), y con la mente y el corazón en otro mundo, un mundo perdido y mejor que esperan recobrar de algún modo. Tolkien describió al hombre. Y Joaquín Moreno se ve, desde el principio, identificado con estos numenóreanos. En el poema Hado, el segundo del libro, describe una visión bélica, heroica, y a la vez cainita y sanguinaria, a través de una espada, y el poeta puede “ver esculpidos en su puño / mi nombre y mi linaje.” Esta es la visión de la caída, de la pérdida, del envilecimiento, inseparables -trigo y cizaña- de la experiencia de lo hermoso. Los montaraces vagan y penan, sirviendo, ocultos, a los demás, y cargando con el peso de una antigua infamia.


No todo, ni mucho menos, es motivo heroico. En Joaquín Moreno se dan cita las lecturas infantiles (y no infantiles), y la familia y la música y los cercanos amigos. Stevenson, Lewis, el jazz, la cerveza y la celebración. Pero el hilo conductor es esa búsqueda (esa persecución, como en el relato de Cortazar sobre Charlie Parker) de la esencia última, de la luz que se transparente pálida a través de los días. Los recuerdos que llegan en una tarde solitaria, “las horas / que pasé disfrutando con otros, / buscando esa Belleza que nos daba / la alegría y el llanto.” son algo más que recuerdos: “Por eso, hoy los alzo como un fiero estandarte / contra esa tentación de no ser nada.”

Una idea platónica, y no por ello menos verdadera, atraviesa sus poemas: “puede / que merezca vivir allí donde mi obra / refleje, ya sin mancha, / el rostro exacto y puro de lo Hermoso.” Hay un salto continuo, esforzado, hacia siempre otro lado, hacia siempre otra cosa, superior al que se nombra. Y con incertidumbre: “Y no puedo dejar de preguntarme / a qué nuevo fracaso, a qué recuerdos / derrotados me llevan estas horas / de buscar esa luz detrás de las palabras.” Y con esta desazón toma forma su libro: “son las cosas con las que, poco a poco, / va creciendo mi obra, que entreteje, / con sus hebras de música y palabras, / el recuerdo de todo cuanto amo.”
Pero Joaquín Moreno no es neoplatónico, sino cristiano, y su mundo no es el de los Arquetipos sino el de Dios que escucha y habla y hace. Y conforme su libro avanza, se ve
más claramente el Rostro oculto: “tan sólo el tiempo mostrará los frutos: / por eso desde ahora ya agradezco / la obra de tus manos con las mías.” Y esto hace que la luz que a veces deslumbra al poeta no le deje en las tinieblas del deslumbramiento: “una Luz más serena se abre paso / entre las ruinas.” El Dios encarnado es más terrible -más real- que las voces del oráculo, pero también más amable, porque es Humano. Esto es la cima de sus versos, el quicio de su persecución. Esto es la esperanza. “Por eso sé que, el día en que yo muera, / mi alma tendrá paz en el Oeste.” “Hasta que, puro, / nos sea dado un rostro / digno de contemplar todas las cosas.” La hermosura es paciente, y los versos de Joaquín Moreno tienen la honestidad de no saberse la última palabra sino, balbucientes, las primeras.

Escrito por Jesús Beades



-Premio Adonáis 2013 por Largo viaje, Madrid, Rialp, 2014.



ESTA NOCHE

Con el último sol en las ventanas
y unas llaves que cierran, y un pasillo
Y al final, en un cuarto ya sin nadie,
sentir mi vida apenas como un eco,
todo lejano y con sabor a otro.
Y ahora de qué sirven tantos días
de luz en el recuerdo, con mi nombre
sonando en otras voces, si al llamar
aquí en el corazón nadie contesta,
en el pecho un silencio que da miedo.
Serán mis ojos malos, que no saben.
Pero esta noche no me queda nada,
toda mi vida me parece apenas
una mano pidiendo, tan vacía
que ya sólo le queda esperar todo.



Nublado

Con las nubes, la tarde se hace más solitaria.
A su luz vez los días, cómo crecen las horas
grises, sin horizonte. A algún sitio que ignorar
se marchan, con el viento. Que sea extraordinaria
la tierra donde lluevan, que den fruto logrado.
Pero también escuchas un canalón, que todo
tu miedo guarda intacto. Allí sueña, en el lodo,
la lluvia de otro tiempo, sobre un patio olvidado.




Invocación de abril

Háblame así, tan cerca de las cosas
que yo pueda escucharte y volver pronto.
Enciende un fuego azul de jacarandas
sobre mi calle, dame cuatro amigos
para brindar con ellos por el mundo
y su lento naufragio. Que la vida
me devuelva a esas calles que llevaban
a una mujer y en otoño a la ciudad.
No quiero ser una raíz dormida
mientras cae la lluvia. Di mi nombre
y llévame otra vez cerca de todo.





ACERAS

Aceras de mi barrio, estoy llamando.
A mi paso los juegos de hace tiempo
y aquel beso se encienden poco a poco.
Aquí se guarda todo, cofre vivo,
y con los años crece. Viejos árboles,
casas en que el misterio era un jardín,
son el tibio cristal donde mis dedos
adivinan un rostro y ya recuerdan.
Por eso vuelvo siempre con preguntas
y las miro despacio muchas veces:
ellas saben mi vida, lo que tuve
y hacia dónde camino todavía.




TAMBIÉN SUCEDE

Es difícil saber si fue la lluvia
o una mano guiándote, callada
-tiene el perdón su hora, como el trigo-,
quien te llevó al naranjo de esta calle,
a sus frutos de luz redonda y cierta
como puertas de nuevo hacia las cosas.
En su tacto sencillo, sin saberlo,
volviste a aquella misma encrucijada.
Quién susurró esta vez, con qué ternura
te dijo este camino sobre el mundo.
Y ya, libres de escamas, van tus manos
de agua sin memoria a derramarse
con ojos abundantes hacia fuera.
Si acaso, en una carta gris te extraña
tu vieja letra. Pero se ha cerrado
esa herida, y lo sabes: has nacido.





Yo vengo de un palacio de otro tiempo.
Por eso intuyo la belleza auténtica
que habita en cada cosa, como anuncio
de su ser verdadero allá en mi patria.
Aquí soy solamente un exiliado,
alguien en cuyos sueños todavía
se prometen un cielo y tierra nuevos.
Pero tarda esa hora, y hasta entonces
tengo sólo estos versos: ecos débiles
de esas otras visiones y palabras



que aún vienen a mí 
desde otro tiempo.





No es bueno que el hombre esté solo.

Dios y yo coincidimos la mañana
de un sábado en el parque del Retiro;
frente al Palacio de Cristal, tres músicos
tocaban un antiguo blues, muy lento,
y sus notas oscuras se fundían
con los gritos revueltos de los niños,
las fugaces ardillas y los novios
que daban de comer en el estanque
a los cisnes y patos. Este acorde
perfecto bajo un Sol como del Génesis
mostraba Su presencia entre la gente.

Por un momento fui
Adán viendo nacer la mañana primera.

Luego pensé que hubiera preferido
que allí estuviera Eva para verlo.




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