Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

jueves, 15 de diciembre de 2016

YAGO MELLADO [2.210]


Yago Mellado

Cordobés nacido en Cáceres y residente en Granada, Yago Mellado López se mueve entre la filosofía política, la música y la traducción. De su trayecto académico quedan publicaciones como La política de los desconocidos (Astrolabio. Revista Internacional de Filosofía de la UB, 2006), Le bateau imaginaire (con I. Delcroix, en Mythe et création 2, L’Université de Savoir, 2007), Las secuelas del posmodernismo (con E. Díaz Álvarez, Fund. Cidob, 2009), El antisemitismo y la politización de la identidad judía (Constelaciones. Revista de Filosofía Crítica, 2012) o su tesis doctoral El Anarquismo en el espejo judío (UPF, 2013), actualmente en proceso de edición por la Fundación Anselmo Lorenzo. Su actividad como traductor se ha centrado, a su vez, en el campo de la filosofía política y la agroecología.

Actualmente forma parte del proyecto Faluka, afincado en Granada y dedicado al estudio e interpretación de las músicas tradicionales del Mediterráneo. Cartografía de una tangente, su primer poemario, publicado por Esdrújula Ediciones a comienzos de 2016, recoge una selección de poemas escritos entre 2000 y 2005, registro de un trayecto interior posible en el marco de una persistente itinerancia.





Selección de poemas del libro Cartografía de una tangente *




Lo primero que cae son las fechas. Hoy es día uno. Se acaba de inaugurar el tiempo. Todo ha quedado reducido a una isla, donde solo existe lo que toco, solo duele lo que lloro, solo late lo que pienso. El resto se deslizó entre los dedos. He querido agarrarlo a gritos, corriendo, el pecho abierto… y finalmente devorarlo el aire ante mis ojos desiertos. Queda la ausencia, saberse en su vacío. No sé cuánto, cuánto su huella hablará de sí misma.



Apercibido del aire

Voy a deshacer
a bocados
mi propio vocabulario

Las palabras enredadas
marañas
en un paladar de piedras
pelaje uniforme de metáforas
y lo indecible
por la sien
como paraguas

Hoy el encuentro es seco
y lleva agregado el polvo

Ardieron los personajes
y ya nadie recuerda el viento
Te escondes entre la hierba
como lo hicieran ayer mis dedos en tu sexo

Hoy no termina nunca
Es sangre verde
Sangre deshecha
La tierra mastica tu boca
aunque no quieras



*



Soñaba con inviernos
No con el frío
Ni sus árboles arrebatados
Era con una ausencia calma
Con su silencio
Era su viento a carreras
arañando la tierra

Soñé la ligereza del frío
su precisión
su victoria sobre el tiempo



*



Se graban mis mañanas
apuntalando mi cuerpo desoído
con las aristas de las aceras

Los días aéreos vagan
tratan de borrar la memoria
con la barbilla alzada al cielo

Pongo veto a los rígidos tornillos
que me enclavan a la tierra
Sigo el rastro que pertenece a la vaguedad
la libertad de la imprecisión
ventanales abiertos
a mi reflejo
crónicas de crítica acelerada
restos de mi silueta
que se hizo sombra
y va lamiendo ciudades
robándoles el tiempo

Libertad de ser negados
abrazados a las tangentes
de nuestra sombra



*



Huida

De nuevo los pies a la carrera
llenos de pasos
para devorar el tiempo

Ante las amenazas del vacío
me meto el mundo por dentro
me lo inyecto en los labios
y en el pecho

No proclamo nada, Valente
ni la ceniza
pero todo lo levanto
compulsivo
para dejarlo caer a cada instante

Anular la ansiedad a base de movimientos
Y los labios se alejan
Se deshace el mundo
evaporados los hilos de su secreto

No queda más que madeja
madeja enredada
inservible
madeja deshabitada



*



Las cosas se quedan
se van quedando
Empujadas en trenes perdidos
desde memorias revueltas
desde sueños irrevocables
se van quedando
Entraron en silencio
o no entraron
se hallaron
—a medias extranjeras
a medias de siempre—
con la certeza de que ni el viento
ni un golpe de mano
ni el viaje que nunca haremos
van a arrancarlas de nuestro lado



*



Son fronteras de cristal. Una ventana, por ejemplo. Afuera la noche inmensa. Acá adentro otra cosa: la casa: casa. Ese lugar desde el cual la noche ya no es inmensa: es noche. A secas. Una anécdota. Un ardid. Un artificio del lenguaje donde colocar eventos. Litros de vida irremediablemente allí dispersos. Un salto con color de comienzo. Un cierre que se guarda en secreto.





Los días aéreos de Yago Mellado

Por Joaquín Pérez Azaústre.

La poesía  de Yago Mellado es una perspectiva desde el centro del mundo. Y aquí el poeta es su propio centro, el origen del ser –tiempo y espacio-, como una proyección que se mueve del sitio sin desplazar el paso de su voz, que atraviesa sus propios atlas personales, sus nuevas geografías reconvertidas en experiencia íntima, para hablarnos siempre desde dentro, desde ese núcleo íntimo, por debajo del manto y la corteza, proyectado sobre la inmensidad. Elegantemente editado por la nueva y prometedora editorial Esdrújula, de factura plástica, Cartografía de una tangente es, a todas luces, un libro necesario para su propio autor. Nada hay en él de mera poesía de circunstancia o geográfica, de fedataria íntima de la propia vivencia; hay, en cambio, una visión plural de la existencia, multiforme y dinámica, cambiante, adormecida, dentro de los pliegues de la realidad, por encima y debajo, entre los agentes corrosivos del clima y la intemperie abierta de los años que nos van devorando. Dividido en tres partes –Las huellas, Fotografías y Recetario-, Cartografía de una tangente nos propone un viaje existencial, que se va perfilando desde sus elementos, empezando por el propio bautismo cenital de vocablos, que nacerán de nuevo: “Voy a deshacer / a bocados / mi propio vocabulario”. Pero el lenguaje también corre su riesgo: “Las palabras enredadas / marañas / en un paladar de piedras”. Finalmente, la verdad mineral acaba siendo más fuerte que el deseo verbal, porque: “La tierra mastica tu boca / aunque no quieras”.

Un ritmo frenético, entrecortado, limpio, en una poesía libre, sin puntación ni pausas, que se lee con la respiración. Hallazgos sensoriales, oníricos y amplios, con el sujeto poético vertido en su verdad mineral: “Hilaba la rueda el río / seco avanzaba su cauce / de tierra, cantos y piedras / vagabundo del aire”. También el propio poeta se nos muestra como ese mismo “vagabundo del aire”, que va viajando por su propia biografía afianzando cimientos de una geología íntima. O, como nos dice en otro poema: “Soñaba con inviernos / No con el frío”. Esencialidad pura, ese estancamiento de palabras que alcanzan su propia sonoridad plena, con su grito semántico en el silencio previo a la creación. Pero también la vida más cercana, con su experiencia de cotidianidad, está presente aquí, en la mirada totalizadora del poeta: “Pasa la voz metálica de los autos / pasan / la pretensión esteta de los tacones / y lo aéreo de sus faldas / pasan / luces de noche / manos ciegas / y el eco de su paso”, como también pasamos nosotros al leerlo, porque es la calle del aire, en el humo de la conversación, pero también el milagro primitivo y amplio de una contemplación que abarca todos  los confines del retrato.

Hay también otros versos que pueden funcionar como poética, porque seguramente son el corazón del libro. Pienso especialmente en dos fragmentos: “Ante las amenazas del vacío / me meto el mundo por dentro / me lo inyecto en los labios / y en el pecho”. Para eso, precisamente, habitamos el cuerpo del poema: para interiorizar la hostilidad de la existencia, pero también su claro mutismo atronador. Pero ¿y después de la escritura? Entonces tenemos el segundo fragmento, perteneciente a la misma composición, que también podría ser una poética de todo el libro, porque lo condensa y lo define: “No queda más que la madeja / madeja enredada / inservible / madeja deshabitada”. O la imposibilidad de la poesía para sacarnos de nuestro estado de sitio, como comprobamos después, con esos “ojos / abiertos / devorando / la distancia / sin moverse del lugar”. Ese ”sin moverse del lugar” me parece definitivo en la propuesta poética de Yago Mellado, en su mirada abierta y pálida, pero también completa y muscular, en el telar de un libro que no resume el mundo, pero que sí lo habita y lo respira, gracias a ese ritmo recortado “con las aristas de las aceras”, en esos “días aéreos” que “vagan / tratan de borrar la memoria / con la cabeza alzada al cielo”.

Su cuerpo nombra al aire y se bebe el silencio: “Hoy es día uno. Se acaba de inaugurar el tiempo”. También inauguramos una nueva poesía, de honda sencillez y altura metafórica, que diversifica las propuestas poéticas a través de unas prosas de íntimo lirismo, pero también del aluvión de elementos captados de la realidad. Cuando se dice “El periódico marcó hoy máximas históricas”, Yago Mellado no nos saca del poema, sino que introduce la actualidad en la intensidad lírica: porque todo es verdad, tensión primera, y no retablos fuera de la escritura de la realidad. Sin embargo, tampoco su escritura se reduce a una intención fotográfica, sino que enfoca la vida con el visor más amplio, dentro y fuera de nosotros, volando por encima del mapa hasta apresar sus límites, y después olvidarlos.











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