Juan Manuel Labrador Jiménez
Juan Manuel Labrador Jiménez (Sevilla, 26 de agosto de 1984) es un joven escritor dedicado desde su infancia al cultivo del género literario de la poesía.
Desde su nacimiento se halla vinculado al sevillano barrio de Triana, donde realizó sus estudios de la antigua educación general básica en los Colegios Híspalis y Virgen de la O (ambos desaparecidos en la actualidad) y los de la secundaria obligatoria y bachillerato en la modalidad de humanidades en el Instituto de Enseñanza Secundaria Triana. Será en este último lugar donde comenzará a acercarse al mundo de la literatura, manifestando sus inquietudes poéticas ante sus profesores de Lengua y Literatura, quienes serán las primeras personas que le orientarán en un aprendizaje.
Vinculación con otros poetas
Durante la etapa de su adolescencia, tendrá la oportunidad de ir conociendo personalmente a diversos escritores y poetas sevillanos que, al igual que sus profesores de instituto, le guiarán dentro del género de la poesía. De esta forma tratará a Manuel Lozano Hernández de Ávila, Manuel Garrido López, Aurelio Verde Carmona, Joaquín Caro Romero, Antonio Murciano González, Rafael Peralta Revuelta y, muy especialmente, Enrique Barrero Rodríguez, de quien se considera discípulo.
Inicios
Sus primeros escritos son creados durante sus años de estudiante de instituto, donde ganará su primer premio poético en el año 2001, motivo por el que fue alentado por sus profesores para concurrir al certamen de poesía para estudiantes "¿Qué cantan los poetas andaluces de ahora?" de la Junta de Andalucía y convocado en 2003 con motivo del centenario del nacimiento de Rafael Alberti, obteniendo el primer premio a nivel provicial de Sevilla.
Con tan sólo 16 años comenzará a realizar distintos recitales poéticos, ejerciendo también la labor de pregonero en diversas cofradías de Sevilla o con motivo de algunas de sus fiestas como la Navidad. Así mismo, en el año 2002 publicó, con la mayoría de edad recién estrenada, su libro de poesía "Recuerdos", que puede ser definido como una hermosa miscelánea de la infancia de este joven escritor que con dicha obra recibía su bautismo definitivo en la poesía, donde aún le queda un largo camino por recorrer.
Universitario y Periodista
Llegado el momento de iniciar la carrera universitaria, ingresa en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, donde realiza estudios en la licenciatura de Periodismo. En esta etapa recibirá la concesión del Giraldillo de Honor en la Cátedra de Poesía del Curso de Temas Sevillanos en el año 2005 por su recital "Paseo lírico por los barrios de Sevilla", editado posteriormente por la mencionada institución. Por otra parte, cabe destacarse su pertenencia como socio al Excelentísimo Ateneo de Sevilla, importante entidad cultural de su ciudad natal.
Como joven periodista, tiene sus inicios en una emisora local de la localidad sevillana de Guillena, pasando posteriormente a la Cadena COPE Sevilla. También son de destacar sus guiones y locuciones en diversos trabajos audiovisuales, así como sus artículos, tanto literarios como de investigación periodística, aparecidos en diversas publicaciones.
VII Salutación a Santa Ana
Real Parroquia de la Señora Santa Ana
Madrugada del sábado 26 de julio de 2008
Juan Manuel Labrador felicitando a la Señora Santa Ana en la salutación con motivo de su honomástica.
I
Es ya veintiséis de julio,
¡que repiquen las campanas
de esa torre tan sublime
de esta Catedral soñada,
esta casa donde vive
la Abuelita de Triana!
Los músicos, con cornetas,
interpretaron la Nana
dedicada a la Señora
que este barrio tanto ama.
La han tocado cuatro veces,
y se encendieron bengalas
para anunciar la noticia:
llegó el día de Sant´Ana,
y lo viviremos juntos
desde hora muy temprana,
para sentir a la Abuela
de esta forma tan cercana,
esta Abuela que es la Madre
de la más firme Esperanza,
la que es Reina del lugar
amén de guapa y gitana,
convirtiéndose en el Carmen
que ilumina la mañana
con aromas de Rocío
y de alegrías muy sanas,
la que reza su Rosario
por la gente que la aclama,
la que muestra su pureza
como Niña Inmaculada,
siendo también la Victoria
de una devoción callada
que extermina los Dolores
de esa carita aniñada
que sufrió su Sexta Angustia
con silencio en su mirada,
la mirada tan Antigua
a esa Rosa sevillana
que en nuestra vida es Pastora
para las almas cristianas.
Aquí nos tienes a todos,
Señora Señá Sant´Ana,
porque todos te queremos,
y así el amor lo proclama,
lo va diciendo tu coro
que con cariño te canta,
lo afirman tus camareras
cuando al vestirte te ensalzan,
lo ratifica Ramona
clavando en ti su mirada,
lo refleja aquella escuela
dejando, al fin, restaurada
la gloria de este tu templo,
lo demuestra quien trabaja
por esta antigua parroquia,
cubriendo tantas demandas
del archivo parroquial,
lo pregona la garganta
de nuestro querido mudo,
que pronuncia sus palabras
a través de ese cariño
por donde se escapa el alma,
pero han sido nuestros curas
quienes han hecho, Santa Ana,
que la gente te recuerde,
y que otra vez Triana,
con el paso de los años,
siga cantando tu Nana.
II
Cuando llega esta hora, te decimos
lo que sabe decirte tu Triana,
pues solamente a ti, Señá Sant´Ana,
la bondad y la calma te pedimos.
Llegó por fin el día de tu Santo,
y aquí viene este joven para hablarte,
pues al felicitarte y al soñarte,
quiere ponerle voz a este su canto.
III
Felicidades, Santa Ana,
en el día de tu nombre.
A tus pies viene Triana
rindiéndote sus honores,
y con plegarias y rezos
va ofreciéndote sus flores,
todas ellas recogidas
de nuestros campos mejores,
tierras siempre trabajadas
por aquellos buenos hombres
que sólo llevan a Dios
en sus limpios corazones.
Felicidades, Santa Ana,
en el día de tu nombre.
Aquí viene el barrio entero
desbordado de ilusiones,
susurrando en tus oídos
las múltiples confesiones
que ha de hacerte tras un año,
colmando las devociones
que este pueblo te profesa
mediante las oraciones
que brotan de aquellos labios
donde la verdad se esconde.
Felicidades, Santa Ana,
en el día de tu nombre.
En esta noche de julio,
tú conviertes los calores
en aromas refrescantes
con tus dulces bendiciones,
y empezada esta jornada,
tras repiques de emociones
y los toques de cornetas
desde tan esbelta torre,
viene humilde a saludarte
este trianero joven.
Felicidades, Santa Ana,
en el día de tu nombre.
Hoy es día de Velá,
que nuestras almas ya gocen
de sentirte tan cerquita,
porque sólo tú conoces
las íntimas sensaciones
de un barrio que reconoce
que tú eres su Patrona,
orgullo de los amores
de la gente que te quiere
sin miedos y sin temores.
Felicidades, Santa Ana,
en el día de tu nombre.
Toma, Abuela, esta plegaria
que con tus manos recoges,
aquí te ofrezco mis versos,
resistiendo que me lloren
estos ojos de alegría;
no dejo que me derrote
este peso de sentirte
con todos tus bellos dones,
y a Triana tú le hablas
mientras ella te responde:
Felicidades, Santa Ana,
en el día de tu nombre.
IV
Santa Ana es trianera, y en Sevilla
también es muy querida y respetada,
quizás no haya una Santa más amada
que la que siempre está con su Chiquilla,
esa Virgen María tan callada
que sabe que la urbe, de rodillas,
sembrando aquí en Triana su semilla,
se postra ante su Madre, emocionada.
V
Justo en frente de Sevilla,
hay un barrio con solera,
pues su gente es trianera,
y sentada en una silla
con luz propia siempre brilla
Señora Señá Sant´Ana,
mujer que es rosa temprana,
y de Dios su dulce Abuela,
y en su corazón se cuela
todo el amor de Triana.
Todo el amor de Triana
lo guarda nuestra Patrona,
y este pueblo se emociona
cuando nace la mañana
con repique de campana,
y bien lo sabe la gente
en este lado del puente,
porque la Abuela de Dios
–que sólo hay una, y no hay dos–
nos cuida constantemente.
Nos cuida constantemente
porque todos la queremos,
y siempre la mantendremos
eternamente presente
en el alma y en la mente,
porque llena nuestra vida
con una paz tan sentida
que inunda nuestra razón
de una honda devoción
hacia esta Santa querida.
Hacia esta Santa querida
va siempre nuestra plegaria,
y en su Iglesia centenaria
permanece retenida
la historia que deja unida
a Sevilla y a Triana
con la misma fe cristiana,
y con gran satisfacción
va siempre nuestra oración
a la Señora Santa Ana.
VI
En este viejo arrabal
se concentra mucho arte
muy rotundo y sin igual,
y su orgullo es estandarte
de su estrega tan filial.
Vive el arte en la pintura,
en su cerámica bella,
en sus claras esculturas,
siendo todo ello huella
de sus esencias más puras.
Magna es su alfarería,
y sus cantes y el toreo,
pero con honda maestría,
Triana vio su deseo
en su sentida poesía.
Con su humildad tan sencilla,
este joven trianero,
afincado en esta orilla,
recita ante el barrio entero
sus letras de seguidilla.
VII
Atravesando el puente
con farolillos,
cruzamos la Velá
como chiquillos.
Señá Sant´Ana
sonríe alegremente
a su Triana.
Llenos de arte y gracia,
los trianeros
van a su Catedral
con los luceros.
Nace el amor
a los pies de la Santa
como una flor.
El corazón estalla
ante la Abuela,
al mostrar la sonrisa
que nos consuela.
Triana siente
con cariño a su Santa
eternamente.
Con San Joaquín casada,
da la ternura
de su hija María,
la Niña Pura.
Rompe el temor
ya que ella es la Abuela
del Redentor.
Nos da su protección
desde su altar,
porque Señá Sant´Ana
nos sabe amar.
Cuánto te quiero,
porque sólo a tu lado
soy trianero.
VIII
Perdóname la osadía,
dulce Abuela del Señor,
porque loco por amor
hoy te ofrezco mi poesía.
Habría usado la prosa,
pero como Majestad
te hablo con la verdad,
ya que eres toda hermosa.
Cuando tu luz aproximas
a tu gente de Triana,
yo sólo puedo, Santa Ana,
rezarte usando mis rimas.
IX
Triana a ti te quiere con cariño,
pues eres su segura protectora,
la que a ti siempre acude hora a hora,
con la misma inocencia de algún niño.
El mirarte a los ojos es un guiño
con el que el barrio muestra que te adora,
bella Abuelita Santa y soñadora
que vives en el tiempo que destiño.
Cuando miro tu rostro, yo recuerdo
a todas las personas que no pierdo
en ese viejo arcón de la memoria.
Mantengo siempre fresca su presencia,
pues sólo en ti, Santa Ana, está la esencia
de quien duerme en el seno de tu gloria.
X
Vives también en la música,
en notas de pentagramas
de muy magna partitura,
porque un hijo de Triana,
aunque joven, a las Glorias
de María pregonaba,
y en una noche de mayo,
la Catedral sevillana
fue testigo de un estreno
a los pies de la Giralda.
Te compusieron, al fin,
una bellísima marcha,
donde José de la Vega
te ofrecía una alabanza
por el curso de la historia
de alegría salpicada.
Fue José Antonio Rodríguez
el impulsor de la marcha,
ese chaval que hace un año
aquí mismo te cantaba,
y a esa obra perfecta
se la tituló “Santa Ana”.
Hace muchos, muchos años
te dedicaron la Nana,
pero es que ahora también
ya tienes hasta una marcha.
Bendice por siempre, Abuela,
a ese chaval que te aclama,
y que siempre soñará
con verte a ti coronada.
XI
Triana ya coronó,
con más prisa que tardanza,
a su Reina de Esperanza,
también a la Estrella honró,
y hace un año fue la O,
pero existe una locura
en donde el amor procura
que se nombre Soberana
a la Señora Santa Ana
de la manera más pura.
Hemos honrado a María
coronándola tres veces,
sin que fueran pequeñeces
las obras de orfebrería
que se impusieron el día
de cada coronación,
y ahora surge la ilusión
de coronar a la Abuela
como la mujer que vela
por la fe del corazón.
María está coronada,
¿pero la Gloria del Padre
permite una “Reina Madre”?
La idea ya está lanzada
aunque es descabellada,
pero si la Iglesia quiere
que el pueblo no desespere,
y se corona en Triana
a la Señora Santa Ana
cuando ya menos se espere.
XII
“Oh, gloriosísima Ana,
danos salud y alegría”,
con el alma siempre sana
cantan todos a porfía
a tu belleza lozana.
No cabe ninguna duda,
pues Triana a ti te quiere
al darle toda tu ayuda,
y sin que el amor se altere
nuestra fe no queda muda.
Eres Rosa del Señor,
fragante flor no marchita,
blanca Luz del pecador,
pues con tu cara bonita
das a la vida calor.
Cual perfecta sinfonía,
proclamo siempre tu nombre,
porque tu nombre es poesía
para los labios del hombre
que sueña y no desvaría.
XIII
Seguiremos el camino
A través de la oración,
No dejando al corazón
Tomar solo su destino;
Ahora suena la campana
Alegre de tu onomástica,
Nombre de paz eclesiástica,
Amor para ti, Santa Ana.
XIV
La tarea encargada voy cumpliendo,
pues con toda mi entrega vengo aquí
para hablarte, Santa Ana, sólo a ti,
mientras todos mis versos voy diciendo.
Hoy, por fin, se realiza este gran sueño,
cantarte con amor en este día,
porque sólo tú colmas mi alegría
desde que fui un niño muy pequeño.
Tú fuiste la testigo en mi bautismo,
en mi plena niñez, siendo un chiquillo,
quisiste que yo fuera monaguillo,
y maduro, te ofrezco mi lirismo.
Me enseñaron a amarte con dulzura,
el amparo lo busco en tu mirada,
pues sé que en ella queda bien guardada
la gloria que me lleva a tu ternura.
Nunca jamás te apartes de mi vera,
haz que siempre te sienta muy cerquita,
venerable mujer Santa y bendita
que derramas tu gracia trianera.
XV
Esta poesía precoz,
sonora como un clarín,
ya va tocando a su fin,
y ha de apagarse la voz.
La palabra es de Triana,
que sea el pueblo quien rece,
y el verso desaparece
de la noche a la mañana.
La verdadera poesía
es ese bendito beso
que en el alma queda preso
cual preciosa melodía.
Poco más hay que decir,
dejo paso al corazón
que, embargado de emoción,
ya no deja de latir.
XVI
Felicidades, Santa Ana,
en este tu día grande.
Triana y Sevilla enteras
junto a ti quieren quedarse,
y ante tu dulce presencia
la gente anhela postrarse,
pues todo el mundo a ti llega
para así poder rezarte,
y cruzando la otra orilla,
con sus pasos de gigante,
vendrá a verte la Giralda
con el tono emocionante
de la voz de sus campanas
y su gesto suplicante.
Felicidades, Santa Ana,
en este tu día grande.
Hoy viene para este encuentro
casi todo el Aljarafe,
pues no sólo la ciudad
quiere poder contemplarte,
ya que tu devoción llega
a zonas insospechables,
y es que ser de Dios la Abuela
no es algo insignificante,
sino todo lo contrario,
es lo más gratificante
que el Señor te concedió
al ser de la Virgen, Madre.
Felicidades, Santa Ana,
en este tu día grande.
Cada 26 de julio,
tu barrio sueña cantarte
la letra de aquella Nana
que con devoción y arte
te dedicase Garrido
con su sentir elegante,
y de este modo Triana
quiere por siempre alabarte
como sólo sabe hacerlo:
con el estilo del cante
tan genuino y perfecto
de esta gente inigualable.
Felicidades, Santa Ana,
en este tu día grande.
Mi corazón ya se duerme,
con gozo reconfortante,
en el nicho de tu pecho,
y tras poder recitarte
mis versos de juventud,
sólo me queda rogarte
que no tardes en volver
cuando tengas que marcharte,
que Triana aquí te espera
para volver a aclamarte,
y hacia ti vuelvo mis ojos
para poder exclamarte:
¡FELICIDADES, SANTA ANA,
EN ESTE TU DÍA GRANDE!
XXIV Pregón de la Virgen de la Cabeza
Iglesia de San Juan de la Palma
Sábado 20 de febrero de 2010
Juan Manuel Labrador pronunciando el Pregón de la Virgen de la Cabeza (en el ángulo de la fotografía se halla justo detrás de la reja) en la Iglesia de San Juan de la Palma, cuyo camarín preside habitualmente la Virgen de la Amargura.
I. La sevillana Virgen de la Cabeza
Cuando el Santo Rey Fernando III entró victorioso en la vieja Híspalis el día de la festividad de San Clemente de 1248, ya hacía veintiún años que en otro punto de Andalucía, igualmente reconquistado por el mismo monarca, había nacido la devoción a la Virgen María a través de una de las advocaciones más extendidas por todo el sur peninsular, así como por toda España.
Sevilla, sin que quepa la más mínima duda, se entregó desde el primer día a la sonrisa cálida y angelical de Aquella por la que reinan los Reyes, y que tras el discurrir de los siglos, sigue bendiciendo cada mañana del 15 de agosto, con el aroma majestuoso de sus fragantes nardos, a todo el pueblo fiel y devoto que se postra a sus plantas. A partir de entonces, la Madre de Dios se haría presente en la ciudad ante todos sus moradores, porque Ella habitaría en cada templo, en cada altar, en cada casa, en cada esquina, en cada azulejo, en cada collación… Y sus mil nombres inundarían el corazón de los sevillanos: Batallas, Olmos, Sede, Antigua, Hiniesta, Reposo, Aguas, Victoria, Esperanza, Rosario, Alegría, Rocío… Y así hasta que en 1703 tiene lugar en el Convento de los Capuchinos, y ante los ojos de Fray Isidoro de Sevilla, la aparición de Nuestra Señora como Divina Pastora de las Almas, al ser quien concibió en su seno al Cordero de Dios.
Nuestra ciudad ha defendido a ultranza a la Reina de los Cielos y de la Tierra mediante los Dogmas con los que la Iglesia proclama su auténtica creencia en la Inmaculada Concepción, en su Gloriosa Asunción a las bóvedas celestes sin que su cuerpo conociese la corrupción y su Realeza incuestionable sobre todo lo creado por Dios, y todo ello hasta derramar la última gota de sangre si preciso fuera.
Así tuvo que sentirse Juan Alonso de Rivas, el humilde pastor que en la madrugada del 12 de agosto de 1227 halló escondida entre los riscos de Sierra Morena a la imagen de la Virgen que había sido depositada –probablemente en el siglo VII, en plena invasión árabe, por San Eufrasio, discípulo del Apóstol Santiago y primer Obispo de Andújar– en el Cerro del Cabezo, lugar donde se alzó un Santuario para venerarla, y que traspasadas las fronteras de casi ocho centurias, continúa siendo centro de peregrinación para muchos cristianos.
Veintiún años de diferencia, como ya decíamos anteriormente, median entre el acogimiento a la mirada maternal de la Virgen en tierras jiennenses por un lado, y en territorio hispalense por otro, pero en Sevilla no podía faltar la devoción a Santa María de la Cabeza, de la que se tiene constancia desde 1561 cuando tiene lugar la fundación, en el desaparecido Convento Casa Grande del Carmen, de la Hermandad de Nuestra Señora de la Cabeza, rindiendo culto a una portentosa talla de Roque Balduque, y que posteriormente fue germen para la constitución de la actual cofradía penitencial de las Siete Palabras. Ya en el siglo XX, en 1931, será otro convento sevillano, el de San Buenaventura, el que sea testigo de la creación de esta Hermandad letífica, filial entre las que acude a la romería del último domingo de abril, corporación que cada mes de octubre demuestra a toda Sevilla el loable esfuerzo y la entrega desmedida de los cofrades de Gloria de nuestra ciudad.
Desde su niñez, quien hoy es vuestro pregonero, ha acudido hasta San Juan de la Palma para cantar también su alabanza a la Virgen de la Cabeza; a entonar el himno de “Morenita y Pequeñita”; a descubrir su grandeza cuando le rezan las monjitas del Pozo Santo, las Hermanas de la Cruz o las Comendadoras del Espíritu Santo; a quedarse sobrecogido ante el hondeo de las grandes banderas que preceden a su paso; y a contemplar, cada vez que lo ha necesitado, el retablito cerámico ubicado justo a la espalda de su capilla, rezándole siempre un Ave María.
Madre de Dios Soberana,
desde niño te conozco,
por eso hoy reconozco
mi devoción sevillana
con la oración que desgrana
el más hondo sentimiento,
pues Tú eres el sustento
de mi fe como cristiano,
por eso busco en tu mano
ese amor que es mi alimento.
En Ti confío, María,
a tu nombre me encomiendo,
porque a tu lado comprendo
el valor de esa alegría
que desprendes cada día
a través de tu pureza,
y cuando mi alma reza
la plegaria más sentida,
te ofrezco toda mi vida,
¡Señora de la Cabeza!
II. Coronarte cada día
Sr. Hermano Mayor y Junta de Gobierno
de la Real Cofradía Sevillana de Nuestra Señora de la Cabeza,
Sr. Vicepresidente de la Junta Superior
del Consejo General de Hermandades y Cofradías,
Representaciones de las Hermandades presentes,
Sr. Pregonero de las Glorias,
Sr. Pregonero Universitario,
Señoras y Señores.
Gratamente sorprendido se quedó el pregonero al conocer la noticia de su designación, producida precisamente el mismo día en el que se cumplía medio siglo de la firma de la bula mediante la cual el Papa Juan XXIII concedía a la Virgen de la Cabeza el patronazgo sobre la Diócesis de Jaén. Sorprendido se quedó el pregonero, repito, porque para nada esperaba ser nombrado para tan alto menester.
Por ello, como de bien nacido es el ser agradecido, quisiera, primeramente, mostrar la más profunda congratulación a Juan Herrera, Hermano Mayor, y a toda su Junta de Gobierno, por confiar este pregón a este joven cofrade que vive y siente a las Hermandades de Gloria de Sevilla como el más preciado tesoro heredado de nuestros mayores, y muy especialmente cuando se acerca a las rejas de aquella capilla en la que se halla la Divina Pastora de Triana para cuidar con la mirada de su redil desde la Parroquia de la Señora Santa Ana, esa misma gloria que igualmente acaricia con el corazón cuando escucha la particular salve que dedicase a la Reina de Santa María la Blanca, la Santísima Virgen de las Nieves. Y muchas gracias también, cómo no, a su presentador, Paco Reguera, genial capataz donde los haya, porque con su voz ha dirigido la mejor “chicotá” que puede preceder a este pregonero, haciendo con él como con sus costaleros: sacar lo mejor que pueda de su personalidad, aunque los méritos de quien les habla son escasos e insignificantes, pero su desmesurado amor a María Santísima puede ser, quizás, el aval que le permita esta noche posicionarse tras este atril.
Y después de estas muestras de sincera gratitud, hay que iniciar definitivamente la senda por la que han de caminar esta noche los sentimientos, porque aunque esta Hermandad tenga un censo de hermanos pequeño, imposible resulta dudar lo grande que es la devoción a Nuestra Señora de la Cabeza, cuya imagen de Andújar es, por un lado, la tercera coronada canónicamente en Andalucía, acontecimiento que tuvo lugar en 1909 tras las coronaciones de la Virgen de los Reyes y de María Auxiliadora en Málaga, y por otro, la única que tuvo una “recoronación”, hecho acaecido en 1960, pues tras la misteriosa desaparición de la efigie original en las revueltas de la Guerra Civil, la Iglesia consideraba que había que volver a honrar a la Virgen como desagravio por los lamentables sucesos de 1936. Cien años se han cumplido de la primera de estas efemérides, medio siglo de la segunda, y a estos aniversarios se suman el centenario de la proclamación de la Virgen como patrona de Andújar y el cincuentenario del mismo nombramiento ya referido sobre la Diócesis jiennense, glorioso año jubilar pontificio que culminará el próximo 25 de abril cuando salga la Señora en su romería repartiendo su bendición.
Curiosísimo es, sin embargo, el hecho de volver a coronar a una misma devoción, pues aunque la imagen primitiva desapareciera, la nueva talla de José Navas Parejo ejecutada en 1944 se entiende que es continuadora de la misma veneración que se le rendía a la anterior. ¿Pero qué más da coronar dos veces con rica presea a la Virgen, si nosotros la coronamos todos los días con nuestro amor? Y después nos quejamos en Sevilla de que hay muchas coronaciones, cuando los propios sevillanos “recoronamos” a nuestra bendita Madre cada vez que la sacamos a la calle en cualquiera de sus procesiones semanasanteras, gloriosas o eucarísticas, o cuando nos reunimos en torno a Ella en cualquiera de los cultos con los que se le rinde tributo, y también la volvemos a coronar en sus besamanos, en sus salidas extraordinarias, en sus rosarios de la aurora o vespertinos, o en cualquier momento en el que sencillamente la estemos contemplando para rezarle con la mirada.
Yo quisiera coronarte
todos los días del año
al desbordarse mi amor
cuando me quedo a tu lado,
porque solamente así
me siento reconfortado
al contemplar esa gracia
que mantiene cautivado
a este aprendiz de poeta
que se sabe mariano
ante la grata ternura
de tu rostro inmaculado.
Yo quisiera coronarte
todos los días del año,
pues por eso el corazón
afirma quererte tanto,
porque no puede cansarse
de hacerte este regalo
que sin duda te mereces
por parte de los cristianos,
ya que el amor es corona
labrada por unas manos
que conocen los cariños
más auténticos y claros.
Yo quisiera coronarte
todos los días del año,
proclamando de esta forma
que Tú eres el Sagrario
primigenio de este mundo,
porque en tu vientre tan casto
habitó por nueve meses
ese fruto cultivado
por la fuerza de un espíritu
glorioso y santificado
que descubrió que tu cuerpo
estaba purificado.
Yo quisiera coronarte
todos los días del año
como Reina de bondad
sobre todo lo creado,
Señora de este universo
donde siempre el Pueblo Santo
de Jesús, Nuestro Señor,
combate contra el pecado
de esas espinas punzantes
que al final se transformaron
en esas rosas fragantes
que a tu Cabeza llegaron.
Yo quisiera coronarte
todos los días del año,
y poder de esta manera
sentirme iliturgitano,
que entre Sevilla y Andújar
quiero estar enamorado
de tu carita morena
sin importar tu tamaño,
que aunque seas pequeñita
eres grande en el amparo
que repartes a los hijos
que sueñan bajo tu manto.
Yo quisiera coronarte
todos los días del año,
con rotundidad lo digo,
en voz alta lo proclamo,
porque, Madre, aquí confieso
lo mucho que yo te amo,
Virgen Sagrada María
que en el pueblo sevillano
siempre serás la Cabeza
para esa fe que buscamos
cuando en San Juan de la Palma
a tus plantas nos postramos.
III. Tu campana nos convoca
Surcando los mares de la existencia, mi alma navega entre las olas que la conducen sosegadamente hasta el puerto de esos ojos –los tuyos– en los que resplandece la veneración imperecedera hacia tu dulzura maternal, Virgen chiquita de la Cabeza. Te contemplo, y a la mente se me viene la estampa de aquel paso tan sencillo y modesto en el que procesionabas la primera vez que te vi, con respiraderos de malla y escasa orfebrería, pero sintiéndose la inquebrantable fuerza de las Glorias, la que nunca se agota y la que ha dado el aliento necesario a tu Hermandad para seguir engrandeciendo en la urbe hispalense tu andaluza devoción.
En torno a Ti jamás han faltado solícitos cofrades que sabían que en esta tierra sevillana que se confiesa Mariana hasta en su escudo, tu presencia no podía faltar, como tampoco podía ausentarse el nombre de Sevilla de la que se sabe con certeza, al haber constancia de ello, que es la romería más antigua de nuestro país, y cuales peregrinos acudimos ante tu imagen para rogarte que siempre seas la luz que brilla en el horizonte de nuestros días.
Tú eres, Señora, el mástil en el que hondea la bandera de nuestra fe y el camino que marca el rumbo que nos conduce a la celestial meta en la que te encontraremos para recibir todo el calor de tu cariño sin límites.
Cuando nuestros dedos se resbalan por las cuentas del rosario, tras rezar y meditar ante los cinco misterios correspondientes a la jornada, el cristiano proclama el mejor pregón que se te puede recitar, como son las letanías, y entre ellas hay una que me hace pensar en uno de los símbolos que te identifican como Madre de Aquél que es Cabeza de nuestro credo. Al escuchar la plegaria en la que se te define como “Torre de Marfil”, haciéndose referencia a tu belleza femenina según lo proclama el Cantar de los Cantares, mi memoria recuerda la campanita que pende de la ráfaga que rodea tu perfil como ascua tremenda de fuego plateado, y se imagina el repique incesante de aquélla, rompiendo el silencio habitante en la atmósfera que nos envuelve con sus fuertes brazos para poder descubrir la grandeza de tu sonrisa.
En los templos, el badajo golpea el metal para que la resonancia que produce su impacto nos cite a todos para compartir el pan que se reparte en el banquete divino de la Eucaristía, pero en otras ocasiones, su sonora cadencia nos invita a contemplarte sabiendo que Tú fuiste la elegida por Dios para que tu vientre fuese la cuna primera que meciese la misericordia infinita de Cristo.
Bajan los ángeles del cielo para ejercer de campaneros de tu gracia, y de ese modo citarán a todas aquellas personas que hallan en ti las respuestas a sus preguntas, la calma ante sus miedos, la fuerza ante la debilidad, la ilusión ante la desesperanza y, sobre todo, la gloria que repartes a manos llenas para colmar la felicidad que se siente al tenerte tan cerca de nosotros.
Cuando nace un nuevo día
al despuntar la mañana,
una afable angelería
hará sonar tu campana
con repiques de alegría.
Engarzada al resplandor
que circunda tu figura,
su sonido evocador
va anunciado esa dulzura
que desprende tu calor.
Eres alto campanario
que en mil volteos convoca
a ese amor extraordinario
que constantemente invoca
al Señor en el sagrario.
Quiero ser el campanero
que tirase de esa cuerda
que, con cariño y esmero,
a todo el pueblo recuerda
el sentir más verdadero.
Quiero ser ese devoto
que proclame ante la gente
la verdad más transparente
de un corazón nunca roto
por el frío o el relente.
Qué gozo de tintineo
esa voz de tu campana
de gracia iliturgitana,
qué glorioso jubileo
en la urbe sevillana.
Reina de Sierra Morena
que llegaste hasta Sevilla
con el repique que suena
mientras el alma se llena
con la luz que de Ti brilla.
¡Ay!, Virgen de la Cabeza,
sé Tú siempre la espadaña
que pregone la grandeza,
en estas tierras de España,
de la fe de quien te reza.
IV. Diálogo entre el dolor y la gloria
En multitud de ocasiones se afirma que el sevillano se caracteriza porque sabe adaptar su ánimo y su entusiasmo según el momento en el que se encuentre o en el que se quiera hallar. En la Semana Santa, el alma cruza desde la acera de las emociones y el júbilo desbordado de muchas de nuestras cofradías a la que está al otro lado de la calle, donde se contempla el silencio y la sobriedad que marca con su sello personal e intransferible a otras corporaciones. Sevilla pasa, incluso, de la luz, la cera y las saetas de sus días penitenciales al canto, los faralaes y los trajes de luces que reverberan su claridad en soleadas tardes sobre el albero de la Maestranza. Y perfectamente sabe honrar la memoria de sus difuntos en el mes de noviembre para luego desbordar de luminosidad la metrópoli en diciembre desde la noche mágica de las tunas a los pies de la Inmaculada hasta la Epifanía, justo cuando suben las primeras nubes de incienso ante Jesús del Gran Poder durante la celebración de su Función Principal de Instituto.
Por lo que se acaba de ejemplificar, pareciera ser que es el calendario quien marca solamente estas situaciones, pero, como manifestábamos antes, cada uno también puede elegir el instante en el que hasta sienta una dualidad de sensaciones, tal y como le ocurre a este pregonero cuando en el arrabal que fuera guarda y collación de esta ciudad eterna mira fijamente a los ojos de su Divina Pastora, sabiendo que ve en ellos también los de esa Reina, Madre y Capitana que es la Esperanza de Triana, porque es precisamente en esos manantiales virginales donde su ser se purifica, navegando en ellos el norte que guía su vida entera.
Muchos son los cofrades que mezclan en su devoción el más hondo fervor hacia la Santísima Virgen como mujer sumida en los dolores que le causan esos siete puñales que le atravesaron el corazón, o como niña preciosa que porta en sus brazos a ese tierno Infante que jamás deja de bendecir con su diestra a los cristianos.
La calle Feria es, pues, una verdadera muestra de todo lo expuesto. En Omnium Sanctorum, la Reina de Todos los Santos será, además de Madre del Amor Universal, Medianera de toda la Gracia y el Amparo que se derrama a borbotones ante el escapulario del Carmen; y en las inmediaciones de la muralla, la Esperanza no será simplemente lágrima que brota por la pasión encendida del sentimiento más certero, sino que también será serenidad ante los misterios del Santo Rosario.
Y completando el triunvirato, esta Iglesia de San Juan de la Palma. Simplemente, bajando desde la Encarnación por Regina –marianismo rotundo hasta en la nomenclatura del callejero hispalense–, se llega a la plaza donde en la misma pared del templo aparece retratada hasta tres veces la Virgen, mostrándose como Madre apesadumbrada en la calle de la Amargura, como Reina moguereña de Montemayor y como Emperatriz sublime del Cerro del Cabezo.
Cae la tarde de un sábado cualquiera, mientras prenden los pabilos que habrán de encender las hachetas que integrarán el íntimo y breve cortejo de hermanos que, a los pies del presbiterio, cantan la salve solemne a la vulnerada corredentora que se ahoga en el sufrimiento más amargo del mundo.
La voz del viejo sacristán desveló una vez el secreto de por qué a pesar del profundo dolor de la Virgen de la Amargura, sus manos transmiten tanto sosiego, su mirada tanta quietud, y su rostro tanta hermosura. Todo aconteció a puerta cerrada, cuando el blanco fulgor de la luna besa las vidrieras en la oscuridad, y la llama ubicada a los pies de Jesús en su Silencio es la única que permanece despierta para velar al Santísimo Sacramento.
Cuando en San Juan de la Palma
cubre la noche al Sagrario,
hay quien dice que a diario
queda estremecida el alma.
El buen discípulo amado
custodiará el camarín
al descender al jardín
la flor de amor marchitado.
Baja también de su altar
esa rosa pequeñita
que con bondad infinita
al llanto va a consolar.
Frente a frente están las dos
–el dolor ante la gloria–
proclamando la memoria
que son la Madre de Dios.
Todo el recinto es testigo
del diálogo sagrado
que en el templo ha entablado
la misma Reina consigo.
-No maltrates tu dulzura
con lágrimas y con pena,
que no conozco azucena
que se quiebre en la Amargura.
-Pues dame Tú, Morenita,
la alegría de tu paz,
porque Yo no soy capaz
de alcanzar tu luz bendita.
-Ve dejando de llorar,
que cese tu sufrimiento,
que a partir de este momento
tu angustia va a terminar.
-Quiero confiar en Ti,
aunque el amor me declara
que el pueblo me llama Mara
y nunca jamás Noemí.
-No cuestiones tu belleza,
Señora de la Amargura,
que Tú eres toda pura
de los pies a la Cabeza.
-Me estoy sintiendo halagada
con todo lo que me dices,
pues resaltas los matices
de mi fuente inmaculada.
-Sólo digo la verdad,
así que suelta el pañuelo
y resalte bajo el cielo
tu rostro de majestad.
-Que mi corazón se abra
con el roce de tu brisa
y me inunde tu sonrisa
al cumplirse tu palabra.
Dicen que hablaron bastante
la Amargura y la Cabeza,
brotando al fin la tibieza
en el lloroso semblante
de esa Virgen nazarena
que atrás dejó su dolor
al descubrir el candor
de la gloria que la llena.
V. Peregrinando a tus plantas
Todos los años, cuando el mes de abril se aproxima parsimoniosamente a su culmen, recién nacida la pascua que trae hasta nosotros una nueva vida con aromas de primavera que nunca fenece, allá por Sierra Morena brota una anhelante expectación ante los grandes días que se avecinan. Andújar se abrirá de capa para recibir con un fraternal abrazo a tantos y tantos peregrinos que llegarán con la ferviente esperanza de dedicar una humilde oración a la Santísima Virgen de la Cabeza.
Durante la semana que precede a ese último domingo abrileño, la romería se presiente en todas las casas del pueblo, en todas sus calles y en todos sus rincones. Se engalanan las fachadas colgándose mantones en los balcones y colocando en ellos abundantes macetas floridas con las que se respira el olor de Andalucía –¡ay, Dios mío, qué orgullo ser de esta tierra!–, mientras los abanderados hondean en el aire por el que fluye la música sus banderas yendo de parroquia en parroquia.
Y llegará la tarde del jueves anterior a la apoteosis, y toda Andújar se hace campo, prado, bosque ante la ofrenda floral en honor de la Reina celestial, enronqueciéndose las gargantas con los más sonoros vivas que proclaman la más auténtica gloria iliturgitana, sintiendo entonces los habitantes del municipio que el cielo ha bajado hasta la tierra, sobre todo cuando lleguen el viernes las cofradías filiales, que serán recibidas y agasajadas por la Hermandad Matriz para luego trasladarse hasta el Ayuntamiento… Y allí estará Sevilla, pregonando su NO8DO fernandino ante aquellos vecinos que saben que el Santo Rey de Castilla fue el mismo que cristianizó ambas localidades. Un año más, la romería ha comenzado.
¡Despertad temprano, peregrinos, que amanece el sábado y hay que iniciar el camino! Los cohetes anuncian la fiesta, y toda la comitiva se dirige hacia la pequeña Ermita de San Ginés, donde se efectúa la primera parada para descansar, a la vez que los labios van musitando impacientemente la plegaria de la Señora: “Morenita y pequeñita, / lo mismo que una aceituna, / una aceituna bendita, / Morena de luz de luna, / Meta de jiennense anhelo”. Pero el alma quiere ver a la Madre de Dios, y prosigue su andar por la carretera de la Virgen para desembocar a la dehesa del Lugar Nuevo y refrescarse con las aguas del río Jándula, y otra vez, el corazón estalla ante el gozo contenido por verla a Ella: “bronce de carne divina, / escultura en barro santo, / un chocolatín del cielo / envuelto por la platina / del orillo de su manto”. Hay que continuar avanzando por el sendero de los sueños, es duro y angosto el trayecto pero gratificante el esfuerzo de recorrerlo con tal de arribar a las plantas de la Virgen de la Cabeza, y por el camino del Membrillejo se hace el tramo que conduce por fin al Santuario, donde todas las Hermandades rinden pleitesía a la que les da el sentido de su fe, mientras la sangre que bombea el sentimiento en mil latidos susurra: “Es la Ermita / reja que su marco aroma / entre jaras de la sierra / una cita, / colgada entre cielo y tierra”.
Momentos íntimos para la oración ante la que infunde clemencia a los cristianos, instantes de reflexión, llanto contenido para dar gracias por volver a estar ante su presencia un año más. Piedad pide el peregrino ante Ella para que le absuelva de esa mancha que ensucia su espíritu como es el pecado, noche de insomnio por parte de aquellos que no quieren dejar de acompañarla hasta que alboree la aurora por los confines del cielo. Tiemblan las ocho columnas salomónicas que sustentan el templete de las andas en las que será ubicada la Virgen por la mañana una vez finalice el santo sacrificio de la misa, a la par que las tres campanas de la espadaña se hallan inquietas ante el gozo que ya se acerca y que ellas anunciarán con la alegría de esa resonancia aún enmudecida hasta que el reloj indique la hora del Ángelus.
Baña el sol con su luz ese cerro rebosante de fieles que acuden a su encuentro con la Virgen de la Cabeza. Pasan los segundos como si de minutos se tratasen, la Palabra de Dios desborda con su Sabiduría al pueblo allí congregado, el Cuerpo de Cristo sana las flaquezas que surcan el fango en el que muchas veces se hunde el hombre, y por fin, las doce del mediodía, la Señora traspasa el umbral del templo, y la emoción se hace flor que nace del suelo que Ella pisa.
Cuando sales de tu Ermita
esa mañana pascual,
tu consuelo maternal
a todos tus hijos cita
para mirar tu carita
y rezarte con entrega,
porque el amor no se ciega
al demostrar con ternura
la inextinguible dulzura
que sobre tu ser navega.
Vas bendiciendo la tierra
del lugar donde Tú habitas
con las paces infinitas
que dieron fin a la guerra
en la zona de tu sierra,
y por eso a Ti, Señora,
el pueblo entero te implora
en tu antigua romería
que llenes a Andalucía
con tu gracia salvadora.
Escucha nuestro cantar
en forma de pasodoble,
pues es la letra más noble
que Andújar puede entonar
y Sevilla interpretar,
por eso, Madre, te ruego
que nunca se apague el fuego
que arde en el corazón
al sentir la compasión
que da al alma su sosiego.
Quédate con la plegaria
que te ofrezco con firmeza,
mi Virgen de la Cabeza,
pues tu gloria legendaria
y tu historia centenaria
me guiaron el camino
de tu cariño divino,
confesando en este día
que a tus plantas, Madre mía,
yo quiero ser peregrino.
VI. Canto de juventud
Como si fuera mes de mayo, hoy vengo con flores para Ti, Virgen María, porque Madre nuestra eres, y quiero que cada una de mis palabras, de mis pensamientos, de mis rimas y de mis sueños sean ramos que deposite este joven a los pies del altar en el que aguardas la oración y la súplica de tus hijos.
Al saber la noticia de que esta noche tendría la oportunidad de acompañarte para conmemorar el setentainueve aniversario fundacional de tu Real Cofradía Sevillana, este pregonero fue oportunamente informado de que se convertía en el de mayor lozanía a la hora de cantar y exaltar tus grandezas, lo que provocó en su sentimiento que se viese con una responsabilidad mayor aún a la hora de emprender este honroso cometido.
Viene a tu presencia un joven cofrade que no sólo se ha formado en las Hermandades de Penitencia, puesto que derrochó también su niñez y su adolescencia en las de Gloria, por eso Madre mía acepté cumplir con este encargo que me llegaba de tu mano, porque en las corporaciones letíficas nos enseñan desde pequeños a quererlas a todas, a respetarlas, y sobre todo a defenderlas. Lo digo con honda satisfacción: soy cofrade de las Glorias de Sevilla, y mi amor entero te lo entrego esta noche a Ti, Virgencita morenita y pequeñita de la Cabeza.
¡Cuántos años a tu lado durante el discurrir de tu procesión! ¡Cuántas visitas a este templo, sabiendo que en él no sólo reside la Amargura, sino también Montemayor y tu Hermandad! ¡Cuánta alegría he sentido al ver pasar por la puerta ojival de esta iglesia a otras hermandades, y poder apreciar que éstas son recibidas siempre por tres estandartes!
Te conozco, Señora, y Tú me conoces a mí, por eso has querido, quizás, que este que habla sea a partir de este momento juglar que proclame en voz alta y resonante tu alabanza, porque sabes que este joven no es solamente pregonero en los atriles, sino que lo es en su vida diaria, reconociéndose cristiano sin importarle nunca el lugar en el que se encuentre, ni sentirse intimidado por hallarse ante sujetos que piensan que la fe es un ente abstracto que carece de valor y significado en esta sociedad materialista y consumista que quiere ser dominada por el egoísmo y las prisas.
Hace escasas fechas, me regalaste el privilegio de saber que he compartido años de estudios, facultad e inquietudes universitarias con un compañero que en las aulas demostraba no tener miedo, tal y como alentaba Juan Pablo II a la juventud, proclamando su amor a Dios y su entrega hacia los demás dentro y fuera de las aulas. En el futuro será un comprometido sacerdote, y no existe mayor complacencia en mi persona que verle feliz por querer hacer el bien y sentirse útil tanto entre aquellos que creen en la única Verdad que existe como entre quienes dudan de ella.
“Ayúdanos para ser fieles a tu Hijo, testigos de su Evangelio y samaritanos del amor que nos mandó como hermanos, sobre todo, para los más necesitados”, tal y como reza en la oración de tu año jubilar, y que los más zagales hacemos nuestra para honrar las Glorias de nuestra ciudad.
En San Juan de la Palma Tú resides
recibiendo el amor de tus devotos,
y desde viejos tiempos muy remotos
tus hijos siempre piden que los cuides.
Eres, Madre, modelo al que imitar,
ejemplo de aquel joven que te quiere
y que al sentir tu amparo nunca muere,
mirándote a los ojos al rezar.
Virgen de la Cabeza morenita,
por los cuatro costados andaluza,
tu antigua devoción la historia cruza
con esperanza noble e infinita.
Desbórdanos de paz con tu sonrisa,
aléjanos los odios más mundanos,
guíanos el camino con tus manos,
y ofrécenos el soplo de tu brisa.
Señora de la vida y la ternura,
dale a la juventud todo el consuelo
que inunda los confines de tu cielo,
borrando con tu luz la pena oscura.
Reina de la alegría primorosa,
orgullo de la fe en Sierra Morena,
flor del campo que huele a hierbabuena
y caudal de esa gracia tan dichosa.
Emperatriz del Sol que nos calienta,
Princesa de la Luna refulgente,
lucero en una noche de relente,
en tu figura el alma se sustenta.
Hoy mi voz ante Ti se te arrodilla
tomando con sus versos tu estandarte,
porque a tu altar llegó para cantarte
un joven de las Glorias de Sevilla.
VII. Cuando llega octubre a Sevilla
Los amarillentos resplandores del otoño recién estrenado acarician con sus dedos los perfiles de la vieja plaza. Octubre se paladea en las papilas del sentimiento mientras siguen desprendiéndose las hojas del calendario, marcándose así el pulso de la vida. El tenebroso chirriar de las puertas del recinto sagrado hace que se expulse desde el interior la frescura amable que revolotea bajo las bóvedas de la iglesia. De repente, el estruendo de un platillo rompe el conmovedor silencio que habitaba en el ambiente, y una música que mezcla en los pentagramas de su partitura la austeridad, el gozo, la elegancia y la sevillanía invade con sus sones el recogimiento propio del momento. Otra vez se produce un mudo diálogo entre el dolor y la gloria, porque todo lo dirán las miradas que se entrecruzan: una hacia abajo, como queriendo abstraerse de cuanto le rodea, y otra hacia lo alto, como anhelando vislumbrar el regocijo de una sonrisa escondida.
La ráfaga de la Virgen rozará el dintel del templo, y la Banda de la Cruz Roja la recibe con el himno propio de su dignidad y su autoridad, y mientras que a escasos metros, por San Martín, la Esperanza reparte con su belleza la medicinal bondad que la convierte en Enfermera Divina del espíritu, la Gloria que hermana a Sevilla con Andújar se aproxima a la angosta y desconchada calle Amparo, y ante la fachada del antiguo Hospital de los Viejos se detiene para sentir el sevillanismo más auténtico que brota a raudales de la celestial prestancia de la primitiva Pastora de todo el orbe católico.
Al relucir su fulgor,
aquella Reina y Señora
que en Sevilla fue Pastora
se convirtió en tierna flor
cuyo aroma embriagador
siempre abrió con luz galana
de par en par su ventana,
y al contemplar su realeza,
la Virgen de la Cabeza
ya se sintió sevillana.
Y al sentirse sevillana, la Madre de Dios se adentrará en los estrechos vericuetos de las callejas de la feligresía para hacer, como cada año, un recorrido netamente conventual, gozando nuestro ser con la suave melodía de esas voces que cantan el “Ave María” con la íntegra serenidad de las almas más limpias.
La Virgen de la Cabeza
viene escuchando en silencio
la oración de las monjitas
que habitan en los conventos.
Cuando llega el mes de octubre,
va regalando sus besos
esta Señora divina,
y al corazón deja preso
con el calor de unas manos
que cuidan a todo el pueblo
de la tierra sevillana,
mientras escucha los rezos
de aquellas tiernas hermanas
que acarician nuestro cielo
en el viejo Pozo Santo
al recibir el consuelo
de esta Reina Soberana,
y el cariño más sincero
de aquellas monjas que velan
el inmaculado sueño
de la Madre del Señor
se posará en dulce vuelo
ante sus plantas benditas
desbordando el sentimiento.
La Virgen de la Cabeza
pasa escuchando en silencio
la oración de las monjitas
que habitan en los conventos.
Se acerca a la calle Dueñas
con paso firme y sereno,
y en el Espíritu Santo
Ella bendice de nuevo
a aquellas Comendadoras
que con entrega y esfuerzo
hospitalidad reparten
con el sentido más tierno,
y su dulzura la ofrecen
ante aquellos ojos negros
que a través de una mirada
hacen grande lo pequeño,
hacen fácil lo difícil,
hacen siempre verdadero
ese amor tan maternal
que está vivo, nunca muerto,
y a las puertas de esa casa
se repite ese momento
en el que aquellas hermanas
sienten la paz y el contento.
La Virgen de la Cabeza
sigue escuchando en silencio
la oración de las monjitas
que habitan en los conventos.
Va caminando despacio
por este pulcro sendero
esta hermosa Morenita
que otra vez vive el reencuentro
con la noble santidad
que se esconde en ese cuerpo
de aquella santa ejemplar
que a los pobres dejó llenos
de espiritual riqueza,
y que atendió a los enfermos
para curar sus heridas
con su más preclaro gesto,
que Sor Ángela sonríe
ante la Madre del Verbo
encarnado en la pureza
más digna del universo,
porque María fue siempre
ese cristalino espejo
donde poder descubrir
el modelo más perfecto.
La Virgen de la Cabeza
pasó escuchando en silencio
la oración de las monjitas
que habitan en los conventos.
En torno a tus andas procesionales, Santa María, nadie falta a tu cita, como desde el año pasado acude aquella muchacha que, por haberte tenido en su casa, sintió que te introdujiste de lleno en su corazón, y que con la mayor de las admiraciones y el respeto más grande quiso devolverte ante tus hijos con todo el luminoso esplendor con el que fuiste concebida como Madre del Verbo encarnado.
Tanto es el bien y la satisfacción que se te agradece que incluso un Hermano Mayor, a la entrada de la cofradía, y para despedirse del cargo, conmovido ante tanta devoción, te rezó su mejor jaculatoria al desprenderse de la vara dorada para colocarse su costal y abrazarse a esa trabajadera con la que hizo, asido de tu mano, la más memorable “chicotá” que pudisteis dedicar los dos a toda la Hermandad.
A partir de hoy, este pregonero que te canta con la florecida humildad que se escapa de sus labios sabe que jamás habrá de faltar a tu procesión. Nunca ha estado ausente de ella, pero desde este momento es consciente del compromiso que adquiere Contigo.
Nunca he faltado a tu cita
ni nunca jamás lo haré,
porque en ella, Morenita,
sé que siempre encontraré
la fe que ante Ti se agita.
Mira bien, Reina y Señora,
la honradez de mi alabanza,
pues mi sentir atesora
esa dulce confianza
que a toda el alma afervora.
Esa luz de tu Cabeza
me confirma la pureza
habitante en tu interior,
mostrando delicadeza
al renacer nuestro amor.
Nunca faltaré a tu encuentro
con la gente a la que quieres,
la que te lleva tan dentro,
porque siente que Tú eres
de toda su vida el centro.
Toma, Madre, las verdades
de este corazón sincero
que corre aprisa y ligero
para que siempre te apiades
de este pobre pregonero.
VIII. Plegaria de despedida
Cae la noche como un yunque de plomo sobre el alma de la ciudad, mientras don Carnal le cede su sitio a doña Cuaresma aunque el Arcipreste de Hita nos narrase el combate disputado entre los dos en su Libro de buen amor de otra manera. El frío trae consigo los repelucos propios de febrero, mes en cuyo octavo día la Real Cofradía Sevillana de Nuestra Señora de la Cabeza cumplía setentainueve años de existencia, por eso hoy Ella nos ha convocado aquí, con la ceniza aún latente mediante la señal de la Cruz en nuestra frente desde hace tres atardeceres. Llega un tiempo de reflexión y de meditación, y la Pasión de Cristo comienza a presentirse en la nerviosera de este pueblo enfervorizado. Sin embargo, los cofrades de las Glorias gozamos también este tiempo sabiendo que con la Aurora de la Resurrección resplandecerá siempre la Esperanza que colma al espíritu de alegría primaveral.
Se apaga la voz que proclama este canto a la Madre de Dios, cual codal que yace en el guardabrisa al consumarse definitivamente esa cera que se ha rendido ante la mirada de la Señora. Cuando queramos darnos cuenta, despertaremos de este letargo invernal, y ese simpecado que grita el nombre de Sevilla rendirá sus honores ante la Reina en Andújar, o habrán de pellizcarnos en la piel aterciopelada que envuelve al corazón para ver que es verdad que otro octubre más, la Virgen recorre la vieja calle Anchalaferia para reconocerse sevillana a sí misma.
Virgen morena de la Cabeza, pequeñita para caber sobradamente en el relicario de nuestro pecho, aunque éste se convierte en esbelto y magnífico altar para honrarte y venerarte con la grandeza que atesoras en tu interior, y ahí descubro, Madre, toda la Salud que nos aportas para disfrutar de toda la pureza de la vida, identificada con la blancura de las Nieves que cubren las sierras andaluzas, por eso no te desprendas jamás de ese báculo con el que guías como Divina Pastora a todos los devotos que siguen tus huellas desde que te encontrase precisamente un pastor mientras apacentaba a sus ovejas, pero sobre todo, Santa María, no nos abandones nunca en este caótico laberinto de nuestra sociedad, porque Tú, y solamente Tú, eres la Esperanza que no podemos perder.
Cómo se llena el pregonero con esta palabra, dentro de la cual está la paz, porque según diría el poeta Antonio Murciano, “tres letras son y están en la esperanza”, porque aquélla nunca camina por la senda del bien y la concordia si no es a la vera de la Esperanza, la misma que invade amorosamente mi ser entre Triana y la Trinidad.
Paradojas de la vida, el destino me ha traído hasta tu divina presencia porque soy trinitario, tal y como lo es la orden que cuida y mantiene tu Santuario en Sierra Morena, aunque quizás mis abuelos hayan influido también desde el habitáculo celeste en el que se hallan desde hace años, porque ambos escuchan este pregón desde su nebuloso palco con orgullo porque ven que su nieto no se olvida de que ellos sirvieron a nuestra Patria integrando las filas de la Guardia Civil.
Es la hora oportuna para que arríen los zancos de mi oración tras el último golpe de llamador, por eso, Virgen de la Cabeza, el río de mis versos desemboca en el océano inmenso de tu devoción indiscutible e incuestionable, y mi sentir trinitario lo deposito en tu peana, sabiendo que será junto a tus prendas donde algún día tendré mi morada, pudiendo dormir en la cuna de tus brazos con toda apacibilidad, al poder permanecer tranquilo porque Tú me acogerás en el refugio de tu regazo sin que tenga nada que temer en absoluto.
Déjame que yo te ofrezca
mi corazón trinitario,
y se quede para siempre
bajo el calor de tu manto,
porque sé que de esta forma
permanecerá soñando
con la devoción bendita
de un fervor inusitado
que con amor se refleja
bajo un cielo sevillano
que al gozar de tu dulzura
se siente iliturgitano.
Permíteme que te entregue
mi corazón trinitario
cuando en San Juan de la Palma
te encuentras en besamano,
y disfrutar de esa fe
que día a día vas dando
a la gente que te quiere,
quedando así reflejado
el más profundo sentir
de este pueblo soberano
que descubre en Ti un cariño
que al mundo deja mimado.
Acepta que yo te muestre
mi corazón trinitario
como gesto de humildad
de los versos de mi canto,
pues mi sentimiento anhela
poder quedarse prendado
al hallar todo el consuelo
que alivia penas y llantos,
porque Tú serás sin duda
el gratificante bálsamo
que sane siempre mi espíritu
malherido y lacerado.
Recibe sin escisiones
mi corazón trinitario,
acúnalo plácidamente
en la gloria de tus brazos,
Señora de la Cabeza,
quedando ante Ti prendado
con la serena bondad
que descansa en esos labios
donde habita la Esperanza
que me deja enamorado
al respirar los perfumes
desprendidos por tu encanto.
Aquí deposito, al fin,
mi corazón trinitario,
protégelo para siempre,
te lo dejo confiado,
pues no habrá un lugar mejor
que el de quedarse a tu lado,
Morenita y Pequeñita,
y mis palabras acabo
confesando en tu presencia
que mi vida la has marcado
con este pregón bendito
que ante Ti he proclamado.
Pregón "De la Campana a la Feria"
Sábado 21 de abril de 2012
Caseta "De la Campana a la Feria"
Pascual Márquez nº 199
Juan Manuel Labrador pronunciando el pregón en presencia del presidente de la caseta, Antonio J. Dubé de Luque, y del tesorero de la misma, Antonio Muñoz Castro.
I. De la Campana a la Feria
Envuelve la noche al cielo cuando acaba de pasar, por delante de nuestras sillas, la Soledad al pie de una cruz vacía, cruz de la que pende un sudario y en la que ya solamente se apoyan dos escaleras… El Delegado del Sábado Santo de la Junta Superior del Consejo General de Hermandades y Cofradías acaba de anotar la hora en la que el fiscal de paso se ha acercado al palquillo de la plaza de la Campana, deteniendo delante de éste las andas procesionales de la Señora de San Lorenzo, cuyo compungido pero resignado y suave rostro es iluminado por la perfecta llamarada de su poderosa candelería.
Como diría Carlos Colón, “Una pena no adulta nos invade al atravesar la ciudad de vuelta a casa, pisando cera sobre la que ya no caerá otra cera. Y nos desborda cuando llegamos y vemos los programas de cada día, doblados y gastados (…)”. Este cofrade que les habla apura su Semana Santa al máximo, por eso, aunque ésta la cierre en la carrera oficial la dolorosa más antigua que sale a las calles en los días sacros, trata de no perder nunca la Esperanza, y con Ella va cuando se inicia la madrugada del tiempo pascual hasta esa basílica donde sentirá, además, que esa Esperanza es un signo auténtico y certero del Auxilio de María… Y cuando repican las dos en la alta torre que en siglos pasados contemplaba de cerca la derruida Puerta del Sol, sabe que Cristo resucita en nuestros sentimientos más profundos.
Al llegar las siete y media de la recién estrenada mañana de domingo, las sillas de la Campana estarán ya apiladas unas encima de otras, tan sólo permanece el palquillo del Consejo, y la nostalgia, al fin, comienza a invadirnos cuando vemos que la Aurora amanece con su sonrisa sobre nuestras almas cansadas de toda una semana de emociones y de pasiones.
Volvemos a nuestra rutina cotidiana, y los abonados de la Campana, o de la Avenida, o de los Palcos, o de Sierpes –que es mi caso– somos conscientes de que, otra vez, hasta el año que viene, nuestros vecinos serán los de la casa de al lado o de enfrente, y no los que se sientan con nosotros en las sillas, con los que durante siete largos días se comparten tertulias, cafés, pastelitos, cascos para escuchar las retransmisiones radiofónicas, bocadillos o incluso alguna cerveza cuando se hace una escapada, entre paso y paso, al bar más cercano a la zona del abono.
Sin embargo hay en Sevilla un grupo de cofrades que fueron conscientes de que su Semana Santa particular podía dar, no obstante, la chicotá más larga que jamás se haya producido antes, casi como si fuese una zancada del Señor del Gran Poder, y quitan de las manos de sus hijos las bolas de cera para darles los farolillos con los que habrán de engalanar una caseta ubicada en la calle Pascual Márquez, dentro del recinto ferial.
Pasó la Semana Santa,
y brillando como un ascua
ha regresado la pascua,
que así Sevilla lo canta
al brotar de su garganta
la sevillana sonora
con la que ya conmemora
que acabaron las saetas,
renaciendo en las casetas
esa vida soñadora.
“De la Campana a la Feria”
sólo median dos semanas,
y aún nos quedan más ganas,
en espíritu y materia,
de sentir por cada arteria
las pasiones y alegrías
que desbordan nuestros días
con el mayor alborozo,
porque siempre será un gozo
el hablar de cofradías.
II. Inicio de la víspera más larga en el real
Sr. Presidente de la Peña “De la Campana a la Feria”,
Sres. Miembros de su Junta Directiva,
Sres. Socios de esta caseta,
feriantes todos que no dejáis nunca de ser cofrades,
señoras y señores.
Caminamos por las calles de la antigua y vetusta urbe, y parece que aún no queremos despertar del sueño en el que se sumerge cada primavera esta ciudad encantada por la gracia. Vamos paseando por ella y somos incapaces de no mirar al suelo para buscar las marcas que la cera ardiente de los nazarenos dejó para guiar nuestra ilusión al puerto donde resplandece la luz propia del faro de la Esperanza.
Entramos en los templos, y en muchos vemos los pasos agotados, con sus flores rendidas, los guardabrisas manchados, las velas rizadas quemadas, los ángeles dormidos y con sus alas plegadas, los varales asfixiados, los faroles con su luz ya ahogada, el llamador ronco… y hasta nos da la sensación de que nuestras imágenes todavía no han descansado después de la estación de penitencia. En otras iglesias, quizás, haya pasos que se hallen medio desmontados y sus titulares se ubican de nuevo en sus altares de culto diario. Pero en otras nos invadirá hasta tal extremo la tristeza que accedes a ellas y parece que la Semana Santa ni tan siquiera ha existido. Así es el cofrade, un ser que vive en esa víspera constante que dura doce meses…
Sin embargo, y a pesar de todo ello, se siente un ambiente distinto, como si soplase otro tipo de brisa que acaricie nuestros sentires. Suenan clarines y ovaciones que agitan las aguas del Guadalquivir desde la Maestranza, allá donde el Faraón de Camas detiene el tiempo con su inmortalidad, porque sabe que a las espaldas del coso duerme Cristo al reposar eternamente sobre el regazo de la Piedad del Baratillo. Y sí, es verdad, somos tan intensos que procuramos entrar en la capilla de la calle Adriano antes de acudir a la corrida de la tarde, no vaya a ser que cuando culmine el festejo ya esté cerrada y no podamos comprobar si sus pasos siguen aún montados, anhelando ser recibidos por la Virgen de la Caridad en su palio. Somos así, tal como somos… Y así nos entendió el querido y recordado padre Javierre cuando empezó a querer a Sevilla porque aprendió a amarla.
En estos días volveremos a ver la tradicional viñeta de Calderón en las páginas de ABC, y el ingenio de su pluma reflejará, cual acostumbrada rutina, al sevillano que se despoja de su túnica nazarena, dejándola colgada en la percha, mientras termina de ajustarse la chaquetilla del traje de corto a la par que ya luce sobre su cabeza el sombrero de ala ancha.
Ha llegado la hora, y tras la Semana Santa nos vamos a la Feria, para así reencontrarnos con el tiempo cabal de esa alegría que tanto nos invade, alegría por sentirnos y sabernos sevillanos, el mejor regalo que nos hizo Dios; alegría por gritarle al mundo nuestra manera de vivir cantando y bailando por sevillanas; alegría porque Cristo ha resucitado y la Esperanza sigue marcando el pulso nuestras horas.
“De la Campana a la Feria”,
vamos todos al real,
porque junto a Los Remedios
toda Sevilla estará,
en ese espacio concreto
donde el tiempo pasará
sin que las horas nos pesen,
pues la vida brotará
entre caseta y caseta,
ya que éste es el lugar
donde estalla la alegría
con total sinceridad.
Venid, venid todos juntos,
porque vamos a empezar
esta gran celebración,
tocad las palmas, cantad,
cogeros vuestra pareja
y poneros a bailar,
que Sevilla por montera
a este mundo se pondrá,
pues la Feria no es un sueño
sino una realidad,
algo tan puro y auténtico
que nos llena de verdad.
Toma el coche de caballos
que nos vamos a montar,
que bajo el sol de la tarde
habremos de pasear,
y no te olvides tu copa
para poder disfrutar
de esa mezcla sevillana
–manzanilla y “seven up”–
que origina un rebujito
cuyo sabor saciará
esta sed que nos invade
cuando hablamos sin parar.
Venid, venid todos juntos,
porque vamos a gozar
de estos días entrañables
en el recinto ferial,
viviéndose unos momentos
que nunca se olvidarán,
anecdóticos instantes
imposibles de borrar
de la memoria y del alma,
recuerdos que habitarán
al calor de un corazón
que no morirá jamás.
Pasemos por Pascual Márquez,
pues hemos de visitar
el ciento noventainueve,
donde vamos a encontrar
a una gente muy cofrade
para poder conversar
sobre la Semana Santa
que ya se ha quedado atrás,
y aunque estemos en la Feria
nunca dejamos de hablar
ni de pasos, ni de horarios,
ni de temas de hermandad.
Venid, venid todos juntos,
acercaros al real
cuando al fin la primavera
esquive la tempestad
y florecida se halle,
porque fiel a su lealtad
a esta honda tradición,
Sevilla entera vendrá
a disfrutar de la vida,
ya que la Feria será,
por los siglos de los siglos,
la fiesta de la amistad.
III. La portada
Dentro de pocas horas, todo este recinto de Los Remedios se convertirá en una luminosa ciudad artificial donde Sevilla vendrá a buscar una de las esencias que la definen, como es la de la gracia de su alegría.
Por más que pasen los años por el discurrir de nuestra propia existencia, la sevillana Feria abrileña se caracteriza por poseer el don precioso de rejuvenecer nuestro espíritu, y acudimos a ella con la misma ilusión y con las mismas ganas de disfrutar de la vida que el Gran Poder infinito de Dios nos regaló al nacer. Como siempre marcan las pautas del tiempo, venimos primero de la mano de nuestros padres esperando ser llevados a la calle del Infierno para tomar luego en el real un buen y sonrosado algodón de azúcar; luego viene la independencia habitual de la adolescencia, haciendo las primeras quedadas con los amigos y los primeros escarceos en torno a la niña en la que ya fijabas tu mirada y atención de manera especial y distinta; seguidamente está esa etapa de plena juventud en la que nos volvemos tan feriantes que rara es la noche en la que no despedimos a la luna cuando el sol se alza enhiesto por el Aljarafe; y se completa el ciclo cuando las circunstancias casi exigen vivir esta fiesta preferentemente durante el tránsito de la tarde a la noche al acudir con tus hijos o con tus nietos.
La Feria es, pues, un círculo vital que se completa en cada sevillano y se renueva en cada generación, algo similar a lo que nos ocurre con la Semana Santa, que va cubriendo distintas etapas a lo largo y ancho de la vida de cada uno de nosotros, y aunque parezca que siempre es igual, en realidad siempre es distinta, y se renueva a pesar de que su carácter sea perdurable.
Ahora bien, ¿hasta qué punto forman parte la tradición cofrade y la vocación feriante de la idiosincrasia sevillana? Pues percataros de hasta a qué extremo se puede llegar, que ambas son capaces de darse la mano. ¿Qué quiero decir con esto? Venid conmigo y lo comprobaréis…
Vaya curiosa sorpresa
veo al final de Asunción,
llamándome la atención
cuando el alma se embelesa
ante esta magna visión.
Sobre el albero feriante
hay un templo sevillano,
y aunque parezca inquietante,
lo estoy viendo ahí delante,
excelso, bello y cercano.
Yo no sé cómo ha pasado
este hecho prodigioso;
el Salvador, portentoso,
me está dejando asombrado
por este hecho pasmoso.
Sabe a Domingo de Ramos,
o quizás a Jueves Santo,
casi dudo dónde estamos,
pero la luz y su encanto
dicen que a la Feria vamos.
Casi veo por su puerta
salir varios nazarenos,
mas la mente se despierta,
no con “una hebilla menos”,
sino un tanto desconcierta.
Que esto no es el Salvador,
ni a lo largo de estos días
saldrán Pasión ni el Amor,
pues no es tiempo de dolor
sino tiempo de alegrías.
Tampoco saldrá el Rocío
camino de las arenas,
ya que quedan noches plenas
de esta Feria, junto al río,
con vivencias siempre buenas.
Viniendo por Espartero,
junto a Antonio Bienvenida,
sentiremos la acogida
que ofrece con todo esmero
esta portada encendida.
IV. Las casetas cofrades
Permitidme hacer una primera visita en la calle Espartero número 15, porque allí se encuentran mis hermanos de San Gonzalo, reunidos bajo la bendita dulzura de esa Virgen de la Salud que es la Madre de aquel buen Jesús que manifiesta su Soberano Poder. La portada, precisamente, está muy cerca, y pasando bajo ella me adentraré en Antonio Bienvenida, donde habré de detenerme en el número 35, porque allí, en la pañoleta de la caseta, un ancla verde manifiesta que la Esperanza está presente entre mis hermanos feriantes de Triana, y se reúnen en torno a los cuadros de la Señora de la belleza exuberante y el Cristo que con mayor hermosura en su rostro padece sus Tres Caídas bajo el peso de la cruz. Y finalmente, seguiré buscando Esperanza, y mi fervor trinitario hace que me encamine al 110 de la calle Ignacio Sánchez Mejías. No cabe duda, si es que hasta en este real de Los Remedios tenemos nuestras particulares casa de hermandad…
Feria de Abril en Sevilla. Feria que este año sí será entera en el mes de “aguas mil”, pero no pensemos en la lluvia, y si hiciese acto de presencia, no pasa absolutamente nada. “¡Echa el toldo, niño!”, y cierras la caseta para tu gente, que mientras haya manzanilla o rebujito, una guitarra o un tamboril, una buena voz para cantar, unas guapas sevillanas vestidas de flamenca para bailar y… ¿por qué no decirlo, si somos como somos y nadie lo puede negar? Mientras haya también una buena tertulia cofrade, tranquilos, que así, nadie nos aguará la fiesta.
Irán pasando las horas, las nubes se alejarán o, al menos, darán una tregua, y cuando el albero esté bien asentado, dará comienzo nuestra “carrera oficial feriante”. ¿Es que acaso la Feria tiene también carrera oficial? Por supuesto, sólo que ésta no tiene controles horarios ni un itinerario previamente fijado, pero lo que sí tiene son paradas, muchas paradas… ¿Y cuál es el recorrido que podemos seguir? Pues podemos empezarlo donde queramos, porque aquí mismo, en Pascual Márquez, tenemos las casetas de las Hermandades de la Vera Cruz y el Rocío de la Macarena, y si tiramos hacia Curro Romero, allí acudiremos a las de la O y “Las Hermanadas”, es decir, los Javieres y el Resucitado. Si continuamos por Sánchez Mejías, podremos visitar, por este orden, la Hiniesta, los Dolores del Cerro, las Cigarreras, la Lanzada, el Rocío del Cerro, San Benito y, por supuesto, la Trinidad, que a mí no me importa ir otra vez.
Nos asomamos una vez más a la portada, y en Antonio Bienvenida haremos un alto en el camino para pasar un ratito en San Esteban, y luego repito yo nuevamente en la Esperanza de Triana, y no os enfadéis conmigo si por Espartero entro una vez más en San Gonzalo, aunque sea a saludar. Y en esa misma calle, muy cerquita, “Los Amorosos”, donde vemos al pelícano batiendo sus alas como si quisiera ponerse a bailar.
Continuaremos la ruta por Gitanillo de Triana con el Carmen de San Gil y la Carretería, y cuando tomemos por Jiménez Chicuelo, ya sabemos que hay que pasar por la Paz, la Mortaja y el Museo, si bien es verdad que estas dos últimas están pegadas toldo con toldo.
En Juan Belmonte echaremos bastante tiempo, digámoslo claro, porque hasta seis casetas tendremos que visitar, las de los Gitanos, la Estrella, “Las doce horas del Lunes Santo” –que es la de Santa Genoveva–, la Reina de Todos los Santos, el Cachorro y el Rocío del Salvador.
Pero no perdamos las fuerzas, que aún queda un último tirón, ya que tras visitar a “Los Candelarios” en Pepe Luis Vázquez, remataremos la faena en Joselito el Gallo acudiendo a las casetas de Monte-Sión, las Mercedes de la Puerta Real y el Cristo de Burgos.
Menudo y tremendo recorrido hay que llevar a cabo, aunque también tenemos toda la semana por delante para hacerlo.
Ha llegado ya la hora
de visitar las casetas,
de quedar con los amigos
en estas noches de fiesta,
y en agradables tertulias,
tomando alguna cerveza,
conversar sobre hermandades
aunque estemos en la Feria,
y es que somos como somos,
disfrutamos de este tema
sin importar el momento
y sea el día que sea.
Al recorrer estas calles
de la historia más torera,
hallamos miles de escudos
que suponen el emblema
de una Sevilla cofrade
que vive la primavera
con orgullo y privilegio,
que la vive a su manera
con el júbilo más hondo
que le corre por sus venas,
sintiendo profundamente
las cosas de nuestra tierra.
Recorriendo este real
disfrutaremos la esencia
que contiene esta ciudad,
seguros en la certeza
de que siempre habrá momentos
para hablar de una cuaresma
y de una Semana Santa
que poco a poco se alejan,
tantos y tantos instantes
que en el recuerdo se quedan
y que en la Feria resurgen
para exaltar la grandeza
de una eterna devoción
que este pueblo manifiesta
todos los días del año
con su generosa entrega.
Y Sevilla no lo duda,
que aquí no existen fronteras,
pues tomando manzanilla
entre mujeres flamencas
hablamos de cofradías
en el real de la Feria.
V. La mujer sevillana, la flamenca
En mi niñez escuché una vez que la Feria es la manifestación popular con la que se rompe en explosión de júbilo y de pasión por la vida, puesto que en ella, una vez que Cristo ha resucitado allá por Santa Marina, los sevillanos celebramos con regocijo nuestra peculiar forma de ser para degustar esa esencia que nos caracteriza. Todos los que nos honramos en ser de esta urbe tenemos algún mínimo recuerdo en el real, y siempre plácido: un almuerzo en familia, una tarde entre amigos, o una de esas largas noches en nuestra adolescencia que deja huella indeleble en la retina de la memoria para el resto de nuestra existencia.
Cuando hablamos de la Feria, hay a quienes les gusta hablar de las dos caras que tiene, como si fuesen dos facetas que la definiesen, dos aspectos rotundos que la sintetizan: el día y la noche. Durante el día nos encontramos la Feria para los niños, la de las chaquetas y las corbatas, la de los enganches y los paseos de caballos, la de las comidas y las primeras copas acompañadas de algún cigarrillo; y durante la noche, la del comentario y el análisis de la corrida en la Maestranza, la de las copas largas, la de bailar sevillanas aunque los hombres no nos sepamos bien los pasos o nos los inventemos cuando nuestra pareja es una preciosa moza con la que es imposible desaprovechar la oportunidad… Aunque nuestra mujer o novia esté delante, porque, seamos sinceros, tenemos cara para eso y para más.
Todo esto, y muchísimo más, es la Feria de Abril en Sevilla, pero que nos quede claro, no obstante, que esta fiesta dejaría de serlo plenamente sin una pieza clave y primordial como son las mujeres sevillanas, las mismas que en esta caseta, por ejemplo, embellecen a las flores al aparecer reflejados sus nombres en las macetas que habitan entre estas lonas y toldos. Y fijaos si esto es así que en los carteles más antiguos que ya pregonaban a inicios del siglo XX las fiestas primaverales, raro es aquél en el que no apareciese una mujer, siendo ella quien nos seduce con su mirada para que no faltemos a la cita anual con esta celebración.
En nuestros días, aunque las mujeres ya sean iguales que los hombres en las cofradías, pudiendo vestir la túnica nazarena o usar el alba y la dalmática como acólitas, la mujer sevillana ha de seguir luciendo el traje de flamenca, con sus volantes y sus lunares, con su luz y su colorido, porque Sevilla seguirá siendo Sevilla mientras sigamos llevando los varones a una preciosa flamenca del brazo.
Brotan la luz y el color
en noches de primavera,
y Sevilla, a su manera,
se recrea en el olor
de aquella preciosa flor
que habita en ese cabello
que va acariciando el cuello
de una preciosa mujer,
anhelando el alma ver
su femenino destello.
Un baile por sevillanas
le ofrece al cuerpo energía,
y el sueño no desvaría
cuando nacen las mañanas
sin que se pierdan las ganas
de acercarse hasta el real
donde todo es ideal,
pues no existe la miseria
que le quite a nuestra Feria
su alegría más cabal.
VI. Epílogo en Pascual Márquez 199
Aún duermen las bombillas en este real de Los Remedios, a la espera de que sea el instante justo y preciso para que estalle la luz en mitad de la noche.
Va a comenzar la Feria, pero quienes aquí nos hallamos estamos viniendo todavía de la Campana, casi aspirando la nostalgia, pero sabiendo que en esta caseta vamos a rememorar ese tiempo bendito que Dios nos ofrece –a pesar de esa lluvia que ha impedido este año a 29 hermandades ir a la Catedral y a otras 4 salir el Viernes de Dolores– para conmemorar su Pasión, su Muerte y su Resurrección. Pasión en el rostro sublime y sereno del Divino Caminante que reside en la antigua Colegial del Salvador; Muerte en la placidez del sueño del Cristo de la Providencia al reposar en la cuna excelsa del regazo de esa Virgen de los Dolores que queda envuelta en el contexto de la elegancia servita; y Resurrección que irrumpe en el cielo con su luminosidad para encender en la Santa Iglesia Catedral la candelería de la Esperanza Macarena en el momento culmen de su estación penitencial ante el Santísimo Sacramento. Ésta es, al menos, la manera en la que siente y entiende la Semana Santa nuestro querido Antonio Dubé de Luque, quien con sus pinceles da también un sabor cofrade a la Feria de Abril cuando contemplamos la artística pañoleta que embellece la fachada de esta arquitectura efímera.
Y porque somos así, tal como somos, en el cuarto de siglo que ya tiene esta caseta “De la Campana a la Feria”, cuántas tertulias cofrades han tenido lugar entre estas lonas, y cuántas saetas habrá cantado, con los toldos ya echados en madrugadas de lluvia, Angelita Yruela. Y cuántos personajes han pasado por aquí, desde los recientemente fallecidos Pepe Peregil o “El Pelao”, quienes desde el cielo siguen cantando saetas el primero y capitaneando a los Armaos de la gloria el segundo, hasta el Teniente Coronel Abel Moreno, quien parió en este recinto la marcha “Paloma mercedaria”, dedicada a la Virgen que Antonio Dubé hiciese para la Hermandad del Prendimiento de Almería y que fuese pasto de las llamas en la Catedral almeriense en 1996. Y hasta Antonio Burgos, en “Un paseo por las casetas”, decía en 1989 en ABC que “Hemos así pasado ‹‹De la Campana a la Feria›› (caseta en Pascual Márquez, 199) y cuando nos demos cuenta ya habremos pasado ‹‹De la Feria al Rocío›› (caseta en Antonio Bienvenida, 39)”.
Pero quedémonos en Pascual Márquez, donde el alma del cofrade ya vibra al descontar el tiempo hasta un nuevo Domingo de Ramos mientras se pisa el albero de la Feria.
Vuelve de nuevo la espera,
otra vez la cuenta atrás
sin que se pierdan jamás
los sueños de primavera.
Se fue la Semana Santa,
pero al fin llega la Feria,
y el alma ya no está seria
cuando la luz se levanta.
Pisaremos el real
añorando esa pasión
que late en el corazón
de esta Sevilla cabal.
El baile por sevillanas
lo aromamos con incienso,
siendo un placer tan intenso
cual repique de campanas.
Recorriendo las casetas,
buscamos a otros cofrades
para charlar de hermandades
en estas noches inquietas.
Y en Pascual Márquez, por tanto,
haremos una visita
a gente muy erudita
que te tratan con encanto.
En un magnífico ambiente
de muy grata convivencia,
se percibe la evidencia
de una Feria diferente.
Sevillanas cofradieras
por aquí se cantarán,
al sentirse el noble afán
de aquel tiempo sin fronteras.
Venid todos, que aquí dentro
hay un gozo que le invade
al feriante y al cofrade
en su glorioso reencuentro.
Este, pues, será el perfil
de la gracia más galana
al venir de la Campana
para la Feria de Abril.
Poco más queda que añadir a estas pobres palabras de un servidor de ustedes. Reconozco que soy un sevillano enamorado de su tierra que disfruta, como el que más, de nuestra Feria, pero igualmente he de decir que, como ustedes, me encanta, especialmente, mantener agradables ratos de tertulia cofrade en el real. Somos como somos, y no podemos negarlo, y por qué evitarlo, si nos gusta ser así y no le hacemos mal a nadie por ello.
Solamente me queda silenciar la voz, y aguardar las menos de cincuenta horas que faltan para que la fachada del Salvador… ¡Perdón!, para que la portada se encienda –si es que nos sale la vena cofrade, ¿qué le hacemos?–, y con ella, todas las calles de esta ciudad artificial.
Muchísimas gracias, queridos Antonio Dubé de Luque y Antonio Muñoz Castro por permitirme el gozo de compartir este tiempo con vosotros. Y es más, os hago una confesión: conozco la existencia de esta caseta desde mi adolescencia, y siempre tuve ilusión por conocerla, y quién me iba a decir que iba a venir aquí por cuestiones laborales para dar a conocer en televisión la preciosa labor que hacéis con la Asociación “Paz y Bien”, y me iba a marchar de este lugar siendo el pregonero del año siguiente.
Ahora sí que ha llegado el momento, no hay nada que se haya quedado sin estar preparado. La algarabía está a punto de resurgir, y la luz aún descansa a la espera de que las manecillas del reloj se ubiquen verticalmente bajo el número 12 cuando nazca de madrugada el martes… Así pues, aquí culmina mi cometido.
Poco tiempo es el que resta
para que todo comience,
y en las sombras no se vence
el clamor de una gran fiesta
que con alarde se apresta,
cada noche y cada día,
a vivir esta alegría
llamada Feria de Abril,
bajo un cielo tan añil
que impregna sevillanía.
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