Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

martes, 24 de marzo de 2015

KRIS LEÓN [2.072]


Kris León 

(Málaga, 1990) publica su primer libro titulado Animal de Deseo (Ediciones en Huida, noviembre 2014). 
Es gestora cultural, comenzó a dar recitales con la asociación de música y poesía La Rebotica, organiza la sesión mensual Barra libre de poesía



Escribo porque tengo miedo a la muerte.
Porque escribir me da vida.
Escribo porque necesito seguir buscando.
Porque soy como tú,
porque no soy como tú.
Porque no sé quien soy.

Escribo porque quiero vivir
más de una vida,
porque quiero amar
más de lo que amo,
porque quiero ser
más allá de mí.







Animal de Deseo (Ediciones en Huida, noviembre 2014). 

Desde la primera a la última página, sus versos se convierten en mosca, gorrión, gato, araña o águila, dándole cuerpo a una poesía cruda, directa, salvaje, que rastrea en lo cotidiano. Sus poemas son viscerales, son formas de emprender la búsqueda hacia sí misma y lo que la rodea, de explorar el vacío y palpar el miedo, la memoria y sobre todo, el deseo.




Pertenezco a esa raza de animales malditos
que intentamos estrangular el vacío
justo a tiempo,
que creemos poder extraer la vida,
la auténtica vida,
de cualquier lugar,
en cualquier momento,
en cualquier cuerpo.





Animal de Deseo

Cielo gris y ventanilla. 
Te aproximas a palacio. 

Vas a pisar charcos, envolverte en otras sábanas, 
vas a darle nombre a tu vida en otras calles. 
Quién sabe.

Tú estás en marcha,
alejándote del punto fijo 
y nunca creíste en el horizonte.

Cielo gris y ventanilla.
Te alejas
pero también 
te aproximas.

No vas a dejar de buscar,
Animal de Deseo.






Afonía

No me nace la voz.
Toda sílaba escuece en la garganta.

Me pregunto si, aun así,
habrá alguien que quiera escucharme,
que quiera quedarse
para llegar a entender
quién soy.

La realidad me exige demasiado.
A veces no puedo evitar
quedarme a las puertas
rascándome las heridas,
dejando que la sangre fluya
y empape el verso,
arrancándole las costras al silencio.

Estoy sola
porque ni siquiera estoy conmigo.
Repito dócilmente
todo aquello que supone saberse con vida.

Solo intento anestesiar el dolor
y los sentimientos.
Mantengo la calma,
cumplo las reglas.
Me alejo
esbozando una enigmática sonrisa
justo antes de regresar a casa
para volver a buscar una nueva forma
de gritar sobre un papel
que tengo miedo.





Puerta cerrada

Las puertas cerradas
me dan miedo.

La voz araña antiguas canciones,
el mapa señala nuevos puntos de fuga cada semana.

Los gatos maúllan bajo el vestido,
las sombras se restriegan contra mis costillas
y yo 
siempre parezco tan perdida.

La gente se asoma a mi cuerpo
como a un escaparate.

No sé si aún resuenan los pasos de todos los que se fueron
o es que nunca he dejado de escuchar mi propio eco,
ese rumor del inicio descosiéndose
una y otra vez.

No sé si siempre ha habido nadie.

No puedo dejar de no encontrarme.

¿Crees que las despedidas son suficientes
para decir adiós?

Me dan miedo 
las puertas cerradas,
el alma entreabierta,
las historias condenadas al silencio.

Abrir la puerta
y comprobar que, tras ella,
no hay nada.

Eso sí que me aterroriza.





(Des)Hechos para esto

Dicen 
que callamos demasiado.

Nosotros nos olfateamos 
las heridas.

Nosotros dejamos bien marcado
nuestro territorio.

Nos hicieron
con el silencio en los labios
pero nos dibujaron una boca
sobre el corazón.

Nos olisqueamos el deseo
y meamos sobre el dolor.

Un mordisco,
apenas un intercambio de tiempo, 
saliva
y latidos
para después
volver a huir
hacia un rincón silencioso
y falto de luz,

para después 
volver a nuestras soledades
y desde ellas recordarnos
y seguir imaginándonos
de manera cobarde.

Parece como si estuviéramos hechos
para esto:
para evitar el reencuentro
por miedo a la inevitable despedida.

Parece como si estuviéramos
deshechos
para esto:
para acabar latiendo
sobre una página cualquiera,
para nacer en una noche cualquiera
y morir en un poema
a la mañana siguiente.






La cicatriz

Soy la cicatriz. 
Mi cuerpo tiene 16 años.
El cuerpo de mis poemas tiene 24 años.
Lo que amo 
(lo que más amo)
no tiene cuerpo.

Soy el instante 
y su monstruosa y bella cicatriz.

Me he engañado creyendo que te esperaba. 
A ti.
Pero lo único que ahora espero
es encontrar una parte de mí misma,
es estar enferma de vida, 
borracha de azules, 
rodeada de pieles que se erizan.
Lo único que espero
es empezar a medir las distancias
por el número de sueños que puedan extenderse
entre el punto de origen y el de llegada.

Soy la monstruosa y bella cicatriz,
el vértigo congelado,
el relámpago sobre el sexo.

Soy.
Me basta.

Los demás siguen abriendo y cerrando puertas
y yo 
sigo abriéndome y cerrándome,
sigo escribiendo 
sin saber exactamente qué me estoy arrancando.

Solo sé 
que quien hunde su boca en las palabras 
anhela
en silencio
besar el mar.





Útero

Algún día sabré qué hacer
con estos 50 kilos, 
estos 24 años de miedo y deseo,
algún día encontraré la manera
de ser yo
y anestesiar todo lo que me duele.

Y no estaré cansada.
De no reinar en mi propia vida.
De ser súbdita de mi cuerpo.

Y dejaré de drogarme 
el alma
con poemas 
y dejaré
de drogar 
los poemas
introduciendo en ellos mi alma.

Escúchame, yo
solo quiero un corazón
que no lata a destiempo.
Quiero la copa llena
cuando todo se vacíe.
Quiero la desnudez.
La pureza.

Quiero comer
con mi útero.
Amar
con mi útero.
Sentir 
con mi útero.

Quiero amordazar al resto de mis órganos,
no sentir con mi cuerpo,
que no sea él,
que no mande él,
no someterme a él,
ser yo
quien siento
por encima de mí misma,
y reinarme,
alejarme,
alejarme mucho,
alejarme tanto,
tanto,
tanto,
tanto,
tanto,
hasta conseguir
estar verdaderamente
dentro de mí.






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