Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

lunes, 10 de octubre de 2011

867.- JUAN GUTIÉRREZ PADIAL




JUAN GUTIÉRREZ PADIAL,. Lanjarón (Granada), 1911 . Poeta. 





JUAN GUTIÉRREZ PADIAL

Por Antonio Enrique


Pocas noticias biográficas pueden aducirse en quien celó su vida privada, al punto de mostrar solamente los datos imprescindibles en las solapas de sus libros; datos que escasamente alcanzan al lugar de nacimiento, y no en todos. Su infancia transcurrió en Lanjarón, así como su juventud. Y no es gratuito declarar que la bella población alpujarreña marcó su vida entera, de tal forma que, quienes le conocimos, unánimemente atestiguamos las continuas referencias a su lugar de origen, que identificaba él a la Vida, no ya la suya propia, sino a lo que a ésta otorga como paradigma de todo lo luminoso. En su libro en prosa Lanjarón, historia y tradición (1982), muestra cuánto le debe en orden a las vivencias íntimas, cómo el recuerdo le había acompañado de por vida con memoria fidedigna, y hasta qué punto esta nostalgia fue uno de los resortes máximos de su poderosa lírica.

En 1943 se ordenó sacerdote, obteniendo algunos destinos hasta fijar su residencia en Granada, en cuya abadía del Sacromonte fue profesor altamente valorado por su erudición clásica. Es entonces cuando siente despertársele la vocación literaria, y consecuencia de ello es su colaboración literaria en revistas como Don Alhambro, Caracola, Molino de papel, Litoral y otras, a las que permanecerá fiel con el transcurso del tiempo. Su primer libro, Salterio gitano, apareció en 1948. Publicado en una modesta imprenta, llevaba una carta-prólogo de José María Pemán y un poema-portadilla de José Carlos de Luna. El libro se agotó pronto, y ganó a su autor un puesto preferente entre los poetas andaluces de aquel momento. Don Juan Gutiérrez Padial, dotado de carácter comunicativo y franco, y de humor regocijante, expansivo y alegre como tal vez correspondiera a su complexión sanguínea, así como de una memoria portentosa en orden a erudición de citas latinas, pero al mismo tiempo hombre castizo que no renunció nunca a su ascendencia rural, se integra por entonces en el grupo granadino Veleta al Sur, con cuyos otros componentes mantuvo de por vida una amistad leal y generosa. Aquí en este círculo literario es valorado por el amplio aliento y vigor de su poesía, su cuidadosa métrica y su cultura amplísima, no exenta de curiosidad por la poesía más reciente.

Su segundo libro se titula A contratierra (1958) y se publica en Veleta al Sur, con solapa-prólogo de Carlos Casaño. Está escrito en prosa, si bien entrecortada en tan breves parágrafos que semejan versículos. Se trata de una confesión no tanto ante Dios como a su propia conciencia de hombre sufriente entre la angustia y la esperanza. Y es que la poesía de Gutiérrez Padial toma como referencia al hombre, y esta preocupación moral y metafísica a un tiempo anega toda su obra con un hondo sentido transcendente, que a veces alcanza cotas de desgarro próximo al existencialismo. Debajo del silencio (1966) es su tercera entrega, editada en los talleres de la imprenta Sagrado Corazón, y lleva, éste también, solapa-prólogo, de E. Marqués Ferrán. Aquí irrumpe ya el formidable sonetista en que iba a convertirse en el futuro.

Y dos libros últimos, ambos en Granada: Sombra penúltima, publicado por la colección Zumaya de la Universidad en 1980, y Bajo el signo del estro (1983), en la colección Genil de la Diputación. El primero es un libro estremecedor, en el que conversa con “Pickny”, su fidelísimo perro, confidente del poeta. Y el segundo, quizá su más acrisolado libro, su obra más pujante. Su brillantez metafórica y su musicalidad impecable, su poesía caudal, nos muestran al autor en el punto más alto de su evolución creadora.
Don Juan Gutiérrez Padial, que en su día fuera nombrado decano de los canónigos del cabildo-catedral de Granada, vivía para entonces en un viejo caserón aledaño del hospital del Refugio, al cuidado de cuyos ancianos prestaba servicio pastoral.

Y era aquí donde recibía a sus innumerables poetas discípulos en las largas tardes. Y de aquí es que salió, tras cerrar la casa para siempre, camino de la residencia de Sacerdotes, sita en plaza de Gracia, para abandonarla, tras pocos años, con ocasión de haber de ingresar en el hospital Virgen de las Nieves, ya muy enfermo, en una de cuyas habitaciones de la tercera planta murió, cuando le llegó la hora. Sus visitas, que iban escaseando conforme avanzaba el tiempo en la residencia sacerdotal, ahora fueron más escasas todavía. Murió enfermo, desasistido y solo.

Un año antes, en 1993, había tomado, sin embargo, la precaución de publicar su obra poética completa, intuyendo tal vez el olvido que se abatiría sobre su memoria. El volumen, titulado Entre asombros y gozos, la palabra, fue editado por Ediciones Ubago, en tamaño de a cuarto y presentación sobria, despojada de biografía y bibliografía. E incluye un libro inédito: Ámbitos siderales, un texto claramente de despedida, donde rinde tributo de amistad, en sus poemas, a personas muy queridas, al tiempo de retomar su fe religiosa más prístina. Y, en efecto, el olvido se abatió, al punto de que el concurso literario que llevaba su nombre, convocado por el Ayuntamiento de Lanjarón, ciudad que le hizo hijo predilecto, varió tal denominación por la de “Ciudad de Lanjarón”.

No existe apenas bibliografía acerca de su obra, o cuanto menos en ningún libro la recapitula. A ello contribuyó su desinterés por todo reconocimiento, que reputaba él de vanidad, llevado por su natural modestia. Gutiérrez Padial vivió la poesía con plenitud, al margen de cualquier otra consideración. Le bastaba con escribir, y publicarlo de alguna manera, casi siempre en ediciones modestísimas; bastábale escribir aquellos sus poemas, y leérnoslos en aquella “casita de apariencia presbiteriana, ahogada de rosas por fuera, invadida de plantas por dentro, que había en los huertos del hospital del refugio, en el callejón del Pretorio. En aquella casita, de ladrillo y techumbre de caballete, y en una estancia revestida de jarapas alpujarreñas y atestada de platos de cerámica, arrellanado en su sillón frailuno, y con una toquilla sobre los hombros si era invierno, recibía el poeta a sus amigos”. Y ésta es la estampa que ha quedado de él, a sus numerosos admiradores en vida.
Su único libro en prosa, el ya mencionado Lanjarón, historia y tradición, está escrito en prosa recia y admirablemente labrada, con periodos de gran viveza y color en sus evocaciones llenas de lirismo y humanidad de afectos. Tal libro nos sirva para establecer como una de sus tres constantes temáticas la insistencia de la infancia como paraíso irrecuperable. El otro rasgo fundamental, que brota por doquier a lo ancho y profundo de su obra poética, lo es la angustia ante la muerte. Y una tercera secuencia sería el silencio de Dios; el silencio de Dios ante las aterradoras injusticias humanas y el atroz sufrimiento en las personas, que él de por vida, y por su ministerio, padeció de consuno.



OBRAS DE~: Poesía: Salterio gitano (Romancero), Imprenta Sagrado Corazón, Granada, 1948, y 1982 2ª edic.; A contratierra, Veleta al Sur, Granada, 1958; Debajo del silencio, Imprenta Sagrado Corazón, Granada, 1966; Sombra penúltima, Colección Zumaya, Universidad de Granada, 1980; Bajo el signo del estro, Colección Genil, Diputación Provincial de Granada, 1983; Entre asombros y gozos, la palabra, Ediciones Ubago, Granada, 1993 (contiene, además de los arriba mencionados, el libro inédito Ámbitos siderales). Prosa: Lanjarón, historia y tradición, Editorial Santa Rita, Monachil, Granada, 1982.
BIBL.: 6 poetas granadinos posteriores a García Lorca, de Carlos Muñiz Romero (Miguel Sánchez editor, Granada, 1973); Literatura en Granada: Poesía, de Andrés Soria Olmedo. Diputación de Granada, 2000; Diccionario de escritores granadinos, de José Ortega y Celia del Moral, Universidad de Granada, 1991; Cf. Antonio Enrique, prólogo de Canto eucarístico, de Sebastián Urbano. Ediciones Ubago, Granada, 1989.
A. E.



SOLEDAD

El mar y yo. ¡Siempre solos!
Tierra, atrás. Cielo, delante.

Diez caracolas de espuma

por la frente. Por la sangre
la ausencia… ¡siempre la ausencia!

Se me deshoja la tarde
entre los dedos. No hay rosas
ni esperanzas. Llama el aire
una, dos, tres….¡cuantas veces!
Nadie le responde, nadie.

El mar y yo. Siempre solos.
Me abrasa la voz. Me arden
las horas. Todo me quema
la soledad de la tarde.

El mar y yo. Siempre el mar
y yo para adivinarte.








DEBAJO DEL SILENCIO

Hablar contigo. De mí,
Contigo, callar… ¡Silencio!
Dejar tiempo a la palabra.

Por el agua –claro espejo-
las voces suenan -¿a qué?
a olvido y polvo.
Silencio
de mí, contigo, hecho carne.
Repique de nada. Viento
de nada. En el corazón
dolor de nada. Mis dedos
de nada, llenos de sangre.
Yo, de ti –de nada- ciego.

¿Me encontrarás por encima
o por debajo del tiempo?
Se va… ¿Quién sabe por donde!

Para salir a tu encuentro
hablar contigo, de ti.
Contigo, de mí, silencio.









DEL AMOR Y LA PALABRA

Hablo porque me escuece la palabra
y la certeza de saberme hermano.
Agria tengo la voz, rota, la mano
de santiguar preguntas: ¿No hay quien abra

una estela de tierra en la macabra
sonrisa de los muertos? ¿Será en vano
gritar a lo divino por lo humano?
Mi lengua es una gubia que me labra

palabras de dolor, de amor, de huida,
de silencios, de lágrimas, de lodo…
Busco a tientas en mí, nombres y nombres

hasta llenar el libro de la Vida
y en mis brazos pretendo atarlo todo
por la hermandad de Dios y de los hombres.









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