Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

miércoles, 7 de enero de 2015

MANUEL GARCÍA VIÑÓ [2.054]


MANUEL GARCÍA VIÑÓ

Nació en Sevilla en 1928 y murió en Madrid en 2013. 
Novelista, poeta, crítico de arte y de literatura, Manuel García Viñó fue dueño de un estilo cuidado y personal. En las décadas de 1960 y 1970, contribuyó a introducir en España las corrientes experimentales en novela y se convirtió en uno de sus mayores cultivadores. Autor de más de cincuenta libros, entre sus obras destacan las novelas La pérdida del centro o El puente de los siglos, sus estudios sobre Bécquer y los ensayos El soborno de Caronte y El mito de Fedra en la literatura, entre otros títulos. Junto a su obra creativa y ensayística, desempeñó en diversas épocas una intensa actividad de polemista, tanto al frente de la redacción de La Estafeta Literaria (1960-1963) como, sobre todo, de La Fiera Literaria (1995-2010). 





CANCIÓN PARA EL FUTURO

Y pasarán los hombres y pasarán las cosas:
las flores en un día y en mil siglos las piedras,
y brotará la hierba sobre  las tumbas rotas
y será ayer lejano lo que es aún mañana.

Apagarán cien lluvias el sol de cien veranos
y cambiarán de sitio las estrellas:
se estirará la Osa Mayor como un caballo
y yo la habré cantado como un carro de luz.

Pero yo ya habré muerto y allí donde repose
bostezará un lagarto cansado al mediodía,
y en el árbol que cubra mi última morada
se arrullarán sus trinos dos pájaros sin nombre.

Mi voz se habrá dormido y mi sitio en la tierra
habrá sido cubierto por una flor pequeña
que temblará al empuje de la brisa amorosa
que traiga el eco oculto de lo que ya no exista.

Y se hundirá la torre donde mis ilusiones
habrán brillado ciertas como un faro continuo,
y todo será sombra en la ignorada playa
donde yo habré jugado, pobre niño poeta,
a vaciar el océano con una concha blanca.

Todo, amor, pasará, como pasan las nubes
sin dejar ni una estela sobre el azul intacto.
El polvo y las marañas ocultarán las huellas
de mi paso cansado por el camino antiguo.

Pasarán los recuerdos y pasará la historia
que los dos escribimos con nuestra propia sangre,
y quedará el oasis donde yo te he amado
como esta misteriosa ciudad abandonada.






ESCORPIÓN

Yo nací con los labios tendidos hacia el beso,
llevando en la garganta
este tremendo grito involuntario
y, en el pecho, la curva de un abrazo.

Yo no agité los vientos de mis acantilados
ni levanté clamores en mis mares de sangre;
yo no inventé tormentas ni oleajes
ni puse en el rugido tu nombre y mi llamada.

En mis manos ya estaban las furias retratadas
y mi llanto de niño
fue un llanto de inocente condenado.

Si lastimé tu pecho, no me culpes.
Yo no pedí estas garras
que sin querer afilo entre mis piernas.

He llegado empujado,
vestido con el traje que me dieron.

Yo no crucé tu ruta con la mía.






SUEÑO

Corazón de mi sueño, nieve pura
—tan dulcemente blanca te soñaba—,
como una flor de espuma tiritaba
tu luz al borde de mi fuente oscura.

Mi boca, abeja o duende, en derechura
a tu espiral corola te buscaba.
Todo el paisaje de  mi amor sangraba
un himno inmenso en torno a tu clausura.

Bajo un cielo de líquidos cobaltos,
te vi, durmiente de mis bosques altos,
me alcé a tu trono y descorrí tu velo.

Y, trampolín de labios, por el aire,
mi beso o flor rendida a tu donaire
tembló en el pico de una alondra en vuelo.





LA CABELLERA DE BERENICE

A mi mujer

No, no fue en esta vida,
en los primeros tramos,
en la infancia de esta vida
cuya pleamar navego ahora. 
Ni en la anterior. 
Ni en la anterior a la anterior… 

No,
no fue en aquélla en que,
mago, brujo o dragón de siete colas,
descubrí Antares en el broche de Scorpio. 
Ni en aquella otra,
cuando tocaba la guzla
en las fiestas de Knossos,
al pie de la pirámide.

Fue mucho antes,
en un jardín,
tal vez en Samarcanda;
en un jardín 
junto al estanque de los lotos,
ceñido de arrayanes y azulejos
de reflejos metálicos…

Bajabas lenta por la escalinata.
Los leones, absortos,
exhalaban, 
por sus fauces marmóreas,
la envidia de los siglos venideros.

Bajabas lenta,
cuando te vi por vez primera,
yo,
esclavo de tus juegos de garza fugitiva,
de reina prisionera.

Avanzabas,
infantil y solemne,
el camino de albero.

Reflejaban las lunas milenarias
los topacios
cambiantes de tus ojos,
la miel de tu saliva,
el organdí,
la seda de tu clámide.

Llegaste junto a mí, 
junto al estanque de los lotos,
ceñido de arrayanes y azulejos, 
bajo la sombra azul del tamarindo.
Olías a flor de cinamomo.

Te miré con mi risa de entonces,
con mi pena de ahora,
y tú me diste tu primera orden.






LLEGADA DE LA MUERTE …

…de mi padre

Primero fue el temblor,
la vibración del aire en la llamada,
la noticia sabida desde siempre,
el resplandor del grito llameante;
después el penetrar el nuevo surco,
desconocido surco aunque no extraño,
el encontrar la cáscara en la sima
de sinrazón que el eco no difunde.

Primero todo es claro,
como verso al oído de la novia;
luego la luz va desapareciendo
tragada por el pasmo y la impotencia.

Y el hombre queda intacto en la frontera
de la implacable noche y el silencio.

(4-IV-76)





INVOCACIÓN DE LA MAGDALENA

 Béseme con besos de su boca!
Son tus amores más suaves que el vino, etc.
El Cantar de los Cantares


Que venga a mí el amado
y béseme con besos de su boca
y al pecho confiado
y a la purpúrea roca
libere del ardor que los provoca.

Que llegue hasta mi huerto, 
jardín de los diversos manantiales, 
por la escarcha cubierto
y lágrimas caudales
con que el cielo bendice mis umbrales.

Penetre en mi aposento
con su cantar alegre no aprendido
y con su dulce ungüento,
que es fruto a mi sentido,
embalsame la flor que le he ofrecido.

A mi aposento umbrío,
donde un lecho de palmas verdeguea,
llegue el amado mío;
aquí el aire sestea
y entre mimbres y cañas pastorea.

Mi amado, tan suave,
que con razón le aman las doncellas;
su voz surca la nave
de las palabras bellas,
su mirada el fulgor de las estrellas.

Llegue hasta mí y apague
esta pasión que mana a borbotones
de mi seno y halague
con sus frutales dones
los tormentos de mi alma y aflicciones.

No frustraré su espera
de mi escondido néctar no saciada
ni el ansia lisonjera
con que su mano alada
apacigüe mi carne enamorada

Que son mis pechos nardos
y son mis ojos como dos palomas,
y mis dedos son dardos,
y mis muslos, las lomas
donde el amor incendia sus aromas.

Que es mi cantar suave
y mis labios cual frutos del granado;
como plumón de ave
mi cutis nacarado,
mensajero del goce anticipado.

Mis cabellos son oros
espejos de los trigos de las eras,
y mis brazos, tesoros
ceñidos de pulseras,
ramilletes de mirto y balsameras.

Mi cuello, entre collares,
es un rayo de luna y mis mejillas
son narcisos iguales;
graciosas cervatillas
que triscan por los valles, mis rodillas.

Mellizo de gacela
es mi vientre apresado en el gemido
y, a través de la tela,
es mi plantel el nido
donde se aquieta un viento estremecido.

Son dulces mis caricias
como la miel arabia y la ambrosía,
dormirá en sus delicias
mi amado si confía
su ternura a mis besos algún día.

El día que le enamore,
que clavará su luz en mi memoria;
las lágrimas que llore
reflejarán la gloria
del rostro de mi amado y su victoria.

[Poemas publicados en el poemario La cabellera de Berenice, Sevilla, La Isla de Siltolá, 2014, 1ª edición, (colección "Tierra", nº 15), 70 páginas]


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