José Rienda
(Granada, 1969). Doctor en Filología Hispánica, es profesor del Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Granada y miembro numerario de la Academia de Buenas Letras de Granada, desarrollando igualmente su labor en el ámbito de la edición cultural como director de publicaciones de Ediciones Dauro. Fue Premio Federico García Lorca de Poesía de la Universidad de Granada en 1994 y finalista del Premio Gustavo Adolfo Bécquer de la Junta de Andalucía (1992). Ha publicado los poemarios En las hondas lejanías... (Cuadernos del Laurel, Granada, 1991; 2ª edición con el título Margen y deriva: Cooperativa Editorial, Granada, 2004, donde incluye además la plaquette homenaje a Javier Egea Itinerario al mar); Inventario de Octubre (Fundación Federico García Lorca/Universidad de Granada, Granada, 1995; 2ª edición en: Granada Literaria, Granada, 2004, prólogo de Juan J. León) y El porvenir es tarde (Silene Libros, Granada, 2001, prólogo de Ángela Olalla). También es autor del libro de literatura infantil El buen amigo (Port-Royal, Granada, 2004, prólogo de Ian Gibson), del libro de artículos Nuestra ciudad literaria (Mirto Academia, Granada, 2007) y de los ensayos Museo marítimo itinerante: analectas del mar como elemento funcional en la poesía española contemporánea (Universidad de Granada, Granada, 2006) y Defensa de la tematología literaria del mar (Silene Libros, Granada, 2006). Sus últimas publicaciones corresponden al ámbito de la didáctica de la lengua y la literatura.
AHORA MIRA LA LLUVIA ESPARCIDA POR EL MES
DE NOVIEMBRE
Ahora es cuando puedes empezar a morirte…
Ahora puedes abandonar los brazos a lo largo del tiempo…
Ahora mira la lluvia esparcida por el mes de noviembre…
BLAS DE OTERO
I
Llovió poco y las últimas
hojas verdes que aún tiemblan en los árboles
son tan sólo un paisaje
para otros bosques más lejanos. Tú,
porque eres quien transita amanecidas
las páginas en ti bajo los ojos,
apurarás la copa del otoño
cuando incendie la vieja soledad,
el dolor que desvive en la impaciencia
de sabernos al borde del suicidio
y la tarde templada
herida en lentitud hacia la historia.
II
Hoy dueles y a lo lejos el cansancio
del agua que emborrona los papeles
pregunta adormecido en tu mirada:
el tiempo, amor, el tiempo
y un abismo que aturde los sentidos
como un caer bestial hacia la tierra.
III
Aceptamos la vida como extraña renuncia
de otra historia o ciudad,
como factura eterna por los bosques
que insensatos blandimos ante el mundo
en mitad de una lluvia inexplicable.
A veces nos amamos,
delincuentes tal vez en el descaro
que exhibimos por grandes avenidas,
fuertes de juventud, resueltos siempre
y gozosos, prohibidos con la tarde
y arrestados al fin en las horas de invierno.
A veces nos amamos, sólo a veces,
temerarios
que pedimos las cuentas a los años
y pagamos un saldo amortizado
en la traición al bosque que tuvimos,
el refugio imposible contra el tiempo
de esperas y dolor que nos acecha
si vivimos la historia a nuestro modo.
IV
Anoche preguntaron por la lluvia,
la tuya amanecida, adolescente
por mucho que pretenda envejecernos
en esta realidad que se oscurece
con manos alargadas a la luz
contaminada y débil.
V
Te buscaron por bosques y avenidas y tú lograste huir hacia la noche
a través de un cristal que desconoce
el nombre de los fríos que mendigan
con un cuchillo azul en la garganta,
con otra historia vieja y la derrota
de sabernos el frente de las voces
que serán esta lluvia que transcurre
como llueve en las páginas vencidas
sobre un mármol raído en la memoria.
VI
Acepta entonces tú también como nosotros
esta historia que ocurre en mitad de la lluvia
de otro tiempo o ciudad.
Y perdona el abismo en que te envuelvo
cuando expongo al temblor de tu mirada
unos versos que dudan la traición
de comprenderse versos en la muerte,
de saber sin embargo que pudieron
saltar de pronto a ti,
crecer al par que un libro,
vivir en otros bosques.
VII
Puede tal vez la lluvia ser un pueblo
de aquellos que se encuentran sin querer
y ofrecen como niños la sonrisa
a quien pasa con sueño.
Puede tal vez la lluvia ser un canto
que te empuja hacia dentro de la ropa
y se alza indeleble en el final
de un pasillo olvidado.
Tú vas, detrás el agua.
No me pensaste aún
pero en la tarde llueve.
VIII
Imagina
que en este sol atrapases un instante del ocaso
y el alba caudalosa de tu cuerpo se volcara hacia mí.
Imagina,
bajo el himno humedecido de los besos o las hojas,
que algún ave aterida se acercase hasta el cielo
para hablarnos del amor
esta tarde.
Un horizonte se deshace en tus manos,
un otro mundo lloviznando por dentro.
Imagina que tan sólo
una sílaba restase
para rozar un poema
de pequeña libertad.
IX
Es lo que más me duele de todo lo que amo:
tu juventud incierta, el cruzar estaciones
sin pensar en saberlo, el poder olvidarnos
de la lluvia callada que los campos precisan,
el ponerle una acera
al sinfín de tu calle.
Y lo que más me duele de todo lo que amo
resiste en el quizás
del llegar a quererte para estar indefenso
y pedir que me abraces
mientras cierro los ojos
y susurras hermosa
que me quede tranquilo,
que tendrás tú cuidado
del reloj y la tarde.
Es lo que más me duele,
el tener que llamarte porque a veces no estás,
el buscarle una entrada a la historia prohibida,
el vivir al acecho de tu amable palabra.
X
Vas de nuevo al amor que en la calle ganamos.
Ya no estás en la enorme facultad si me atrapan.
Es ayer más lejano y tu pueblo una isla.
Vas de nuevo al amor, a la paz, a la casa.
Te preguntan por mí, pero el mar nunca vuelve.
Nuevamente el dolor de la historia me calla.
Y te dije que el tiempo era sólo un recurso.
Y dijiste que a veces tanta vida se paga.
Te preguntan por mí, pero ya no lo sabes.
Es sencillo olvidar un poema de nada.
Porque ya no respondes en el bosque incendiado.
Nuevamente el dolor de la lluvia... Mañana...
XI
Cuando los árboles,
recuerdo
que fue cuando los árboles pusieron
su esperanza y la luz en otro espacio
de nuestras iniciales.
Porque aquellas primeras, tus canciones
primeras sobre el tiempo de las calles,
sobre la delgadez de los amantes
y la censura al mar,
vinieron con el bosque
como un resto de vida que guardamos.
Lo recuerdo
siempre dándonos tarde
allí bajo la historia
que hubieron rescatado del incendio
para nosotros solos,
allí sobre los mares
y caminos que aún nos pertenecen
(allí supimos ir con el traje encogido,
en la precoz esquina de la lluvia,
sin miedo a tanta paz,
tranquilamente allí,
lentamente hacia allí).
Lo recuerdo sí grave por la luz,
sí golpeado a ciegas por los siglos,
y sé que la vejez de aquellos árboles,
árboles por la tarde,
árboles en el hombro del cansancio,
árboles en tu voz tan desmayada,
nos empujó hacia el mar y nos dejó en un final de sueños destrozados
como quizá las nuevas estaciones.
XII
Otra vez con la lluvia me ha llegado tu nombre,
con la encina gigante arropada en las nubes,
esta encina testigo, camarada del tiempo,
de ese tiempo imperfecto que habitamos despacio;
y despacio alcanzamos, por detrás de las calles,
por detrás de la historia que jamás nos leyeron,
este libro más tuyo aunque lleve mi daño
o las horas enfermas en los bares perdidos;
y he perdido en los trenes de noviembre a noviembre,
compañera callada, tu política triste
y tus mapas ocultos o tu espalda pequeña,
tempestad sin imagen, compañera sincera;
y el paisaje se aleja y tus labios dormidos
se despiertan al tiempo y recobran la herencia
corrompida de siglos, de semanas absurdas,
y recuerdas mi nombre pero tú no lo sabes
porque no me conoces ni siquiera en un verso:
yo jamás he leído con mi voz esos ojos
que inventamos un día que olvidaste de pronto
porque vino el verano y tu pueblo una isla,
y mi brazo cansado, y otra vez me preguntan,
y otra vez que te fuiste, y otra vez que sin prisa.
XIII
Trastienda infinita el mar,
cerca se escucha llorar.
Lunas de sal prisioneras
de horizontes de escolleras
cuando abaten cordilleras
buscadoras de otro hogar.
Trastienda infinita el mar,
cerca se escucha llorar.
Soledad impertinente,
pasajero delincuente,
navegante adolescente,
¿quién te quiso rescatar?
Trastienda infinita el mar,
cerca se escucha llorar.
Sólo triste indumentaria,
sólo lluvia literaria,
sólo duna milenaria...,
¿quién te pudo desarmar?
Trastienda infinita el mar,
cerca se escucha llorar.
XIV
Sí.
El porvenir es tarde,
tarde porque de golpe fue muy tarde,
tarde porque mañana
será siempre ya tarde para el último muerto,
para los muertos de ahora mismo tarde,
tarde.
¿Dónde están todos?
¿Dónde la voz, los árboles?
¿Adónde la esperanza?
El porvenir es nunca.
Y este mar que mendiga bajo siglos de miedo.
El porvenir es nada.
Y este abismo que anuncia el dolor de los huesos.
Otra historia vencida y extraña sin embargo
y otros ojos cansados que apenas rozan cuerpos,
son muertes, sangre en estas páginas,
en esta luz de hogar deshabitado,
en este bosque frágil sobre el tiempo,
en estas manos tensas
y en estas calles,
en estas lluvias,
en estos restos...
XV
Por si acaso los bosques de un exilio en la playa
o prefieres entonces renombrar la derrota
y retomas en cueros nuestra noche canalla
y decides de pronto que te llamas gaviota.
Por si acaso los ecos de una vieja muralla
o descubres un libro, una cumbre y te agota.
Por si acaso la tarde, el dolor, la batalla.
Por si acaso concluyes y me dices idiota.
Y las voces cansadas y también el invierno,
la vejez de la lluvia y el amor por si acaso
te requiero un camino que te lleva al infierno.
Y los gestos vencidos y también el desierto
y la cama tremenda y la paz del fracaso
por si acaso te llaman y te dicen que he muerto.
NOTA DEL AUTOR:
Estos poemas, unidos en lluvia, fueron recitados el 16 de julio de 2009 en el Carmen Aljibe del Rey, dentro del ciclo “El Agua y la Palabra”.
Poemas I a VI y XIV: de El porvenir es tarde (2001).
Poemas VII a IX: de En las hondas lejanías (1991).
Poemas X, XI, XII y XV: de Inventario de octubre (1995).
Poema XIII: de Itinerario al mar (2000).
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