Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

domingo, 12 de enero de 2014

1858.- JAVIER IRIGARAY




Javier Irigaray 

Nació en Linares (Jaén) y vive en Antas (Almería), Poeta. Es presidente de la Asociación Cultural Argaria, que ha situado con sus actividades al pueblo de Antas como uno de los más importantes centros culturales de la provincia de Almería.

Argaria ha presentado obras literarias de Pedro Soler Valero, Carmelo Amaya, José María Ridao, Antonio Carvajal, Antonio García Soler y Houellebecq y ha organizado homenajes a Julio Alfredo Egea y a José Ángel Valente. Argaria también organiza el evento anual “Cita en Antas” en memoria de Antonio Jesús Soler Cano, donde han recitado poetas de toda la provincia y han cantado Sensi Falán, César Maldonado, Alpha, Sonidotravel y Paco Mora.

Como poeta, Javier Irigaray está a punto de publicar su libro “El metal de las edades” y ha participado en las antologías “Lo demás es oscuridad”, “La honda presencia”, “Libertad tras las rejas 2013” y “La luna en verso”.



Suicidio recurrente de la luz   
                                  
                                          ¿Preguntamos a nuestra sombra qué hace de noche? 
                                          Edmond Jabès, El libro de las preguntas.

Aún colecciono los ecos
de mis pasos por tus calles
y deshojo las palabras,
húmedas, frías, desiertas,
como pétalos del alma
en el amor de la noche.
La paleta de colores 
se ha fugado con mi sombra.
La luz, al fin, se deshizo
y pende, oscura, del techo
sobre la silla caída
de anea marrón y rota.

No sé si la echo de menos.
No dejó ninguna nota. 






Me hablas del mar

Si no es el mar, sí es su idea
de fuego, insondable, limpia;
y yo,
ardiendo, ahogándome en ella.
Pedro Salinas
Tú me hablabas del mar
y yo pensaba en Darth Vader.
Me dijiste mar azul,
espuma blanca de mar
y yo sé que hay un mar rojo
y, además, hay otro negro.
Que el mar de China no es bueno,
que está, más bien, amarillo.
Y sé que los océanos
son mares esdrújulos:
árticos y pacíficos,
antárticos y atlánticos.
Y, también, sé que las horas
se esconden entre la arena
y las olas se suceden
en secuencias de un segundo.
Que cielo y mar se confunden
engañando a las estrellas
y que hay mucho mar en Marte,
y en mil amargos martillos.
El mar marrón con limón,
mar de levante agitado
y los martinis mezclados
los martes y, aunque no lo creas,
amor, también hay un mar en amarte.






Te veo jugar

Te veo jugar y vivir las calles
abrazadas por mil soles amables.
Calles azules, blancas, amarillas,
de casas sin puertas, siempre abiertas,
y recorres espacios infinitos
entre hileras fecundas de geranios. 
Nunca duermes, sueñas y velas
y sabes para qué sirve una rosa,
que tus pies son, también, tus alas,
que la madre Tierra nunca mancha
y que las amapolas rojas viven
en campos de pan cada primavera.

Te veo jugar y vivir las calles
y las calles viven con tu presencia.






La vana muerte de Attila József

“Ahora sé que también mi muerte es vana”.
Attila József

“Un poeta muerto ya no puede escribir. De
ahí la importancia de seguir vivo”.
Michel Houellebecq


El fin, al fin, Attila József,
mendigo de la belleza.
Entre el hambre y la esquizofrenia
pasó la vida entre tus sienes.

No siempre dormir descansa
ni la muerte es la suerte del suicida.
De niño robabas carbón entre las vías
de un tren que no era de vida
y comías barritas de parafina,
triste chocolatina blanca,
para huir de negros sueños
y de toda una infancia perdida.

Tú, entre soldados de plomo,
alimentado de versos,
no viste llegar a los turcos
ni a los boers en tu defensa.

Entre el hambre y la esquizofrenia,
arrodillado ante las vías.
En vez de soldados de plomo,
quizás acudió Antal Horger,
solícito, a ver tu derrota
cerca de Balatonszárszó.

Tal vez, también, acudiera
la noche en que el tren no pasó
y, además, reconociera
a aquél que ocupó tu lugar.

Tu corazón puro
no educó generaciones
en el liceo de Szeged.
Verán pasar barcos de sal
por tus ríos de cianuro,
mas no sabrán, por ti,
de Hegel o de Villon.
Ni tampoco de Arthur Koestler,
habitante de tantas guerras
y de tantas y tantas celdas.

Sentado frente al Danubio,
la vieja camisa rota
y la mirada hacia adentro,
con tu sombrero sin versos
y sin la pluma gastada,
sigues soñando poemas
que ya nunca escribirás.

No hay patria, Attila Jozsef,
nunca en la muerte vana.







Una lluvia invisible
cubre rastros de memoria.

Un recuerdo aletargado
en el campo de geranios
anda a gatas entre hierros
de un templete azul cobalto.

Esa mirada gotea
irisando nuestro espacio
y tus palabras caminan
pisoteando los charcos.

Abrazaré tus deseos
hasta enlodar mi regazo
con cenizas de otro tiempo
y polvo de desengaño.






El estanque dañado

Crecen paredes de amianto
junto al estanque dañado.

Sobre el atril,
la sonrisa pinzada de agosto
encanece entre sus lodos
sueños de nylon,
sombras de arena
entre algodones blancos.

       ¡Qué verde era mi calle
       antes del último abrazo!






Velocidad

Atónito, el tiempo
parte el espacio.
Pero es igual,
la bala no mata.







Harry Lime y Holly Martins
a sesenta y cinco metros de la Tierra


Formas de igual estatura
se mueven. Son negras moscas
por debajo de la noria
en el Luna Park de Viena.

Arriba, en la cabina
varada en todos los tiempos,
hay dos seres que divagan
sobre una nueva moral
y miden la trascendencia,
calculan la relevancia
y el valor del movimiento
de cada puntito oscuro.

Desapareció el pasado
entero tras una nube.







Nosotros...

Nosotros arañábamos cristales,
construíamos pirámides de fuego
y sembramos semillas de deseo
en minutos de pan y chocolate.

Nadábamos ríos que sólo saben
los mapas de caminos de regreso
y nuestros pies hollaron mil cabezos
hoy ahítos de morteros y metales.

En las aceras se borró la tiza,
en las calles no hay postes de carteras,
ni corren tapaderas de bebidas

compitiendo veloces en carreras
por pequeños circuitos a medida
de rodillas cuarteadas en la arena.






Yo también envidié a Neil Armstrong
y soñé más de mil noches
su eterno paso.

Yo también levité entre mis sienes
y giré sobre mi eje
muy despacio.

Yo también me sumergí en el universo
y, tras explorarlo todo,
hallé la nada.



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