Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

jueves, 8 de diciembre de 2011

1073.- JOSÉ MARÍA SOUVIRÓN


José María Souvirón (Málaga, 1904 - ibídem, 1973), escritor y crítico español.
Estudia el bachillerato con los jesuitas en el colegio de El Palo, y Derecho en la Universidad de Granada. También siguió la carrera de Filosofía y Letras. En 1923, en Málaga, funda con José María Hinojosa, Emilio Prados y Manuel Altolaguirre la revista literaria Ambos, que alcanza cuatro números. En sus preliiminares se explica el título: "Ambos somos tú y yo lector". En la colección de Litoral publicó además su libro poético Conjunto (1928). Fue muy amigo de Pablo Neruda, con quien trabajó en la revista Caballo Verde para la poesía. Vivió mucho tiempo fuera de España, en París, donde se encontró al llegar en 1931 con Manuel Altolaguirre y donde conoció a su futura esposa, y, desde el año 1941, en Chile, donde Souvirón fue catedrático de Literatura en la Universidad Católica de Chile y director de la editorial “Zig-Zag” de Santiago. Definitivamente en España desde 1953, trabajó en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, en la que desempeñó la cátedra Ramiro de Maeztu y como subdirector de la revista Cuadernos Hispanoamericanos, con sus amigos los poetas Leopoldo Panero, Luis Rosales, que la dirigía, y José García Nieto, que era secretario. Escribe en revistas y periódicos y reúne sus ensayos en Compromiso y deserción y Príncipe de este siglo: la literatura moderna y el demonio (1967). También es un activo escritor de poesía, en la que cultiva un cierto neorromanticismo: Górgola (sic) (1923), Conjunto (1928), Fuego a Bordo (Santiago de Chile, 1932), Plural belleza (Chile, 1933), Romances americanos (1937), Romances del alcázar (1937), Olvido apasionado (Chile, 1942), Del nuevo amor (1943), Señal de vida (Madrid, 1948), La ciudad y los días (1948), Tiempo favorable (1948), Adorados tormentos (1951), Canciones de la llegada (1953), Don Juan el loco (1957), El solitario y la tierra (1961) y El desalojado (1969). Toda su poesía ha sido recopilada en Poesía entera 1923-1973. Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1973.
Por edad podría situarse al poeta malagueño entre los más jóvenes de la Generación del 27, pero en realidad el verso de Souvirón alcanza su depurada madurez ente los años 41 y 47 y es la suya una poesía raspada por la angustia y la melancolía de los neogarcilasianos, de los poetas de la Generación del 36: Miguel Hernández, Dionisio Ridruejo, Germán Bleiberg, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero... Aunque tenga libros poéticos fechados en 1923 y 1928 como son Górgola (sic) y Conjunto muy dentro de la estética de aquellos momentos.
Empezó a novelar en 1935 con Rumor en la ciudad, aunque hay mucho de lírico en su prosa. Siguió con las narraciones de La luz no está lejos (1945) y de El viento en las ruinas (1946). Una novela corta es Isla para dos (1950). Autobiográfico es La danza y el llanto (Barcelona, 1952), donde el autor se evade a su juventud disconforme con el mundo y la sociedad. Parejo contraste entre ideal y realidad aparece en Cristo en Torremolinos de gran éxito de crítica. Su última novela fue Un hombre y dos mujeres (1964). Murió en Málaga, en 1973.









Amor, no sé qué calidos rumores...

Amor, no sé qué calidos rumores
tienen esta mañana las colmenas.
Amor, no sé qué pálidos colores
hay en las cumbres altas y serenas.

No sé, amor, de qué trémulos dulzores
están las flores y las frutas llenas,
ni por qué son más dulces los olores
que vienen al abrir las alacenas.

No sé qué tienen, amor, esta mañana
que suenan como un ángelus lejano
cuando sale el rebaño, las esquilas;

y que al abrir de pronto la ventana,
alondras al alcance de mi mano
se quedaron mirándome tranquilas.







Como el rayo de luna en la palmera...

Como el rayo de luna en la palmera,
con la voz de la noche clara y fría,
con el olor del mar en la bahía,
con el rumor del agua en la pradera.

Con la alborada y con su luz primera,
con el dorado ardor del mediodía,
y con esta pasión de la voz mía,
te llamo y te reclamo por doquiera.

Te llamo con la calma y con la brisa,
con la piedra, la flor, la lluvia, el trigo,
te llamo con el llanto y la sonrisa,

como el enamorado y el amigo,
con orgullo y piedad, que tengo prisa,
que tengo prisa por estar contigo.







Cuando la aurora ponga en los caminos...

Cuando la aurora ponga en los caminos
flores de nieve y témpanos de aromas,
cuando el rumor de un vuelo de palomas
en la invernal caricia de los pinos;

y cuando los redondos remolinos
se lancen por lo alto de las lomas
buscando calentarse en las redomas
de los profundos pozos cristalinos.

Cuando el viento esté solo en el sendero
dando saltos de escarcha y luna fría,
o patinando en vértigo campero;

cuando la noche luche con el día...,
¡entonces te querré como te quiero,
como quiero quererte, vida mía!







En el alto castillo, la serena...

En el alto castillo, la serena
tarde ponía su misterioso brillo
y la rosada carne del ladrillo
se tornaba de luz sobre la almena.

El silencio contigo; la voz plena
del suave mar, abajo, y el sencillo
juguetear del claro vientecillo
con mi trémula mano en tu melena.

Los árboles oscuros al Poniente
rumoreaban plácidas canciones.
El tiempo se dormía, abandonado.

Y bajaba la noche, indiferente,
con un prodigio de constelaciones
sobre mi corazón enamorado.







En medio de esta noche tan oscura...

En medio de esta noche tan oscura
se anuncia el dulce brote de la espiga
y arde la flor que el temporal castiga
con una oculta luz, serena y pura.

Ya sé que la luz vive y que perdura,
ahora, qué más quieres que te diga?
Abierto está mi corazón, amiga,
por la herida de olvido y amargura.

Mira la sangre que la herida vierte:
cómo te dice "adiós hasta la muerte"
desde la sola y triste lontananza.

Y cómo, en esta ardiente despedida,
guarda lo que quizás para esta vida
no puede mantener a la esperanza.







He soñado que estabas a mi vera...

He soñado que estabas a mi vera
y que tenías tus manos en las mías;
ya no recuerdo lo que me decías,
pero era dulce oírte, compañera.

Me mirabas de amor, con la sincera
clara mirada de los bellos días
y se iban enredando mis poesías
en el perfume de tu cabellera.

Era tan dulce oírte, y era tanta
la maravilla de tu voz serena,
que, al sentir mi soñar desvanecido,

me desperté con llanto en la garganta,
y las carnes doliéndome de pena,
y el corazón doliéndome de olvido.







Hoy la primera lluvia silenciosa...

Hoy la primera lluvia silenciosa
cae sobre el jardín serenamente,
temprano otoño brota de la fuente
y huye la primavera de la rosa.

Huele a la tarde aquella deliciosa
de no sé dónde -¿en dónde fue?-. Se siente
una quietud pasada en el presente
y un recuerdo vibrar en cada cosa.

Reclinada en mi hombro tu cabeza,
vemos caer la lluvia en los rosales
con un blando rumor y movimiento

que da al jardín una ideal pureza
y hace brotar promesas inmortales
en mi tranquilo y alto pensamiento.







La alta noche y el mar

La alta noche y el mar. Las playas solas.
Un vientecillo fresco y desvaído.
Y en el confín oscuro, el suave ruido
de una orquesta de claras caracolas.

Ay, amor: por encima de las olas,
desde mi corazón estremecido
resbalaba, sin rumbo ni sentido,
el son de mis canciones españolas.

La fogata que ardía sobre la arena
era una estrella más, en la serena
infinitud. Cesaron mis canciones.

Las olas en la playa se morían...
y de pronto sentí cómo latían
al mismo tiempo nuestros corazones.







La lluvia

Cae la lluvia suavemente
con un susurro tierno y claro,
y el corazón se va durmiendo
por el rumor acompañado.

La lluvia trae muchas cosas
que ya teníamos olvidadas:
viejos jardines a lo lejos
desde balcones de la infancia.

Antiguas voces que se fueron,
músicas lentas y remotas
y unos instantes de amor pleno
bajo otra lluvia melancólica.

Llueve en ventanas y azoteas,
sobre los árboles y el campo;
llueve también sobre mis penas
y los recuerdos más lejanos.

Es bendición sobre la tierra,
amor de Dios en la campiña.
La lluvia es una compañera
que da ternuras infinitas.

Brillan las hojas, y en el aire
hay una pálida dulzura.
Llueve en el mundo. Llueve, llueve.
Cae la caricia de la lluvia.

Se oyen dianas de otros tiempos,
pregones cálidos de antaño,
canciones de mujeres muertas,
lento mugir de toros bravos.

Acordeones en el puerto,
tristes sirenas de navíos
y cascabeles en el alba
por carreteras con rocío.

Cae la lluvia suavemente
y la memoria se despierta
y largamente se respira
el lento efluvio de la tierra.

Y hay naranjales en los ojos
y un ancho mar junto a las manos
y una tranquila soledad
en un paisaje ilimitado.

Risas amigas acompañan
sin ruido al alma que está muda.
Como una bella enamorada
llega a mí, trémula, la lluvia.






Madrigal

Si al sol llamo sol, no es a él,
sino a ti que sol te llamo.

Si llamo luna a la luna,
es que a ti te estoy llamando.

Si llamo a la rosa rosa,
es que en la rosa te hallo.

Si llamo amor al amor,
es sólo porque te amo.







Mis ojos muy abiertos para verte...

Mis ojos muy abiertos para verte,
mis oídos atentos para oírte,
mis ásperas mejillas para herirte,
mis brazos para alzarte y sostenerte.

Mis dientes duros, no para morderte,
sino para rozarte y sonreírte,
mis largas piernas para perseguirte,
y mi gran corazón para quererte.

Mi corazón que hace sonar las horas,
con un compás que el tuyo ya conoce,
con un latir de luz de sol y luna.

Silencio y campanadas vibradoras,
desde la una, amor, hasta las doce,
desde las doce, amor, hasta la una.







¿Por qué no has sido tú?

Todo lo que he buscado se halla en ti,
y sé que estás dispuesta a quererme, si yo
tiendo un poco mi mano hacia tu mano.

Cuando estaba con otras
cerca de ti, queriéndolas,
entrabas hasta el fondo de mi alma
calladamente, pero con dominio,
y allí te establecías, olvidada y presente.

Antes, pasaste a veces por mi lado
y yo pensaba, aunque no lo quería,
que eras tú la que yo debía haber amado,
la que guardaba los tesoros
que yo, gozoso y torpe, buscaba en otras minas.

Ahora sigues presente
pero ya no me atrevo. He malgastado tanto
tu impaciente silencio, tu ternura encerrada,
tu carne, que esperaba no sabemos qué brotes
de primavera retrasada y dulce...
Si te dijera que te quiero
no te diría bastante,
y quizá este mundo de cristal y de luz
que has ido edificando sobre mi indiferencia,
se caería de golpe, dejándonos a oscuras.

No sabrías decírmelo,
ni yo a ti. Solamente
un prodigio violento
y un nuevo mundo abierto ante tanta esperanza...
¡Oh, qué rabia tardía!
Por qué no has sido tú?







Rápida plenitud

Tu novedad, tu pura novedad
es lo que me concilia con el mundo.

Aquí está mi pasado, en este instante,
todo hecho presente y asumido
por esa novedad que tú me traes.

Porque me has hecho nuevo para ti,
y todo lo anterior, todo lo huido
se vivifica ahora en tu presencia.

¿No es este árbol de esta noche el árbol
hecho con todos los que vi sin ti?
¿No es la brisa que pasa por tu lado
la brisa de mi infancia, que ha seguido
corriendo para estar junto a nosotros?

Pasan los años, pero el tiempo queda
y ahora estoy contigo en mi pasado,
y ya está aquí tu vida hecha presente.
Un presente fugaz que se renueva
con certidumbre de mantenimiento.

Calla. Escucha la noche. Oye los mundos.
Mira esas luces. Huele a primavera.
Nada más que este instante prolongado,
toda mi vida aquí con tu alegría.
O con tu pena, que me da lo mismo.

Y ahora, adiós, es hora de que partas.
Hasta luego, o quizá hasta. mañana.
Ahora el mundo está bien. Ya puedes irte.
Ya esto ha sido vivir. Esto es vivir.







Si el cerco de mi brazo te ceñía...

Si el cerco de mi brazo te ceñía,
era porque el amor me lo mandaba.
Si de lejos y quieto te miraba,
era porque el amor me lo pedía.

Si con un claro beso te quería,
era porque el amor me lo ordenaba;
y si yendo a tu lado me apartaba,
era porque el amor me lo exigía.

Así, cuando te digo que te quiero,
igual que cuando no te diga nada,
hago, mujer, lo que el amor me ordena.

Y el día en que te digan que me muero,
lo mismo que mi vida enamorada,
será mi muerte enamorada pena.







Variaciones

Ella tenía unos nombres extraños, a mi antojo.
Unos días se llamaba cereza; era redonda y suave,
pequeña y reluciente. No venía en racimo,
sino única y aislada cereza de mi gusto.

Otros días se llamaba paloma,
y era tierna, plumosa, llena de arrullos lentos.
En libertad volaba sobre los altos pinos
para volver cansada a dormir en mis manos.

Otros días se llamaba fuente, y era un prodigio
cantar sosegado, de frescor y de luces.
Cuando yo le agitaba las alas, se reía
con ondas que tardaban un rato en aquietarse.

Otros días se llamaba albahaca, y olía
maravillosamente -sobre todo al crepúsculo-
y era tan delicioso el aire de su aroma
que la ciudad entera parecía perfumada.

Otros días se llamaba lágrima, y daba pena
verla tan pequeñita, resbalando en tibieza
salada, melancólica, sin ganas de jugar
y pensando que sólo estaba por los suelos.

Otros días se llamaba cristal, y la veía
transparente y un poco avergonzada
de que yo la supiera del todo y sin secreto,
sin hablarle siquiera. Y era frágil y pura.

A veces se llamaba niebla, y era tristísimo
ver como todo, en ella y en mí, se hacía invisible.
Andábamos a tientas uno en busca del otro,
pero no nos hallábamos y estábamos distantes.

Otros días se llamaba piedra, y era tan dura
que mis manos sangraban y el amor me dolía.
Cuando ella se llamaba piedra... ( Mejor será
olvidar esos días minerales y oscuros. )

Otros días se llamaba corazón. Daba gusto
verla tan incansable, tan tierna. No podía
casi acercarme a ella por miedo de dañarla,
pero estábamos juntos y nos decíamos cosas.

Otros días se llamaba arcángel. Se perdía
de mi alcance. De pronto yo me encontraba, trémulo,
a la vera de Dios. Todo brillaba tanto,
que pienso que esos días comenzó mi locura.





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