David González Lobo
(Barinitas, Estado Barinas) es un poeta venezolano. Es Licenciado en Letras por la Universidad de los Andes, y miembro honorario de la Asociación de Escritores del Estado Barinas.
Desde 1991 reside en Sevilla, donde dirige, junto a Agustín María García López, Tinta China, Revista de Literatura,1 publicación recomendada por la Unesco
Obra
Ha publicado diversos libros de poesía:
No hay casa fuerte (Premio Solar de Poesía), Mérida, Ediciones Solar, 1991
Casa de fuego (selección) en AA.VV.: El Sobre Hilado, Sevilla, El Sobre Hilado y Padilla Libros, Editores y Libreros, 2003
Casa de fuego, Mérida, Mucuglifo-CONAC, 2005
Fragmentos de vigilia, Barinas, Asociación de Escritores del Estado Barinas, 2005.
Dulcamara y otros poemas (poesía reunida 1984-2011), Caracas, coedición de Ediciones Mucuglifo y Fundación Editorial El Perro y la Rana, 2012.
Dulcamara, prólogo de Miguel Florián, Sevilla, Ediciones en Huida, 2013.
Algunos poemas suyos figuran en Andina, Antología de joven poesía de Mérida, Táchira y Trujillo, edición y notas de Julio Miranda, Caracas, Fundarte, 1988.
Ha colaborado en publicaciones como los diarios El Nacional y El Universal y las revistas Solar (Mérida), Revista Nacional de Cultura de Venezuela, Pequeña Venecia y El Fantasma de la Glorieta.
Ha participado asimismo en distintos eventos relacionados con la difusión y el estudio de la poesía, entre los que destaca la última edición del Ciclo "Intersecciones", organizado en marzo de 2009 por la Universidad de Salamanca, donde fue invitado junto con otros autores como Olvido García Valdés o Antonio Carvajal.
Desde lo más alto del naranjo veía los frutos
azules y rojos del mirto centenario
Comenzaba a llamar a mis aliados
Cerraba los ojos
Partía un tren pintado de vivos colores
De uno a otro compartimiento
había un desfile incesante de dragones
Yo les pedía que entrasen en orden
según el tamaño de sus alas
y que cada uno me hablase en un lenguaje cifrado y lento
y que me dejasen a mí en medio de la fiesta del sonido
que me dejasen flotar como una pluma
que me dejaran ser la nube de agua
el pájaro carpintero
y de vez en cuando
en medio de la noche
una luciérnaga
Era mejor
que con sus bocas y sus narices llenas de fuego y humo
le pusieran nombre a esas reuniones poco vistosas
y en la mayoría de los casos alarmantes
Cuando doña Filomena destripaba los frutos del mirto
y me llamaba a la mesa a que atendiesen los deberes de rigor
en un cuenco veía la goma cristalina
la tijera
papeles trazados con figuras de menhires
pirámides y otras formas elementales
me paralizaba
No podía evadirme de una buena vez de aquellas colas de serpientes
aquellas alas, aquellos trazos de fuego azulado tan combustible
Ellos y el trabajo geométrico no se llevaban bien
La cena se enfriaba y a mí me miraban largamente y en silencio.
La lluvia
un viernes y también un miércoles
y cierto martes alto
y un jueves casi suave
y un hoy sin componenda ni campo santo
con un trazo de risa firme
y los charcos donde reverbera el sol
y los charcos otra vez
y la luz lila de las lámparas pobres
casi infantiles
una caja de creyones dónde faltaba el amarillo
y el arte de la combinatoria de los colores primarios
era un universo
y la llovizna
y el río desde la ventana
y esta red de soledad que teje mi padre
Los peces
pasan calle abajo
como una línea de mercurio
que no recoge
el círculo
la trampa
el amor.
Mi voz
una suave colina
roja y dorada en la sequía
una meseta azul bajo la intermitencia de la lluvia
y las hojas de los árboles mijaos del Monte del Agua
que suavizan la caída del torrente
el tiempo adentro
los remolinos del arroyo y del corazón
la luz poquita del crepúsculo titilando
y la sombra de la luna entre los helechos
el mercurio de las luciérnagas
hierba verde
muy verde
tranquila y dulce
ondulas
muy seca
bajas
ardes
Bajo la tierra ya no es
sino sombras
y siempre es mi voz
que en el humo de la chimenea
al cielo va por agua.
Mi padre
estaba sitiado
lloraba siempre de perfil
Mamá en silencio
de espalda a los helechos
Llovía en lo alto del mundo
Quería pedir un milagro
Una ilusión por lo menos.
Los llamaba
Me decían
habla con el mirto
con sus frutos azules
inténtalo otra vez
y me miraban las gallinas
como si yo fuera un ave perdida cantando el principio del mundo
con el cielo y el mar entre las patas
José
decía mi madre haciendo hincapié
en el primer nombre de mi padre
y yo sentía algo de madera y piedra en mi cuerpo
cierta sombra familiar con algo de álgebra y misterio
Y mi hermano
por favor
por favor
el mundo
es gris
y muy gris en las preguntas
y entra la noche
Yo bajaba la cabeza
y la niebla parecía
la única palabra de la tierra.
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Esta tarde
mientras estás al lado del muro
voy comprendiendo
en lo móvil
y en lo estático
la franja de luz que baña
e inunda nuestra conversación.
Por temores ancestrales
por una acostumbrada elegancia
y sobre todo
por la poca frecuencia con que nos vemos
nos tratamos como si nos cubriese un velo.
Y no es lo que llamamos misterio
tallándolo con el buril de la costumbre.
Danzamos en la retórica
porque nos une una misma clase social
y ciertos intereses comunes
aunque nuestros deseos
no terminen de encajar
amistosa o apasionadamente
o resultemos ser el espejo roto del otro.
La evidencia es que el imán
y el azogue de nuestra propia soledad
se propaga y nos ofrece bañados de sombras y dudas
para hacernos compañía sin más.
Un gorrión se posa en la adelfa del parterre de sombra.
Cuando la luz de los coches ilumina el muro
sacudo el mantel en silencio.
Cierro los ojos
y toda la oscuridad aparente de lo que nunca nos diremos
cae al suelo.
Para adornar la despedida
hubieras querido decirme:
-Dame ahora, por lo menos esa margarita azul
de la que tanto me hablas,
mínima entre la hierba del parterre, la rocalla
y la luz de tu voz que se apaga-.
Como quien se lleva un amuleto
para desterrar la soledad y la melancolía.
Pero nos despedimos
mirándonos en silencio.
Nos dimos las manos
el beso
las manos de nuevo
el abrazo.
En el cielo de octubre
el gorrión desaparece en el crepúsculo
la adelfa vibra como quien tuvo la esperanza tímida
de sentir la voz y el vuelo en la corteza
mientras las sombras se multiplicaban
y comenzaba la lluvia.
Ayer te vi
detrás de una cortina de niebla
y pude dibujar
apenas el boceto
en mi cuaderno.
No sé si podré contártelo algún día.
Sólo yo te veía
así todos estuvieran
en la noche.
Una pérdida
no es exactamente lo que te digo
¿por qué
quién nos otorga el privilegio?
Ayer es un ejemplo viejo del otoño
el viento tiró las hojas, las levantó y las unió
como las palabras que no crearán ni recrearán aquel deseo
como si el tiempo volviese a ser un remolino.
Ayer es una estela y pequeños universos abrazándose.
He tenido ese presentimiento y un temblor pequeño
cuando estiraba las sábanas como si estirase el cielo
hasta el cuello
para que el paisaje y la entrada de la noche me rozase
y cuando atravesaba una población
y las casas iluminadas
le hablan a uno de lo que allí podría estar sucediendo.
Entonces el pensamiento nos da un rubor
y miramos la carretera y la arboleda con una elegancia
que no oculta cierta satisfacción secreta.
¿Galaxias?
Sí, crucé el Guadalquivir por varios puentes de la ciudad
como quien hace varias preguntas rápidas para llenar el vacío
y encuentra una respuesta
que se pierde en un laberinto
una piedra blanca y lavada en la ribera
y una pareja echada en la arena de los presentimientos
mirándose a los ojos con una educación desmedida.
Con nosotros tenemos los nombres
las clasificaciones
y ciertas certezas vanas
pero siempre hay más...
A ratos siento eso
y es como si bebiese litro y medio de agua fresca
y me llenara como un globo que se acerca
a la acacia de tres espinas que divide el jardín.
Usted
ese
este
aquel
dentro o fuera de la verja.
Pero de pronto una hojita de hierba
una gata negra que entra en el parterre de las plantas mediterráneas
un mirlo que pasa a saltitos por si acaso
alguien sonríe
abre esta carta y no sabe qué decir.
La noche se oscurece.
He visto tres mirlos
Iban desde del papiro al muro de la fuente
y desde la fuente al albero.
Daban esos pases de baile
que tú has visto
y volvían al papiro
dibujando parábolas perfectas
entre la luz y las sombras
entre la quietud y el movimiento
entre la vida y la muerte.
He pensado en la pareja del noveno
y en ese hombre que por las noches
abraza la corteza del Laurel de Indias
y entonces recuerda aquella foto
en la que su padre llevaba barba de tres días.
Sostiene la culata de una escopeta entre las piernas,
el cañón en el hombro
y parece que aún sigue al acecho en el monte.
No había cobrado ninguna pieza.
Su mirada indómita pareciera decir
todo es tan frágil
tan leve
y descubría aquel relámpago
la nube y la lluvia debajo del portal:
le costaba matar
aunque siempre pudiera.
Si uno respira acompasadamente
podría preguntarse
¿qué puerta de nuestra casa
ofrece,
y al fin da
quita
y vuelve a ofrecer?
Cuando el hombre se separa del árbol
y siente de lleno el aire fresco de la noche,
mientras camina hacia el invernadero,
aún le suena la voz del agua y el crepitar del fuego de la tierra.
Una raíz por ejemplo, una redecilla de raíces
y una sábana caliente que no puede abrir.
Quizás para él
el temor repentino sea la campana
de una de sus suaves pisadas en el césped,
y el desierto de dos personas
cuando se muestra únicamente la sombra de una mitad,
y el tercer mirlo y el hombre buscan un gusano en la corteza,
en un orificio
del tronco del Laurel de Indias.
Siempre podría recomenzar el deseo
en la brevedad inmensa de dos fósforos
o incluso
en la blanca y educada nube amable
teñida por dos mirlos tan negros
y hasta por tres.
Anhelo de uno mismo en la pérdida triste de dos heridas solas.
Nuestra condición animal
desprovista de compasión
podría ser intensa pero muy breve.
Por la mañana con la brisa fría en el rostro
te encuentras con los muchachos que abren la reja
y cruzan el jardín como si el sueño no los abandonase,
mientras alguien continua viviendo en secreto a tu lado.
Bajo la luz tenue de las farolas
a estos señores les gusta ocultar
las huellas del tiempo
Miran el jardín
y pareciera que las flores de este año
quizás fuesen una forma de comprenderlo todo.
Visto así
la aproximación es muy realista
El viejo pitosporus está cubierto de flores
un manto de nieve casi.
Las palmeras florecen cada noche
palomas y alimañas
que enfilan el grano
la hierba
y hasta ciertos movimientos sospechosos
desde lo alto
y a ras de tierra.
Los lirios multiplican su colorido debajo de la luna menguante
y un gato negro se vuelve a colar entre los hierros
como si esta noche sí
y se relame.
Los señores dicen
incluso con una sagacidad
donde la edad
pareciera revelarse con un desparpajo muy deportivo
que la muerte duerme
pero se nota
que es una respuesta elementalmente concebida
esperada e irreparable.
Nos dijo un niño
no lo olviden
también el agua
la tierra, el aire y el fuego
están debajo del jardín
en la raíz
en el brote
en la pequeña planta
en la rama espigada
en el tallo desnudo
y en la biografía nostálgica del agua
por parecerse al sol y a las galaxias.
El desfallecimiento y la espera del año siguiente
serían algo más que heridas y sombras
aunque la tierra nos reclame
y en ello haya cierto misterio infantil
casi de arcoiris
y terror
madre
cúbreme hasta la cabeza.
[http://www.tinta-china.net/d_g_lobo_12.htm]
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