José Pastor González
(Granada, 1967). Poeta y narrador.
Ha publicado:
"El ruido de los cuerpos al caer", (Editorial Groenlandia, 2012)
“alguien tiene que limpiar la mierda”. 2013, ediciones RaRo.
WEB: http://librosyaguardientes.blogspot.com.es/
Sin palabras
Nos bebimos, nos comimos, nos chupamos,
a cuatro patas en el suelo,
de pie contra la pared, en malas camas,
en pensiones encontradas en el camino,
en playas solitarias,
en casas de conocidos,
en la habitación de tu hotel...
Con drogas, sin ellas,
borrachos, sedientos, felices, sin prisas, a pelo,
a escondidas o a plena luz del día.
Sin preguntas.
Sin promesas.
Sin concesiones,
sin calendario,
sin fronteras.
A muerte.
Como si nos fuera la vida en ello.
Prestándonos sueños, músicas, jugos, caricias y tabaco.
Sexo hasta calarnos los huesos.
Hoy, que las nieves han llegado por estos lares
estos viejos huesos
te echan de menos.
el valor de la metáfora / como el que oye llover
la metáfora tiene la forma de peladuras de patatas
y la utilidad de besos lanzados al aire
la metáfora es el pulso la sangre
el vuelo
de las palabras
es el juego la inventiva la aventura
de lo que no se puede imponer
el valor de los que lo estamos dejando
lo estamos dejando
y cada uno tiene sus trucos
no tener nada de alcohol en casa
evitar la tentación del tercer chupito
no apalancarse en las barras
cambiar con frecuencia de bar
intentar que exista la máxima distancia entre ellos
(pasear siempre ayuda)
tener en cuarentena los alcoholes de alta graduación
saltarse alguna que otra ronda
ser fiel a una bebida
buscarse un hobby que llene las horas dedicadas con anterioridad a los bares
no asistir a bodas comuniones funerales y fiestas navideñas
volverse exigente en lo que se bebe
y alejarse de afiladores soberanos zocos y alcoholes de dudosa destilación
han sido muchos años de trinque
a granel y a destajo
ahora
sin anónimos
intentamos tomárnoslo con más calma
seguimos siendo de tabernas, garitos de rock and roll y bares de carretera
y solo pedimos que los trucos para las resacas algún día nos funcionen
y que la vida sea amable con nosotros
José Pastor González. “alguien tiene que limpiar la mierda”. 2013, ediciones RaRo.
barrer para casa
mi madre
estuvo durante tres años
todos los sábados
limpiando
la casa y el bufete
de un afamado y rico
matrimonio de abogados vallisoletanos
estos
para asegurarse
de la eficacia y honradez de mi madre
escondían
monedas de veinticinco pesetas
como si las hubieran perdido involuntariamente
en rincones inverosímiles
junto a la fotocopiadora, bajo el revistero de la sala de espera,
entre las macetas de la terraza, detrás del televisor...
monedas que mi vieja sólo encontraría si se esmeraba
al barrer, fregar o limpiar el polvo
mi madre
que siempre ha limpiado a conciencia
daba con ellas
y las dejaba
honradamente
en un cenicero
que había en la enorme mesa del salón,
haciendo cuentas
(50 sábados al año por 3 años por veinticinco pesetas)
le deben
tres mil trescientas cincuenta pesetas
y unas disculpas
no hay bandera blanca en mis ojos
hay días en que soy in capaz de deshacer un nudo
incapaz de mantenerme en pie
incapaz de encontrar algo hermoso por lo que sonreír
días en que me daña cualquier palabra
en que me espanta cualquier ruido
en que me duele respirar
en que se me escapan las lágrimas
en que se me cae el cigarro entre los dedos
en que no estoy para nadie
hay días en que puedo escalar sin oxígeno el K2
preparar exquisito sushi para mis amigos
o escribir una canción como Jumpin´ Jack Flash
días en que puedo bailar hasta que salga el sol
y venirme para casa con la chica más guapa de la fiesta
días en que no acepto la derrota
pero no hay término medio
y es jodido vivir en esta montaña rusa
los dioses son caprichosos conmigo
y no me dan respiro
pero yo no me rindo
he ahí la cuestión
esperar o marchar
mientras espero el autobús
un hombre
que para volver
del trabajo a casa
tiene que coger el autobús
y oler
pedos
sobacos
y pies
de desconocidos
es un fracasado
tomando una cerveza un domingo soleado de otoño
estamos resacosos
y todo va como a cámara lenta
pero no hay prisa ninguna
no hay horarios, jefes, peleas
sentados al sol
bebiendo cervezas
hablamos de motos, economía, fútbol, política, música
cada uno con su estilo, manías, aficiones
sin que tenga la mayor importancia
hablando de planes, de viajes, de chicas, de conciertos
cada uno con sus sueños, esperanzas, ilusiones
sin que tengan la menor posibilidad de realizarse
pero aquí estamos
bebiendo con sed
felices
moviéndonos al ritmo del sol
hasta que la sombra llega a todos los rincones de la terraza del bar
y pillamos unos litros
y subimos a casa a hacer arroz con conejo
hay cientos de formas de hacer un buen arroz
sólo es cuestión de tomárselo con calma
y las cervezas ayudan
y la música
y la buena compañía
después del exquisito arroz
un café con un chorrito
unos whiskys
y el fútbol, los planes, la economía, la música, las chicas y las cervezas
y una partida al tute cabrón
para ver quién friega los cacharros
y así pasa la tarde
otro día ganado
mañana será otro día
y toca madrugar
para que el próximo domingo
podamos tomar unas cervezas
por nuestra salud
lecciones de jardinería
nos estáis echando tanta mierda encima
que estáis abonando nuestro odio
de "El ruido de los cuerpos al caer", de José Pastor González.
ESO ERA EL DOLOR
eran noches eternas
de lluvia, cigarrillos y ansiedad
noches casi de película de terror,
noches con los ojos abiertos sin ver nada
con el frío entrando por todos los lados,
y cuando volvías a mí
con la satisfacción en los ojos
y el alcohol en los labios
y como una fugitiva
te metías en la cama
y decías buenas-noches-cariño,
sin espantarte todo el miedo
que llevaba dentro
yo permanecía insomne
para no despertarte
no se nace odiando
el odio se enseña
no se nace rabioso
la rabia se aprende
José Pastor González
Escribe David González en el epílogo de El ruido de los cuerpos al caer (Groenlandia, 2012) que a pesar del flagrante intimismo de este poemario, nos sentimos plenamente identificados con esta falta de aire, con este mal de altura, con esta manzana newtoniana (la vida), ya podrida antes de chocar con el suelo.
Después de leer estas líneas podría ahorrarme todas las siguen, porque es imposible resumir de mejor manera la atmósfera que nos regala -o que nos arrebata- con sus libros el poeta José Pastor (1967).
Disculpen mis escasas dotes de sabueso. Me ha sido imposible seguir el rastro de Cuidado con el perro (Ediciones RaRo, 2009), primer poemario de José Pastor. Pero, a cambio, me ha bastado con una lectura canina de El ruido de los cuerpos al caer (Groenlandia, 2012) y de Alguien tiene que limpiar la mierda (Ediciones RaRo, 2013) -poemario que publicó junto a la poeta Rakel Rodríguez- para asumir mi fragilidad de animal invertebrado.
Pastor nos desnuda con sus versos desnudos. Versos carentes de vestiduras que se presentan desguarnecidos ante el lector, un lector que se enfrenta, de este modo, a una realidad sin edulcorantes, sin ánimo de corrección, narrada a través de líneas que se parten, líneas rotas ante nuestros ojos. No hay en sus poemas ni puntuación ni obediencia, no hay reglas ni límites ni artificios. Son poemas para leer cómodamente en tu propio sillón o en una de esas sillas en las que dormitan los clientes de los comedores sociales; al final de la cola del paro o en cualquiera de los descansos del curro; frente a la chimenea en la que quemamos todas las comodidades de nuestro hogar o alrededor de un fuego improvisado sobre el asfalto, o de un cubo de basura que arde. Poemas que saben que nadie debería darnos lecciones de jardinería, que sospechan que entre la basura, como entre las flores, también anida una cierta dignidad. La dignidad del que nunca se resigna.
Y no se resignan. Sus poemas son concisos gladiadores batiéndose en esta irascible lucha de clases y, por eso, les recuerdan a todos los poderosos de la Tierra que ellos tienen (…) la sartén por el mango, / los huevos, el aceite, la sal y fuego / pero yo tengo hambre. Nosotros los hambrientos, los habitantes del mundo virtual. Un mundo que ni existe ni es imaginario. Los que hasta hace bien poco nos conformábamos con llenar el carrito en el super y tomarnos, de vez en cuando, un par de rubias en cualquier tugurio, los mismos que ahora anunciamos sin levantar apenas la voz, con absoluta naturalidad y elegancia: nos estáis echando tanta mierda encima / que estáis abonando nuestro odio.
El poeta les avisa recitándoles su propia experiencia. Por eso, en la pantalla del pecé, ante mis ojos, se confirma el espíritu narrativo de su poesía. La narración da fe, sorbo a sorbo, de la experiencia propia como mera aproximación a la experiencia colectiva, surge de la anécdota personal y se encamina hacia la problemática social. Una poética que nace, sin ambición de perpetuarse más allá del presente, en cualquier parte, porque la armonía puede esconderse en una pintada sin rúbrica plasmada en la pared de un barrio obrero o en los autobuses que, justo a la hora en que el amanecer echa el cierre a los últimos bares, surcan la ciudad camino de las fábricas.
Podría haberme ahorrado estas líneas porque la manzana que besa el suelo ya está podrida y el poeta que escribe lo hace entre la basura. Lejos de las flores. Sin intención de sobrevivir a cualquier precio. Y, pese a todo, en sus palabras se refugia el amor. El amor porque la única manera de combatir esta tristeza / lleva tu nombre. La tristeza que nos abriga. ¿Quién se atreverá a poner fin a la comedia? Quién si viajo sin billete de vuelta para borrarme del mapa / para que sigas tu camino, quién si las calles van muriendo, si la vida no debería parecerse a este paraíso que nos ofrecen.
Uno tras otro, leo los poemas de José Pastor González. Uno tras otro, mientras paseo por versos que abominan de los concursos literarios, mientras asimilo estupefacto que su voz sólo pretende llevarse una bolsa: la de la ropa sucia. Uno tras otro, mientras pienso que nunca deberíamos dejar de mirar hacia arriba, hacia ese lugar inhóspito del que seguirán cayendo nuestros héroes, porque miro al cielo / y maldigo que olvidéis / de donde venís / y quién hace el pan.
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