Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

domingo, 3 de julio de 2011

LUCI ROMERO [444]



Luci Romero 

(Cabra, Córdoba, 1980.) Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Granada, se marcha posteriormente a Valencia, donde realiza estudios de postgrado en la universidad de esta ciudad, concretamente en Conservación y gestión del patrimonio cultural. 

Colabora con algunas revistas de carácter autonómico como Saigón, y en 2007 publicaron su primer poemario, Autovía del Este. Su segundo poemario, El diluvio (Ediciones Amargord, 2012).

Poemas suyos han sido recogidos en la antología Sais. Diecinueve poetas desde La Bella Varsovia (Ed. La Bella Varsovia, 2010). Fue premio La Voz+Joven 2010.

Junto con Carolina Otero edita Flechas de Atalanta. Lleva el blog: www.circuloconcentrico.blogspot.com



IMPASSE

La cicatriz inaudible.

El hielo
protege un pensamiento desbordado

y la espalda,
arquea la voz que rasga como incendio,
las intermitencias del día
que reposa en tu mejilla.

Y ahora, parece que se nubla la retina.

La cicatriz que sana,
la mentira, el equilibrio.


Y PARECE PENUMBRA

Barrer la voz que apenas nos pertenece,
sabiendo que alumbramos un desastre.

No cesa
la lluvia tras el frágil augurio,
porque penumbra y hojarasca
no sólo imitan el canto,
tal vez,
escondan su universo oxidado.

El vuelo
y su constancia de migración,
pertenecerán a otro gesto.

Tu voz no anidará en mi garganta.



INERCIA

Permanecemos en estado de reposo,
una fuerza aplicada resbala
y queda en el aire una sensación
de perdón o amnesia,

qué posibilidad se escapa.

La inercia no funciona. Queda
la sombra que proyecta mi cuerpo,
no se detiene ante el aliento
que se esfuma entre las chimeneas desnudas,
los huesos frágiles se deshojan y ya,

el otoño cesa.

Poder borrar, el significado que adquieren
los objetos cuando no funcionan,
no es síntoma de derrota, se dilata
el paso de un estado a otro. Aparece el cansancio,

la sed.
Y la inercia, ya no nos pertenece.



INSOMNIO EN BERLIN

Desaparecemos,
tras la mirada de quienes se funden en la caída.
El ritmo permanece, cuando todo
gira lento.

Aquellos que antes fueron, ahora
mienten en su intento. Nada vacila
en su maquinaria visual, sólo respira el lejano recuerdo.
Y caemos,
como si de ellos dependiera,
hacia la fina línea que recorta
las pisadas

aquellas que siempre quedan,

como el reguero de espuma de un carguero,
o esa árida luz que penetra en la arena.


MECER LAS CUERDAS

El hueso, ahora, no sirve,
la humedad sigue naciendo esta noche en mi boca.
Un contrabajo se tambalea dentro,
rasga toda la furia.

(Aquellos hombres,
arrancaban todas las viejas traviesas
de aquel viejo carguero que mecía el mar,
allí,en las calles espejo donde nadie excavaba surcos ,
tu dijiste:
en otras ciudades esos surcos permanecían. Ellos tapaban la tierra.
Negaban la raíz del eje por donde necesitaban circular.

Generar consuelo o una distancia inversa,
aquel tramo de tiempo se quiebra.
Oxida la música, y la lluvia negra quema la ciudad,
mientras aquellos hombres duermen. )

Y es ahora, cuando
ese contrabajo soy yo, y todo muere en mi nuca.



FINLANDIA

Vibrar no es la palabra.

Incendios que borran con tiza
esa cremallera que vertebra tu espalda.

Describo con este tacto olvidado:
un paisaje horadado, casi agreste
en su espina, moldea un vaso roto.

Caen o brotan las palabras, casi
como castigo. Y yo imagino
un brazo o un niño, como forma
de escapar a la belleza.

Arde, más, el idioma.





LET´S SUBMERGE

Los sentidos viajan en un estado transparente,
el deseo se sumerge en el tacto,
y ahora, puedo decir que aquella isla era mía.

La tierra erguida,
flota en la superficie.
La distancia que palpita bajo el párpado.

Deshacer el susurro del ruido al dibujar el agua,
mientras abrazo, eso que otros llaman,
hambre y luz.

Fingir, dentro de cada fotografía,
la ausencia de pisadas, esas que no tienen
forma ni ruido ni dolor.



LOS MUROS ESTÁN CAYENDO

                                                                                             
“The walls are coming down”                                                                                                               Fanfarlo

Estás en el borde del arrecife, soportas todas las nevadas. Como fábulas en invierno, cuya moraleja planea que, todo lo que vive y resiste, debe ser invitado a la rutina minuciosa del hombre que deja caer el muro.

Y se manifiesta el aire en su densidad, arroya la mañana mientras se precipita sobre el mármol de la cocina, perfilando la fruta y su silencio.

Allí, en el borde de todas las carencias, como el cobarde que se refugia en otra mirada, sin querer llueve, mientras el día pierde el equilibrio en esta avenida, donde los remordimientos que la gravedad alimenta,

resbalan.

La ausencia de felicidad se asoma al precipicio, regala una queja: lo que está vivo, acaba por abrirse, y todos los muros,

acaban cayendo.





Western (Ed. Delirio, 2016)


“Un hombre nunca puede escapar de nada”.

“Trazo el mapa de una aldea fronteriza”, donde las líneas son el paisaje, la tragedia, el mito, el duelo o la muerte. Unos límites que aprenden a pelear entre sí, que son invisibles, como método de supervivencia, que muestran en su nómada caminar, los abismos que la tierra salvaje siembra a cada paso.

Un aprendizaje de película, un cabalgar por la historia del cine desde la poesía, la metamorfosis del celuloide al papel, así, Luci Romero nos convierte en vaqueros ávidos de superar la disputa con heroicidad, de huir de lo cotidiano, con invisibilidad y anonimia, hacia la leyenda.

Atravesar la pantalla o dejarnos arrastrar por el decorado: “en el fondo, seguimos siendo una parte de aquel animal salvaje”.




EL ESTADO DE VIOLENCIA

Si soy la huella que me afirma,
la pala que vence el vértigo y ahora qué,
la carga se reduce. Moralidad
o no.

El nudo ahoga el pozo. No hay luces. Sequedad
en la garganta.

Y la tierra no extirpada se mezcla con las cenizas de los
muertos.
Desprenderme del lodo sin tocarme los labios. Agonizar,
porque el luto antecede a la noche.

Vi el rostro de mi hermano, arde.
Lo salvaje
me muestra el camino. Doblega lo cruel, ahora
es brutal. Pero el don que se aloja en mí,
aves de color ocre extraen
para saciar el dolor que inflijo.

                                                La bestia se acomoda.

Las paredes serán carne de viento. Y así queda establecido
el estado de violencia.



LO NO COTIDIANO 

     Pistolero:¿Para qué eres juez, si no tienes a nadie a quien juzgar?
               Juez Roy Bean: Tengo un cementerio de casos ahí detrás.

                                              El juez de la horca, de John Huston

A nuestras manos llega una herencia de dolor.
Aceptamos esa transmisión, porque,
de algún modo, ha sido bendecida.
Aceptamos lo que no conocemos, la posesión
la hacemos nuestra, la convertimos
en terreno fértil.
La cosecha crece
mientras en el perfil del paisaje,
en sus ríos y montañas,
aguardas los rostros del genocidio.
Ecos y visiones que también son heredadas.
La tierra, la casa, la mesa, la cama, la ventana, la puerta,
la propiedad 
que nunca fue nuestra. El dolor
se transforma en conciencia.
Heredamos e ignoramos, mientras otros
allanan la tierra.




VÍSPERAS SERÁN 

[…] Yo soy tu enemigo.
Yo, la tierra en desorden. La tierra caduca.
Un hombre nunca puede escapar de nada.
No serás bienvenido,
tendrás que asumir la causa, tendrás un país. Una tierra.
Tendrás que enfrentarte
a lo que no estaba escrito.
Tendrás que envejecer,
pero ahora ya no existirá esta tierra.



EL GRAN DESACUERDO

                       Ben Kane: Le doy de plazo hasta el amanecer para prepararse.
                                   Young Billy Young, de Burt Kennedy

Miramos de reojo. Sí.
Porque, en el fondo,
necesitamos huir de nuestros simulacros.

Y nos debemos
las distintas formas de arrojar
el deseo de parecer lo que somos.

No todos necesitan la misma luz.




AL OESTE DE LOS POEMAS
WESTERN, Luci Romero, Editorial Delirio, Salamanca, 2016, 68 pp.

El western es el género cinematográfico por excelencia, y también el único exclusivamente estadounidense, con permiso de la tropa de Sergio Leone; de ahí surge una mitología, ya clásica, que explica y sostiene parte de los cimientos culturales del occidente contemporáneo. El cine y EEUU han modelado en gran medida nuestro estar en el mundo desde hace un siglo, y el western ha sido clave. Un libro de poemas sobre este género deja de ser una rareza para convertirse en algo necesario. Luci Romero (Cabra, 1980) lo sabe y por eso escribe Western, un libro de textos adustos, cuyo tono, como ocurre en las mejores películas de John Ford, se debate entre la sequedad prosaica y el lirismo, consciente de que para contar algo desde la misma esencia del género sólo es posible desde un “idioma fronterizo” (p.15).

Desde el mismo comienzo del volumen Romero nos deja claras las coordenadas sobre las que vamos a transitar: el mito, sus pliegues y sus costuras, intuyendo que la ficción es el motor de la verdad, sea lo que sea lo que convenimos en llamar así. De esta manera empieza trazando un mapa (p.13), que no es otra cosa que la ficción de un territorio, de igual forma que hay ficción, mito, en la raíz de la Historia y de la construcción de las naciones. Que tanto la Historia como las naciones no son otra cosa que ficción. “El encuadre vigila los orígenes de lo nuestro, hablamos de generar un espacio, una nación –para ponerle nombre- donde las huellas cristalicen en fósiles” (p. 20). El western es precisamente la crónica mítica de la construcción de los EEUU, de las raíces y señas de identidad de una nación o un imperio, el relato mítico del proceso, de lo aún inacabado que se acaba proyectando como ausencia en fantasma. Incluyendo el recuerdo, tantas veces ocultado, del genocidio indio. (p.37) Y ese fantasma se desarrolla, sobre todo, en el concepto amplio de frontera, en la amplitud del espacio sin final ni dueño, en el territorio salvaje aún sin conquistar, cuando no hay cercas ni cancelas, cuando no hay ley ni relato fijado. El paisaje, podríamos decir, se erige en el verdadero protagonista del género, más allá de forajidos, indios o vaqueros. El desierto que nos invitan a cruzar los protagonistas de Cielo amarillo (William Wellman, 1948) cuyo diálogo (p. 14) tanto nos recuerda al poema con que Valente abriera su primer libro: “Cruzo un desierto y su secreta/ desolación sin nombre…”. Como con la cita de Wellman cada poema se encabeza con un extracto de alguna película del oeste, ganando una profundidad hipertextual de gran potencia, que crea también una suerte de collage de contrastes que quizá sean el hallazgo más notable del libro, y que para nada ata los textos a la referencia externa.

Transitamos pues por ese universo mítico acompañados por los ecos de las películas, recordando que el mito no es otra cosa que “construir un río de sonidos que no necesita respirar” (p. 33), cuestionando así lo que subyace en la base de las verdades colectivas, como la nación o la Historia, o incluso personales, y de ahí la referencia a la infancia en poemas como La caza o El animal salvaje (pp. 39 y 40). La infancia, que es el territorio mítico por antonomasia, y que es la época en la que la autora descubrió estas películas, con la impronta de maravilla que eso deja. Y lo hace a sabiendas de que el mito, cuando quieres atarlo a la realidad, se acaba convirtiendo en algo vaporoso, porque cuando lo inacabado adquiere al fin su forma el único destino posible es el de sufrir lo que un personaje de Los que no perdonan (John Huston, 1960) denomina la fiebre de las praderas (p.41). El quedar atado a un fantasma. Todo eso, sí, en Western, pero también el brillante influjo de las fronteras desdibujadas, de lo que puede ser porque todo está por hacer. El mito. La ficción en versos que nos recuerdan que en la estrechez de nuestros mapas dibujados al milímetro siempre anhelamos la frontera por cerrar, porque sí, porque “lo salvaje/ nos muestra el camino” (p.62).

(reseña aparecida en el número de diciembre de 2016 de la revista Quimera)

Publicado por Raúl Quinto 






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