Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

domingo, 10 de julio de 2011

479.- TOMÁS HERNÁNDEZ MOLINA

TOMÁS HERNÁNDEZ MOLINA. Alcalá la Real (Jaén)
Ha ejercido la docencia como profesor de Lengua y Literatura Española en la Universidad de Valencia y en Almuñécar (Granada). Actualmente está jubilado.
Publicaciones
"El viaje de Elpénor". Poesía. 2004.
"Y véante mis ojos". Poesía. 2006.
"Última línea". Poesía. 2007.
"Accidentes geográficos". Poesía. 2008.

Premios
Premio Manuel Alcántara de Poesía. 2005. Poesía. Ayuntamiento de Málaga.
Premio Ciudad de Zaragoza de Poesía. 2005. Poesía. Ayuntamiento de Zaragoza.
Premio Jaén de Poesía. 2007. Poesía. Caja Granada.
Premio "Antonio Oliver Belmás" de Poesía. 2008. Poesía. Ayuntamiento de Cartagena.





Paseos con Octubre

He buscado caminos infrecuentes,
acantilados, montes, torreones,
lugares donde el hombre apenas viene,
casas abandonadas con los pesebres rotos,
las eras inservibles como símbolos mágicos.
Tu sombra me acompaña refrescando mis pasos,
nos une la lealtad como correa,
la mutua gratitud, la compañía,
e igual que un solo cielo a los dos cubre,
es la misma fortuna quien con su rueda aguarda.
Hay días que no miramos el esplendor del mundo,
la sorpresa se vuelve cotidiana,
aunque volvamos a ella cada día.
Tú compartes conmigo, sin saberlo,
la belleza del mundo, su rutina.

(De ‘El viaje de Elpénor’)










Había en el mercado
aquello que el sentido ni imagina,
especias de todos los colores,
brillantes y esponjosas, bien molidas,
en saquitos de cáñamo,
peces de todos los tamaños con los ojos abiertos,
la fría muerte entrando aún por sus agallas,
flores, frutas, animales expuestos,
pero sólo sentía la tibieza,
el hueso de los dedos de su mano
que apretaba en los míos.

(De ‘Y véante mis ojos’)










Con ser malvada, habla razonablemente.

Ella daba razones y en la mesa
de aquel café, al borde de la plaza,
dejaba muerte helada su belleza,

heridos de carmín labios y taza.
La luz la contemplaba, mansamente
caía sobre sus manos. La terraza

- mujeres, niños, camareros, gente -,
era sólo un rumor desacordado ;
su frialdad, la de siempre. Lentamente

se levantó, dejó la silla a un lado
y se acercó a besarme. De su boca
bebí la despedida. Ha pasado

algún tiempo. La vi perderse, poca
gente lo sabe, con tristeza.
Las monedas en una danza loca
por el mármol pulido de la mesa.

(De ‘Accidentes geográficos’)











MELQUISEDEC

A Juan Carlos Navarro

Extraño resonó ese nombre en la bóveda,
el olor del incienso y el cadáver expuesto.
Se oían las voces breves de aquellos que en el fondo
de la iglesia estrechaban sus manos a la espalda
o miraban al techo o fijaban los ojos
en algún cuadro antiguo de mala calidad
en un rincón o altar ensombrecido.

Leían las palabras de los textos sagrados
que más propicias fueran a oficio de difuntos.
Sonó Melquisedec bajo la bóveda
y se quedó ese nombre conmigo aquella noche.
Si larga fue su vida, es su leyenda breve:
tan sólo tres pasajes lo mencionan.

A mi lado una sombra lloraba y su dolor
tan extraño me era que tracé entre las sílabas
del nombre los caminos de la huida.
Así fue como supe que ofreció pan y vino
a Abraham, que volvía de campos victoriosos,
que era suave la tarde y las mieses olían
y, aunque reyes los dos,
la comida partieron como hermanos.

Luego nada se sabe, volvería a su trabajo
de rey o de hombre viejo. Yo escuchaba
el carraspeo al fondo de la iglesia,
las sílabas del nombre, el excesivo
llanto de la mujer de al lado.
Pensé en Melquisedec, la dignidad
de aceptar el olvido.

( De ‘Última línea’)











Donde antes bestias ahora miro ángeles.
Cuadras y establos fueron las capillas,
y en las fuentes del claustro, en sus aljibes
se lavaban los hombres entre risas y escarnios
y hasta los animales bebían en las pilas
que ahora a la sombra esperan la mano del creyente.
Entraban por las puertas al galope,
los cascos resbalando sobre el mármol, el hueco
de las pisadas en las tumbas. En el silencio
con que los transeúntes pasan por esta iglesia,
no es fácil comprender las voces, las blasfemias,
soeces alusiones sobre la vida mística,
sobre la desnudez de las estatuas
y los frescos. Me alegro que haya vuelto
a estas piedras la vida que merecen,
el retiro, la paz, el tiempo y la belleza.

( De ‘Última línea’)











Palabra en el andén

A Luis Felipe Olmedo.

El liviano esqueleto de hombres y mujeres
la lluvia lo ha disuelto y sólo quedan
quebrados utensilios de metales
mezclados con torpeza y fuego endeble.
Eso queda del hombre,
estas claras colinas entonces despobladas,
ahora llenas de casas por donde sobrevuelan
avionetas que extienden sus anuncios
bajo un cielo que es siempre igual para los hombres,
techumbre de misterio o ventana de luz.

Solían enterrarse mirando hacia el poniente,
sabiendo que allí estaba el fin de cada día,
la muerte tan oscura que apenas descifraban.
Una pequeña urna de forma triangular
cubría la cabeza en señal de respeto.
¿Qué fue de aquellos hombres que trajeron
a esta roca el cadáver y rezaron,
sin Dios al que rezar, por la tristeza?

Por el mismo poniente al que miran los muertos
ahora llevan los trenes su acarreo de vidas,
hechos de ese metal que fundieron sus manos,
y las torpes señales en piedra trabajadas
son ahora saludo entre viajeros,
palabra en el andén, la carne del poema.

(De ‘Peñón de las Caballas’)







A Pepe Hernández.

Los viejos nunca hablan de amor como los jóvenes,
pues el peso de uno o varios cuerpos
en sus vidas, les trae la confusión.
Es motivo de escarnio o pasatiempo
esa charla en los viejos. Ellos vienen
al sol cada mañana, y en verano
a la dorada piel de las bañistas,
a su fervor de oro. Hablan
de incidentes domésticos, de muertos
o pasiones con esa indiferencia
con la que regatean el pescado
en las barcas pequeñas que llegan a la playa.
Regresan cada día a estos bancos al sol
y nunca hablan de amor como los jóvenes.

(De ‘Peñón de las Caballas’)


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