Joaquín Márquez Ruiz 
Nació en Sevilla (1934), ciudad en la que residió habitualmente hasta que, en 1984, abandonando sus anteriores ocupaciones profesionales, se trasladó a la playa de las Tres Piedras –Chipiona– y, posteriormente, a Sanlúcar de Barrameda (Cádiz).
  
Desde 1974 hasta 1979, en que se interrumpió su publicación, dirigió la revista de poesía Cal.
 
De su obra poética, Carlos Bousoño ha destacado la “originalidad, inteligencia e intensidad”, mientras .Rafael Montesinos asegura: “No es corriente en nuestro tiempo encontrarse con una voz tan clara, auténtica y, a la vez, tan honda y conmovedora”.
Su extensa producción poética ha sido recompensada con numerosos premios (Boscán, Ciudad de Barcelona, Ausias March, Miguel Hernández, Ricardo Molina, Feria del Libro de Madrid, José Hierro, etc)
OBRA PUBLICADA
Poesía:
Hay tiempo de nacer (Col. Angaro. Sevilla, l973). Los pies de las estrellas (Col. Aldebarán. Sevilla, l974). Premio "Aldebarán".La casa navegable (Col. Angaro. Sevilla, l974). Premio "Ciudad de Barcelona".El tren desnudo (Col. Alamo. Salamanca, l974) Premio "Alamo".Pasos en la memoria (Col. Ausias March. Gandía, l976). Premio "Ausias March".Albergue para noctámbulos (Col. Angaro. Sevilla, l978). Accésit Premio "Angaro".Etiqueta para pieles humanas (Col. Leopoldo Panero. Madrid, l978). Solo de caracola para un amor lejano (Col. Premios Boscán. Barcelona, l978).La lluvia traducida (Col. Dulcinea. Madrid, l978) Premio "Ricardo Molina".La aguja sobre la piedra (Col. Adonais. Madrid, l982) Premio "Pérez Embid".Todo mortal (Col. Premios Villa de Rota. Rota -Cádiz-, l983).Substancia fugitiva (Endymion. Madrid, l984). Premio "Miguel Hernández".Cristal de Bohemia (Col. Premios Leonor. Soria, l985).Fe de erratas (C.A. Municipal de Pamplona, l985) Premio "Arga".Plantaciones de lúpulo (Col. Premios Blas de Otero. Majadahonda -Madrid-, l989).Clave de espumas ( Col. Premios "Tiflos". Madrid, l994)De tanto amor eterno (Antología de poemas de amor l973-l99O. (Renacimiento.Sevilla, l992).Libro de familia (Endymion. Madrid, l987) Premio "Feria del Libro de Madrid".Por selva oscura (Endimión. Madrid 2001) Premio Aljabibe. Album de seres perdidos (Diputación Provincial de Soria 2002)Bajo las cúpulas doradas (Libros del Malandar) Sanlúcar de Barrameda 2004)Puente de los suspiros (Colección Melibea) Talavera de la Reina 2005 Dibujado en la nieve (Algaida) Premio Ciudad de Badajoz 2005 Fábulas peregrinas (Universidad Popular) Premio José Hierro 2006)
Novelas:
Reconstrucción de la niebla (Hiperion. Madrid, l984).El jinete del caballo de copas (Espasa Calpe. Madrid, l987). Premio "Andalucía” De un gorro color limón (Col. Premios Castilla-La Mancha. Madrid, 1990)La música de don Juan (Algaida. Sevilla 1999) Finalista Premio Ateneo de Sevilla.
Antología poética
Joaquín Márquez
El tren desnudo
El jarrón
El viajero recuerda  
que aquel jarrón azul que se hizo añicos no tuvo sangre.  
Cayó como una flor de lluvia, hasta que el suelo  
abrió sus gotas en añil, mostrando  
las desnudeces del vacío.  
Breve
granada de color, y una estampida de ciegos saltamontes.  
Después silencio y barro  
en estrellas sin norte —igual que antes  
de que Dios nos tocara—. No resultó difícil  
congregar su pasmado firmamento.  
Cuando alguien, al barrer,  
se llevó aquellos trozos desahuciados  
sin que se descubriera  
el embrión de un grito, giró sobre el instante  
un tenue escalofrío; como el ala  
de algún presentimiento.  
(Quién sabe si la prisa
de aquel momento oscuro se llevó a la basura  
un hermanastro azul que no tuvimos).  
Regreso
Abre los ojos.  
Ya está de nuevo en casa  
Una hilera de besos  
hace guardia a la sombra del manzano  
y una sonrisa grande  
le ladra conociéndolo.  
En la tierra
del jardín, donde antes florecían  
los ojos de los niños,  
aún le espera la última comunión del pequeño.  
Y el jarrón más azul que la desgracia  
está entero en el centro de la mesa,  
ofreciendo su vientre de payaso  
al aire.  
Todo sigue en su sitio.
Pero el viajero no comprende.  
Trata de entrar. Abre la puerta.  
Y está saliendo siempre de su casa.  
Albergue para noctámbulos
Encuentro en la oscuridad
El canto matemático del grillo  
pone un reloj de ausencias en la estancia  
mientras la noche acorta la distancia  
recogiendo caminos en su ovillo.  
Grita en la cesta el cráneo del membrillo  
desde la vanidad de su fragancia,  
sumando a mi ignorancia su ignorancia  
con un rebuzno triste y amarillo.  
No sé si el fruto o yo estamos despiertos,  
pero sé que lo miro y que me mira;  
Yorik los dos en tiempos diferentes.  
Late en el grillo el pulso de los muertos  
cuando tomo el membrillo y —¿quién delira?—  
visto su calavera con mis dientes.  
Pescador
Llego cada mañana cuando acabo  
de recoger mis redes, .pongo el viejo  
pez-corazón-reloj tras su aparejo  
latiendo todavía. Luego, esclavo  
de la costumbre, me desdoblo; lavo  
mi imagen sobre el agua del espejo  
y un mítico naufragio borro y dejo  
correr por la riada del lavabo.  
Piso firme la orilla. Me despido  
del silencioso pescador desnudo  
que se queda en las lindes del olvido  
Y al sueño vertical que me delata  
amarro por el cuello con el nudo  
marinero sin mar de la corbata.  
La ducha
Hace calor. La ducha. Y apareces  
—desnuda claridad— como una espada.  
Y me dejas la carne traspasada  
cuando a la lluvia, sin rubor, te ofreces.  
El agua pone el río y tú los peces.  
Yo no sé qué poner. No pongo nada  
más que un corvo deseo; una mirada  
como un puñal que clavo muchas veces.  
Y el agua cesa y se acrecienta el fuego  
cuando la piel recorres con cuidado  
agotando tu aseo y mi paciencia.  
Y miras, y te ríes, y hablas: ¿Luego?  
No, luego no, mujer. Ahora el pecado,  
que ha sido mucha ya la penitencia.  
Etiquetas para pieles humanas
Joven desnuda ante el espejo
No salgas que hace frío.  
Deja a la noche donde está. Las fiestas  
son un engaño torpe por el que se acostumbran  
los cuerpos al cansancio. Quédate en ese aljibe  
ahora que eres tan joven, ahora que no hay madrastra  
capaz de conminarte a inclinar la sonrisa.  
No salgas que han dictado leyes contra la música  
de las ondulaciones, y cercenan gladiolos  
por todas las esquinas. Que han abierto el olvido  
y urgen, con agujeros, la piel de los zapatos.  
No salgas. No te asomes al balcón  
de ese traje de noche, o se te irán los pechos  
a cazar golondrinas por el país del mirto.  
Quédate en ese arroyo que se muerde la cola,  
que desemboca y nace para ti y tu desnudo.  
Deja sola a la noche columpiarse en su miedo.  
Deja a los bailarines que desangren sus tangos.  
Deja que el whisky archive su pena en los vencidos.  
Déjale libre el día a tu ángel de la guarda.  
Y sigue duplicándote para engañar al tiempo.  
No salgas. No hagas caso de guiños fluorescentes.  
Agárrate a ese espejo. Sujétate con clavos.  
Si sales esta noche te morirás de prisa.  
Que ya están escondidas por todos los rincones  
las ancianas que vienen a mustiar los espejos.  
Etiqueta para una desconocida que bosteza
El tedio es un aviso. Los ojos tan oscuros  
le dicen a la muerte que hay dos puntos y aparte,  
y que, aunque luego siga,  
la vida se detiene ahora, en este momento.  
(El aire halló un estuche donde esconder sus joyas  
para escaparse luego, a lomos de un suspiro).  
Habla un idioma triste que no es inglés, ni tiene  
parecido con otro que sepan las ardillas, las águilas reales,  
los cazabombarderos, si acaso los arcángeles  
cuando andan de amoríos, o el vientre de la tórtola  
cuando empolla capullos rellenos de guitarra.  
Todavía no había amanecido la majestad del diente.  
Bostezó. Se hizo sueño. Y se perdió de pronto.  
Y de pronto aparece soleando el paisaje.  
Y habla con las primeras palabras que se encuentra.  
Y se toca los ojos por saber si volaron.  
Y ya todo en su sitio  
y en su lugar la muerte,
me mira y se columpia despacio en mi sonrisa.  
La lluvia traducida
Quien inventó el amor
Quien inventó el amor,  
creó desnudo el cuerpo  
y dio al tacto semillas precursoras.  
Imán
para los ojos. Eva lo supo a tiempo;  
sólo puede ascender hasta los dioses  
lo que perece. Nuca hubiera  
servido a la pasión un cuerpo eterno.  
Breve viaje al sueño
I
Se muestra nebuloso —torpe niño de arena  
concebido en la playa—.  
Descubre otro dogal en otra dimensión.  
Dejadle. Que otros abran las puertas de las calles.  
Que nadie tome un trago de cerveza  
hasta saber si nacerá varón  
o tristeza de agua o vaso de alfarero.  
Ya no encuentra los ojos que tenía.  
¿Qué perro le ha comido la mirada?  
II
¿Es seguro que el sueño  
va a devolver un hombre?  
Se marchó confiado.  
No extrañó ese camino de cristales oscuros.  
La idea, blandamente, la carne, despaciosa,  
poco a poco alimentan  
claridad de otro espacio. Podría derrumbarse  
por una arquitectura vegetal,  
por un plinto de garras sucesivas.  
¿Un objeto es un sueño que no pudo volver?  
III
Abierta la ventana de lo imposible,  
una inquietud araña las hormigas  
de la mente.  
¿Podrá resistir otra noche
esa fría oleada,  
lluvia de sensaciones insidiosas?  
Hay que esperar paciente,  
como cada mañana, que los ojos  
vuelvan de nuevo a casa.  
IV
Oscuro entró. Ahora gris,  
vuelve de un tiempo muerto  
—el corazón o pez viscoso, irremediable,  
se lo anuncia en el peso y en el fallo cardíaco—.  
Ya le tallan las manos. Ya le pintan los ojos.  
Ya preparan sus gestos para dejarlo al borde  
de aquel naufragio antiguo.  
Se despidió de la ciudad dormida  
donde reposa el traje —sin condecoraciones—  
que lo vistió de célula incolora.  
El asombro señala en los relojes  
su paso por la magia. Y vuelve.  
Pudo llegar por la línea del ángel,  
o por la más directa del gusano,  
o quedar en el tren gastado de la nada.  
Pero vuelve en el hombre.  
A toda prisa
se arranca las ortigas de la noche  
para que, todavía, no le crezcan  
interminablemente.  
Un zapato en el suelo entre el orden y el desorden
I
La mirada equivoca;  
risas por mueca, besos por carmín,  
fuego por luz.  
Un punto
visto desde el batracio,  
sólo haría aumentar la confusión.  
Y seguimos buscando situaciones  
definitivas, cuando  
ni suelo, ni sillón, ni ropa,  
ni zapatos, ni muecas, ni recuerdos,  
son más que alguna trampa  
en un tiempo, sentido, o mirador, distinto.  
II
Una flecha de luz le marca el rumbo  
a la mirada.  
Ropa
y claridad ocupan el asiento.  
Tallado por la mano del ambiente,  
el momento se fija, ya infinito.  
Una pulsera puede  
transformar en su circo los elementos  
—sillón con ademanes  
de elefante dormido entre las cosas—.  
¿Se desordena el mar porque la tierra gira?  
Poco a poco, las luces van cubriendo objetivos  
hasta alcanzar los límites.  
Sobre un zapato olvidado en el suelo ¿quién diría  
que pudo alzarse el trono de un cadáver?  
III
Cerca de la ventana hay ropa.  
Una pulsera
dio santidad al rostro del asiento.  
El caos tiene un orden en el instante.  
Abrigo
que ya se ha desvestido de nosotros.  
Siguen recuerdos telefoneando —¿aquel zapato  
de Cenicienta se perdió en la magia?  
¿Quién desciende? ¿Quién sube?  
Al otro lado viven los murciélagos;  
si desnudas un pie, allí lo visten.  
Esta duda es vivir. Hay que agarrar  
la rama del instinto.  
IV
La ropa allí. Ventana  
diciéndonos sillón. Por el zapato  
¿sabemos que hubo un pie? Al menos tuvo  
alguien su referencia. Todo va sobre un punto  
y aparte en el espacio.  
El túnel se oscurece hasta hacernos perder  
el rumbo. Abrir los ojos es igual a cerrarlos;  
la duda maestra es de la ignorancia.  
¿Decimos, fin? Ya estamos al principio.  
V
Una flecha de luz  
¿ocultará el camino a la mirada?  
Llamad urgentemente a los periecos  
el mar se va a caer y no lo saben  
¿Tienen allí  
su verdadera sombra nuestros cuerpos?  
¿Circulará también la sangre por la izquierda?  
El zapato es ahora un puntapié de duda.  
¿Cómo encontrar el orden entre tanta  
confusión y verdades tan distintas?  
 La aguja sobre la piedra
Puerta del perdón
Llaman. ¿Quién va?  
La sombra
ha posado sus dedos en el amplio  
aldabón. Almohades  
son los ecos que rizan las piedras y sostienen  
tensas las bridas  
del siglo XII, aquel terco y ruano.  
Amigos son el bronce y el alerce  
bajo el anillo que desposa al viento.  
¿Quién va? ¿Quién va? La sombra;  
un reverso de luz que hace medallas  
y escribe y no repite  
el nombre de Allah en vano.  
Sombras, sombras.
Preguntas sin respuestas; dardos fríos  
contra la eternidad.  
También es ciego
este alarife que reparte gloria  
y se sujeta al muro soportando  
la embestida del tiempo y sus achaques.  
No vencerá el cristiano. Esta batalla  
la ha perdido el rey santo contra Allah.  
Virgen de los Reyes
Siglo XIII
Locos, pobres, tunantes,  
cornudos, sifilíticos, borrachos  
—la Virgen de los Reyes  
ya aparece en la puerta de Los Palos—,  
mudos, verdugos, viejos,  
mendigos, invidentes, maniáticos  
—la Virgen de los Reyes  
le deja al sol de agosto usar su manto—,  
enanos, drogadictos,  
negros, negreros, ricos, cojos, mancos  
—la Virgen de los Reyes  
lleva al hijo de Dios en su regazo—,  
tramposos, seducidas,  
violadores, violentos, desahuciados  
—la Virgen de los Reyes  
está enseñando a Dios a abrir los brazos—,  
herejes, prostitutas,  
blasfemos, judas, inclementes, sátiros  
—la Virgen de los Reyes  
tiene un hijo que sabe hacer milagros—,  
lesbianas, sodomitas,  
masoquistas, rufianes,  
asesinos, coléricos, ingratos  
—la Virgen de los Reyes  
va levantando un palomar de aplausos—,  
cojos, mudos, mendigos,  
viejos, pobres, borrachos,  
sordos, blasfemos, ricos,  
seducidas, enanos,  
herejes, prostitutas,  
lesbianas, locos, santos, santos, santos  
—la Virgen de los Reyes  
vuelve a cruzar la puerta de Los Palos.  
Matusalén
Enrique Alemán, 1483
La imagen del anciano en el cristal  
cumplió ya cerca de quinientos años  
y sigue delicada y transparente.  
¿Halló
el maestro vidriero aquí la fórmula  
para la eterna juventud? Si fuera  
así, escogió un modelo bien probado.  
No en vano el patriarca  
fue centenario —cuentan— nueve veces.  
Pero si acaso el tiempo hubiera decidido  
la eternidad para esta imagen,  
no os dejéis engañar; sólo estaría  
mostrando eternamente, sobre un viejo  
reproducido en vidrio,  
la condición de todo lo creado  
que aún permanece: su  
fragilidad.  
Llave
Sacristía Mayor
Según la tradición, ésta es la llave  
que el rey moro Axataf  
entregó al rey Fernando.  
El hierro aquí
no es importante;  
nunca abrirá una puerta. Y, sin embargo,  
si esta llave no hubiera  
sido entregada en las reales manos  
de Fernando III, ahora las piedras  
de la gran catedral serían otras  
y estas líneas, un hermoso dibujo  
como el que está en las guardas de esa llave.  
Inmaculada Concepción
«Piu vale la tua gamba che il mio San Cristoforo»
(M. P. de Alesio a L. de Vargas)                
Mirad cómo la Virgen se levanta  
sobre el frondoso árbol genealógico  
que, en el Edén, fundaron con caricias  
nuestros primeros padres. Contemplad  
a los santos patriarcas componiendo  
sus ramas firmes,  
a Eva
con el pecho desnudo —se presiente  
la leche tibia y fértil— junto al cuerpo  
musculoso de Adán.  
Pero prestad
atención a esa pierna  
de Adán que Luis de Vargas modelara  
con la delicadeza  
de quien sabía adonde nos llevó.  
Ved que no está pintada en posición de fuga.  
Aparece en el cuadro  
para mostrar al mundo, sosteniendo  
el edificio de la fe y el arte,  
cómo pudo un pecado  
ser abuelo de tanta maravilla.  
Santiago en la batalla de Clavijo
Juan de Roelas, 1609
Una vez y otra vez alza la espada  
Santiago.  
Las cabezas
sarracenas, maduras de terror,  
ruedan bajo los pies de los caballos.  
El tajo ilustre aparta  
miembros, divide cuellos. Por la tierra,  
la sangre saca moldes a la herradura.  
El grito
y el asombro conmueven las filas mahometanas.  
¿Quién es este demonio?  
Milagrosa es la escena. Respóndeles Allah.  
Inmaculada con el retrato de Miguel Cid
Pacheco, 1620
Inmaculadas hay en este templo  
de estilos varios. Todas  
van sobre otras figuras apoyando  
su majestad. Algunas  
son de artistas anónimos; sus nombres  
pasto de olvido fueron. Otras llevan  
firmas egregias: Zurbarán,  
Murillo, Luis de Vargas...  
Pero hay una
Inmaculada singular. En ella  
Miguel Cid —fue poeta, hoy desterrado  
de las antologías— aparece  
con sus versos camino de la gloria,  
adonde ya llegó por mano de Francisco  
Pacheco y con la Virgen de intercesora. Así  
cualquiera.  
Adán y Eva
Duque Cornejo. Armario Sacristía Mayor
De una madera noble.  
Había árboles,
sin duda, en el Paraíso  
de tan buena madera como ésta,  
pero los dioses son  
caprichosos; todo lo hacen  
porque sí.  
Adán y Eva prevalecen
sobre una puerta y son hermosos.  
Abrid, dioses, abrid. Probad de nuevo.  
Crucificado de marfil
Alonso Cano. Sacristía Mayor
Debió ser una historia de sangre —perseguido,  
la jauría detrás, el rastro denso,  
la inmensa vida, el corazón buscando  
un hueco, el barritar del miedo, la esperanza  
de escapar por la fuerza,  
el acre olor del hombre, la misión  
sagrada de un colmillo incomprendida.  
Nadie
consultó su deseo.  
Fue
pedestal de milagro, mas lo cierto  
es que debió morir como no quiso.  
Alguien una mañana o una tarde  
puso frente a sus ojos toda la muerte junta.  
Y ahora el crucificado  
que al mundo vino por salvar al hombre  
tallado en su marfil se muestra al mundo.  
Sacristía Mayor
Tras el cristal de la vitrina pueden  
verse tablas, arquetas, cálices, medallones,  
cruces y urnas, en oro, plata y piedras preciosas.  
Contienen las reliquias de: San Bartolomé,  
San Félix, Santa Bárbara,  
San Isidoro, San Leandro,  
San Tadeo, San Blas, San Pedro, San Lorenzo,  
San Servando, San Agustín, Santiago  
el Menor, San Germán,  
San Laureano, Santa Rosalía,  
Santa Úrsula, San Agapito, San Teodoredo,  
San Celestino, una  
de las once mil vírgenes y el brazo  
diestro del Papa San Clemente.  
Todo
es parte del tesoro  
que se fue acumulando año tras año  
y que un mal día  
se ha de perder. El día en que una voz  
ordene la reunión de la ceniza.  
Si no ocurre un milagro.  
Seises
Poniendo gracia en sus pies,  
con diez peones de lujo  
juega Dios al ajedrez.  
Hay alfiles y caballos  
en el tapiz que los seises  
van tejiéndole al espacio.  
El Rey está en todas partes.  
Y la Reina vigilando  
desde todos los altares.  
¿Quién va a ganarle este juego  
si es suyo el tablero y suyos  
son también los movimientos?  
(Al salir, nos vuelve a dar  
jaque mate con la torre  
que guarda su catedral).  
Han llegado los bárbaros
Han llegado los bárbaros.  
El grito
recorre la ciudad.  
Una corriente eléctrica sacude  
el espinazo de diez mil caballos, cuando Ataúlfo  
al frente de sus huestes se detiene  
ante las piedras que el verdín corea.  
Suevos, alanos, vándalos, gente del Norte —todos  
de algún norte serán, pues todos hablan  
con voz de intensa lluvia—, van dejando  
aurigas y caballos, previo golpe  
de billete contado receloso,  
a la puerta. Desfilan,  
renqueantes algunos, tras el jefe  
que empuña un yes con filos y señala  
la cueva con su inri de cincuenta pesetas.  
Beautífules
muros dan acogida al gres de asombros  
con que adornan sus rostros. Y, despacio,  
la tierra conquistada ya penetran y apartan la penumbra  
condescendientes con el siglo XIII.  
She is the Virgen de los Reyes. Oh.  
She is the Concepción lnmaculada.  
Revoloteo —manos que comprueban en el bolso y suspiros  
de alivio. No forgotten la píldora—. This is  
the Custodia; trescientos  
kilogramos de plata nos contemplan. Here's Colón  
que fue y volvió cargado de tinieblas  
en su quinto viaje. Ah, San Fernando  
...quebrantó y destruyó a sus enemigos...  
No le temáis, infieles, que hoy descansa.  
Volvamos por la puerta de Los Palos.  
Si hay suerte, algún suicida  
ofrecerá su número excitante.  
Y los bárbaros salen deslumbrados por un sol de justicia  
que pone precio —en oro— a sus cabezas.  
Luna en cuarto menguante
La torre ha vuelto al Islam  
hoy que media luna brilla  
sobre el viejo pedestal.  
Noticia
En los cimientos  
de la que fue esplendor de cristiandad,  
antes de que viajáramos a lejanas estrellas  
y se helara por días el corazón del mundo  
XLIII —hace un millón de lustros—.  
se han encontrado restos.  
Aquel hombre
que preparaba trampas hermosísimas  
para atrapar a Dios sin conseguirlo nunca,  
el mismo que aún debía soportar  
el lastre de su cuerpo, hoy nos ofrece  
una enternecedora herencia.  
Entre las piedras
de la que fuera excelsa catedral  
en el viejo planeta, se han hallado  
restos que le pertenecían.  
Un sólido antebrazo —ha resistido el curso  
de átomos y milenios— se conserva; en él puede  
leerse todavía la inscripción  
de un nombre, de mujer posiblemente.  
Y era un hermoso nombre: MADEINUSA.  
Todo mortal
Noticias de Abdelaziz
Alah, mira a este hombre que reza la oración  
del alba en la mezquita sevillana.  
Hijo de Muza el vencedor y esposo  
de la dulce Egilona (oh, viudedad, antes Rodrigo y hoy...).  
Mira cómo levanta hasta la frente su mano poderosa,  
cómo rinde los labios, que sorbieron placeres  
al nocturno yacer, sobre la piedra en homenaje a ti.  
Contémplalo, oh, Alah, que Ixbiliah  
madre es ya de este príncipe  
árabe enamorado. Y está a tus pies.  
Admira esa cabeza elegante y altiva,  
que, allá en Damasco, será el presente regio  
que reciba el califa Suleimán  
en tu nombre.  
¿Quién podría acusarte?
Ay, doña Juana de Ponthieu, lozana  
hembra, de puntiagudas  
y repetidas cumbres, manifiestas  
bajo el cuidado arte de la seda.  
París
te reconocería; talle  
santificado el tuyo por la mano  
del rey Fernando, muerto y enterrado.  
¿Quién podría acusarte  
de haber pecado —esbelto el mozo, tañedor  
de sutiles bordones, poco dado  
al incienso, rampante  
cachorrillo real sobre tu falda—?  
Alfonso
décimo, hijastro  
también mas comedido, se entretiene  
con el verso. Y la luna que contempla es tan fría  
como el cadáver de tu esposo.  
Tú
no tienes vocación para el martirio,  
ni naciste mujer para ser virgen, pues sabes  
que corrupta es tu carne y que mañana  
no admitirá contemplación sin lástima.  
¿Quién podría culparte  
de que ofrezcas tu cuerpo, ahora que puedes,  
a la veneración?  
Cerco de Granada
Corre el rumor igual que una serpiente,  
por un convento de clausura, corre  
y tropieza con pasos asustados,  
con gestos desmedidos, con revuelos  
de faldas.  
Federico,
ese que era poeta y nos contaba  
cómo puede la sangre desmantelarse, dicen  
que ha muerto. Y era tan joven.  
Genio
de la palabra, mágico destilador de imágenes.  
Y eso qué importa ahora, era tan joven.  
(Las huestes católicas ya entraron  
en la ciudad. Parece que Boadill  
se ha marchado llorando de Granada).  
Muerte de Veneno
El trece de diciembre  
de aquel mil ochocientos treinta y dos  
fue casi martes pues colofón se puso  
a las obras completas de los Siete  
Niños de Ecija.  
Veneno,
en hábito amarillo —como pócima  
para ojos inocentes— ascendía  
al cadalso; su nombre  
mortal sería de necesidad.  
El pueblo
arracimado frente a tal solsticio  
de invierno, condensaba  
la mirada en el rostro —el gualda sólo  
se pintaba en el lino, pues su cara  
era carbón de Sierra Morena.  
Se contaba,
con un siseo tembloroso,  
toda la hazañería del bandido. Aquel  
era el gran matador, felino augusto  
de la comarca.  
Bajo
la rápida presión del torniquete,  
el cuello se hizo talle de lirio consumado.  
Y un suspiro de alivio surcó la multitud  
para consuelo del verdugo.  
Aquí
se terminó la historia de Veneno,  
dijo el memo de siempre.  
Substancia fugitiva
Ha pasado
Ha pasado elegante, firme sobre sus piernas,  
con un ritmo de jaca tras las riendas del bolso.  
Morena como el alma  
del mazapán, viste de arco voltaico  
y deja con sus huellas catedrales de chispas.  
Ha pasado, imantada la cintura, colgando  
su sonrisa en la tarde, sin que una sola sombra  
le consiguiera el sol componer en la acera.  
Qué importa que no hable, que no me ofrezca nada,  
si mueve y le maduran las manos en el aire  
y hasta mí llega el tacto.  
Ha pasado. Ha pasado
como un tren sin viajeros,  
fantasmalmente hermosa, las luces encendidas.  
Cima de la Tour Eiffel
Debo ser muy estúpido;  
estoy al borde  
de la inmortalidad —sólo un pequeño  
p  
a  
s  
o— y no me decido.  
Encuentro
Ibas posiblemente a alguna cita;  
el pelo presuroso, los ojos ya llegados  
—¿cómo hubieras podido reconocerme?—. Al verte  
me sentí duplicada la memoria.  
Fueron cuatro estaciones de metro; las que miden  
Stalingrado y Chateau d'Eau —en el agua  
se me perdió tu imagen, como siempre—. Saliste  
de aquel vagón de metro sin mirarme  
y tus manos de música siguieron a tu lado  
como gemelas tontas.  
Comprendí que eras tú porque al instante  
reconocí tu ausencia. Pasó todo  
como en un mundo ajeno, como en el sueño de otro,  
pero qué me importaba. Tú, vestida  
de ti, sentada enfrente, en aquel metro de París estabas  
repitiendo la historia. Si no me conociste  
fue porque eras muy joven para aquellos recuerdos.  
Aeropuerto de Orly
Llegabas coronada de presagios  
hermosos, bendecida de tarde. Y allí, en medio  
de aquel salón, cargada de un maletín y de los ojos,  
iniciabas la cuenta atrás de los abrazos.  
Venir despacio a mí, fue tu triunfo;  
después pude partirte la cintura.  
No sé si el maletín, pero tus ojos  
los llevé yo. Ese luto  
aún me viste de insomnio por las noches.  
Aeropuerto de Orly. Mil novecientos  
ochenta. Enero. El día importa poco;  
no tuvo muchos días ese año.  
Sacré Coeur
Nos arañaba el pecho una guitarra,  
allá, en aquella cima.  
Eran las seis
de la mañana en Sacré Coeur. París,  
tendido a nuestros pies, llegó devuelto  
por tus ojos de dóberman; sus luces  
me miraban.  
Herido
por aquella sonora cimitarra,  
contigo al lado, contemplé las piedras  
que a eternidad llamaban inútilmente. Nadie  
quiso abrirnos las puertas.  
Era el séptimo día
de tu estancia en París; Dios descansaba.  
Cave du Cardinal Paf
Las llamas se burlaron de nosotros  
desde los férreos candelabros. Cave  
del siglo XVI; mucho era  
el alcohol y era mucha la pasión contenida  
(estuvimos a punto de hacer arder París).  
Anciana cave, donde se detenía el tiempo, a veces,  
y nunca el vino, donde fuimos incienso conducido, lúpulo  
del tacto, extremaunción constante.  
Gestos,
caricias y palabras,  
se hundieron en las sombras movedizas,  
se nos mezclaron con el polvo antiguo,  
y hoy celebran también su cuarto centenario.  
Cave del siglo XVI, donde nada  
nos podrá conmover, donde seremos  
el frío de otras voces, la evidente  
indiferencia, el paso de la cera que ardió.  
Consumida emoción que he pretendido  
resucitar aquí, sin recordar  
que aquella noche arrojamos la llave  
de la locura al Sena.  
Place Pigalle
Aquí, donde desvisten sus cuerpos las muchachas,  
he venido a llorar hoy, muy temprano.  
Es una forma de decirte adiós  
y buscar un consuelo en los desnudos  
que nunca amé.  
Ya pasan. Van con su maletín
de baratijas mínimas y urgentes,  
como quien va a la plaza con su cesta.  
Pasan y me sonríen. Echan un anticipo  
en mi gorra de pobre; una sonrisa con sedal. Y tiran,  
suavemente al principio, luego con  
toda su fuerza, que no es mucha.  
Tengo
dolorida la boca, porque nada me dicen  
sus cuerpos presurosos. Van pasando seguras,  
hoy todavía vírgenes  
—es tan difícil esa profecía del sexo—.  
Y vuelven por la esquina donde sigo esperando.  
Y no me dicen nada porque me ven dormido  
sobre las azaleas de tu carne marchita,  
más anciana que todas sobre el caballo loco  
de la distancia.  
Aquí donde desvisten
sus cuerpos las muchachas, me quedo  
por si acaso también pasara tu cadáver  
y, al ir a desnudarlo, me hicieras una seña.  
Y aún nos quedara tiempo.  
Reloj
No espero nada y sin embargo miro  
el reloj;  
útil de envejecer que llevo puesto  
como una joya.  
Déjeuner sur l'herbe
¿Qué haces ahí desnuda sobre la hierba como  
una lámpara?  
No es de noche,
ni entienden mis amigos de claridades. ¿Sueñas?  
Lo hubiera imaginado sin que tú lo dijeras. Ya sabes,  
últimamente sólo por el sueño  
coincidimos en sitios como éste.  
Entra a vestirte; deja caer alguna ropa  
sobre tu piel, pues pronto vamos a despertarnos  
y hará frío.  
Epílogo bajo un chaleco de punto
Ha pasado bastante tiempo, tanto  
como para que aquel eterno amor quedara  
reducido a cenizas. Y, de pronto, hoy —ya invierno—,  
gracias a tus hermosas y diligentes manos,  
compruebo que un calor de esa fecha  
sigue intacto en mi vida.  
Cristal de Bohemia
LLEGABAS CON LA PRISA  
de quien socorre a un niño.  
De pronto aparecías por un roto de tarde,  
igual que si vinieras veinte veces de un golpe.  
Y en mí te serenabas. Colgaduras  
conspiradoras (delicadas sedas  
compradas en bazares somnolientos)  
cercaban aquel íntimo jardín de las delicias.  
Sobre una silla urgente  
tu vestido caía devanando la gracia.  
Después llegaban pájaros de sombra  
a los almiares cálidos de las sábanas.  
Cuerpo
a cuerpo, hasta la muerte —sin saberlo; tal vez,  
buscándola— luchábamos. Y heríamos,  
saboreando cada dentellada.  
Héroes de una venganza consentida,  
fanáticos de aquella desmesurada religión, tomábamos  
cada debilidad como una fortaleza inexpugnable.  
El estremecimiento de tus pleamares piernas infinitas  
y una jauría de agonías lentas  
anunciaban el doble suicidio consumado.  
Después  
alguien entre las sombras decretaba  
una resurrección que no entendíamos.  
ME OFRECÍAS TU CUERPO  
como se ofrece pan a un pobre. Yo, temblando  
—siempre avaro de ti—,  
lo tomaba y lo iba devorando a la sombra.  
Y ahora no sé qué gesto fue más torpe.  
Tal vez aquella dicha  
murió entre mi avaricia y tu largueza.  
AbajoEL MAR  
luchaba con tu risa.  
Levantaba su verde escalinata  
y mostraba tu rostro allá en lo alto,  
medalla y contrapunto de la espuma. Después  
te dejaba venir hasta el abrazo, siempre  
con frío,  
como si se cobrara aquel paseo  
que te hacía reír con la tibieza  
de tu cuerpo reciente y me ofreciera  
—ya entonces— su memoria.  
OH, MAGIA SIMPLE DE LAS COSAS.  
¿Recuerdas
las velas que encendimos cuando el cuerpo  
también se consumía? Están aquí,  
oliendo todavía a carne por besar, a corazón  
desenterrado. ¿Aspiras el aire de aquel tiempo  
cuando te nombro? Pude haber sacado entonces  
un molde a tus caricias. Ahora vive  
esta dócil materia sus razones a oscuras.  
Y hace frío. La llama aún podría encenderse;  
de aquellos días nos sobró esta cera,  
¿o nos faltó esa vida?  
Fe de erratas
En la agenda de Alfonsina Storni
32 27 18  
24 60 31  
19 40 27  
33 16 54  
35 14 23  
(Ninguno era el amor)  
Tras el último sueño
Igual que si acabara de tropezar, levanta su estatura,  
sacude el polvo que su piel excede  
y se apresta a saber quién lo convoca.  
Todo es de luz, mas no le han secundado  
sus anteojos; mira turbiamente  
el diamante purísimo en que el cielo  
y la tierra se aúnan. Por su nombre  
le llaman y él acude,  
aun extrañándole el lugar y el hecho  
de encontrarse desnudo, a la llamada.  
Benvenuto Cellini siente que toda su vida pasa  
por el revés borroso de sus ojos  
ante el ser de flamígera tizona  
que al corazón le apunta, mientras oye  
sólo el duro rigor de la sentencia.  
Por un instante —ya sin tiempo, eterno—  
parece que va a hablar, mas se detiene,  
mira al fulgor intenso que lo enfrenta  
y, dando un paso atrás, pone distancia  
entre él y el doble filo que su pecho  
señala, y grita con insensata decisión:  
¡Mi espada!  
Coincidencias
Aunque rimbaud escribió una temporada  
en el infierno y rilke los sonetos a orfeo  
aunque los dos fueron inquietos  
viajeros y algún tiempo  
gastaron al unísono aunque rilke  
utilizó el francés en sus poemas  
no consta  
que se encontraran nunca sin embargo  
hoy yacen  
sobre la misma página de las enciclopedias  
y una palabra los separa  
rima.
Un sueño de Edgar Allan Poe
Edgar Allan Poe  
soñó que había muerto; asistía con cierta  
curiosidad a la incineración de su cadáver.  
Vio cómo sus cenizas se arrojaban al río Potomac.  
Dentro del mismo sueño, un gran salmón  
engulló aquella pasta gris que el río acercaba a la orilla.  
Hasta muchos meses más tarde,  
cuando invitado por su tío John  
almorzaba en el puerto y una espina  
de salmón estuvo a punto de ahogarlo,  
no vino a su memoria aquel extraño sueño.  
La camisa
Cuelga en la percha igual que una bandera  
desahuciada; no hay aire  
dentro o fuera que mueva esta reliquia.  
Quieta como el fantasma de un armónium,  
a veces deja oír algún gemido. El miedo  
sigue escondido en ella (el mismo miedo  
que un día hizo temblar a Federico),  
mirando por los ojos transparentes  
de los seis Polifemos que la habitan  
a la altura del pecho.  
Competición apasionada
Se ha hecho un hondo silencio en el estadio.  
De la Cruz se santigua presto al vuelo,  
Garcilaso, tensada la ballesta  
del músculo, dispone el corazón. Quevedo  
palpa la pista de ceniza donde  
posa los pies —el frío  
ha empañado sus anteojos.  
Se oye
—¡Preparados!— la voz  
de Larra  
unos segundos antes del disparo.  
Plantaciones de lúpulo
La casa
Hoy te sentías solo y has querido  
volver de nuevo a casa,  
no a la fotografía ni a su museo de cera,  
sino a la casa donde tu madre debe estar  
preparando el lentísimo camino  
del aceite en el pan y los tazones  
de leche frente al alba.  
Y has llegado a la puerta y, de pronto, el dolor  
se te sube a la boca, porque todos los besos,  
con zumbido de avispas,  
te los da la memoria. Se ha disuelto  
aquel oro en un tiempo de mercurio, y la ausencia  
es el más trágico color. Caminas  
por la casa temblando; vas como un alma en pena,  
como un ladrón que no encuentra las joyas  
y lo revuelve todo. Y sabes que es preciso  
que insistas, que recorras  
la vieja casa hasta llegar al fondo;  
deben quedar las voces, el olor  
del espliego, la lumbre  
de un cigarrillo haciendo madrugada,  
una queja siquiera, pues todo hace un instante  
estaba ahí. Y caminas  
con desesperación —¿quién va engañarte?  
Pero no encuentras nada, ni lo más evidente,  
ni un suspiro. Y te aterras, y quieres escaparte;  
corres por los pasillos, saltas por las ventanas,  
sacudes los espejos, pero eres un ladrón  
que no encuentra la puerta para salir del sueño,  
un ladrón inocente al que han desvalijado.  
Jardines de Murillo
Aquí, en estos jardines, me sorprendió el desastre;  
aún sigue la montura de cartón asustada  
y conserva el fotógrafo luces de aquella tarde.  
Las flores no recuerdan aunque andan de puntillas  
todavía y columpian disparos en el aire  
junto a la cadavérica tez de los fusilados.  
Son los mismos jardines donde buscó mi padre  
su sombra compañera; de esa otra guerra tengo  
una herida que nadie ha podido curarme.  
El álbum de familia me contó algunas cosas  
pero las más terribles me las contó la sangre.  
Algunas veces sueño que vuelve aquella guerra  
y corro entre las flores. La mano de mi madre  
me conduce segura camino de la casa,  
tan segura me lleva que temo despertarme.  
Aquí, en estos jardines, me sorprendió la vida  
mientras la muerte andaba descalza por las calles.  
En los muros cercanos, donde hoy trepa la yedra,  
tocaban los fusiles un solo interminable,  
y los hombres caían con música en el pecho;  
algunos corazones aún se ven en los árboles.  
Aquí, en estos jardines, se refugiaba un niño;  
él fue de los primeros que cayó en el combate.  
Abajo Misioneros
Llegaban  
cargados con sus fuegos, trompetas y altavoces,  
como barcos de velas enlutadas.  
Y el espacio incendiaban frente al ajusticiado  
en la cruz. Por un beso el infierno.  
Y los huesos de Bécquer temblaban en su tumba.  
Me empuja dulcemente la mano de mi madre  
—oigo un rumor: sus alas  
arcangélicas— hasta el reclinatorio,  
ante aquella señora bondadosa en su trono  
sin que atreva mis ojos con tanta majestad.  
Rejas y rejas guardan misteriosos leones;  
sólo el rugido suena desde las catacumbas,  
mientras santos y mártires se reparten los vanos  
del altar y del lienzo. A través del cristal,  
como una primavera de sangre contra el surco,  
brilla la tierra prometida. Duerme el alabastro,  
se consumen los cirios.  
No encontrando enemigo
las voces palidecen. Hilando ausencia y piedra  
consumen las orugas unas briznas de gloria.  
Nadie arriba. Los ángeles se cuelgan inseguros  
de sus pesadas alas y anochece de prisa  
mientras el aire tiembla con un brillo de espadas.  
La eternidad comulga sobre el reloj parado.  
Y salgo del pulmón ajeno que me oprime  
a respirar conmigo, buscando el resplandor  
de las calles desiertas, dejando solo al hombre  
que teje mariposas en un rincón oscuro  
girando sobre su eje como un planeta ebrio.  
No, no haré penitencia; no la haré hasta que sepa  
adónde va la fuerza de los que mueren jóvenes.  
Y aún camino con miedo a que pueda caerme  
un rayo en la cabeza. Dejo sola a mi madre  
con su índice en los labios, con su velo de fiesta,  
arrodillada humilde, cierta de hacer diana  
con su rezo, entre monjas, como un débil jilguero  
rodeado de albatros, vigilándome ya  
desde el próximo vuelo.  
Llegaban misioneros
cargados de altavoces, con sus fuegos terribles,  
con sus ojos pesados, con sus manos movidas,  
como hachas de abordaje.  
Procesiones de niños temblorosos mirábamos  
aquel infierno próximo, aquella lluvia de astas.  
Y el cielo estaba siempre donde estaba mi madre.  
Una fecha en la agenda
Siempre es invierno en el recuerdo.  
Acaso
una antigua sonrisa que apenas da calor  
a la estancia, suaviza sus rigores,  
mas hoy no aparece su irónico visaje.  
Y ya no importa si fue mayo; ahora  
duerme aquel tiempo envuelto en su perfume  
o cámara sellada del instante  
como un indiferente faraón.  
En mi agenda
está escrita la fecha como la última cifra  
de un epitafio; torpe  
anotación que nunca resucita  
ni el color de sus ojos ni su voz de melaza.  
Aún aguantarán firme la espadaña  
del convento cercano,  
y la torre, y el cielo. Y puede que  
existan su vestido y los zapatos  
que llevaba. La cinta  
con que anudaba sus cabellos debe  
continuar allí, junto al macizo  
de azaleas, cumpliendo  
con sus deberes de serpiente.  
Siguen
las cosas en su sitio, no se alteran  
por una herida, a menos que haya sangre,  
ni se dejan vencer por un adiós.  
(El recuerdo debió ser un ensayo  
juvenil; un anciano jamás prescindiría  
de las tres dimensiones).  
En mi agenda
está aquel día, inútil para otra primavera,  
como la última cifra de un teléfono  
que nadie marcará.  
Retrato de mujer
I
Hoy me resultaría  
fácil reconocerla por aquellos  
ojos que el fuego volvía inhabitables,  
donde el crimen se levantaba estatuas,  
o por su paso elástico de domadora en celo.  
Pero la juventud  
tiene limitaciones por encima  
de la cintura, y era  
tan hermoso ofrecerle el sacrificio  
de las alas.  
Su cuerpo era una larga calle
dedicada a mi frente, y ardí en aquella calle  
con mi mejor suicidio.  
Un murmullo de prendas
interiores y risas apagadas  
eran el rezo, el himno  
que se elevaba al sol. Aún no comprendo  
la indiferencia de los astros, fríos  
en sus jaulas de oro  
mientras el campanario de mi pecho llamaba  
a rebato y ruina.  
Extraño caso
aquel; cómo explicarse  
mi avaricia cuando ella no lucía  
más joya que su cuerpo  
desnudo. Es cierto que pagó  
bordándome las sábanas  
con sus saltos lascivos  
e invernando en mi carne ataviada  
de relámpagos.  
Sobre
la mesa, donde iba su palabra  
mezclándose al sabor de la fruta mordida,  
aún conservo la cesta de guardar corazones,  
y está vacía.  
Quise
buscar su más allá, quise la frente  
más alta de su frente, la palabra  
de su palabra, el polen  
de luna candeal que me dejara  
enjoyada la piel de eternidad. Bendita  
inocencia: ignoraba  
cuánto trabajo da luego el olvido.  
II
El cielo es un desván de marchas fúnebres.  
Arriba, en lo más alto de los límites,  
están las alas de los que ascendieron.  
Y ella se acerca en la canción del óxido  
y en el temblor de los cipreses. Ella  
que llenaba de fiesta los espacios  
y daba forma al mundo del silencio  
cuando miraba al frente. Dónde están  
aquellas tibias manos que, cerradas,  
eran dos corazones asustados  
y, abiertas, le robaban a la luz  
las diez constelaciones de la gracia,  
cuando las perlas daban sus burbujas  
a los redondos mares del champán  
y en el breve mantel nos defendían  
de las sombras mil lunas infantiles.  
¿Dónde quedamos muerto?  
¿Quién nos conoce ahora sin que un nombre  
identifique al tacto aquella piel  
que ampliaba la sonrisa?  
Hoy viste mis sentidos de luto con su abrazo  
desheredado, hermana de la lluvia.  
¿Y fue el pecho un altar donde la hostia  
de la emoción temblaba entre las manos?  
¿Con qué voz? ¿En qué plata sucesiva  
grabar la invocación? ¿Qué maleficio  
conjurar si los dioses desertaron?  
Qué próximo el infierno cuando se mira atrás.  
III
Tú eras para sentirte, para andarte  
como un sendero de impacientes pájaros,  
no para reclamarle a tus raíces  
una verdad sin flores. Fuegos fatuos,  
espejos criminales donde el aire  
nos fue difuminando (no es la muerte,  
sino la decadencia, lo más triste).  
Ni siquiera aprendimos a ponerle  
cadenas a aquel tiempo, y ya es recuerdo,  
es decir, nada. ¿Nada? Un golpe bajo  
al que la suerte ha vuelto indiferencia  
pues pudo hacerlo odio. Nada nuestro  
queda de lo vivido. Y no es posible,  
nos dice la razón, esa ramera  
que se acuesta con todos los que sufren  
por motivos tan nimios.  
Son los dioses hostiles
a que los palpen sobre un cuerpo. Acaso  
nos debimos quedar allí prendidos,  
como dos mariposas traspasadas  
por el mismo alfiler, tentando al cielo  
a castigar de nuevo, a repetirnos.  
Hablo de tres amigos y un poeta de mármol
«Suceden cosas muy quietas»
(A. Fernández Cotta)                
Hablo de tres amigos y de una larga tarde.  
La ciudad era entonces más alegre; los años  
duraban mucho, y poco duraba la tristeza.  
Hoy puedo ver partículas de esas horas vividas  
en el calidoscopio de la memoria; gestos  
como breves relámpagos, palabras  
entrecortadas, pasos que se traga la niebla  
como al día siguiente de una gran borrachera.  
Y no bebimos tanto, al menos no bebimos  
como si acompañáramos a un condenado a muerte.  
Hablo de tres amigos y de una larga tarde  
propicia a la locura, donde eran los caminos  
herencia del azar (pasó junto a nosotros  
una mujer con música, el mundo en la cintura,  
sin que se deshojaran sus pestañas de seda).  
Las copas de champán nos midieron las horas  
con alas de clepsidra y no lo comprendíamos.  
Hablo de tres amigos, y un poeta de mármol,  
profanando el jardín donde el cortometraje  
de un suspiro extendía su desmayo a la piedra.  
Enfrente el árbol daba su sombra como un fruto,  
descifrando en silencio la entraña de los pájaros.  
Para saber la edad de un hombre también hay  
que derribarlo.  
Miro
por la rendija del recuerdo, acudo  
a los mismos lugares, desentierro  
una sonrisa de metal, un ánfora  
que ya no se cimbrea, una moneda  
con fecha. Son los únicos vestigios  
de aquella raza alegre,  
de aquellos pobladores.  
Hablo de dos amigos
y de una larga noche.  
Retrato de amigo
«Ved la complicidad de las estatuas»
(José Luis Núñez)                
Como los búhos miran; los muertos no preguntan.  
Quedan quietos de pronto, pierden el sol. Camino  
detrás de un ataúd más asombrado que triste.  
Cuéntame alguna cosa que me despierte.  
Suena
un corazón, o una campana acaso,  
como un tren que circula  
en todas direcciones. Voy andando  
detrás de un ataúd como quien duerme  
atravesando un bosque.  
La muerte de los otros
siempre ocurre en domingo.  
Alguien me dicta un verso  
que no entiendo, aunque aguanto  
su sílaba en mi hombro.  
Escucho su palabra; su corazón escucho;  
sendero, primavera, mano, sollozo, niño.  
Voy mirando las cosas con los ojos de un muerto.  
Sobre el hombro sus trajes, sus libros, sus corbatas,  
sus confidencias llevo.  
Cuando voy a llorar
me lo encuentro riéndose. Era sólo una broma;  
él viene y me saluda, me pone sobre el hombro  
(sobre el hombro) la mano, se ríe como un niño,  
me pregunta por éste, por aquél, por mi vida,  
y no sé qué decirle porque no me la encuentro.  
Voy con un ataúd corriendo por el campo.  
Debe ser una herida pequeña este dolor  
porque no sangra.  
El cielo se ha vuelto tan azul
que temo una desgracia, pero todo está en orden.  
Bailan los pardos gorriones su minué descarado,  
las mariposas llevan de seda las entrañas,  
y en las enredaderas verdean los gemidos.  
Todo está en orden. Brillan los rostros sudorosos,  
el polvo apenas toca la piel de los zapatos,  
y los cipreses cuentan altas nocturnidades.  
Con sus ojos abiertos y amarillos contemplo  
lo que ocurre: un teatro. Es eso, era un teatro.  
Los aplausos se oirán dentro de unos momentos,  
cuando acabe esta escena. Y nos iremos juntos  
a tomar unas copas, mientras alguien nos cambia  
deprisa el decorado.  
Por favor, quiten pronto ese ataúd de en medio.  
Semblanza crítica
Joaquín Márquez nació en Sevilla en 1934. Allí residió de forma habitual hasta que, en 1984, abandonó sus anteriores ocupaciones profesionales para dedicarse por entero a la literatura, trasladándose a las luminosas costas de Chipiona y, posteriormente, a Sanlúcar de Barrameda, donde ha residido los últimos años.
Desde 1974 hasta 1979, en que se interrumpe su publicación, dirige la revista Cal. Su poesía, hasta la fecha más de veinte libros, ha sido distinguida con relevantes premios, entre ellos el Boscán, el Ausias March, el Ciudad de Barcelona, el Tiflos o el de la Feria del Libro de Madrid. A partir de 1984 ha simultaneado su ocupación como poeta con su tarea como narrador. Es autor de cuatro novelas, la segunda de la cuales –El jinete del caballo de copas– obtuvo el Premio Andalucía.
A pesar de su nutrida producción lírica, y atenidos a la fecha de publicación de sus libros, Joaquín Márquez puede considerarse un autor tardío, dado a conocer una vez alcanzada su madurez vital y literaria, cuando ya lo habían hecho los principales autores de la generación posterior a la suya. Ello ha supuesto que no se aprecien en sus primeros títulos los normales titubeos expresivos del aprendizaje; pero también ha implicado una cierta desubicación en los sistemas historiográficos vigentes, muy compartimentados y rígidos. Desde que en 1973 publicara Hay tiempo de nacer, Joaquín Márquez ha ido entregando a la imprenta sin grandes pausas un libro tras otro, hasta dar cuerpo a una obra que lo sitúa en un lugar relevante entre los poetas de su tiempo.
Su poesía recibe influjos diversos, de Juan Ramón y Antonio Machado a Luis Rosales, y por supuesto la rica corriente de poesía meridional de posguerra que enlaza la dicción simbolista con un culturalismo matizado y vinculado a la experiencia humana. La temática dominante en su obra es muy variada, y responde a los universales humanos de todas las épocas, atravesados por un cierto tono existencial: el discurrir del tiempo y sus efectos, el arte y su correlato existencial, la belleza y sus demonios, la sublimación de la anécdota cotidiana, el desmoronamiento de las ilusiones, la reflexión sobre la muerte. Los motivos concretos de los que arrancan sus poemas son el punto de partida de un proceso de sublimación esencialista, que se presenta literariamente coloreado por un sistema metafórico propio de los mejores poetas de tradición andaluza.
Pedro Rodríguez Pacheco se ha referido a la poesía de Joaquín Márquez como «la vibración de la vida en el color, en la sensualidad de unos sentidos abiertos a todas las incitaciones. Una poesía basada en las facultades, en los dones, en los registros de la voz, nunca de los ecos o las limitaciones que imponen los modelos o las escuelas».
Prueba magnífica de la justeza en el uso del lenguaje y de la capacidad para ascender a consideraciones generales a partir de instancias culturales y artísticas inmediatas es su libro La aguja sobre la piedra (1982), demorado recorrido por las pinturas y motivos de la Catedral de Sevilla. En cuanto a la experiencia de lo cotidiano, las emociones y los paisajes, habríamos de remitirnos a Substancia fugitiva (1984), una original serie de poemas que nos retratan la visión del París que vivió en aquella época.
La intuición poética de Joaquín Márquez, señaló Enrique Molina Campos, allega por el inexcusable camino del lenguaje todo un universo de referencias sensitivas y emocionales que se constituye en genuina poesía. Un sistema de filtros formado por la cultura, el ingenio y la ironía no frena la emoción del poema, pero sí la gesticulación retórica o la exasperación expresiva, ausentes de esta escritura. Y todo ello en un verso fluido, melodioso, con el nervio templado y preciso para transmitir el temblor.
Juan José Vélez Otero
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