José García de Salcedo Coronel
(Sevilla, 1592 - Madrid, 1651) fue un militar y escritor español.
Si bien sirvió en la guardia del virrey de Nápoles con el grado de capitán y se desempeñó como gobernador de Capua y a su regreso a España como caballerizo del infante cardenal Fernando de Austria, destacó como poeta y por ser uno de los principales comentaristas de Luis de Góngora. Su poesía fue alabada por Lope de Vega, Juan de Jáuregui y Luis Vélez de Guevara.
En 1629 editó por primera vez la Fábula de Polifemo y Galatea, escrita por Góngora en 1612, incluyendo un «celebrado análisis de los versos que, en octavas reales, componen esta joya de la literatura universal, estudiando sus fuentes, paralelismos con diversas obras clásicas greco-romanas y metáforas oscuras». Entre 1629 y 1648 continuó publicando y comentando la obra hasta entonces inédita de Góngora.
Entre sus obras se encuentran Rimas, Primera Parte (Madrid, 1624, 1627), Ariadna, canto en octavas (Madrid, 1624), las mencionadas El Polifemo comentado (Madrid, 1629) y Las Obras de Góngora comentadas (en 4 volúmenes, Madrid, 1636-1648), Cristales de Helicona o Segunda Parte de las Rimas (Madrid, 1642, 1649), Inscripción del sepulcro de Saturnino Penitente, que se halló en la ciudad de Mérida y su Panegírico al serenísimo Infante Cardenal (1636).
SONETO
Céfiro, que en la hojas deleitoso
de laureles espiras vencedores,
y despertando las dormidas flores
suave olor les robas codicioso:
Deja (si a hurto aspiras más dichoso)
tus lascivos y próvidos errores,
y donde Lisi ostenta resplandores,
vuela agradablemente licencioso.
Lleva, si fueres a mi ruego humano,
estos suspiros y estas amorosas
quejas donde envié mi pensamiento.
Podrás robar a las purpúreas rosas
de sus labios olor más soberano,
y darle a mis deseos por sustento.
La «Ariadna» de Salcedo Coronel
Por Joaquín ROSES
Si nos detenemos en la distibución temático-narrativa del poema, observamos el privilegio concedido al abandono de Ariadna en la isla de Naxos y su desesperado lamento, que ocupa 24 octavas y media de las 85 octavas de que se compone el texto. En este sentido, el modo de la enunciación en estilo directo tiene su importancia en el poema, ya que funciona como un elemento que otorga unidad a la fábula. No sólo encontramos en ella el discurso de Ariadna; también los otros dos personajes principales, Minos y Teseo, recibirán la voz prestada por Salcedo. Eso nos concede tres discursos directos: en primer lugar, el de Minos (desde los cuatro últimos versos de la octava 5 hasta la 8); posteriormente el de Teseo (desde los cuatro últimos versos de la octava 16 hasta la 18) y, con una desproporción intencionada, el de Ariadna (octava 52 con los cuatro primeros versos de la 53, y octavas de la 58 a la 80). Esta estructura triple coincide con los complejos temáticos en que puede dividirse el poema, a saber, a) planteamiento de la fábula, b) amores y aventura de Teseo, c) abandono de Ariadna. Cada uno de los discursos anteriormente señalados representa la voz directa de sendas secuencias narrativas.
Las dos primeras octavas se consagran a la típica dedicatoria; tras ellas se desarrolla la primera secuencia narrativa centrada en la figura de Minos: se narra la unión de Pasifae y el toro, de la cual nace el Minotauro; se poetizan las deliberaciones del cretense. En el discurso de Minos se establecen las condiciones sobre las que se sustentará la acción: se ordena a Dédalo la construcción del laberinto, y se decide que el tributo que Atenas debe pagar a Creta en castigo por la muerte de Androgeo, hijo de Minos, sólo será perdonado si algún guerrero ateniense consigue matar al Minotauro (5-8). Las octavas 9 a 13 se consagran a la descripción del laberinto y a la exposición de sabrosas consideraciones morales sobre este símbolo.
El segundo bloque narrativo está formado por la aventura de Teseo y sus amores fingidos con Ariadna: la suerte ha decidido que el hijo de Egeo acuda como parte del tributo de jóvenes y doncellas enviado a Creta; éste, noblemente, acepta su suerte (14-15). El héroe se presenta con voz propia a Minos en su discurso. En ese instante irrumpe el elemento amoroso del poema: Ariadna se enamora de Teseo (19-21), quien fingidamente solicita el casamiento con ella (28), y el de Fedra con Hipólito (29). Todo ello se presenta
sazonado con abundantes intervenciones del autor condenando el engaño de Teseo (22-24), o con pasajes descriptivos, como el de la belleza de Ariadna (25-27), o con imprecaciones directas a la heroína (30). El enfrentamiento y la victoria sobre el Minotauro ocupan tan sólo las octavas 31 a 34. Tras su éxito, Teseo pide licencia para partir (35), y cae una gongorina noche en la octava 36:
La noche en tanto, perecosa, y fría
De los montes deciende, levantados,
Y a la molesta ocupación del dia
Se niegan los mortales fatigados:
El vigilante Can solo se oía,
Acentos repitiendo mal formados,
En el silencio, que volando graues
Profanan tristes las noturnas aues.
Como vemos, ya estaba Salcedo Coronel anotando el Polifemo que vería la luz en 1629. El héroe ático se lleva a Ariadna (37). Continúan las peripecias del viaje (38-39) hasta el momento en que Teseo elige un lugar para la consumación de la ofensa (40), la isla de Naxos, donde los héroes desembarcan y se unen amorosamente (41-42). Como cualquier lector de Ovidio podía esperar, Teseo huye abandonando a Ariadna:
Callando al breve leño se reduze,
Y al viento fia el insidioso lino,
Que favorable a su traición conduze
A la prudente patria elcrudo pino (43, vv. 1-4).
Se cierra entonces el segundo complejo narrativo, en el que se mantiene el equilibrio entre narración, discurso directo y descripción que venimos analizando.
A partir de la estrofa 44, comienza la tercera secuencia temática: Ariadna es su voz y su centro. La hija de Minos se encuentra aislada -nunca mejor dicho- en la escena poética.
La descripción del alba en la octava 44 nos deja, otra vez, sabor a Góngora:
Ya la madre infiel de los horrores,
Que el ciego amante vanamente honora,
Huía de los nueuos esplendores
A la Región donde en tinieblas mora:
Los Canoros suaues Ruyseñores
Lisonjas preuenian a la Aurora,
Y soñoliento el labrador boluia
A las fatigas del prolixo día.
En ese nuevo día Ariadna se descubre sola (45), corre hacia el mar (46), llama a Teseo:
Al vago viento el nombre ingrato fia,
Thesseo llama, y a su pena fiera
Piadosas (obligando su desseo)
Las peñas repetían a Thesseo. (47, vv. 5-8),
sube a una montaña (48) y descubre una nave a lo lejos, que si bien es la de Teseo, es poéticamente la de Góngora:
Miró en fin (ó fue engaño del sentido,
Que aun la luz en el cielo era dudosa)
Romper las ondas del instable seno,
Alado pino de trayciones lleno. (49, vv. 5-8).
Tras una serie de comparaciones irrumpe en el poema el desasosiego de Ariadna que comienza invocando a Teseo (S2-53), le hace señas luego (53-54) y, desolada (55), vuelve al albergue donde ha pasado la noche con el ingrato amante (56). Todo está preparado para el llanto (57). A partir de aquí, entre lágrimas y palabras tiene lugar el verdadero canto de Ariadna: el albergue (58), la isla y sus fieras (59-60), la ribera (61) son testigos e interlocutores mudos de su parlamento. Los reproches a Teseo se suceden alternados con las referencias a Creta, la consideración de lo nefasto del tributo, las airadas increpaciones a su propio sueño que dio pies al amante, y al viento que aleja su nave (63-80).
Después de esta tercera secuencia, crucialmente dramática, 5 octavas de broche cierran el poema: aparece el siempre bienvenido Baco: «La alta Deidad que esplendidos honores / Glorioso en Nisa gratamente apura» (81, vv. 5-6), descubre a la bella Ariadna y le suplica que le otorgue sus encantos (82), ella «...sus brazos concede agradecida / Al noble Dios en inmortal sosiego» (84, vv. 3-4). Venus lubrica los amores de la bella cretense con un regalo de bodas: la corona forjada por Vulcano que Baco -ebrio de creación transforma en constelación celeste (85) bajo la batuta inevitable de Ovidio.
Nosotros -ni dioses ni ebrios- no aspiramos a tanto. La Ariadna de Salcedo Coronel -poema rico y sugerente- no es una estrella brillante del firmamento literario. El universo tiene sus leyes y el estético no se hurta a ellas. Pero para no perder el hilo que nos saque del laberinto, para trazar el mapa de la poliédrica galaxia barroca, hay que tener en cuenta los planetas sin luz. Como la tierra, la obra de Salcedo es uno de ellos, del mismo modo que la de Góngora se acerca a la divinidad de Apolo.
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