MANUEL DELGADO GÓMEZ
Nacido en 1993 en Lucena, Córdoba. Estudia historia, escribe, hace teatro, escucha música, ve cine, toca algún que otro instrumento. Participo en la escritura, dirección y representación de las obras de teatro Caso XIX y La Conferencia de los Idiotas. Ganó el premio Rutas de la Libertad (2009) sobre el bicentenario de la Constitución gaditana de 1812. Escribe en la revista Saigón, miembro activo de Naufragio. Trabaja en diversos artículos académicos para la Universidad de Córdoba, en calidad de alumno. Organiza un recital anual de relatos de terror en Lucena, cofundador del proyecto “Garganta sin Arena”.
Escribo en el blog http://lasalmasdelatormenta.blogspot.nl/
y recito en http://naufragiosinarena.blogspot.com.es/ de la Asociación Naufragio.
El demonio.
Sans cesse à mes côtés s'agite le Démon;
II nage autour de moi comme un air impalpable;
Je l'avale et le sens qui brûle mon poumon
Et l'emplit d'un désir éternel et coupable.
Baudelaire.
En el balcón mirando las estrellas yo y el demonio,
a mi alrededor se revuelve entrando en mi cabeza,
penetra en mi estómago y descansa sobre mis hombros.
Baila encima mía, como un instante más nítido.
En la oscuridad del silencio pasea sus pies de humo,
descalza sus uñas y arañan mis hombros, desenfocando
un prisma sobre las estructuras de mi pensamiento,
arando después las tierras baldías de mi garganta.
Sonríe difusamente cruzando los brazos corruptos,
me dibuja anillos siniestros de fuego en la sien.
Contiene mi aliento esperando que me hunda el pecho,
retiene el humo en mi cabeza, esperando que lo suelte.
Horada mi voz con escenificada presencia,
cubre mis silencios con su humo sulfúrico,
vierte veneno oscuro de bosque en mis oídos,
y pronuncia veladas tentaciones y amenazas.
Arrugando la voz clava agujas en mi nariz
y le brillan los ojos cuando mi sangre es polvo.
Cuenta uno a uno los astros que tiritan en el cielo,
en el balcón mirando las estrellas yo y el demonio.
Arde París.
Mientras desclavo las espinas,
arde París entre profundas grietas.
Mientras reparo mis dolores,
arde París con el reflejo vacuo.
Mientras se secan las hojas del invierno,
arde París presa de un puño de acero.
Arde París con los campos elíseos,
el Moulin Rouge y Monmartre.
Arde París debajo de las águilas
que arrancan la carne de las colinas,
arde Baudelaire, arde la revolución,
arde la absenta y la ausencia.
Arde París, la serpiente y el pecado.
No en nombre de todos los puros,
sino en el del rayo de ultramar
y el humo de los libros ardientes.
Arde París, arde Europa, ardo yo.
Y sus ascuas las fotografían
millones de cuerpos, portadores de luz.
Y sus ascuas las llevamos
en las espinas de mi corazón.
Y sus ascuas son como una oración,
a la muerte de todas nuestras palabras,
y sus ascuas se repiten con un eco,
por los caminos de un mundo que ya ha ardido.
Y las ascuas las llevo prendidas
en los cuerpos de los niños perdidos,
de los bohemios desaparecidos,
en el dulzor de los pecados elegantes,
y en la muerte del dios iracundo,
por los constantes dioses del equilibrio
que repiten las mismas posturas,
entrenando para no pelear...
entrenando para no pelear...
entrenando para no pelear...
pelear...
pelear... pelear...
Remanencia.
A veces he mirado al pueblo como Hernández,
a veces he sido absurdo como Huidobro.
Otros días he buscado el verde de Lorca,
la musicalidad de Walt Whitman.
A veces te he tenido como te tuvo Benedetti,
incluso cuando te he perdido he sido Neruda
y he acabado con las Magadalenas de Sabina.
A veces he tenido vicios siendo Bukowski,
Baudelaire, Wylde, Fante, Dostoievski...
He mordido el polvo con Bob Dylan,
he mirado el infinito junto a Borges,
La más dulce de las soledades con Don Gabriel.
He caminado junto a Moisés, Quijote, Frodo Bolsón
e incluso junto a los vigilantes o Long John Silver.
He asistido a las pesadillas de Poe, de Lovecraft,
a los fantasmas y los trajes de Joe Hill.
He sido ocultamente libre como Cernuda,
descarnado como Dámaso Alonso,
andando en el mar como Alfonsina Storni.
He sido ácido como Quevedo, corrosivo.
Me he vuelto esencial como Juan Ramón,
satánico como Rushdie.
A veces, también me he preguntado por Dios,
como lo hace Emilio en su espejo.
También he buscado hacer del blues poesía,
como Manuel Guerrero lo hace del tango.
Otros días me levanto y quiero la dulzura
envuelta en fuerza de Enrique Cortés.
Sin embargo, la mayor parte de las veces,
hago como mi padre y me dedico a leer.
El corazón delator
Mi corazón habla tan bajito que solamente late,
es analfabeto, puesto que no sabe leer un beso.
Mi corazón siempre pregunta primero al cerebro,
él sólo puede beber de las fuentes de sangre
nada de pasiones ni sensaciones de base
y solo duele cuando se llena más que el pecho.
Este corazón se ríe las más veces ligero,
otras veces estalla, otras salta y después cae.
Se mueve, en ocasiones baila, todo en silencio.
Nunca quiere hacer mucho ruido, es distante,
nunca ve lo que le rodea, es egocéntrico.
Cuando llega el momento de latir, lo hace tan suave,
tan suave, tan suave, con un tempo tan lento
que suelo preguntarme si está en silencio.
Sin Título
Bajo los susurros de tus ojos,
enclaustrado en tu vientre de barro,
preso en el estrado de tu diéresis
sobre el calor directo en tu piel,
en la pluma de tu pie descalzo
y en el calor del aire que espiras
subyacen los secretos de todos
los poemas que jamás escribí.
Vientos ligeros me traen sabores
de una lejana tormenta acústica
y de naranjo discretos pétalos.
Me descarnan la cara y el cielo,
y en tu ausencia dicen dibujando:
todas mis palabras salen de ti.
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