Ramón Valvidares y Longo
Fray Ramón Valvidares y Longo (Sevilla, 3 de noviembre de 1769 - 23 de diciembre de 1826), fraile jerónimo, poeta, traductor y escritor español.
Fue recibido como novicio en el convento de Bornos, provincia de Cádiz, el 7 de marzo de 1787. Profesó en el monasterio de Santa María del Rosario el 9 de marzo de 1788, de donde se fugó, junto con otro compañero, al año siguiente, el 3 de diciembre de 1789. Pasa más tiempo fuera que dentro del monasterio, a menudo sin justificación y otras veces «con el achaque de sus publicaciones». En febrero de 1807 se considera ya excesivamente prolongada su ausencia y se acuerda usar «de todo rigor» para que vuelva.
Por el Archivo Histórico Nacional —de donde se extraen estos datos—, se sabe que en Sevilla y en 1814 estaba en trance de montar una imprenta, aunque no parece que regentara ninguna; es lo cierto que su hermano Manuel Valvidares sí regentaba una también en Sevilla. Ramón llegó a ser prior del monasterio de Écija y en 1815 intentó ser nombrado Predicador del rey, lo que no consiguió, aunque sí otros empleos y dignidades eclesiásticos, como examinador sinodal, calificador de la Inquisición, etc. También perteneció a la Real Academia Sevillana de Buenas Letras según Francisco Aguilar Piñal. Conoció la exclaustración en 1809 y se vio obligado a huir a Portugal ante el avance de las fuerzas francesas y, más tarde, al comienzo del Trienio Liberal, fue encarcelado durante un breve periodo. Murió el 23 de diciembre de 1826.
Escribió folletos y ensayos contra Napoleón durante la Guerra de la Independencia, y sátiras contra los liberales como la novela El liberal en Cádiz o aventuras del abate Zamponi (1814), en la que se ridiculiza al personaje principal que quiere ser liberal como si fuese una locura al estilo de la de Don Quijote; el texto, a la vez satírico y paródico, tiene también elementos de novela bizantina y es una de las primeras novelas españolas que se localiza y ambienta durante la Guerra de la Independencia. Fue muy leído su poema épico en doce cantos La Iberiada sobre los sitios que sufrió Zaragoza, y el poema tuvo tanto éxito que incluso conoció una reimpresión. Fue también de los primeros en escribir fábulas políticas en sus Fábulas satíricas, políticas y morales (1811), como hizo Cristóbal de Beña. También tradujo parafrásticamente el Cantar de los Cantares y algunos Salmos.
Obras
Descripción poética. La terrible inundación que molestó a Sevilla en los días 26, 27 y principalmente en la desgraciada noche del 28 de diciembre del año de 1796, 1797.
Sermón moral que en memoria del terremoto acaecido en la ciudad de Sevilla en el año de 1755, y para celebrar la festividad de Todos los Santos, dijo en su iglesia catedral el día primero de noviembre, a presencia de ambos cabildos, el P…, del orden de San Jerónimo, individuo de la real academia Literaria de dicha ciudad, 1807.
La Victoria. Oda al excmo. Sr. Don francisco Xavier castaños, general en Jefe de los ejércitos de Andalucía, por la batalla ganada a las armas francesas sobre los campos de andujar y Bailén el 20 de julio de 1808, Sevilla, Imprenta de las herederas de D. José Padrino, 1808.
El desengaño. Discurso histórico, político y legal sobre la falsa política de Napoleón I emperador de los franceses y rey de Italia, etc., Sevilla, Imp. de la calle de la Mar, 1808.
Fábulas satíricas, políticas y morales sobre el estado actual de Europa (1811).
Sermón panegírico que en la anual memoria y solemne festividad, que consagra la ciudad de Sevilla al Todopoderoso, por su feliz restauración y conquista hecha del Yugo mahometano en el año de 1248 por don Fernando III, dijo en su iglesia catedral el 23 de noviembre de 1816 Sevilla, 1816.
El cantar de los cantares de Salomón. Paráfrasis en verso castellano, según el sentido místico, conforme a la exposición de los padres e intérpretes católicos, 1818.
Afectos devotos para ejercicio y consuelo de las almas espirituales, sacados de los salmos del real Profeta David, 1820 y Madrid, 1824.
Relación circunstanciada de las solemnes exequias con que la ilustre y Noble ciudad de Carmona honró la memoria de Nuestra reina y Señora Doña maría isabel de Braganza, en los días 21 y 22 de enero de 1819, con la oración fúnebre que se dijo en ellas, Sevilla, Imprenta Real y Mayor, 1819.
La Iberiada. Poema épico a la gloriosa defensa de Zaragoza, bloqueada por los franceses desde 14 de junio hasta 15 de agosto de 1808, y desde 27 de noviembre de este año hasta 21 de febrero de 1809 Cádiz: Vicente Lema y D. Diego García Campoy (primer tomo); D. Diego García Campoy (segundo tomo), 1813, 2 vols., 2.ª ed. en 1825.
El liberal en Cádiz, o aventuras del abate Zamponi. Fábula épica para remedio de locos y preservativo de cuerdos. Por F. R. V., Sevilla, Imprenta del Correo Político Mercantil, 1814 (novela).
Disertación teológico-canónica... sobre los diezmos, Madrid, 1824 y con el título Apología teológico- canónica de los diezmos, donde por un enlace no interrumpido de todos los siglos, desde la ley escrita, hasta el Concilio de Trento, se prueba que ellos son de precepto divino, dado por Dios en ambos Testamentos y definido por la iglesia católica en dos concilios generales y en otros muchos nacionales en Madrid, 1825.
Fábulas incluidas en Antoine Sabatier de Castres, traducido por Juan de Escoiquiz, El amigo de los niños, Madrid, Imprenta de D. Eusebio Aguado, 1830.
LA IBERIADA
PARTE I
Ahora canto el honor y excelsa gloria
Del ínclito varón fuerte y osado,
Cuya fama eternal asaz notoria
De frondoso laurel lo ha coronado.
Canto de su valor la clara historia,
Su constante virtud, y al dios airado
Que siguiendo el furor de un vil partido
Por inmenso penar lo ha conducido.
Calíope sagrada que algún día
La cítara de Apolo resonabas,
Entonando tu voz con melodía
Los hechos de valor que allí notabas;
Templa por esta vez la lira mía
Y el acento me dad que grato usabas,
Porque pierdan su horror en dulces cantos
La miseria, el dolor y los quebrantos.
Y vos ¡ó gran FERNANDO! á quien Minerva
Tegió de vuestra sien la alta corona,
Digna de la virtud que el mundo observa
Y le mueve á ensalzar vuestra persona:
Vos, cuya fama fiel siempre conserva,
Y en sonoro clarín canta y pregona,
Discurriendo sin fin con raudo vuelo,
Ese nombre inmortal que nos dio el cielo.
Vos, Príncipe infeliz é idolatrado
De la Ibera nación, por quien suspira
La augusta Religión con el Estado,
Por la santa piedad que en vos admira.
Vos de mi pecho ¡ó REY el mas amado!
Con sobrada razón, si bien se mira,
Pues labré el pedestal y alcé la basa
A mi honrosa carrera en vuestra casa.
Vos, Monarca y Señor, traidoramente
Arrancado de nos con viles mañas,
Por cuya libertad su clara frente,
Han ceñido de honor nuestras Españas;
Por mi labio escuchad atentamente
De vuestra tropa fiel grandes hazañas,
Y este obsequio aceptad que el grato pecho
Os consagra esta vez como un derecho.
Hay un pueblo leal y valeroso
En la fértil llanura situado
Por donde el Huerva azul y el Ebro undoso
Encaminan su curso acelerado:
Amenizan también su campo hermoso
El canal imperial, y el plateado
Gallego encantador, que en sus raudales
Muros le son; los dos de albos cristales.
Dicen que en otro tiempo fue llamado
Con nombre de Salduba, hasta que Augusto
Sus ruinas habiendo levantado,
Con el suyo le dio su genio y gusto;
Pues en todas las guerras que ha probado
Al contrario llenó siempre de susto,
Adornando también sus estandartes
Las ciencias, la labor, las bellas artes.
En esta gran ciudad tuvo su asiento
El trono de Aragón, hasta que unidos
Los reinados de España , á un regimiento
Se miraron quedar todos rendidos.
Mas ella siempre fue como un portento
Por sus claros varones escogidos,
Como lo cantará la augusta Fama
En el hecho inmortal que hora nos llama.
Sobre un suelo tan grato y delicioso
De Minerva los hijos congregados,
Gozaban de un placer el mas dichoso
De venturas sin fin siempre halagados.
A la sombra del Numen poderoso
Eran de todas gentes envidiados
Por la mucha abundancia y la riqueza
Que ilustraban su nombre y su grandeza.
El Padre y alto Dios de los mortales
Por hija tan leal ya desvelado,
Derramaba también favores tales
Sobre este pueblo fiel que le era dado.
Tantos dones y gracias celestiales,
Que Jove dispensaba al suelo amado,
Lo elevaron al fin con su influencia
Hasta el punto mayor de la opulencia.
Aqui Neptuno su imperial corona
Ante el ara de Palas ofrecia,
Y Ceres rubicunda á su persona
Su cetro y su poder también rendia.
El fiero Marte, la inmortal Belona
Con las demás deidades á porfía,
Respetando su honor y su excelencia,
Le prestaban obsequio y obediencia.
Asi pasaban ya sus caros hijos
Una vida feliz y placentera,
Y entre puros y dulces regocijos
Mostraban no temer la suerte fiera.
Pero como Fortuna nunca fijos
Pudo tener sus pies, de tal manera
Su rueda revolvió, que en un momento
Todo lo trastornó desde su asiento.
La soberbia Pirene, Furia insana,
Genio infernal, horrible y altanero,
Aborto del averno, que inhumana
Muerde astuta y sagaz con diente fiero:
Esta sangrienta diosa transmontana,
Hermana en el furor del can Cerbero,
Arrastraba infeliz por justa pena
De un regicidio infiel la atroz cadena.
Sobre un montón de escudos destrozados
Sentada la cruel estaba un día,
Y volviendo su faz á todos lados
Sus ojos sin cesar feroz movía.
A la España por fin los tiende osados,
Y ya en rabia mordaz su pecho ardía,
No pudiendo sufrir serenamente
La gloria y esplendor de aquesta gente.
Nunca pudo olvidar que la constancia
Del Ibero leal y generoso
Siempre vino á domar la su arrogancia
Con su brazo inmortal y asaz brioso.
Conociendo de aquí cuánta importancia
Le diera el abatir á este coloso;
Su invencible poder aunque miraba,
Su exterminio total ya meditaba.
Así, para vengar su rabia y saña,
Y dar á su pasión algún contento,
Buscaba con ardid y astuta maña
El medio de lograr su negro intento:
Al fin vino á romper con fuerza extraña
De su pecho el volcán y el ardimiento,
Y en la suerte infeliz del suelo hispano
Determina emplear su furor vano.
Hay un monstruo horroroso y detestable
Diosa enemiga del linage humano,
Que con pecho feroz, rostro espantable
Al mundo llena de dolor tirano.
Su venganza cruel es implacable,
Y la muerte y horror lleva en su mano;
Turbadora es de paz y de concordia,
A quien llama el mortal la infiel Discordia.
Del horroroso averno do yacía
Este monstruo infernal en sombra oscura,
La noche fusca, tenebrosa y fría
A la tierra lo dio por desventura.
Su ponzoñosa hiél de noche y día
Vertiendo en ella va, y en tal presura
Gime el globo infeliz con triste llanto
Cercado de terror y fiero espanto:
Este azote cruel de los mortales,
De los hombres y dioses detestado,
Principio horrendo de los duros males
Que al mundo agitan con rigor pesado:
Esta sombra de horror que aun los umbrales
De la vida mas fiel ha rodeado;
Que del triste mortal jamas se ausenta,
Y al paso que su edad ella se aumenta:
Este aborto fatal del negro abismo,
Después que ensangrentó toda la Europa,
Convirtiendo el furor contra sí mismo,
Muerde y desgarra su teñida ropa.
En su fiera altivez y despotismo
Vertió el veneno de su horrenda copa
Lanzando en su dolor del Pirineo
Un horrible clamor de su deseo.
Sobre el monte la infiel mirando osada,
A la España volvió su rostro fiero,
Y de rabia mordaz aquí agitada,
La cumbre aferra con temblor severo.
La luna se paró toda turbada,
Y trémula contempla el fin postrero;
Y ella con negra y ponzoñosa boca
Dijo, moviendo allí la excelsa roca.
¿Qué es esto? ¿qué mudanza tan extraña
Mi elevado poder tiene abatido?
¿Es posible quizás que ya la España
Duerma en la blanda paz y eterno olvido?
¿Mi feudataria fiel, que tanta saña
De mi pecho nutrió, será debido
Que halagada tal vez de un vil sosiego,
Extinga de mi altar el sacro fuego?
¿Esta brava nación que me fue dada
Por mi rica heredad acá en la tierra,
Sobre el ocio fatal hoy recostada,
Insulta mi deidad, mi templo cierra?
¿Do el sacrificio está que ensangrentada,
Entre el grito y horror de cruda guerra,
Sobre aquestas montañas me ofrecía
Cuando mi gran poder reconocía? -
¿Mis dominios inmensos, que extendidos
Hoy se llegan á ver de polo á polo,
Serán á mi grandeza substraídos
Por la funesta paz de un reino solo?
¿Qué son de tantos bosques encendidos
Por unas duras manos, que sin dolo
Quemaban en mi honor fragante incienso
En tan vasto país y suelo inmenso?
Por todo su distrito se veía
Fuego devorador, yermas ciudades,
Montes de troncos, que en la sangre fría
Nadan por las campiñas y heredades.
Aquí el llanto y clamor solo se oía;
Allí el fiero dolor y las crueldades:
¡Cuadro agradable! ¡lisonjera escena!
Capaz tan sola de calmar mi pena.
¿De dónde nace, pues, tanta mudanza
En el reino mas fiel á mi servicio ?
¿Y posible ha de ser que en blanda holganza
No me vuelva á ofrecer mas sacrificio?
¿Será vana por fin ya mi esperanza,
Y mi fiero poder sin egercicio
Veré en esta nación ¿Se ha minorado
Su heroísmo y valor tan decantado?
No por cierto; la Iberia reservada
Tiene ofrenda mayor á mis altares:
Su sangre varonil no está acabada,
Y cubrirá otra vez sus altos lares.
En tanto que la sed del oro entrada
Halle en su corazón y en sus hogares;
Mientras la envidia vil reine en sus pechos
Yo tornaré á cobrar hoy mis derechos.
De esta suerte discurre enfurecida,
Y Pirene sagaz, que la escuchaba,
Halló en sus manos la ocasión nacida
Para el hecho cruel que meditaba:
Así que luego su cerviz erguida
Con el fiero volcán que la abrasaba,
Hacia el monte voló cual vivo rayo
De su crimen á hacer horrendo ensayo.
Ante la horrible faz de aquesta diosa
La pérfida deidad se presentaba;
Que el veneno mortal que le rebosa
Su peligro observar no la dejaba:
Y con lengua mordaz y cautelosa,
Que venganza y rencor solo espiraba,
El silencio rompió por vez primera,
Comenzando á decir de esta manera.
¡O Numen inmortal! del Dios sangriento
Precursora fatal siempre ominosa;
Tú, que volando cual ligero viento,
En la tierra infeliz tal vez no hay cosa
Que no inflames feroz con negro aliento,
Y perturbes al fin harto enojosa;
Calma mi duro mal y escucha atenta
El acerbo dolor que me atormenta.
No puedes ignorar que hay una gente
Que en el cabo de Europa tiene asiento,
De indomable cerviz, dura y valiente,
Cuya fuerza y poder es su ornamento:
Una rica ciudad tiene á su frente
De constancia y virtud raro portento,
A quien Palas defiende, desvelada
En su ayuda y favor, con mano armada.
Esta brava nación mas insolente
Por el numen excelso protegida,
Intenta derribar osadamente
Una gloria inmortal que me es debida.
Ya no teme el furor con que impaciente
En un tiempo traté de su caida;
Despreciando esta vez con ledos ojos
Mi venganza cruel y mis enojos.
Por eso á tu favor tan alta empresa
En mi dura aflicción he confiado;
Que si tu lengua audaz hora interesa
Contra aquesta deidad á Marte airado;
Su imperio colosal verá de priesa
Por el suelo caer ya derrocado
Esa gente feroz, que envanecida,
Mi sangriento rigor no le intimida.
Si en tan arduo proyecto me asistieres,
Tu nombre esclarecido será eterno,
Y el premio lograrás que mas quisieres
En los vastos estados que gobierno.
Riqueza y dignidad con mil placeres
Entonces gozarás, y mi amor tierno,
Siendo fruto de unión tan ventajosa,
Una suerte feliz; y paz dichosa.
Callad, dijo la diosa cuando oía
De Pirene la infiel tales razones,
Pues todo mi interés cifro en el dia
Tan solo en proteger tus intenciones.
Bien sabes que por tí la dicha mía
Extendiéndose va por mil regiones
Que en su curso veloz alumbra Febo,
Y que triunfos sin fin hoy á tí debo.
Esto dijo no mas, y de su boca'
Una infección mortal luego respira;
Pero no es la amistad de quien la invoca
La que excita esta vez su injusta ira;
Mas solo su crueldad hoy la provoca
Y el ansia de dañar á cuanto mira: >
Que alcanza su rigor siempre inclemente
Al injusto, al leal, y al inocente.
Y en su pecho feroz reconcentrando
Toda la rabia y hiél mas ponzoñosa,
L a turbulenta esfera fue surcando
Sobre un negro vapor y nube umbrosa.
Entre sombras de horror ya volteando
Del monte al rededor mas espantosa,
Lanzó un rayo infernal tan encendido,
Que la cima tembló con su estampido.
Con saña tan cruel de allí se parte,
Y su vuelo fatal luego encamina
Al trono de furor, do el crudo Marte
Con la muerte amenaza y la ruina;
Y con lengua mordaz, astucia y arte
Hasta el ara del dios ya contamina,
Atizando el volcan y horrenda llama
Que del numen feroz el pecho inflama.
¿Para cuándo, le dice, tu venganza,
¡0 potente deidad! has reservado,
A vista del favor y alta privanza
A que Palas hoy ves que se ha elevado?
¿Puedes tú ya ignorar de que afianza
Cada vez mas su honor y su reinado
El padre celestial, y que abatido
Tu imperio se ha de ver y aun destruido?
¿Al Ibero no ves con paz segura
En brazos de su amor ya reclinado,
Y que aumenta sin fin la su ventura
Bajo su paternal y fiel cuidado?
¿No le miras bollar tu saña dura
Y tu fiero rigor y rostro airado
Gozando, sin temor de pena ó muerte,
Del mas grato placer y feliz suerte?
¿Adonde, pues, está tu atroz braveza?
¿Adonde tu furor y brazo osado,
Si permites erguir hoy su cabeza
Sobre el alto poder que te se ha dado
A esa diosa feliz, y que tu alteza
Y tu nombre inmortal se mire ajado
Por la gloria y valor de aquesa gente
Que provoca tu honor tan neciamente?
No juzgo que será juicio y cordura
Dejes cuerpo tomar á tantos males;
Que en la misma raíz quien no procura
Los peligros obviar en casos tales,
Por fuerza mirará su desventura
Entre el fiero rigor de sus rivales:
La dolencia al nacer halla remedio;
Mas de curarla al fin, no hay fácil medio.
¿Qué piensas? ¡ó gran dios! ¿quién te intimida?
¿Quién detiene tu mano poderosa ?
¿Una excelsa deidad siempre temida
Permite vejación tan afrentosa?
Sisma ya tu furor esa atrevida
Gente, que sin temor duerme y reposa,
Y destruye el poder en que confia;
Que tu suerte feliz es dicha mia.
Dijo, y un áspid de su horrenda frente
Arrancando en su ardor, sobre él arroja,
Que en vagos orbes gira lentamente
Y en su seno cruel luego se aloja:
Al impulso voraz que el pecho siente
Alza negro vapor Ja sangre roja,
Y la fiera deidad ya no respira
Sino el odio mortal y cruda ira.
Como libio león que perseguido
En el coso se vé, tiende y derrama
Su torva vista, y en feroz rugido
Lanza del pecho furibunda llama;
Así el hijo de Juno enfurecido
En su duro quebranto gime y clama
Con espantosa voz y grito fuerte,
Expresando sus ansias de esta suerte
¿Ha de sufrir el hijo del supremo,
Ha de sufrir acaso injurias tales?
¿He llegado tal vez al duro extremo
De verme despreciar de los mortales?
¿No soy yo quien destruyo, mato y quemo
Y hago temblar los quicios celestiales?
¿ Pues quién habrá tan necio y atrevido
Que me usurpe el honor que me es debido?
¿Podrá Palas gozar tan alto fuero
Que levante su trono sobre el mío
Haciendo prosperar al necio Ibero
Contra toda mi fuerza y poderío?
¿Pues en qué me detengo, ó á qué espero?
¿Por qué causa desmayo y desconfío?
¿Cómo no vengo ya tan negra afrenta
Y castigo severo al que la intenta?
¿A su rey Gerión vencer no pudo
Alcides en la lid, y su reinado
De un golpe destruir con él forzudo
Brazo que descargó sobre el menguado?
El alma le arrancó con furor crudo,
Y su cuerpo teiforme fue arrojado
En negro remolino y recio estruendo,
A la oscura mansión del orco horrendo.
¿Y yo supremo rey de las batallas
Hijo del alto Jove y fiera Juno,
Que derribo los fuertes y murallas,
Y al unido escuadrón rompo y desuno,
No podré derrocar las flacas vallas
Y ese débil valor, con que importuno
Se opone á mi poder un pueblo osado?
Ah! yo le haré sentir mi brazo airado.
Hablando de este modo se levanta
De su trono imperial, y de su vista
Lanza un negro volcán con furia tanta,
Que no hay algún mortal que la resista:
Y en destemplado son que al mundo espanta
A sus ministros llama y los alista
Diciéndoles: venid, y á tantos males
Pongamos finjo dioses celestiales!
Todos á su alta voz van con presteza,
Unciendo á su fatal y horrendo carro
Los duros brutos, que en su atroz fiereza
Lanzan de entre sus dientes negro sarro.
Alza hasta el cielo su feroz cabeza
La Discordia cruel, que con desgarro
Mueve y sacude su cerviz hinchada
De vívoras y horror toda crinada.
Con su yeste rasgada va delante,
Y con paso veloz muestra el camino
Al crudo dios, que el carro fulminante
Mueve y lleva en su ardor cual torbellino.
Ya Belona con látigo sonante
Los caballos azota de contino,
Que tascando el bocado en su despecho
Bañan de espumas su anchuroso pecho.
Semejante al raudal, que reprimido
Por dura roca, túmido y rabioso
Trabaja y lucha todo recogido
Por un dique romper tan estorboso;
Mas si llega á vencer , todo esparcido
Se desata fugaz é impetuoso
Arrollando al pasar con saña fiera
Cuanto llega á encontrar en su carrera.
Asi el furioso Marte discurriendo
Por los valles, campiñas y poblados,
De sangre y fuego todo lo va hinchendo,
Arrasando los montes y collados:
En la derecha mano va blandiendo
Un asta formidable, y sus costados
Lleva ceñidos el feroz guerrero
Con dura cota de luciente acero.
Tras él caminan con fatal semblante
El ceñudo terror, la negra ira,
La miseria, la hambre devorante,
Y el rabioso furor que en torno gira.
También la muerte, porque mas espante,
Con la peste cruel marcha, y respira
El hálito mortal que dentro encierra,
Y hace gemir los polos de la tierra.
A su saña infernal todo enmudece;
Resuenan por do quier tristes lamentos;
El horroroso averno se estremece;
Tiemblan del globo todos los cimientos.
El fértil campo do natura ofrece
Frutos suaves, dulces alimentos,
Talado ya se ve; que cruda guerra
Su rozagante mies troncha y destierra.
El sudoso gañan, que iba rompiendo
La dura tierra con el corvo arado,
Espantado y medroso ya va huyendo
Y abandona la reja y el ganado;
Ya el manso corderillo que paciendo
La yerva andaba por el verde prado,
Errante y sin pastor su pena exhala,
Y entristece la selva cuando bala.
Ya el laborioso artista que afanado
Cantaba sin pesar en sus talleres,
Presuroso camina y asustado,
Y huyen medrosos hombres y mugeres;
Pues no se curan ya del hijo amado
Do hallaran otra vez dulces placeres;
Que su grande pavor y su congoja
Aun del materno amor ya las despoja.
Y la virgen honesta y recatada
Rompe con tierno pie la su clausura,
Y entre sombras de horror toda turbada
Publica su dolor y su amargura.
Ya tropieza, ya corre apresurada
Por su voto salvar y su fe pura;
Y andando acá y allá despavorida,
A la fuga librar quiere su vida.
Que el continuo clamor y el grito horrendo
Por el valle retumba y la montaña
Y con llama voraz se mira ardiendo
El alto alcázar, la infeliz cabaña:
Que la fiera deidad anda vertiendo
Por todas partes su rigor y saña,
Sin nada ya dejar donde el tirano
No descargue cruel su dura mano.
De las huestes el polvo roba al día
Su clara lumbre, y en tiniebla oscura
Se convierte la luz y la alegría
Del radiante planeta y su hermosura.
El nítido raudal, que antes corría
Bañando ledo la feraz llanura,
Rojo se mira ya de sangre humana,
Y el campo tiñe de purpúrea grana.
De esta suerte discurre el dios sangriento
De la Hesperia feliz toda la tierra,
Inclinando á su impulso y movimiento
Su erguida cima la nevada sierra.
Mas girando después cual recio viento
Su veloz carro que al mortal aterra,
Entre negro huracán, y horrenda grita,
Al suelo aragonés se precipita.
Aquí las tropas del francés tirano
Va moviendo con trompa sonorosa,
Atizando el furor hinchado y vano
Que abrigaba Pirene horrible diosa;
Y á su mismo linage hollando insano
Y á la Ibera nación por él dichosa,
Alza su diestra de rigor armada
Para hacerla infeliz y desdichada.
Con su ayuda y favor el recio bando
De la altiva deidad, que solo aspira
A vengar su rencor, ya derramando
Sobre el pueblo español toda su ira;
Sus fuerzas y poder iba juntando
Para lo convertir en triste pira,
Arbolando cruel con roncas voces
Sus águilas de horror siempre feroces.
Ya desplega veloz sus escuadrones
Y tremola en el ayre las banderas;
Ya resuenan las marchas y canciones
Por los antros , los valles y laderas;
Ya repite el clarín marciales sones
Y se mueven las filas delanteras,
E hiriendo el atambor el ayre vago
Todo anuncia crueldad y fiero estrago.
Asi el negro furor lo conducia
A la margen del Ebro, que erizado
Sus olas de cristal ya retraía
De saña tan cruel amedrentado.
Las halagüeñas ninfas su osadía
No pudiendo sufrir en tal estado,
Sobre el claro raudal huyen medrosas
Zabullendo en su abismo presurosas.
La sangre desampara los helados
Miembros de los mortales temerosos;
Que á su vista quedaron desmayados
A un los pechos mas bravos y animosos.
Los recios batallones y soldados
Llenos de triunfos, vanos y orgullosos,
De Salduba tomaron las salidas
Y sus bocas dejaron defendidas.
Aquí la imagen del horrible espanto,
Cercada del dolor y la agonía,
Arrastrando su oscuro y triste manto
La faz turbada del mortal cubría:
Mas de Jove la hija que entre tanto
Sufrir angustia tal ya no podía,
A su padre inmortal y poderoso
Así le dice con clamor penoso.
Sacro padre eternal de los mortales,
Que con tenantes rayos intimidas
Las excelsas deidades celestiales,
Que á tu inmenso poder tiemblan rendidas,
Hoy los ojos volved á tantos males
Como sufro esta vez de unas crecidas
Huestes, que en su rigor ha levantado
El fiero Marte del furor tomado.
¿Qué delito mis hijos cometieron
En gozar de los bienes que les dabas,
Cuando de tu largueza merecieron
La ventura y la paz que les mostrabas?
¿Acaso por tu mano no tuvieron
Tanta felicidad? ¿pues cómo acabas
Con la gloria y honor de esta mi gente,
"Viendo su destrucción con sesga frente?
¿Podrá el hijo de Juno á tus decretos
Oponerse soberbio y atrevido,
Siendo á tu voluntad todos sujetos
Y tan solo tu mando obedecido ?
¿Pues cuáles pueden ser esos respetos
Que á tu imperio tributa el que ha querido
Las obras deshacer de tu alta mano,
Tan solo por saciar un rencor vano?
Bastárale al mezquino en su porfía
Ver que la elevación del grande Ibero
De tu diestra era honor y gloria mía,
Y fruto de mi amor y de mi esmero:
Esto templar debiera su osadía
Y su brazo feroz, con que severo
Solo intenta vengar la negra envidia
Que en su pecho cruel ha tiempo lidia.
Así se lamentaba al padre amado
Con dolorosa voz y amargo tono;
Cuando Jove supremo ya sentado
Con grande magestad sobre su trono,
Viendo el suelo español todo turbado
Por el sangriento dios; lleno de encono,
Suspenso del Olimpo en la alta cumbre,
De sus ojos lanzó sulfúrea lumbre.
Y queriendo enfrenar la rabia osada
Del furibundo Marte sanguinoso
Sin manchar la deidad su mano airada
Con la sangre cruel del alevoso,
A Palas se volvió con voz templada;
Y con rostro apacible y cariñoso
Asiéndola del brazo blandamente,
Dijo en breves razones lo siguiente.
Bien sabes que por mí ¡ó hija querida!
En los vastos dominios de la tierra
Siempre fuistes honrada y conocida
Por diosa de la paz y de la guerra:
Y pues tu duro aspecto y faz temida
O ya el furor aumenta ó lo destierra,
Vé y ampara á ese pueblo que inocente
Sufre del hijo infiel la saña ardiente.
Que en el gran Palafóx, bravo -soldado.
Intrépido, sagaz, justo y prudente,
Humano, valeroso y esforzado,
Todo el apoyo estriba de tu gente;
El cual de tu favor hoy amparado
Refrenará el furor del insolente.
Asi habló el alto Jove, y al momento
La diosa obedeció su mandamiento.
FIN DEL CANTO I
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