Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

viernes, 29 de julio de 2011

634.- PEDRO LUIS DE GÁLVEZ




Pedro Luis de Gálvez (Málaga, 1882 – Madrid, cárcel de Porlier, 20 de abril de 1940), poeta de la bohemia española.

Hijo de un general carlista muy religioso, ingresó tempranamente y a la fuerza en el seminario de Málaga, dirigido entonces por jesuitas, pero se fugó del mismo; la guardia civil lo trajo de nuevo a casa. Tras corta estancia familiar en Albacete (su padre había sido llamado a administrar la finca de un terrateniente, viejo amigo suyo), la familia recaló en Madrid en 1898. Opositó a alumno de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, sacando el número 2 e ingresó en la misma, pero sus relaciones con las modelos, a las que pretendía echar mano y seducir, motivaron su expulsión. Su padre le ingresó entonces en el Correccional de Santa Rita, donde, hostigado por la crueldad de la disciplina, empieza a escribir poesía y se vuelve anarquista. Decidido a buscarse la vida, sale del correccional y empieza a trabajar como actor en el Teatro de la Comedia, pero su padre subió al escenario y le sacudió una paliza con su bastón, por lo cual le expulsaron también del teatro madrileño. Cerrada esa puerta, huye de su padre a París, donde mendiga, y vuelve luego otra vez; en 1905 inicia una serie de conferencias sobre Anarquismo en Andalucía.
En Pueblonuevo del Terrible, localidad minera al norte de Córdoba, es detenido por la Guardia Civil por «peligroso revolucionario». Juzgado en Cádiz por un consejo de guerra, éste le declara «reo de lesa majestad y culpable de injurias al Ejército» y es encerrado en Ocaña. Allí escribe un librito de narraciones, En la cárcel, que envía al cuarto concurso nacional de cuentos del periódico El Liberal, y lo gana. Posteriormente, cuando el jurado descubre la condición de presidiario del autor, sus miembros —Pedro de Répide, Alberto Insúa, Armando Palacio Valdés y Ramón Gómez de la Serna— airean el asunto y consiguen el perdón del Gobierno. Con esto su popularidad es enorme y le abre muchas puertas. El periódico El Liberal le ofrece su corresponsalía en Melilla, pero los escándalos que arma le obligan a dejarlo y vuelve a Madrid. Su primer amor formal fue una madrileña, Carmen, con la que tuvo un hijo que les nació muerto y del cual escribió Pío Baroja en su La caverna del humorismo que iba por los cafés con el niño muerto en una caja pidiendo dinero para enterrarlo. Sin embargo, el propio Gálvez atribuyó esa mentira a Emilio Carrere y asegura que fue el aragonés Benigno Varela quien pagó los derechos de enterramiento, una cajita de madera y algunas flores. Según su versión lo único que le pidió a Carrere fue algo de dinero para alquilar un coche en el que llevar a su madre hasta el cementerio de la Almudena. Casó después con la malagueña Teresa Espíldora Codes, con quien tuvo dos hijos. Los mantiene asaeteando económicamente a todo el mundo y deja fama de sablista consumado (llegó a escribir hasta un tratado, El sable. Arte y modos de sablear) y una gran ristra de anécdotas.
En pleno Madrid frentepopulista, y pese a su militancia ácrata, albergó en su propia casa al escritor Ricardo León y salvó la vida a Ricardo Zamora, guardameta internacional español y alertó a varios escritores, entre ellos Emilio Carrere, Pedro Mata Domínguez y Cristóbal de Castro, con lo que evitaron su detención. Al finalizar la guerra, Enrique Larreta quiso llevarse a Gálvez a la Argentina y Rufino Blanco Fombona insistió en que se exiliase a Venezuela. Gálvez se negó a salir de España, pues no tenía nada que temer puesto que no había cometido ningún delito. Víctima sin embargo de anónima delación y olvidado por muchos de los que ayudó en momentos difíciles en el complicado Madrid de los años 1936–39, que no fueron a testificar en su favor, fue condenado a muerte por un Consejo de Guerra el 5 de diciembre de 1939 por «conspiración marxista y otros cargos más» entre los que se contaba «la muerte de varias decenas de monjas», sin especificar, y no se le comunicó la sentencia, de forma que cuando tanto León como Zamora intentan intervenir en su favor ya es demasiado tarde y muere ante un pelotón de ejecución en la cárcel de Porlier el día 20 de abril de 1940. El novelista Juan Manuel de Prada le hizo protagonista de su novela Las máscaras del héroe.
Fuera del interés que suscitó siempre su biografía, como poeta no deja de ser de una rara originalidad y calidad, poseyó no poca inspiración y destacó como un gran sonetista, cualidades literarias heredadas por su nieto Pedro Gálvez Séneca (Málaga, 1940), traductor del alemán al español de más de una cincuentena de títulos y autor, además, de las siguientes novelas en español: "Historia de una hormiga", "El duende", "Desarraigo", "Hypatia", "Yo", "Nerón", "El maestro del Emperador" y "La Emperatriz de Roma". Siguiendo la estela literaria de su abuelo ha participado, también, en numerosas antologías de prosa, tanto en alemán como en español.

Obra

Buitres, Barcelona, La Prensa, 1923.
Poesías seleccionadas, Barcelona, Imp. Costas, 1927 (Prólogo de Alfonso Vidal y Planas).
Negro y azul. Cubiertas; viñetas y mínimos de Pepito, Madrid, Ed. Rubén Darío, 1929.
Sonetos de la guerra. Socorro Rojo, 1938.
Negro y azul, Granada, Comares, 1996 (Poesías completas).







Tengo una compañera...

Tengo una compañera bondadosa,
dos hijos que me alegran la pobreza,
una camisa limpia, una cerveza,
y en la mesa, en un búcaro, una rosa.

Mi casa es pequeñita; en el corral,
bajo la parra, patos y gallinas,
y un nido de viajeras golondrinas
en la viga más recia del portal.

Ya no sangran mi pecho ni mi frente...
A mi lado Teresa humildemente
cose, y los niños juegan con el gato.

La pluma, en la espetera. Con la lanza
los libros al desván... Mi Sancho Panza
vive contento, de la cama al plato.






UNA CALLE

Calle mal empedrada, sucia, estrecha y torcida.
Los perros y las viejas, calentándose al sol.
Una posada equívoca se ofrece en un farol.
La taberna. El barbero. Huele a cosa podrida.

Los renegridos muros, llenos de cicatrices.
En algunas ventanas, puesta a secar la ropa:
cuelga una falda negra que parece una hopa.
Albergue de ladrones, vagos y meretrices.

Los chiquillos, desnudos, se arrastran por el lodo:
"El Bengala", "El Pasmao"... Todos tienen apodo.
Un coche de tercera*, negro y trágico, pasa,

con la cruz en lo alto, los "pitejos" y el muerto:
los baches y las piedras le hacen andar incierto,
como borracho alegre que no encuentra su casa.




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