Juan Fernández Rivero
(Seudónimo de Juan Fernández Fernández)
Juan Fernández Rivero nació en Sevilla en 1991. Es graduado en Filología Hispánica y máster en Traducción Literaria, actividad que compagina con las de editor de estilo y corrector de pruebas. Como poeta, ha colaborado en el libro colectivo Plural de habitación (Online, 2015) y publicado After Ego (Libros.com, 2016). Como ensayista se ha especializado en poesía contemporánea y teoría de la literatura; actualmente prepara su primer trabajo monográfico, previsto para 2017 y titulado Conversar con los muertos: traducción y hermenéutica en la obra de José Ángel Valente (Escolar y Mayo Editores).
LLENAN DE QUEROSENO NUESTROS ÚTEROS
llenan de queroseno nuestros úteros
y los ponen en venta en internet
mueven la lengua a golpes
sin hablar
y se nos hunde el miedo en las clavículas
son ellos, corazón
el enemigo
nubes de leche ácida y cristales
para escribir sus nombres en las frentes del futuro
no necesitan más que tiempo y máscaras
SE ABRE EL RITMO NEUTRAL DEL MEDIODÍA
¿qué hacer con el infierno que uno esconde en sí?
vladimir maiakovski
y en el piso de al lado canta una mujer
en todas las ventanas reverbera el rechinar de los informativos
voces que se solapan y construyen
de la membrana vieja un ruiseñor
hueco como las manos de los muertos
la primera mentira es la verdad
su contracción en la garganta nos persigue como un monstruo escapado de los años
como una escolopendra que ascendiera desde un pozo anegado de la infancia
vladimir
quién abrirá las flores del infierno
quién retendrá lo amargo en la semilla
esa canción que canta la mujer ablanda la obviedad de las paredes
la cordura se aquieta y su humedad escapa de los cráneos amarillos
Observa
Observa.
La madre está pidiéndonos asilo.
La madre que ha esperado en su lugar
comiendo la comida de los pájaros,
la madre atravesada por la garra
sin tacto para el mármol de la historia.
Mira a la madre como un puño abierto
bajo el largo cabello de las nubes.
Decide tú si abrir o condenarla.
Nos vamos de viaje (Alzhéimer)
Nos vamos de viaje
y quiero que tú cuides de mis flores
y mis gatos.
Nos vamos de viaje...
Espero que mis llaves
les sirvan a tus puertas; las palabras
resultan a menudo algo indigestas,
pero acostumbrarás
tu cuerpo a lo que llegue.
¿Querrás regar mis plantas?
Hay una cajetilla
oculta bajo un mueble,
contiene algunos versos de recambio
por si se va el fusible
y buscas medio ciega una respuesta.
Yo quiero que te encargues de mis manos
y mis ojos.
Nos vamos de viaje...
¿Los cuidarás tú sola?
No olvides cada día
el acto de regar, regar mi cuerpo
(adonde yo me voy no hay agua,
adonde yo me voy no puedo).
Te dejo mis sentidos y mis nervios,
por si los necesitas.
Hay una cajetilla
bajo un mueble:
contiene algunos versos de recambio.
Se nota que no estás
Se nota que no estás:
las cosas se descuelgan del columpio
estructural que las sostiene
y encaran como luces occidentes
o ecuatoriales flores
el vacío.
Como un coral de hierro, Nueva York
abre las puntas de sus edificios.
En pleno corazón de Times Square
un hombre lee el Corán. Casi no hay noche.
(Nueva York, 2013
POEMAS DEL JARDÍN 3317
Tres fragmentos
Así se han numerado los solares de las casas, pintando en los bordillos, con espray, un código que ni siquiera terminamos de entender. En el 3317 de la calle Linda Vista viven seis personas, cada una con su nombre y con su extraña ficcionalidad, con su sonrisa propia y su creciente colección de objetos personales. Mientras la noche extiende su ramaje como un árbol ebrio, como una manta oscura en el tejado impermeable, las seis personas duermen en su habitación y tienen sueños no relacionados.
*
En el jardín, la ira se ha igualado a la tristeza. Alguien escribe un mail y en ese mail me dice intenta no centrarte en el dolor, intenta no pensar en nada en absoluto; pero yo sigo estando en el minuto en que los niños muerden las adelfas, y levanto al azar las palmas de las manos. Alguien escribe un mail y en ese mail me dice que me quiere, me dice que la noche está quemando el poco combustible que le queda y que se está expandiendo a nuestro alrededor como una amarga estrella de color crepúsculo. Dejo el ordenador sobre la mesa y doy pasos a ciegas en la oscuridad. Alguien escribe un mail y en ese mail me dice vuelve a casa.
*
El olvido, sin duda, es una forma extraña de pureza; se cuela por debajo de las puertas y araña la moqueta del salón, comienza a acumularse en las esquinas y a comprender el juego de los ácaros. Cuando la luz alcanza la ciudad, después de haber dormido en el desierto, cuando llega furiosa y alargada como la mano de una adolescente, viene a tocar sus crestas de jabón, siempre invisibles, tibio lagarto que se extiende al sol sobre la espalda de las escombreras.
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