Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

jueves, 17 de noviembre de 2016

VALENTÍN NAVARRO VIGUERA [2.206]


Valentín Navarro Viguera

Sevilla. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y profesor de Enseñanza Secundaria de Lengua Castellana y Literatura.
Diploma de Estudios Avanzados (D.E.A.), con el trabajo de investigación Génesis del universo poético de Leopoldo de Luis: metapoesía e intertextualidad. Tesis doctoral: El pensamiento poético de Leopoldo de Luis.

Finalista del Premio Gerardo Diego de Poesía para Autores Noveles en los años 2012 y 2014 y 2015.

De lo visible, lo invisible es su primer libro publicado: Premio Internacional de Poesía La Isla de Aklan (Palimpsesto Editorial, 2016)


22 de diciembre de cualquier año de mi infancia

Íbamos descendiendo poco a poco
esa mañana de diciembre, libres,
por las playas perdidas de la casa,
las escaleras, al salvaje mundo
del cuento sin final de la lechera,
y siempre con el fondo cantarín
de las indescifrables y monótonas
voces huérfanas de la fortuna.

Era un enigma comprobar el brillo
de los ojos o cómo se cebaba
la ilusión tras el humo del tabaco.

Con el atardecer todo era viento,
sueños a flor de piel y averiguábamos
que la noche bajaba su telón
bordado de esperanzas imposibles.



LA CASA, LA VIEJA CASA

Se me ha deshecho en ilusión la casa,
la vieja casa de otros tiempos,
de infancia y juventud, la de mis padres
con puertas que conducen al vacío
de escaleras sin rumbo
por galerías a la nada.

La vieja casa de cristales
oscuros de una casa vieja en ruinas
impedía la entrada de luz nueva
que ahora llega a mí como un reflejo
parado en la memoria.
La casa de los sueños y del frío
rumia cómo le duelen los cimientos,
cómo las lluvias rompen aguas
que calan, calan, dentro de cada uno
de los que fueron huéspedes

de la vida en aquella vieja casa.



SELENE

Cada noche la luna se hiela muerta de frío
y no hay estrella tibia que consuele
la soledad errante
de esta loba que otea los tejados.
Sabe que deambula solitaria
porque escucha el crujir de sus caderas,
porque escucha desnudarse cada ocaso
y el temblor de la lluvia en la distancia.
La luna ha visto enmudecer los cuerpos
vencidos por las horas, y alma en pena
desciende y acaricia a los muertos
y se arroja a sus brazos locamente
por un beso de gracia como un punto y final.
La luna viola las ventanas y huye

como dejando un rastro de espuma en la mañana.




Dividido en 3 partes (‘Las palabras’, ‘El olvido’ y ‘El silencio’),  De lo visible, lo invisible es un poemario en el que su voz quiere quedarse alumbrando hasta la última página. Y te deja cierto resplandor luego, que acompaña, como una buena melodía.


Antes de anochecer, con Miguel Galano

Solo las luces hablan de la vida.
A lo lejos, silencio
                                   que se expande.
Entre luces, la vida en una casa oscura.
Un borrón gris que invita a la palabra
es la única presencia. Desde dentro,
una puerta a la nada y al latido
de un jardín interior
                                   donde habita la dicha.
Sal fuera, caminante, y echa la vista atrás.
La noche crujirá bajo tus plantas
y será hermoso el frío y haber abandonado
el calor del hogar. En el misterio
tus pasos latirán con fuerza
                                   en el olvido.
Sin ventanas ni tapias ni farolas
Cracovia existe en el rumor del viento.


Teatro del agua

Acuérdate de mí en la cuerda floja,
cuando estés disfrazada de amarillo,
cuando ames más al mar que al mismo río
acuérdate que yo también seré hoja
caída desde lo alto del trapecio,
al vacío, color de hueso y luna,
agua que en el espejo suena muda,
quizás no recordar por qué recuerdo.
Pensad que la función ha terminado,
que más allá del fondo del océano,
nada, salvo vosotros y la muerte.
Pero cuando acabamos, empezamos
a veces, otra vez, desde el comienzo,
cogidos de la mano del Alzheimer.



Sensaciones de septiembre

Oír caer la lluvia a golpe seco
cuando el presente se hace viaje y todo
mañana y todo gris porque amanece
mal contra la fachada de los días.

Sentir el plomo de la noche en calma
y ver que en los cristales existen las estrellas
fijadas contra el cielo y también adentro
quietas ante los pliegues de uno mismo.

Dar un aldabonazo a un delgado haz de luz
que vibra sostenido en una gota de agua
como un inmenso cuerpo a la sombra del mar
herido y que corroe lo mismo que la sangre,
que sonámbulo vaga y vaga errante
como un muerto que mira a las estrellas.






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