Juana Ríos ( Africa Eúfrates )
Algeciras (Cádiz)
Diminutos murciélagos vuelan
bajo la luz agonizante de la tarde,
en esa hora azul en la que el día
cede su nombre a la noche.
Un rato antes, en los hilos naranjas del cielo del Oeste
pájaros bailarines ejecutaban su coreografía sincronizada,
nubes oscuras que cambian de forma mágicamente.
Ha venido,
invocada por la luz amarilla de la farola,
una polilla nocturna,
desprovista de belleza en sus alas,
se posa en el alféizar de mi ventana.
Y en las paredes medianeras del patio,
huyendo del agua que apaga la sed de los rosales,
suben dos salamanquesas rubias,
pacientes y estáticas se adueñan
de la oscuridad que en silencio crece.
*
Hay un espejo rectangular posado
en el gris azulado de la pared.
Todas las mañanas navegan dos almas
por sus aguas de mercurio.
Cruzan el corredor hacia la calle
levantando ondas en sus reflejos,
un estremecimiento invisible
que se pierde en sus ángulos.
Una mirada,
un gesto arreglando la corbata,
dos sonrisas que se contagian,
dos cuerpos,
un beso en el pelo.
Coleccionista de instantes
guarda celoso, en silencio,
solitario y profundo,
las imágenes que roba
con la avaricia
de un océano.
*
Desde los tejados que lloran
resbala la madrugada hasta las calles,
las sombras y la noche
doblan las esquinas sucias con prisa.
Los autobuses que rompen el aire
son elefantes que siguen la senda sin preguntar el destino,
tal vez buscan el claro en el bosque asfaltado
para oler los huesos de la nostalgia.
Se despiertan los pájaros que olvidaron los sueños
y ya no saben de brújulas ni cielos,
sólo sobrevuelan los estanques verdes del olvido
donde nada escurridizo el tiempo.
Bajan los búfalos oscuros, silenciosos,
a beber de los arroyos,
rumian su tristeza sobre el cristal roto.
Alguien escribe con los labios en el aire palabras azules,
desaparece en los callejones gritando esos signos sin voz.
Ya no entiendo qué significan,
pero me inquieta saber que un día conocí ese idioma.
Y se despierta una libélula lentamente,
con aleteo de color,
en la caja roja, y ahora extraña,
de mi pecho.
(La lengua olvidada)
*
Como gota de agua que viaja en la lluvia,
bendición para la espiga que ansía besar la nube,
maná sagrado en los campos fértiles de mi infancia,
cuando el azul era el idioma del cielo, aun en los días grises,
y nunca el barro manchaba la mano que acaricia el trigo.
Como esa canción en mis ventanas,
voz oscura del temporal en el invierno,
banda sonora de sueños que se esconden en la almohada.
Lloró largamente el perro en las calles desiertas,
pasó la tormenta con sus luces,
apuñalando mil veces la oscuridad de largas noches.
La resaca arrancó sin piedad las conchas a la playa,
el mar embistió los espigones en el puerto,
robó el naranja de los nísperos de mis veranos
la claridad velada de brumas gélidas.
Hay una lechuza que grita mi nombre incansable bajo el balcón
cuando el día no es más que un recuerdo negro en las aceras.
Nunca olvida atravesar los espacios del tiempo
para recordarme todos los caminos que se dibujan en mis zapatos.
(Los zapatos del tiempo)
*
En el país del agua
la tristeza se ha refugiado en los árboles.
En el velamen ocre de las goletas
se esconde el viento.
Naves de sueños cruzan un océano amarillo,
dejan cicatrices ondulantes
en el ámbar tibio.
Lenta y perezosa se despide la tarde,
extiende sus dedos alargados de hogueras
arañando el leve azul.
Y dulce se extiende en el espacio
la canción extraña e inquietante
de errantes sirenas apátridas.
(La canción del mar)
*
Esta noche me siento vieja,
como si el peso de todo lo vivido de repente
tomara cuerpo y se hiciera plomo.
Como si hubiera agotado muchas existencias
que se hacen presentes y me aplastan contra el suelo.
Yo, que sé de lo liviano del alma, de lo etéreo de los sueños.
Y sin embargo, también lamo las heridas antiguas,
los fracasos, lo que nunca fue y se quedó en deseo,
lo que llenó los minutos de mi existencia
de nubes inalcanzables que me quemaron en los dedos.
Habitan mis fantasmas,
viejos amigos tantas veces,
en los pasillos más ocultos de mi alma.
Y toman su voz olvidada, y me hablan.
Hoy, esta noche, ahora,
las derrotas vuelven a la playa con los restos de naufragios descoloridos.
No me da miedo el mar, ni navegar,
ni la oscuridad sin estrellas ni luna de una noche en mares fríos.
Sólo me asusta embarcarme en naves condenadas
a no abrir surcos en la piel del océano.
No quiero dibujar extraños mapas, ilegibles para otros ojos,
en el aire que me envuelve.
Ya no quiero crear rutas que no existen
hacia imaginarios continentes por descubrir.
Ya se deshicieron las viejas sogas de esparto
que me sujetaban sobre cubierta,
ya no quiero salvavidas con nombres de realidades o certezas
al alcance de mis manos.
Ahora, sólo si hay verdad en la emoción,
y si hay intención de entrega, abandono,
descubrimiento, deseo de saber y conocer,
si se sueltan las amarras del alma
y se mira con los ojos de la libertad absoluta,
sólo entonces, estoy dispuesta a navegar.
¿Lo estás tú?
(Una noche de septiembre)
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